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Adora y confía

ADORA Y CONFÍA

 

        Vamos a reflexionar sobre una hermosa plegaria atribuida al jesuita Teilhard de Chardin. Puede ser un camino de espiritualidad en este tiempo de madurez de nuestra vida, en este sosegado momento de la fraternidad adulta. Vamos a ir desgranándola en breves meditaciones:


No te inquietes por las dificultades de la vida,
por sus altibajos, por sus decepciones,
por su porvenir más o menos sombrío.
Quiere lo que Dios quiere.

Ofrécele en medio de inquietudes y dificultades
el sacrificio de tu alma sencilla que, pese a todo,
acepta los designios de su providencia.

Poco importa que te consideres un frustrado
si Dios te considera plenamente realizado;
a su gusto.
Piérdete confiado ciegamente en ese Dios
que te quiere para sí.
Y que llegará hasta ti, aunque jamás le veas.

Piensa que estás en sus manos,
tanto más fuertemente cogido,
cuanto más decaído y triste te encuentres.

Vive feliz. Te lo suplico.
Vive en paz.
Que nada te altere.
Que nada sea capaz de quitarte tu paz.
Ni la fatiga psíquica. Ni tus fallos morales.
Haz que brote, y conserva siempre sobre tu rostro
una dulce sonrisa, reflejo de la que el Señor
continuamente te dirige.

Y en el fondo de tu alma coloca, antes que nada,
como fuente de energía y criterio de verdad,
todo aquello que te llene de la paz de Dios.

Recuerda: 
cuanto te reprima e inquiete es falso.
Te lo aseguro en nombre de las leyes de la vida
y de las promesas de Dios.
Por eso, cuando te sientas 
apesadumbrado,
triste,
adora y confía...

P. TEILHARD DE CHARDIN

 

1. No te inquietes por las dificultades de la vida,
por sus altibajos, por sus decepciones,
por su porvenir más o menos sombrío.
Quiere lo que Dios quiere.

1) No te inquietes: Escucha la voz de Jesús: “No estéis intranquilos”  (Jn 14,1). La intranquilidad nos corroe. Muchas veces es insensata, sin motivos. Pero está ahí, como un gusano. Sin dejarnos sosiego. Quizá el sosiego vaya unido al desprendimiento, a la sensatez, a la racionalidad, al disfrute con la naturaleza, al gustar las cosas, al mirar. Sosegarnos, ese es un buen programa de vida.

 

2) Las dificultades de la vida: A nuestra edad, las tenemos muy menguadas. No nos falta de nada. Quizá persisten las dificultades de dentro. La de amar, la de ver al otro como un don, la de creer que esta vida ha valido para algo. O esas otras dificultades más hondas, la de aceptar a un Jesús vivo, la de creer en su abrazo. Que las dificultades no sean mayores que nuestros gozos.

 

3) Los altibajos: Los hemos tenido muchas veces. Ya no tendrían que inquietarnos. No tenemos nada que perder. Las cosas van y vienen; no tendría que importarnos mucho. No se trata de pasotismo, sino de sosiego, de calma, de tranquilidad básica. Nuestro mejor tranquilizante, la certeza de que la nuestra es una vida acompañada: Jesús siempre está ahí; las hermanas casi siempre.

 

4) Las decepciones: Vamos acumulando algunas. Nos esforzamos en saber quién es la causa de esas decepciones. Pero eso es lo de menos. Lo bueno es abrazar esas decepciones hasta decirles: tenéis un sitio, pero no deis mucha murga. Hay que aprender a pasar página, a vivir con los hombros levantados, a sonreír sin excesiva dificultad.

 

5) El porvenir sombrío: Porque, a veces, lo es: sombrío, inquietante, interrogante. Pero otras veces aparece más coloreado, más sosegado, más tranquilo. “Vete, alma mía, segura, porque el que te creó te acompañará como una madre”, decía santa Clara. Un porvenir en brazos de quien nos ama: ¿No es esto suficiente? Un porvenir de encuentro profundo, de vida plena, de respiro, de casa fresca y sosegada. ¿Hemos de identificar siempre eso con la histeria del morir? ¿No hay otra manera?

 

6) Quiere tú lo que Dios quiere: ¿Y qué quiere Dios? Que respires, que seas dichosa en la medida de lo posible, que encuentres ese lugar en el mundo que reconforta (¿la fraternidad?), que descanses en un hombro, que te sepas abrazada, que sepas que hay un “marido” para esta tierra, como decía la vieja profecía.

 

 

2. Ofrécele en medio de inquietudes y dificultades
el sacrificio de tu alma sencilla que, pese a todo,
acepta los designios de su providencia.

 

1) El sacrificio de un alma sencilla: La mejor ofrenda: un buen corazón y una vida simple. Así se entenderá que dios es amor y solamente amor. Así saldremos de la zozobra de una vida que se mueve mucho, que bracea mucho, que exagera mucho, pero que encuentra el lugar de la sombra, la perspectiva que enamora, el disfrute que caldea el corazón. Es el mejor “sacrifico” no en sentido penitencial, sino como lo que más agrada a Dios, el humo que sube a las narices de Dios y le agrada (no como el humo de los sacrificios rituales, tal como decía la vieja profecía). Perfume inigualable el de un alma sencilla.

 

2) En medio de inquietudes y dificultades: Porque esto no es jauja; la vida nos zarandea hasta el final. La inquietud se aposenta a veces en nuestra casa. Y las dificultades crecen como setas. En medio de ese jaleo, si ofreces el buen perfume de una vida simple, las cosas se tranquilizan mucho, se aclaran mucho, se iluminan mucho.

 

3) Aceptar los designios de la Providencia: No de una forma tontorrona, sino como quien sabe que Dios pro-vé, ve en nuestro favor, pensado siempre en nosotros con amor, porque antes que nada, nos ama. Tenemos a quien piensa en nosotros. A veces eso lo vemos en el rostro de la vida, personas que piensan en nosotras. El día que nadie piense en nosotros es que estaremos como muerto. “Piensa en mí” es una buena petición. Pero a Jesús no hay que hacérsela: siempre está pensado en nosotros (dice san Juan quien tenemos un “intercesor”, uno que piensa, las 24 h. del día).

 

5) Pese a todo: Caiga quien caiga, que no se nos nuble nunca esto: el padre, Jesús, piensan en nosotros. Es el amor que resiste, aunque caigan los muros y se tambalee la tierra. Esta es la fe fuerte, no tanto la que cree en dogmas, sino la que mantiene viva la confianza.

 

3. Poco importa

que te consideres un frustrado

si Dios te considera plenamente realizado;

a su gusto.

Piérdete confiado ciegamente en ese Dios

que te quiere para sí.

Y que llegará hasta ti,

aunque jamás le veas.

 

1) Un frustrado: Eso es lo que, a veces, nos consideramos. Personas que han echado la vida a mala parte; manos vacías sin nada dentro; vidas solas que se mueren solas. A veces esta intransferibilidad de la soledad, marca de lo humano, nos acogota. Es preciso mirar esto con paz, sin grandes escalofríos, como un compañero de viaje con el que se puede establecer un pacto de buena vecindad. No es imposible. Puede uno/a sonreír aun con esto, estar con una alegría “inarrebatable”, como dice san Juan , aunque las lágrimas corran por el rostro y por el corazón.

 

2) Dios te considera plenamente realizado: Llegando al nivel que llegues. No hace falta dar la talla. En lo que uno llega puede haber realización. Las expectativas que ponen los demás en nosotros, las que nosotros mismos nos ponemos, no son las expectativas de Dios. Él nos ama sin esperanza, sin expectativas. El amor más puro. Si Jesús hubiera amado con expectativas ¿habría aguantado, habría tenido los amigos que tuvo, tan frágiles, la familia que tuvo, tan interesada? ¿No se habría cansado y lo habría dejado? Amar sin expectativas, el gran amor.

 

3) A su gusto: Dios nos considera a su gusto; no hace ascos sobre nuestra limitación, no maldice de nuestras heridas, no mira para otra parte cuando no somos humanos. Nos quiere a su gusto con nuestras limitaciones porque su oferta no es para bueno, sino para ilusionados dispuestos a ser mejores. Saber que somos del gusto de Dios ha de ser un antídoto a nuestras frustraciones.

 

4) Piérdete confiado ciegamente: Quizá se mucho decir, tanto “piérdete” como “ciegamente”. Porque queremos nadar y guardar la ropa y la confianza ciega es como un abismo que se abre a nuestros pies. Pero al decir que es ciega no quiere decir que sea irracional, absurda, despreciable. Es la confianza del amor, aquella que confía porque se ama, no que ama para confiar. “Como un niño en brazos de su madre”, decía el salmo. Esa es la confianza del niño, del que no puede entender que una madre le haga daño (y si hay madres que hace daño, Dios no). “Dios no es de fiar”, dicen algunos. Pues sí; para nosotros, te puedes fiar de Dios, porque si imaginas de él algo mal, eso justamente no es Dios.

 

5) Dios te quiere así: Hay que repetirlo muchas veces. Dios te respeta; no te exige ser mejor (aunque quisiera que lo fueras); acoge tus sendas desviadas y tus días sin él (aunque, en realidad, siempre con él porque es él quien nunca se va). A veces ni nosotros mismos nos gustamos, no nos queremos como somos porque sabemos bien (o al menos intuimos) los abismos que alberga nuestro corazón. Pero Dios sí, nos quiere como somos, porque él no se hace ilusiones falsas sobre nosotros, sino ilusiones verdaderas, las que incluyen nuestros límites.

 

6) Llegará hasta ti: ya que, en realidad, nunca se aleja de nosotros; siempre llega porque nunca se aleja. Por eso, el encuentro con él está garantizado. No porque lo merezcamos o lo construyamos sin más, sino porque él está ahí, lo merezcamos o no, lo construyamos o no. San Agustín decía que llega hasta la intimidad más íntima, la que yo ni sospecho, la que no olfateo, la que me cuesta intuir. Un Dios es esos fondos nuestros (hermosos y diabólicos) que nos sostienen. Esto tendría que darnos sosiego y no miedo. Cuando lleguemos a la plenitud, dice san Pablo, comprenderemos cómo Dios nos ha comprendido. Su comprensión tiene la medida de su amor.

 

7) Aunque jamás lo veas: Porque no lo verás, pero lo puedes amar sin verlos, así dice 1 Pe. El que no lo veas no quiere decir que no está; solo quiere decir que no lo ves. No habría de ser obstáculo para descansar en él, para adorar y confiar, el que no lo veamos, el que los nubarrones de nuestras vidas, turbias a veces, imposibiliten el verlo. Está ahí; sigue ahí; acompaña nuestros pasos acompasando su paso al nuestro, como lo hizo con aquellos de Meaux.

 

4. Piensa que estás en sus manos,

tanto más fuertemente cogido,

cuanto más decaído y triste te encuentres.

 

1) Estás en sus manos: Aunque no lo percibamos, él nos lleva en sus manos. Nuestro sentido de su ausencia no quiere decir que esté ausente. Ha unido su suerte a la nuestra; ha llegado a la convicción de que nuestro éxito es el suyo y nuestro fracaso sería el suyo. Cuidados por las palmas benéficas de su amor, esto es lo que hay. Lo sabemos porque las manos de Jesús nos han tocado, nos han abrazado, nos han acariciado. Por eso estamos seguros de que vamos en sus manos, de que las huellas que vemos en nuestro caminar son más suyas que nuestras.

 

2) Fuertemente cogido: Y nos lleva fuertemente cogidos, no con desgana, sino con la firmeza de quien no ha de soltarnos jamás. Más aún, cuando más débiles nos sentimos, más fuertemente nos coge. Volvemos a decirlo: otra cosa es que lo sintamos o no. Pero cuando la debilidad nos cerca, aprieta nuestra mano para decirnos que sigue ahí, que jamás abandona el campo, que nuestra debilidad le atrae, no le asusta.

 

3) Estando decaído y triste: Y todo es compatible con una cierta tristeza, la de ser humano, como decía el poeta. Porque, con frecuencia, la tristeza y el decaimiento se pegan a nosotros como la niebla a las montañas. Pues bien, entonces es cuando el amor del Padre nos coge más fuertemente, nos abraza más tiernamente, nos ampara con más cuidado. No es decisivo que la tristeza y el decaimiento desaparezcan; ojalá sí. Pero si, tercos ellos, siguen ahí, más terco es el amor cálido de las manos del Padre. Ellas sí que siguen ahí.

 

4) Piensa: Dale vueltas dentro, rúmialo, hasta que se te convierta en una certeza. Piénsalo con otros, con tus hermanos y hermanas, con quienes son sensibles al mundo espiritual. Comparte tu certeza con quien la acoja; contagiémonos la honda seguridad de que nuestra vida en las manos amorosas del Padre. Hagamos campaña de confianza en Dios. Hablemos de ello sin reparo.

 

5. Vive feliz. Te lo suplico.

Vive en paz.

Que nada te altere.

Que nada sea capaz de quitarte tu paz.

 

1) Vive feliz: Porque el querer de Dios y el programa de Jesús es un programa de felicidad (Dichosos…) no un programa de penitencia, de desdicha. Busquemos la felicidad en el marco de la humanidad, como lo hacía Jesús. Busquémosla para los más débiles sobre todo, para nosotros cuando nos sintamos más débiles. Persigamos la felicidad en las cosas pequeñas (el arte de vivir contento con poco), en las cosas cotidianas. Miremos a la fraternidad, a la sociedad, a la naturaleza como fuente de felicidad, no solamente como entramado de problemas. Hagamos el “apostolado” del gusto por la vida, de la evidencia de que Dios nos ha hecho con ella un regalo de amor. Hagamos y aprobemos el “Curso de amor a la vida”.

 

2) Vive en paz: Que la paz sea el signo evidente de nuestra dicha. No una paz tonta, que huye de los problemas, que pasa de todo. Una paz lúcida, vibrante, luminosa. Que la paz sea en nosotros (como en Jesús) una “obsesión”. Paz por dentro, paz por fuera. Que resuene siempre en nuestro interior: “Bienaventurados los que construyen la paz”: Vivamos en paz y contribuyamos a vivir en paz. Porque la vida sin paz es comida amarga. Derrama paz para que tu casa sea una casa de paz. Controla la violencia que hay dentro, enemiga de la paz. Que tus palabras sean palabras de paz, tus pasos sean pasos de paz, que tus relaciones sean relaciones de paz.

 

3) Que nada te altere: Que nada de lo que no sea importante nos altere. Que nos altere sí la injusticia cruel, el dolor de los humildes, la suerte de los pobres, el abandono de los frágiles, las enormes heridas de la guerra, la violencia cruel y cercana. Que todo esto nos altere. Pero que no nos alteren las pequeñas contrariedades, los roces normales, las carencias que no afectan a lo básico, las situaciones que no nos dejan nunca en desamparo. Que nos altere las grandes carencias humanas y que pasemos con la tranquilidad de los grandes ríos por encima de las pequeñas contrariedades diarias.

 

4) Que nada te quite la paz: Porque la paz básica, vital, existencial, es algo impagable, un verdadero tesoro. Que hagamos ejercicios de mantenimiento de la paz mientras podamos controlarlo, para que, cuando menos podamos, no haya ladrón de almas que nos quite la paz. Que esa paz se transparente en nuestra vida, en nuestros caminos, en nuestros gestos, en nuestro porte externo, en nuestras palabras. Que la paz sea tu tesoro personal, lo último que venderías, lo que nunca venderás.

 

 

6. Ni la fatiga psíquica. Ni tus fallos morales.

Haz que brote, y conserva siempre sobre tu rostro

una dulce sonrisa, reflejo de la que el Señor

continuamente te dirige.

 

1) Ni la fatiga psíquica: Tan dura, que la vemos cerca, que nos invade como una plaga. Está ahí cada vez más presente. Es bueno luchar contra ella; es bueno encajarla con paz. Hace parte de nuestro camino. Quizá el tenerla por “amiga” haga que se apacigüen sus ansias de invadirnos. Quizá ello nos lleve a ser más activos por dentro, más creativos, a pesar de los años. Y entonces la fatiga retrocede. Que la pasión, las buenas pasiones, nos ayuden a tener controlada nuestra fatiga mental y espiritual. Basta tener ardiendo dentro el fueguito de la pequeña ilusión, el brillo de los ojos que saben ver algo nuevo cada día. Esto es posible.

 

2) Ni tus fallos morales: Porque nos han enseñado, desde niños, que los fallos morales borran la calidad humana y toda sonrisa. Pero hay que aceptarlos con la mayor paz posible (no quiere decir que los justifiquemos). Una cosa es clara: somos más que nuestros fallos morales, somos otra cosa además, hay bondad en el fondo del corazón. No es bueno dividir el mundo, la vida, nuestra vida, entre buenos y malos. Jesús no hace esa división. Para él toda persona es digna más allá de sus actos morales. Hay que mantener siempre viva la certeza de esa dignidad básica. Por eso se nos ofrece el mensaje, la vida, porque somos dignos, aunque a veces nos comportemos mal.

 

3) Que brote una sonrisa: La sonrisa es, lo sabemos, cuando es sincera, el fruto sencillo de un estado interior espiritual sosegado, confiado, tranquilizado. Por eso son tan preciosas las sonrisas, los buenos rostros, las palabras buenas que acompañan a los rostros buenos. No menospreciemos las sonrisas humildes; ofrezcámoslas todas las veces que podamos. Así la acogida será amable, el servicio humano, la ayuda liberadora.

 

4) Consérvala: Que dure lo más posible; que no haya ladrón capaz de arrebatárnosla. Que persista sobre todo en los momentos de más necesidad. Acostumbremos nuestra alma y nuestro rostro, lo más posible, a la sonrisa fraterna, al gesto benigno, a la caricia humilde. Es el lenguaje del amor cotidiano, por eso son cosas tan importantes. Que la amargura nunca nos pueda; que nuestro rostro no refleje ninguna dureza; que nuestra mirada tenga siempre el brillo hermoso de la compasión.

 

5) Reflejo de la del Señor: Porque, como diría Esaú en el Génesis, “vi tu rostro sonriente (perdonador) y era como ver el rostro de Dios”. Porque Dios sonríe, más allá de nuestro caminos erráticos y negativos. Así, un rostro amable y fraterno, signo de un corazón similar, se convierte en sacramento real de la cercanía de Dios. Por eso es tan importante en la vida comunitaria, relacional, el tema del rostro, del gesto, de la mirada. En definitiva, y más allá de la evidencia de su valor humano, tienen, como decimos, valor sacramental.

 

6) Te dirige continuamente: No como una marioneta, sino como quien señala el mejor camino, el más hermoso, sosegado y libre de peligros. Dios “dirige” el coro de la creación no suplantando a nadie, sino animando a todos. No quiere gloria para sí, sino todo el beneficio para nosotros. Un dios que nos acompaña porque, como diría san Pablo, a veces no sabemos ni lo que nos conviene. Él nos va sugiriendo a través de los acontecimientos lo que nos conviene.


7. Y en el fondo de tu alma coloca, antes que nada,

como fuente de energía y criterio de verdad,

todo aquello que te llene de la paz de Dios.

 

1) En el fondo de tu alma: En ese lugar de verdad que no necesita justificaciones, ahí donde no hay que aparentar nada ni explicar nada. En ese lugar de profundidad hay que situar la confianza, en nuestras mismas raíces. Quizá para ello habremos de recuperar la dimensión perdida de la profundidad. Si así lo hacemos, nos encontraremos con la cercanía total de Dios a nuestra vida. Porque, como decía Tillich, quien sabe de la profundidad sabe también de Dios.

 

2) Fuente de energía: La paz y la cercanía de Dios son fuente de energía. Porque, a veces, con la edad, sentimos no solamente que las fuerzas psíquicas y físicas nos abandonan sino que nos abandonan la ilusión, el gusto por las cosas, la capacidad de disfrute, la maravilla pequeña de las cosas, el gozo de tener un día más en las manos. Clara de Asís oraba diciendo “gracias, Señor, porque me has creado”. Entendía el don de cada día como un regalo grande del amor del padre. Eso le daba energía para vivir apasionada hasta el final de su vida. Una fuente de energía.

 

3) Criterio de verdad: La paz de Dios es criterio de verdad, seguridad de que se está en un camino cierto, tranquilidad para saber que andamos por la buena senda. Si no hubiere paz dentro, habría que pensar que algo va mal. Si nuestro estado es un estado continuamente alterado, algo no va bien. La paz honda, la que sabe nada por encima de las pequeñas alteraciones diarias es criterio de verdad. Mientras esa paz esté ahí, vamos bien.

 

4) La Paz de Dios: Que no es vana tranquilidad, ni adormecimiento, ni pasar de todo, ni droga que enajena. La paz de Dios es la certeza de que, más allá de los golpes de la vida, hay un tiempo para el disfrute, para la dicha y para la humanidad. Es comprender que ya ahora podemos lograr un poco de la gran dicha que Dios quiere dar a toda criatura. Es, en el fondo, una profunda reconciliación con nosotros, con los demás, con Dios, con lo creado. No en vano dice san pablo que el gran proyecto de Jesús era reconciliar todas las cosas consigo. A esa formidable, sencilla y profunda a la vez, obra de reconciliación estamos llamados cada uno7a.

 

 

8. Recuerda: 
cuanto te reprima e inquiete es falso.
Te lo aseguro en nombre de las leyes de la vida
y de las promesas de Dios.
Por eso, cuando te sientas 
apesadumbrado,
triste,
adora y confía...

1) Cuanto te reprima es falso: porque sencillamente no viene del Evangelio. Éste es liberación, anchura, respiro. Si algo nos oprime, no viene del Evangelio. Y, para nosotros, si no viene del Evangelio, tampoco viene de Dios. De ahí que, con la edad, habríamos de sentirnos cada vez más libres, más desinhibidos, menos temerosos. No se trata de ser un desvergonzado, un caradura. Se trata de verse cada vez más respetuoso y más libre a la vez. Cuanto mayores somos, habríamos de obrar con mayor libertad y habríamos de respetar con mayor flexibilidad la libertad de los demás.

 

2) Cuanto te inquiete es falso: Las inquietudes son, con frecuencia, fantasmas que creamos y que nos amedrentan y cohíben. Son fantasmas, realidades falsas en su mayor parte, cosas que no existen y que las creamos con fines turbios. Gran parte de nuestras inquietudes son falsas, fantasmagóricas. Por eso es preciso alejarlas de nosotros como se aleja a un mal sueño.

 

3) En nombre de las leyes de la vida: ya que la vida, digamos lo que digamos, ha sido creada para la confianza y la dicha, no para la lucha y en el desafío. Todo en la vida, lo dicen los científicos, es generosidad, superabundancia. Eso habla de que está destinada a la dicha. Otra cosa es que para avanzar en ese camino, y debido a la limitación histórica, se establezca una lucha inhumana por la supervivencia. Nosotros hemos aprendido que la supervivencia no depende de la imposición a otros ni de una mera adaptación al medio del que uno hace parte. Depende también de la confianza: cuanta mayor confianza (en Dios y en la persona), más posibilidades de supervivencia real, honda, humana.

 

4) Y de las promesas de Dios: Porque todas las promesas de Dios contenidas en su palabra nos dicen lo mismo: Dios acompaña tu existencia, la tierra “tiene marido”, la nuestra es una vida amparada, Jesús se ha llevado a la mujer sola (a nosotros) a su casa (tema de la correa de las sandalias en Jn 1). Las promesas de Dios se vendrían a pique si esta certeza desapareciera. Cuando Ap describe la nueva ciudad, el sueño del tiempo nuevo, habla de que allí no habrá “nada maldito”. Es decir, nada de lo que tengamos de malo nos impedirá la dicha del triunfo, porque lo nuestro, aunque sea débil, no será maldito por Dios. Esa certeza del amor que envuelve todo, hasta lo débil, es la fuente de la paz, la verdad de las promesas.

 

5) Apesadumbrado y triste: Porque eso está ahí, cada día. Pero se puede ir más allá de la pesadumbre y la tristeza. Muchos lo consiguen no solamente por su carácter bueno, sino por su afán por mirar positivamente la vida. No habría que sucumbir ala negativización de la existencia. Nos hacemos un flaco favor y lo contagiamos a los demás.

 

6 ADORA Y CONFÍA: Esta es la conclusión final. Adorar y confiar, ponerse en las manos amables del padre y aguardar sosegadamente la salvación de Dios, como dice la escritura. O como dice el Evangelio, esperar pacientemente el fruto de la siembra, sabiendo que hay quien da incremento. Trasladar este sentimiento de confianza a las relaciones humanas que establecemos porque ellas son el rostro y la mediación que habla de nuestra confianza en Dios. Quizá, para ello, haya que bajar a la casa del silencio, no tenerle miedo. Saber que ahí se esconde el lenguaje de la confianza. Que andemos humilde y confiadamente con nuestro Dios y con nuestros hermanos/as.

 

 

Fidel Aizpurúa Donazar

Logroño 

1 comentario

ignacio infante diaz -

quería leer sólamente los primeros puntos y echarle un poncimeo pero no he podido la lectura me ha enganchado considero que despues de leerlo me siento con mucha mas pas y mas alegria gracias a ti FIDEL.