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Retiro Navidad 2017

 

Retiro en la Navidad de 2017 

 

HIJO DE LA TIERRA

La encarnación vivida

como “ser tierra”

 

Siempre hemos dicho que la encarnación de Jesús es un “misterio”: Dios que se hace hombre. Y así es. Pero ese tipo de formulaciones ha conllevado tantos desajustes en el imaginario religioso (Dios “disfrazado” de hombre, Dios que baja del cielo, un Jesús que lo sabe todo porque es Dios, etc.) que uno se pregunta si no será mejor buscar por otro camino.

Podríamos pensar a Jesús como un hijo de la tierra. Y si se quiere, el mejor de sus hijos. Él, como nosotros, viene de la tierra y vuelve al fondo de la tierra. No viene de las nubes y vuelve a ellas (ese transcendentalismo es tosco). Al ser tierra, él nos abre al misterio de la tierra, a esa hondura de lo creado que se capta en la medida en que uno echa mística a la cosa.

Esta manera de entender la encarnación nos llevaría también a otra forma de vivir la Navidad, lejos de un historicismo superficial o de un consumo que no nos alegra; más cerca de una mística que nos habla de la suerte de ser tierra, de agradecer el don de la tierra en la que estamos encarnados, en la que se ha encarnado el mejor de los humanos, Jesús el de Nazaret.

Es un intento, en nuestra edad tan adulta, de dar cuerpo a un camino distinto al recibido, sin por ello desdecirnos de lo que nos dieron como bueno. Tal vez la Navidad de 2017 pueda tomar otros caminos de más adultez y de más gozo.

 

1. En verdad tuvimos suerte

 

        Como hicimos en nuestra reflexión de Adviento, vamos de nuevo a echar mano de un texto de Rafael Argulloll en su libro Poema, p. 685:

 

En verdad, tuvimos suerte:

pudimos no haber nacido,

y hemos nacido;

pudimos no haber amado

y hemos amado.

Lo demás,

sea lo que sea,

carece de importancia.

 

  • Tuvimos suerte: Vivir es una suerte, por muchas que sean las limitaciones que nos afligen. Muchas personas lo tienen mucho más difícil para poder decir esto. El precio que pagan por ser tierra es muy grande. Pero nosotros habríamos de agradecer, como lo hacía santa Clara (“Gracias, Señor, por haberme creado”) la suerte de pertenecer, por el tiempo que sea, y de la manera más humilde que se quiera, a esta aventura hermosa de ser tierra. En verdad, tuvimos suerte. 
  • Hemos nacido: Hemos podido ver la luz del sol, sentir en la piel la brisa del viento, el calor de la mañana y el fresco de la tarde, hemos podido oler perfumes embriagadores, hemos podido tocar y acariciar, hemos escuchado músicas maravillosas, nos hemos acercado a los corazones de algunas personas, hemos intuido los vericuetos del misterio, hemos conocido la propuesta de Jesús, hemos tenido familia-hermanos/as-país. Y así mucho más. La suerte enorme de nacer, la suerte enorme de vivir sin agobios, la suerte enorme de contar muchos amaneceres. 
  • Hemos amado: Porque han sido, a veces, arduos nuestros caminos en el amor. Porque nos hemos equivocado y nos hemos engañado. Porque hemos fallado a quien nos quería. Pero, aun con todo eso, hemos conocido algo del amor, hemos entendido a la gente que se entrega (Jesús entre ellos), hemos gustado, siquiera a pequeños sorbos, el vino agradable de la amistad y de la cercanía. Quizá no tengamos el corazón lleno de nombres, como decía Casaldáliga. Pero algún nombre sí que anida en los pliegues del alma. La suerte de amar. 
  • Lo demás…carece de importancia: O, al menos, tiene una importancia relativa. Porque lo verdaderamente importante es nacer y amar. Eso es ser tierra: nacer y amar, los días o años que sean, en las maneras que podamos, en la medida en la que trabajemos por ello. Por eso mismo, lo que tiene menos importancia no debería abrumarnos. Y habríamos de poner el acento en lo que de verdad importa: llegar a amar lo mejor posible, toda vez que hemos nacido ¿No es ahí donde Jesús ha puesto el acento?

 

2. Mirad los pájaros: Mt 6,25-26.28-29

 

                Por eso os digo: No andéis preocupados por la vida pensando qué vais a comer o a beber, ni por el cuerpo, pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento y el cuerpo más que el vestido? Fijaos en los pájaros: ni siembran, ni siegan, ni almacenan; y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? … Y ¿por qué andáis preocupados por el vestido? Daos cuenta cómo crecen los lirios del campo, y no trabajan ni hilan. Pues os digo que ni Salomón, con todo su fasto, estaba vestido como cualquiera de ellos”.

 

No vamos a hacer de la mirada de Jesús a la tierra la mirada la de un ecologista de nuestros días. Pero él pertenece a una cultura agraria en la que mirar las criaturas es tarea diaria porque aún no se había separado definitivamente el camino humano de la senda de los otros seres. Por eso él creía que las hermosas criaturas pueden enseñarnos lecciones de vida. Su mirada no es solamente estética, sino también sapiencial.

        Emblepsate eis ta peteina tou ouranou…katamathete ta krina: “Mirad los pájaros del cielo…mirad los lirios de campo” (Mt 6,26.28). Jesús creía que la pobreza que abre las puertas del corazón encuentra un enemigo en las excesivas preocupaciones. Hay que moderar esas preocupaciones si no, la ambición terminará por devorar tus entrañas.

        Y propuso aquella terapia sencilla: mirad a los pájaros, mirad a los lirios. Los lirios trabajan duramente para construir su belleza bebiendo, día a día, los nutrientes de la tierra que los hacen bellos. Pero no hilan. Los pájaros se desviven por buscar cada grano que entra en su boca. Pero no almacenan y viven. Para controlar las excesivas preocupaciones hay que mirar la belleza del lirio humilde y el arco de ballesta del pájaro. Mirar a las criaturas para aprender de ellas.

        Solamente una mirada enamorada a la tierra puede aceptar este tipo de argumentaciones. Una mirada de enamorado cándido, de brillo en el rostro que no ha perdido la ingenuidad. Una mirada que brota de aquel niño que no dejó de vivir en el fondo del alma.

¿No pensaba en algo de esto cuando decía Jesús “haceos como niños”? ¿Se podría plasmar en una imagen la mirada cándida de Jesús a los lirios y a los gorriones? Esa mirada habría de tener el color del viento, el brillo de un rayo de sol, el sonido murmurante de la fuentecilla oculta en la maleza?

 

***

 

 

Mirad los pájaros

(Pintura de Antonio Oteiza)

 

 

En bandada blanca sobre el cielo oscuro los pájaros cruzan raudos el horizonte. Viven y trabajan, pero no almacenan. Unos se superponen a otros en formación de vida, flecha que apunta a la vida.

        Vivir como los pájaros, con su misma hermosura y con su despegue de la vida. Por eso su color blanco, color de vida.

Y todos, como aves que emigran, apuntando a un único horizonte. El horizonte de una vida en fraternidad y en amor que tenga a la economía por servidora.

Vestigios de sol bajo sus alas porque también el sol vive y hace vivir sin afanes de acumulación, si pedir derechos a nadie, sin hacer distinción entre malos y buenos.

Y ese Jesús, rojo de vida, que tiende hacia ellos las manos como diciendo: ellos son nuestros maestros, ellos han entendido bien el sentido de la vida, su despojo y su hermosura puede ser un ideal para los atareados, acumuladores y estresados.

Lo dice uno que vivió como ellos, sin lugar donde reclinar la cabeza, pero con mil corazones que acogieron su palabra y siguen acogiendo su vida.

Postura de oración porque oración es la que hacen los pájaros y los lirios en su tremenda simplicidad.

 

3. Reflexión

 

  • Tierra misteriosa: No solamente porque aún desconozcamos la mayor parte de los secretos de la tierra y casi todos los del universo (los universos). Sino porque la tierra encierra el secreto del sentido del ser, del vivir, del camino que recorren millones de seres. Y no solo eso, porque el misterio de la tierra apunta a un misterio más allá de la tierra, ese del que habla, aunque no entendamos bien su lenguaje. En ese misterio de la tierra del que no sabemos ni hablar vive el Jesús resucitado, fundamento de nuestro ser, fuente de todo amor.
  • Entrada sin salida: La fe ha elaborado un paradigma de entrada (nacimiento de Jesús) y de salida (resurrección de Jesús). Pero, en realidad, como nos ocurre a nosotros, la encarnación habla de una realidad de entrada pero sin salida. O si se quiere: entrada en la superficie y bajada a la profundidad. Pero siempre dentro de este misterio de una tierra que nos da a luz y que nos acoge en su seno para siempre. Precisamente en esa fidelidad a una tierra de la que nunca se huye se halla mucho del secreto de Jesús y del nuestro propio.
  • Casa única: Así lo ha dicho el Papa Francisco en todos los tonos: casa común, casa única, casa que cuidar, casa que cobija a todos los seres. Entender la creación, la tierra, como “casa” demanda calor, afecto, cuidado, amor, porque una casa sin esos contenidos no es casa, sino mera vivienda, frío edificio. Para entender el misterio de la tierra y nuestra pertenencia a él (nuestra encarnación, como la de Jesús) es necesario que intervenga el cariño, el cuidado, el mimo, el calor del amor. Si no, todo resulta frío y lejano.
  • En el fondo: Así dice Jesús que están el Padre y él: “Vendremos a la persona y haremos morada en ella” (Jn 14,23). Están en el fondo, en el cimiento, en las profundas raíces, en aquello que es fuente de sentido. Y han venido a quedarse para siempre (sentido incoativo de menein). No se irán nunca, porque su encarnación conlleva la total fidelidad a lo nuestro Y, por mucho que fallemos, ellos no se van, por mucho que los ignoremos y hasta los rechacemos, ellos siguen empeñados en un hermoso y “absurdo” amor, aquel que se entrega todo por el gozo de entregarse, haya o no respuesta. Ahí están.

 

4. Derivaciones

 

  • Amar una tierra que, a veces, no entendemos: En su modo físico de comportarse (terremotos, seísmos), en su ausencia de sentido (caminos errados, perdidos), en su dolor personal (el sufrimiento de los pobres y sus lágrimas), en las noches más profundas del sentido (tremendas arideces, depresiones hondas, sufrimientos que no tienen sentido). Amar esta tierra como cauce de amor. Amémosla, al menos, aquellos a los que no tendría tanto que costarnos el amarla. Encarnemos ese amor que muchos no aceptan o que ignoran.
  • Contribuir a otra tierra: La misma pero distinta: más fraterna, más igualitaria, mejor repartida, mejor tratada, más universalizada, una tierra donde haya mesa y pan para todos, dignidad y aprecio para todos. La tierra de la igualdad, cuando comprobamos que la desigualdad, cultivada desde siglos atrás, se ha instalado más que nunca, parece haber ganado la batalla. Creer y decir que la desigualdad tiene los siglos contados y que amanecerá el sueño de Jesús para esta tierra, el mismo sueño de Dios, la certeza de la economía fraterna, de la igualdad y de la equidad que no mira para otro lado ante la realidad de las pobrezas. ¿Para qué serviría un misterio de la encarnación que no lleva a una tierra así?
  • Celebrar otra tierra: No con las celebración del poder que se enriquece con la tierra y sus expolios. No la celebración de los que dominan o tienen capacidad de desestabilizar esta tierra de frágil equilibrio. No la celebración de los que se sienten seguros (?) en sus fronteras blindadas, no la celebración de quienes tiran a las negras aguas de la noche a quienes ya no se consideran dignos de disfrutar de la luz del barco y sus comodidades. Celebrar, ya desde ahora, la tierra patria de todos, la casa común para que no haya nadie sin un techo encima de la cabeza, la fuente de recursos racional y lejos de la explotación egoísta. Celebrar ya desde ahora la tierra que aún no tenemos a mano, más que en primicias, pero que un día tendremos en plenitud.
  • Otra Navidad para otra tierra: Porque la manera de celebrar la Navidad influye en nuestra manera de ser tierra. Si celebramos en modos rutinarios, meramente convencionales o sin profundizar, nuestra vivencia del misterio de ser tierra será algo empobrecido y de escasa raíz. Si, por el contrario, nuestra Navidad es gozosa pero recogida, gustosa y fraterna nada bullanguera, festiva y disfrutante pero sencilla y llena de diálogos amables, nuestra vivencia del misterio de la tierra, de la encarnación en la tierra, tendrá otro color.

 

5. Un itinerario espiritual

 

  • Semana del 25-30 de diciembre: Tocar/acariciar/disfrutar la tierra: Como se toca, se acaricia y se disfruta a quien se ama. Poner un cuenquito con tierra, mirarla, tocarla. Si el frío deja pasear, ir a mirar los campos ateridos con el trigo incipiente que va preparándose para la primavera. Oler la tierra, escuchar lo que no se oye en el asfalto.
  • Semana del 31 de diciembre al 6 de enero: Bendecir con la tierra: Decir palabras hermosas sobre la tierra. Orar con el Canto de las Criaturas. Escoger algún poema que hable hermosamente de la tierra. Enumerar cualidades de la tierra y alegrarse de ellas.
  • Semana del 7 de enero al 13 de enero: Regalarse la tierra: Aunque es invierno y hay pocas flores y frutos por el campo, regalarse algo de la tierra, una piedra bonita, una planta silvestre pero viva, un poco de tierra con unos brotes de trigo. Un regalo hecho de tierra, visto no como algo pobre, sino como algo entrañable.

 

Conclusión

 

        Quizá no hayamos dado con el quid de la intuición que tuvimos al plantear la encarnación como una comprensión de Jesús como hijo de la tierra. Quizá haya que darle más vueltas a esa propuesta espiritual. Pero de lo que sí estamos seguros es de que el misterio de la encarnación de Jesús tiene que ver con el misterio de la tierra y su hondura. Tenemos la certeza de que la permanencia de Jesús en los cimientos de la tierra da sentido a nuestros pasos por esta historia. Agradecimiento máximo.

 

 

Fidel Aizpurúa Donazar

Logroño diciembre de 2017

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