Blogia
FIAIZ

Cuidadoras de la casa común

CUIDADORAS DE LA CASA COMÚN 

 

         Es una alegría ver que el tema de la ecología va entrando en nuestros planes de formación permanente. Es verdad que lo hace lentamente. Pero, viniendo de donde venimos, de los tiempos en que esto ni se olía, es para estar esperanzados. Paso a paso iremos haciendo camino y convenciéndonos de la hermosa tarea de trabajar la “conversión ecológica”, de la que habla tanto el papa Francisco.

         Además, la ecología, junto con el feminismo, son espiritualidades sociales con futuro. A veces pensamos en nuestro futuro incierto pero trabajamos poco las espiritualidades sociales que hoy van abriendo camino. La ecología es una de ellas y ha de tener mucha más importancia en los años  venideros. Así que estamos en línea.

         Vamos aprendiendo también que este es un buen tema para la fraternidad. Es verdad que el trabajo de los “profetas” de la ecología es valiosísimo. Pero hasta que las comunidades como tales no entren en danza no habremos llegado al verdadero punto de partida. Por eso, trabajarlo en grupo es una ayuda impagable y una perspectiva correcta.

         Por otra parte, todos lo sabemos, no se trata solamente de ir almacenando estupendas ideas, sino de dar pequeños pasos. Por eso, platearemos en esta jornada un pequeño taller para ver, realistamente hablando, qué pueden ir haciendo nuestras comunidades y nosotros dentro de ellas.

         Deliberadamente enfocamos esta jornada hacia temas que nos abran un poco de horizonte. De ecología sabemos todos muchas cosas buenas; pero nos conviene abrir más las ventas porque la ecología y el futuro son hermanos. Orientaremos el tema con libertad.

 

1

EL SUEÑO DE UNA COMUNIDAD FRATERNA

QUE CUIDA LA TIERRA

 

 

“Tengo la conciencia demencial, ligada paradójicamente a nuestra actual pobreza existencial, y al deseo, que descubro en muchas miradas, de que algo grande pueda consagrarnos a cuidar afanosamente de la tierra en que vivimos” (E. Sábato).

 

         Con la encíclica Laudato Sí’ está ocurriendo algo singular: hace casi tres años que fue publicada y todavía sigue siendo estudiada, reflexionada, subrayada desde aquel 24 de mayo de 2015. Algo en este texto hace que siga sobre la mesa, al contrario de lo que suele suceder con muchos textos pontificios que casi nunca llegan al gran público o permanecen poco tiempo en primera línea. Quizá sea por haber situado la reflexión cristiana en un tema y un ámbito civil, el de la ecología. Si así fuera, el hecho social nos habla de que los esfuerzos por “salir” de la burbuja religiosa pueden ser muy rentables.

         Y esto a pesar de un cierto desaliento. Todas las publicaciones actuales dicen que la ecología integral propugnada por la LS es una asignatura pendiente. Según el índice elaborado por la Universidad católica de Costa Rica el 55,25% de la población mundial vive en condiciones inaceptables. La conversión ecológica está por hacerse. No nos resultan extraños estos resultados. Venimos de una mentalidad a-ecológica. No se logra la alfabetización ecológica en cuatro años. La cosa tiene que ser más procesual.

         Aunque tímidamente, quizá se esté cumpliendo el anhelo del Papa Francisco en LS’ 214: “A la política y a las diversas asociaciones les compete un esfuerzo de concientización de la población. También a la Iglesia. Todas las comunidades cristianas tienen un rol importante que cumplir en esta educación. Espero también que en nuestros seminarios y casas religiosas de formación se eduque para una austeridad responsable, para la contemplación agradecida del mundo, para el cuidado de la fragilidad de los pobres y del ambiente. Dado que es mucho lo que está en juego, así como se necesitan instituciones dotadas de poder para sancionar los ataques al medio ambiente, también necesitamos controlarnos y educarnos unos a otros”.       

 

  1. 1.    Contenidos espirituales de la carida0d ecológica

 

La caridad es un paraguas bajo el que caben muchos conceptos, ya que el amor es polisémico y polifuncional. La caridad como concepto espiritual e incluso social tuvo una ampliación en la “caridad política”. El tema se ha trabajado desde Pío IX hasta el papa Francisco y es ya un topos de la doctrina social de la Iglesia que todo el mundo admite. Basados, precisamente, en la amplitud semántica y vital del amor, podríamos plantea la posibilidad de entender la caridad como caridad ecológica. ¿Qué es la caridad ecológica?

Para introducirnos en esta nueva posibilidad conceptual y vital de la caridad leemos la LS’ en su nº 231: “El amor, lleno de pequeños gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas las acciones que procuran construir un mundo mejor. El amor a la sociedad y el compromiso por el bien común son una forma excelente de la caridad, que no sólo afecta a las relaciones entre los individuos, sino a «las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas». Por eso, la Iglesia propuso al mundo el ideal de una «civilización del amor». El amor social es la clave de un auténtico desarrollo: «Para plasmar una sociedad más humana, más digna de la persona, es necesario revalorizar el amor en la vida social –a nivel político, económico, cultural–, haciéndolo la norma constante y suprema de la acción». En este marco, junto con la importancia de los pequeños gestos cotidianos, el amor social nos mueve a pensar en grandes estrategias que detengan eficazmente la degradación ambiental y alienten una cultura del cuidado que impregne toda la sociedad. Cuando alguien reconoce el llamado de Dios a intervenir junto con los demás en estas dinámicas sociales, debe recordar que eso es parte de su espiritualidad, que es ejercicio de la caridad y que de ese modo madura y se santifica”.

Según el texto el amor social, la caridad social (algo más englobante que la caridad política), empuja a “pensar, junto con los pequeños gestos, en grandes estrategias que detengan la degradación ambiental y alienten la cultura del cuidado”. Estas dos tareas, según LS’, hacen parte de la “espiritualidad” de un llamado de Dios, de una vocación política, del seguimiento de Jesús en definitiva. Ser seguidor ha de incluir este tipo de espiritualidad y sus consiguientes opciones. Un seguimiento sin preocupación ecológica no es hoy el seguimiento de Jesús.

Vamos a desarrollar los contenidos espirituales de la caridad ecológica apoyándonos en textos de LS’:

a)    La ecología entendida desde el amor: La ecología no puede ser entendida únicamente como el logro de una serie de estrategias que lleven a la sostenibilidad. Ha de ser una cuestión de amor y desde esa perspectiva habrá que plantear las acciones pertinentes. El amor a lo creado encuentra un paradigma en san Francisco de Asís quien “así como sucede cuando nos enamoramos de una persona, cada vez que él miraba el sol, la luna o los más pequeños animales, su reacción era cantar, incorporando en su alabanza a las demás criaturas” (11). Enamoramiento y canto. Si el enfoque general de la naturaleza es su estar fuera de mí o su mera utilidad, hablar de caridad ecológica resulta imposible.

b)    Una sintonía en clave de amor, no solo de utilidad: Porque esa ha sido la clave de la relación con la creación: si me es útil o no, si la puedo explotar o no, si le puedo sacar beneficio o no. Y esto, a veces, a costa de cualquier expolio dejándose caer en el abismo del dominio. Dice LS’ 108 citando a Romano Guardini, autor predilecto del Papa Francisco: «El hombre que posee la técnica sabe que, en el fondo, esta no se dirige ni a la utilidad ni al bienestar, sino al dominio; el dominio, en el sentido más extremo de la palabra». Por eso resulta grave enfocar las relaciones con lo creado desde la mera utilidad. Ésta no es inocua: lleva en su seno el gusano venenoso del dominio.

c)     Una actitud valorativamente respetuosa en mezcla con el amor: Al decir “valorativamente” estamos hablando del respeto mezclado al amor. No se trata solamente de guardar las distancias correctas con lo creado, como si fuera algo que está ahí sin mí y con lo que hay que andarse con cuidado porque a veces parece responder en modos de desastre (catástrofes naturales). Se trata del respeto de quien quiere de verdad implicarse porque ama. Dice LS’ 89: “Las criaturas de este mundo no pueden ser consideradas un bien sin dueño: «Son tuyas, Señor, que amas la vida» (Sb 11,26). Esto provoca la convicción de que, siendo creados por el mismo Padre, todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde”. Calificar el respeto de “sagrado” eleva la relación con la creación a ese nivel en que se mira con profunda visión de amor no solamente aquello que se tiene delante, sino aquello de lo que se hace parte.

d)    Una colaboración fruto del amor: Colaborar con la creación puede parecer una utopía angélica. Pero es necesario llegar a un diálogo, a un entendimiento con el hecho creacional, cosa que solamente se logrará con la colaboración franca con las criaturas. Lo dice LS’: “La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común (13); todos podemos colaborar como instrumentos de Dios para el cuidado de la creación, cada uno desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y sus capacidades (14)”. Esta colaboración, pasados, en teoría al menos, los tiempos del desencuentro y de la ignorancia de lo creado, se hace más necesaria que nunca por la persistencia del viejo paradigma, negacionista y expoliador y sobre todo por la dificultad para lograr la implicación tanto de las instancias políticas como personales.

e)    Un caminar en modos interaccionados por causa del amor: Porque en LS’ es un “dogma” la expresión “Todo está conectado” (16, 19, 117, 138, 240). Esta interconexión es una tupida y profunda red de relaciones: “La ecología estudia las relaciones entre los organismos vivientes y el ambiente donde se desarrollan. También exige sentarse a pensar y a discutir acerca de las condiciones de vida y de supervivencia de una sociedad, con la honestidad para poner en duda modelos de desarrollo, producción y consumo. No está de más insistir en que todo está conectado. El tiempo y el espacio no son independientes entre sí, y ni siquiera los átomos o las partículas subatómicas se pueden considerar por separado. Así como los distintos componentes del planeta –físicos, químicos y biológicos– están relacionados entre sí, también las especies vivas conforman una red que nunca terminamos de reconocer y comprender. Buena parte de nuestra información genética se comparte con muchos seres vivos. Por eso, los conocimientos fragmentarios y aislados pueden convertirse en una forma de ignorancia si se resisten a integrarse en una visión más amplia de la realidad” (LS’ 138). Todas las teorías de la ciencia moderna consignan esta interdependencia, incluso aunque no sepan explicarla racionalmente. ¿Qué razón de base, qué certeza sino el amor puede sustentar la verdad de la interacción de las creaturas? Sin tal amor, la autorreferencialidad es el gran peligro para los humanos.

f)      La necesidad de actuaciones políticas en materia de ecología como exigencias del amor social: Porque las actuaciones ecológicas no arriban a esa playa de las decisiones políticas, se pierden en el maremágnum de las meras iniciativas privadas. Por eso la LS’ aboga explícitamente por la implicación de la política internacional y de las políticas nacionales y locales. ¿Por qué razón un político ha de incorporar a su bagaje de pensamiento y de acción el tema de la ecología? Por razones de amor social. Si es un mero gestor político, si no “ama” a la ciudadanía a la que representa (por angelical que parezca), ¿dónde va a encontrar razones para una actuación de este tipo? Esto demanda, claro está, políticos honestos y de talante humanizador. Pues de lo contrario, todo terminará arrumbado por inútil, por improductivo.

g)    En “estado de poesía” con la creación porque es latido de amor: Casaldáliga decía que el cristiano habría de vivir “en estado de poesía” porque la verdad poética es vehículo de espiritualidad y de mística. El redescubrimiento de ese otro lado de lo creado, de esa cara oculta de las cosas, puede encontrar en la exaltación poética de las criaturas un cauce de espiritualidad. Dice la LS que si todo se reduce a ciencia empírica “desaparecen la sensibilidad estética, la poesía, y aun la capacidad de la razón para percibir el sentido y la finalidad de las cosas” (LS’ 199). En LS’ 233 se lee: “El universo se desarrolla en Dios, que lo llena todo. Entonces hay mística en una hoja, en un camino, en el rocío, en el rostro del pobre”. Esto lleva a la contemplación de la naturaleza desde la hondura del amor, cosa que habría de reflejarse hasta en el mismo lenguaje poético de las expresiones espirituales.

h)    Mantener la esperanza de un futuro ecológico para lo creado porque se lo ama con viveza: LS’ ha sido tachada, entre otras cosas, de documento negativista y oscuro por sus diagnósticos acerados sobre la situación presente del planeta, sobre todo en cuestiones como la del cambio climático. Pero en su conjunto, LS’ cree en las posibilidades de una regeneración, de un cambio de rumbo en materia de ecología:”El ser humano todavía es capaz de intervenir positivamente” (58).  “La Carta de la Tierra nos invitaba a todos a dejar atrás una etapa de autodestrucción y a comenzar de nuevo, pero todavía no hemos desarrollado una conciencia universal que lo haga posible. Por eso me atrevo a proponer nuevamente aquel precioso desafío: «Como nunca antes en la historia, el destino común nos hace un llamado a buscar un nuevo comienzo […] Que el nuestro sea un tiempo que se recuerde por el despertar de una nueva reverencia ante la vida; por la firme resolución de alcanzar la sostenibilidad; por el aceleramiento en la lucha por la justicia y la paz y por la alegre celebración de la vida»” (207). Y el final del texto es elocuente: “Caminemos cantando. Que nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos quiten el gozo de la esperanza” (244).

Pudiera pensarse que estas notas espirituales, que quieren ahondar en la caridad ecológica, no llegan atrapar el asunto y no consiguen enmarcar una verdadera mística ecológica nueva capaz de suscitar planes de actuación. Habrá que seguir intentándolo. Pero siempre hay tener presente el aviso de Jn 3, 8 de que el viento sopla y se oye su ruido, aunque no hay quien lo atrape. Pretender atrapar una espiritualidad es cosificarla, destruir su capacidad de sugerencia.

 

2. Espiritualidad del cuidado

 

         La espiritualidad del cuidado es el camino más adecuado para ir poniendo carne a la espiritualidad de la caridad ecológica. LS’ elabora un amplio panorama espiritual sobre el cuidado de la creación:

  • El fundamento básico de esta espiritualidad resulta elemental: “el solo hecho de ser humanos mueve a las personas a cuidar el ambiente” (64). La humanidad muestra su rostro en el cuidado de lo creado. Cuanto más cuides el ambiente, más humano eres.
  • El Papa elabora una espiritualidad bíblica nueva sobre el cuidado que aún no hemos asimilado: “Es importante leer los textos bíblicos en su contexto, con una hermenéutica adecuada, y recordar que nos invitan a «labrar y cuidar» el jardín del mundo (cf. Gn 2,15). Mientras «labrar» significa cultivar, arar o trabajar, «cuidar» significa proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza” (67). Toda tentación de expolio amparada en el hecho religioso es absolutamente rechazable. Por el contrario, entender bien la Palabra predispone y empuja en la dirección del cuidado.
  • El cuidado no es algo baladí, sino que tiene profundas consecuencias. Dice la LS’ citando a Juan Pablo II: “Toda pretensión de cuidar y mejorar el mundo supone cambios profundos en «los estilos de vida, los modelos de producción y de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad»” (5). De ahí, como hemos dicho, el afán de LS’ por situar el tema de la ecología en las estructuras políticas.
  • A nivel personal, el cuidado tiene también consecuencias y depende de la capacidad de hacer propias las situaciones de los demás: “Siempre es posible volver a desarrollar la capacidad de salir de sí hacia el otro. Sin ella no se reconoce a las demás criaturas en su propio valor, no interesa cuidar algo para los demás” (208). En ese “salir de sí” es donde se halla una de las principales claves de la espiritualidad ecológica.
  • Y habría que trasladar esta espiritualidad de los gestos diarios, a las actuaciones locales, que son las que pueden dar verdad a modos más globales de situar el problema: “Es muy noble asumir el deber de cuidar la creación con pequeñas acciones cotidianas, y es maravilloso que la educación sea capaz de motivarlas hasta conformar un estilo de vida” (211). La suma de esos pequeños gestos son los que llevan a conformar estilos de vida. Por eso los gestos son tan decisivos.
  • Esta espiritualidad habría que aplicarla incluso a lo más básico, a la realidad corporal: “Aprender a recibir el propio cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es esencial para una verdadera ecología humana” (155).

Los pensadores más inquietos sobre el problema ecológico nos advierten con claridad: “Para cuidar el Planeta, todos tenemos que pasar por una alfabetización ecológica y revisar nuestros hábitos de consumo. Hay que desarrollar una ética del cuidado”. ¿No debería ser esta una preocupación explícita de la caridad ecológica?

 

Conclusión

 

         El sueño de una comunidad fraterna que cuida de la tierra va hermanado con el sueño de esa misma humanidad que cuida de los pobres. No pueden ir por separado. Es cierto que muchas personas han desistido de tales sueños, pero otras muchas siguen en la brecha. Es, para los cristianos, el mismo sueño de Jesús que creía que las desventuras de los pobres habrían de tener fin algún día. Es el mismo sueño de tantos “centinelas” que leen los signos de los tiempos con novedad y tratan de caminar de su mano.

         Terminamos con una cita de un poeta, de esos que tienen la “verdad poética” que muchas veces se aproxima a la verdad de la vida:  “No dejéis morir a los viejos profetas pues alzaron su voz contra la usura que ciega nuestros ojos con óxidos oscuros, la voz que viene del desierto, el animal desnudo que sale de las aguas para fundar un reino de inocencia, la ira que despliega el mundo en alas, el pájaro abrasado de los apocalipsis, las antiguas palabras, las ciudades perdidas, el despertar del sol como dádiva cierta en la mano del hombre” (J. A. Valente).

 

 

2

UN CAMBIO DE PERSPECTIVA:

CUATRO INVERSIONES FUNDAMENTALES

ANTE EL SÍNODO DE LA AMAZONÍA

 

Del 6 al 27 de octubre tendrá lugar el Sínodo sobre la Amazonía. Las Terciarias Capuchinas están presentes en seis de los nueve países amazónicos (Brasil, Perú, Bolivia, Colombia, Venezuela y Ecuador). Pensamos que merece la pena una reflexión sobre este acontecimiento eclesial único. Es una manera de ensanchar nuestros horizontes ecológicos.

Desde el primer anuncio del Sínodo de la Amazonía, allá por el 15 de octubre de 2017, la intencionalidad del mismo fue claramente propuesta por el Papa Francisco: “Estudiar nuevas formas de evangelizar al pueblo de Dios, especialmente a los indígenas frecuentemente olvidados”. La perspectiva general del enfoque es, pues, la evangelización.

El Documento Preparatorio (DP) de dicho Sínodo secunda ese enfoque. Su segunda parte, la más amplia, la dedica toda ella al tema de la evangelización. El ideal es llegar a una Iglesia “con rostro amazónico”.

Sin embargo, la tarea del pensador cristiano es crear trasfondos ideológicos adecuados que luego el pastoralista traducirá en caminos concretos de actuación. De ahí que, aun a riesgo de ser excesivamente teóricos, propongamos una reflexión ideológica como telón muy de fondo de este Sínodo.

Para ello proponemos cuatro inversiones fundamentales que abrirían la puerta a un enfoque distinto.

 

1. Los pueblos amazónicos, de infieles a empobrecidos

 

         Puede ser que se dé por superado el axioma “extra Ecclesiam nulla salus”. Pero hay que preguntarse si los afanes evangelizadores se ven libres de él o sigue solapadamente vigente. La pluralidad de espiritualidades y cosmogonías de los pueblos amazónicos empujan a un abandono total de este parámetro.

         Yendo todavía más al fondo, hay que preguntarse si, desde el punto de vista cultural, el Sínodo enfoca a los pueblos amazónicos desde una posición de igualdad o persiste todavía la superioridad tradicional del blanco, del católico, del conquistador. Esta posición no es un vestigio histórico, sino que puede ser una dominante cultural.

         Desde aquí se plantea al Sínodo un doble camino: el de una evangelización religiosa o el de un compromiso de liberación social. Es el viejo dilema que la teología de la liberación quiso abordar con métodos de análisis y con actitudes que generaron mucha controversia en la Iglesia. Pero el dilema vuelve de nuevo si no se quiere que el Sínodo termine en una exhortación religiosa de reducida eficacia.

         Es cierto que DP describe bien la situación de precariedad de los pueblos amazónicos desde el mismo preámbulo del texto. Y es cierto que maneja un discurso social de evidente aprecio, de sintonía y de una cierta reivindicación de los derechos de los pueblos indígenas. Eso da al documento un indudable valor, valor que, justo hay que reconocerlo, toma otro derrotero en la segunda parte.

         Pero esta perspectiva no habría de hacer perder de vista al Sínodo que el gran problema de los pueblos indígenas no es su pertinaz dificultad para aceptar una evangelización católica, o la escasez de sacerdotes, o el deslizamiento de los creyentes sencillos hacia las religiones evangélicas. El problema nunca resuelto sigue siendo la pobreza, aumentada en esta época por la voracidad de las multinacionales con su cultura del descarte y su mentalidad extractivista. El problema sigue siendo la pertinacia de la xenofobia contra los mismos indígenas tratados como extranjeros en su propia tierra. El problema sigue siendo el parco apoyo que los movimientos sociales indígenas reciben de la misma Iglesia. El problema continúa en el desamparo social, político y económico en que están enmarcados los pueblos “invisibles” que viven en aislamiento voluntario. El tema de las minorías étnicas habría de tener un capítulo aparte y prioritario en la reflexión del Sínodo.

         El DP salva siempre la acción de la Iglesia como decidida aliada de los pueblos indígenas. Pero todos sabemos que esa es una parte de la realidad. Por eso el Sínodo habría de afrontar como problema prioritario de la Amazonía no su componente religioso, sino su empobrecimiento social. La tragedia no es el riesgo de la fe en los nueve países de la Amazonía, sino la cruel persistencia de su pobreza que marca para siempre la vida de los ciudadanos más frágiles.

 

2. De una salvación entendida religiosamente a una salvación entendida como futuro social

 

         Es cierto que el DP es parco en el tema de la “salvación de las almas” (una sola vez), pero hay que decir que la salvación primordial de los pueblos indígenas es bloquear el riesgo gravísimo de exterminio y extinción y, luego, procurar para esos pueblos un modo de vida acorde con los derechos humanos. Son las tareas de igualdad y de la equidad. Esa es la salvación primera que esperan tales pueblos.

         Desde ahí se entiende que el ya amplio martirologio de los pueblos amazónicos incluya, en su mayor parte, los nombres y vidas de cristianos que han entregado la suya por la justicia, recreando así la vida del maestro de Nazaret que dijo que “no hay amor más grande que el de quien da su vida por los que ama” (Jn 15,13). Ese “amor más grande” es el que la comunidad cristiana sigue estando llamada a ofrecer en el, con frecuencia, penoso caminar de la liberación de los pueblos amazónicos y su expoliada tierra.

         Resuena en esta idea de salvación entendida como futuro social el eco evangélico de  la llamada a ponerse al servicio de los últimos y la invitación arriesgar la propia vida para que otros la tengan en abundancia. Se pasa así de una visión estrecha y parcial de salvación a otra más amplia e integral. Es comprensible que una sensibilidad de fe que pone su acento en los pobres y ancestralmente olvidados, redescubra y recupere también vertientes o dimensiones de la salvación no aún debidamente reconocidas como tales. Quizá este cambio venga antes por una praxis evangélica que por un proceso mental reflexivo.

         El mismo Papa Francisco parece entender que este futuro social es la tarea principal a realizar: «Creo que el problema principal está en cómo conciliar el derecho al desarrollo incluyendo también el derecho de tipo social y cultural, con la protección de las características propias de los indígenas y de sus territorios» (DP 5). Efectivamente ese es el problema “salvífico”, el verdadero desafío que, si se pasa por alto, no se llega a una comprensión integral de la salvación.

         Así se logra cambiar una visión extrinsecista de la salvación, como desde fuera, por una percepción de que la vida de los pueblos amazónicos está positivamente inserta en el designio salvífico de Dios y de que su historia, tal como es, resulta ser historia de salvación. Así se logra desactivar ese Jesús empaquetado en una cultura diferente y con frecuencia hostil.

         Efectivamente, se conjura así el peligro de una salvación venida de fuera que ha conllevado la colonización religiosa y cultural en modos impositivos de pretensiones universales con la larga secuela de atropellos a personas y culturas. Quizá se ha creído que Dios no estaba ya presente en esa historia y por eso era necesario introducir la salvación de fuera para que la vida de estos pueblos adquiriera una densidad salvífica y tuviera transcendencia. Hay que ver si estamos lejos de estos planteamientos o, en el subconsciente eclesiástico, siguen todavía vivos.

         Los pueblos amazónicos necesitan ser salvados no con su inclusión en la historia de la salvación, porque Dios está trabajando dentro de esos pueblos conduciéndolos a la plenitud de Cristo. Necesitan una salvación histórica que tenga nombre de futuro porque lo tienen escaso, racionado y, en algunos casos, borrado.

         El preámbulo del DP habla del anhelo de un “futuro sereno” para los pueblos indígenas y todas las comunidades que viven en la Amazonía. Un tal futuro no es otro que el de la igualdad, los derechos y obligaciones compartidas y, en definitiva, el básico reconocimiento de la dignidad que pase de ser un principio teórico a una evidencia en la vida de los pueblos hoy marginados del banquete de la vida.

 

3. La Iglesia: de evangelizadora a evangelizada

 

         El DP participa en la secular evidencia de que es la Iglesia quien debe evangelizar porque ella es la depositaria y administradora de la fe de Jesús. Esta visión, nunca hasta ahora discutida, recibe un profundo interrogante cuando se reflexiona sobre la realidad amazónica.

         Puebla habló del potencial evangelizador de los pueblos, sin dar a ese potencia un componente necesariamente religioso. Los pueblos indígenas, como pueblos empobrecidos y con frecuencia ninguneados, tienen un potencial evangelizador real que puede ser puesto en marcha para quien sean ellos quienes evangelicen a la Amazonía no para que, por necesidad, hayan de ser previamente evangelizados.

         De ahí que haya que plantear la cuestión no tanto de cómo evangelizar la Amazonía, sino como dejarse evangelizar por los más empobrecidos de las cuencas amazónicas. Así los supuestamente evangelizados pasan a ser, desde su pobreza, los auténticos evangelizadores. Este es el gran discernimiento que el Sínodo podría hacer: leer la realidad indígena como elemento evangelizador para una nueva comprensión y vivencia de la fe en la Amazonía.

         El Vaticano II recuperó la tradición patrística de las “semillas del Verbo” por las que san Justino se atrevía a decir que “Sócrates, Heráclito y gente como ellos son cristianos”. Habría que dar un paso más: desvelar la capacidad evangelizadora de las culturas que, aunque no sean cristianas, han vivido de acuerdo con un ética social y religiosa deducida de su propia vivencia histórica. Obviar esto, además de ser un menosprecio, es arriesgar a construir una evangelización cristiana sobre cimientos inexistentes.

         Hay que preguntarse si estas colectividades amazónicas no será el “nuevo pueblo de Dios” en esta hora de zozobra, cuando su vida y su hábitat peligran. Habrá que preguntarse si no serán el Isaías II y el Ezequiel de este exilio del progreso inhumano que están llamando a una vivencia humanizadora de las relaciones humanas. Habrá que preguntarse si la débil voz de quienes están a punto de sucumbir bajo el peso de la actividad de una economía de muerte no es la voz con la que realmente habla hoy Dios a la Iglesia.

 

4. De plantadores de la Iglesia a parteros de una eclesiogénesis desde abajo

 

         El Papa Francisco lo dijo bien claramente a la vuelta de su viaje a Myanmar y Bangladesh: “Evangelizar no es hacer proselitismo”. Pero de nuevo hay que preguntarse si el veneno del proselitismo ha sido conjurado totalmente en las intenciones y en las prácticas evangelizadoras.

         ¿No se sigue creyendo que el aumento del número de cristianos es síntoma de buena salud eclesial? ¿No se sigue valorando socialmente la fuerza de la presencia de la Iglesia en la sociedad por el número de practicantes o por el de los supuestamente creyentes en Dios? ¿No produce temblor el abandono de la práctica religiosa en occidente o el desplazamiento hacia las religiones evangélicas en los países de la Amazonía? ¿No tiene el mismo Sínodo algo de eso, más allá de su indudable interés, al amparo de la Laudato Si’, por el futuro ecológico de la cuenca amazónica?

         La Iglesia de hoy está llamada a vivir el tránsito desde una concepción expansionista de la Iglesia a otra eclesiogénesis en la que ella renace desde abajo, sea como comunidad o como iglesia particular o local en los diversos contextos humanos, éticos, culturales y religiosos.

         En la génesis de esa nueva Iglesia los pueblos que están “abajo”, no pocos de los pueblos amazónicos entre ellos, habrían de jugar un papel primordial a la hora de construir el modelo de Iglesia, la obra evangelizadora, los ministerios y cualquier otro aspecto necesario para la comunidad cristiana. En lugar de marcarles pautas de evangelización sería interesante que dichos pueblos propusieran su modelo de Iglesia.

         Esta actitud supone un compromiso con un itinerario de descubrimiento y de acogida en fe de los modos de presencia y acción divinos en las costumbres, sistemas de vida y organización, cultura y expresiones religiosas de los pueblos indígenas.

         Así el evangelizador se convierte de fundador de iglesias en colaborador, de persona de iniciativas y decisiones autónomas en gente de diálogo, de escucha y, en cierta medida, de disponibilidad y de obediencia.

         No habría de temer el evangelizador en desasirse y replegarse a una segunda fila, de ser hermano, de verse más como un “invitado” que como un “enviado” por una decisión unilateral que se tomó lejos y sin contar con nadie.

         Para escoger esta vía habrá que comenzar a hacer prácticas decididas de democratización de la Iglesia, de control de aparato jerárquico, de desclericalización, de participación en el anhelo de la más estricta igualdad. Habría que estar dispuesto a iniciar un cambio eclesial que comience por ablandar el duro bloque granítico en que se ha convertido el esclerotizado sistema eclesial.

         Es preciso creer en esta posibilidad y no desecharla por imposible, absurda o contraria a la praxis eclesial de siglos. Si se la margina sin más, tendremos, una vez más, un Sínodo que publica un documento más o menos interesante pero que incide muy poco en la marcha realidad de la Iglesia de base y que aclara poco el cometido de la comunidad cristiana en el tiempo en que le ha tocado vivir.

 

Conclusión

 

         No hemos querido caer en el viejo y, creemos, insostenible mito del “buen salvaje” al estilo de Rousseau. Creemos que el DP es proclive a ello en la medida que dibuja a los indígenas en modos siempre positivos. Eso es muy de valorar, aunque sabemos que todos los pueblos, los indígenas también, arrastran zonas de sombras y posicionamientos discutibles. Pero lo cierto es que la frágil situación de las comunidades amazónicas está empujando a una seria reflexión antropológica, ecológica y eclesial. En ese sentido, creemos que la oportunidad de un Sínodo sobre la Amazonía es pertinente y el haberlo convocado es una prueba más del anhelo del papa Francisco de situar la vivencia de la fe en los contextos más vivos de la historia actual.

         Por más que el Sínodo verse sobre la Amazonía, desde su convocatoria ha querido el Papa que sea algo para el conjunto de la Iglesia. Efectivamente, la Amazonía es un asunto de corte universal y el asunto de su futuro creyente es cuestión de ámbito eclesial. Sería una pena el desentenderse de esta asamblea amparados en un localismo que no existe.

         Precisa la Iglesia una conversión indígena que incluye la conversión ecológica de la que habla Laudato Si’ y la conversión a los pueblos empobrecidos a los que alude la Evangelii Gaudium. Esta conversión demanda una auténtica inversión de paradigmas. Pide el DP que, en frase del Papa, los pueblos de la Amazonía «ayuden a sus Obispos, ayuden a sus misioneros y misioneras, para que se hagan uno con ustedes, y de esa manera dialogando entre todos, puedan plasmar una Iglesia con rostro amazónico y una Iglesia con rostro indígena. Con este espíritu convoqué el Sínodo para la Amazonia en el año 2019». Para plasmar una Iglesia con ese rostro, quizá sean los estamentos eclesiásticos quienes deban ayudar a los pueblos indígenas y no al revés. La solución, en la medida que exista, está principalmente en sus manos.

         Tal vez, como gesto inicial, sería bueno que el tal Sínodo se hubiera celebrado en un país amazónico y no tanto en Roma. Y, sobre todo, hubiera sido deseable que la asamblea sinodal fuera más representativa de la realidad de la Iglesia en la que clérigos y obispos no llegan a un 0,4% de los católicos. Y sería un gozo ver que en el Sínodo los pueblos indígenas no solamente están presentes, no solamente son escuchados, sino que, de alguna manera, ellos toman el timón de la reflexión porque quizá ellos son los parteros de la nueva Iglesia con rostro indígena que es la que se anhela.

 

 

3

BREVE TALLER

 

 

         No son solamente importantes las ideas. Las pequeñas prácticas ecológicas son también muy valiosas. Por eso nos preguntamos:

 

  1. 1.    ¿Qué crees que, realistamente hablando, puede hacer tu comunidad para cuidar mejor la creación?
  2. 2.    ¿Qué crees que, realistamente hablando, tu comunidad puede hacer ante el sínodo de la Amazonía?

 

  • Alguien toma nota.
  • Ponemos luego en común.

 

 

 

 

 

 

 

4

AMPLIANDO HORIZONTES:

RETOS QUE PLANTEA

LA ESPIRITUALIDAD CUÁNTICA

 

Algunas nociones sobre física cuántica

 

         La mayoría aprendimos en la escuela en base a la física convencional, euclidiana. Nuestro paradigma mental está organizado desde ahí. Y, en consecuencia, el espiritual. Pero siempre se puede aprender e interrogarse puede ser muy saludable.

         Hay que tener en cuenta que la física cuántica, vieja de más de un siglo, es una ciencia admitida por la comunidad científica. Y hay que ver que muchas de sus aplicaciones (en medicina, electrónica, etc.) están cada día más presentes en la vida de los ciudadanos.

         No es algo fácil de comprender pero podemos hacer acercamientos que nos lleven a una mayor sensibilidad y apertura. Desde ahí se podría pensar las implicaciones de esta nueva física en la espiritualidad. Hay que tener presente que el tratamiento que tal física da al universo ha creado conceptos espirituales que revolucionan el paradigma teológico y espiritual.

         Por otra parte, uno puede preguntarse cómo conectar con tal física mentalidades (la del cristianismo, la del franciscanismo) y textos (los Evangelios, los escritos de san Francisco) que han sido elaborados desde presupuestos euclidianos. Quizá haya que ahondar, bajar al nivel de lo elemental para encontrar caminos de conexión.

         Veamos algunas nociones aproximativas:

 

  1. 1.    A gran escala

 

  • Solos y aislados: Puede ser que nos creamos el centro del Universo. Pero, en realidad, estamos solos y aislados en un pequeño sistema solar como los hay millones, de una galaxia (la vía láctea) que también como ella hay millones (100.000). La estrella más próxima a nuestro sistema solar es Alfa de Centauro que está a 4 millones años luz (la Voyager 2, la nave más rápida, tomaría 70.000 años para llegar hasta ella).
  • Viajando a velocidades increíbles: Puede parecer que la tierra está quieta, que nada se mueve, pero, en realidad, a causa del big bang estamos viajando a velocidades de vértigo: nuestra galaxia y nosotros dentro de ella viaja a razón de dos millones de km por hora. Un universo que se expande.
  • Muchos universos: La cifras que maneja la física cuántica le hace suponer que no solamente hay millones de galaxias, de constelaciones, de estrellas, etc. Sino que probablemente hay muchos universos antes del “muro” sin saber lo que hay detrás de ese “muro”. La medida humana no significa casi nada en comparación con esta medida inmedible.

 

  1. 2.    A pequeña escala

 

  • La danza de los elementos: Los cuánticos usan el término “danza” porque los elementos  (átomos) y sus partículas (neutrones, protones, neutrinos) y otros componente subatómicos están en una frenética danza que, gracias a la gravedad, compone cuerpos con una enorme vida dentro. La idea de quietud no se corresponde con lo que ocurre en el más allá de lo que ven nuestros ojos.
  • Somos vacío: Más que materia, somos vacío, lo que da una idea de otra realidad. Si se eliminara el vacío volveríamos a medidas de insignificancia. Ese vacío, a gran escala, es lo que llamamos agujeros negros: vacíos de materia desconocida donde se organizan las relaciones de los elementos que danzan atómicamente.
  • El caos se organiza: Porque además de vacío, somos caos, lo que no es sinónimo de negatividad porque el caos se organiza caóticamente. La idea de orden, tan querida de la espiritualidad, queda cuestionada por una realidad física distinta.

 

  1. 3.    Cambio de paradigma

 

  • No somos el centro, sino una especie más: Hemos venido a esta “casa común” cuando llevaba millones de años ocupada. Y quizá nos vayamos, y este planeta siga dando vueltas. El no ser el centro no lleva a desimplicación, sino a la moderación de un antropocentrismo que siempre es una amenaza para el planeta.
  • Somos interdependientes: El papa Francisco no se cansa de decirlo en la LS’: todo está conectado, dependemos unos de otros (la polinización es la fuente vida para el planeta; los verdaderos “labradores” de la tierra son los insectos que pueblan el humus, etc.). De modo que se puede hablar de una especie de “familia universal” dice LS’ 89.
  • El mundo sin nosotros: Del mismo modo que antes estuvo sin nosotros, quizá pueda estarlo. El daño que hacemos al mundo, en realidad nos lo hacemos a nosotros. Tal vez el mundo pueda funcionar sin nosotros, pero la acción humana puede ser muy útil para que, mientras poblemos este planeta, funcione mejor.

 

  1. 4.    Cambiar la espiritualidad

 

  • Un Dios dentro: No tanto un Dios, un cielo, una realidad divina externa, sino un Dios en el fondo de lo que existe: “vendremos a él y pondremos nuestra morada en él” (Jn 14,23). La tarea de ahondar en la realidad, en la historia, en el camino cósmico.
  • Nuevas maneras de entender y designar a Dios: Ir dejando las exclusivas maneras teístas para nombra la realidad de Dios de otros modos: fuente del amor, principio de vida, base del ser, origen de la bondad, etc. Ir llenado de “carne” estas expresiones que nos suenan poco.
  • Somos tierra: De ella venimos y a ella volvemos. Imaginar modos de vida eterna menos localistas, menos geográficos y desplazarse a maneras más espirituales que no entren en litigio con lo que nos muestra la física cuántica y las nuevas cosmologías.

 

La espiritualidad franciscana ante la física cuántica

 

         Francisco no conocía las peculiaridades de la física cuántica, pero su pensamiento y su vida se aproximan en muchas cosas:

  • Leer el libro de la creación: Libro “escrito” antes que la Palabra. Francisco sabe leerlo con profundidad y cordialidad (Cánt). La creación trajo a Francisco un solaz y una posibilidad de encuentro con el amor de Dios que, a veces, no lo encontraba ni en los mismos hermanos. Es fácil imaginar a Francisco “contemplando las estrellas y el firmamento” (1 Cel 80). Buen lector del firmamento porque habitaba en él el amor que “mueve el cielo y las estrellas” (Dante).
  • La hermosura de lo pequeño: Francisco no sabe de átomos ni de partículas subatómicas. Pero lo que consiera pequeño, los insectos, los gusanillos, las piedras, el agua que corre, las humildes criaturas, son lenguaje para él de lo sublime. En lo pequeño halla lo grande (2 Cel 165).
  •  Cambio de paradigma: Algo de eso fue lo que llamamos conversión de san Francisco: encontró en el frágil (leproso) la certeza de que el centro de su vida estaba ocupado por otro, por lo Otro. Se dio cuenta de que él también era “leproso”, es decir interdependiente (1R 23,8). Comprendió que la tierra es “madre” (Cánt), que vamos dentro de ella como una realidad maternal, nunca fuera de ella.
  • Otra espiritualidad: Aun perteneciendo a una mentalidad teísta, Francisco llega a entender que Dios está en el fondo de la realidad, que es fuente de amor, todo bien (AlD) y que, como luego dirá Clara, el gran don de Dios es haber sido creado (PCl 3,20). Un Dios que sostiene lo creado en los modos incomprensibles para nosotros de una creación desbordante (2 Cel 165).

 

CONCLUSIÓN

 

  • El trabajo reflexivo de esta jornada ha mostrado una pequeña parte del ancho mundo de la ecología que tiene ramificaciones múltiples. No se puede abarcar todo de una tacada. Ir poco a poco, paso a paso. Lo importante es no detenerse.
  • Es muy importante en la comunidad contagiar entusiasmo por las cosas, hablar bien de la espiritualidad ecológica en este caso. A veces es tan importante crear buen ambiente como dar pasos concretos. Todo es necesario
  • El valor de la ecología empieza a aparecer en la lista de los valores amigonianos. Quizá sea demasiado pedir a la figura de Luis Amigó que conecte con este tema actual de la ecología. Pero, por ejemplo, en su Autobiografía cinco veces termina diciendo: “¡Bendigan a Dios todas sus criaturas!”. Es como un pequeño mantra ecológico. No está nada mal que las Terciarias se apropien de él.

 

 

Fidel Aizpurúa Donazar

1 comentario

Teresa -

Todo un lujo esta apuesta por la ecología, una cuestión de amor y humanidad. Porque todo está conectado y se hace esencial una ética del cuidado.

Gracias por recordar el lugar que ocupa la Amazonía: el pulmón de la tierra y el corazón de la Iglesia. Por apuntar que la Iglesia precisa una conversión indígena.

Y bienvenida esta pequeña introducción a la física cuántica y sus implicaciones en la espiritualidad y la relativización de nuestro papel en el mundo.