Marcos 3
CVMc
Domingo, 8 de noviembre de 2015
VIDA Y EVANGELIO:
UN MISMO CAMINO
Plan de oración con el Evangelio de Marcos
3. Mc 1,9-13
Una reflexión inicial:
Se habla poco del alma. Se ha ido por el desagüe de la secularidad. Pero, en realidad, el “alma” ese vigor interior, ese dinamismo, que hace que nos movamos como personas vivas, que disfrutemos de la existencia, que celebremos los logros, que elaboremos los conflictos y los duelos. Ese arranque que necesitamos cuando estamos cansados, esa fuerza necesaria cuando la vida da golpes, ese aliento que nos anime a seguir, a no dar todo por perdido, a creer que un minuto vivido con intensidad merece la pena. El “alma” es ese punto que nos hace conectar con la vida cuando esta se ve amenazada.
Hay muchas personas que viven con ese fuego en stand by, en ralenti. Pero la mayoría de las personas tiene viva su alma, con una fuerza o con otra. Más todavía: hay quien tiene tanta fuerza dentro que la comunica a los demás, que acompaña, anima y consuela para que quienes tienen peligro de “perder su alma” la mantengan viva, vayan hacia delante, se animen y se crezcan ante la adversidad. Gente con alma que regala alma.
No es cosa de otra época esto del alma, aunque nosotros hoy la veamos de manera muy distinta a como se la ha visto antes.
El texto:
9Sucedió que en aquellos días llegó Jesús de Nazaret de Galilea, y Juan lo bautizó en el Jordán. 10Inmediatamente, mientras salía del agua, vio rasgarse el cielo y al Espíritu bajar como una paloma sobre él. 11Hubo una voz del cielo: -Tú eres mi hijo, el amado, en ti he puesto mi favor. 12Inmediatamente el Espíritu le empujó al desierto. 13Estuvo en el desierto cuarenta días, tentado por Satanás; estaba entre las fieras y los ángeles le prestaban servicio.
- Jesús es alguien con un alma pujante y viva. Por eso siente el anhelo de dar vida a otros. De ahí que empiece su ministerio en un escenario de conversión, de fragilidad, en un bautismo. Como si dijera: quiero dar fuerza a las almas de quien anda mal, de quien sufre, de quien no se siente bien consigo mismo.
- Más todavía: el “alma de Dios”, el Espíritu, anida en el interior de Jesús, se queda en él. En el fondo de Jesús, y de toda persona, anida el alma de Dios, su fuerza, el deseo de vivir en fraternidad y amor como Dios mismo en fraternidad y amor con nosotros. Tener el alma de Dios habría de ser una fuerza para cuando nos fallen las fuerzas.
- Y, en tercer lugar, Jesús va a un “desierto”, al desierto de su vida humilde y dura. En ese desierto de la vida se ha de probar el vigor de su alma, de su fuerza interior. No construye Jesús una espiritualidad fuera de la vida. En la vida, pero con alma.
Pensamos un poco:
- ¿Vives “con alma”? ¿Das ánimo o eres un peso para los demás?
- ¿Te dice algo eso de que el “alma de Dios” está en ti?
- ¿Intentas ir con la cabeza alta en el “desierto” de la dificultad?
Un valor: Vivir con espíritu
No nos referimos al Espíritu Santo, que no sabemos muy bien qué es lo que es. Nos referimos a ese arranque personal, vital, profundo, que hay dentro de cada cual. ¿Qué sería vivir con espíritu, con un buen espíritu?
- Creer que hay algo más bajo la piel que no vemos, pero que anida en el fondo.
- Pensar que las cosas no son solamente lo que aparecen, sino que hay un entramado de causas, razones, conexiones dentro que merece la pena escudriñar.
- Saber que la persona tiene dentro muchos recursos, capacidades, posibilidades de respuesta que merece la pena sacar a flote.
- Saber que hay vida dentro, en el corazón, en lo profundo y que esa vida nos conecta con la vida del mismo Dios.
- Tener oídos para oír lo que no se oye y para ver lo que no se ve.
- Tener olfato para oler perfumes que están oscurecidos por el mal olor de cualquier limitación.
- Saber aprender de quien parece que nada tiene que enseñarnos porque su fragilidad lo hace socialmente irrelevante.
- Escuchar el latido común al nuestro de la tierra y de cada uno de sus seres.
- Ser sensible a lo de dentro, aunque eso sea menospreciado, olvidado, ridiculizado incluso por una sociedad que propone lo que se toca como lo único real.
Espíritu de Dios y espíritu de vida son, así, realidades que se tocan, se entreveran, se mezclan. No son cosas distintas porque ambas apuntan a la vida.
Una imagen:
Es la de Aung San Suu Kyi, la líder birmana que acaba de ganar las elecciones en ese país y que durante muchos años aguantó, con alma, el arresto domiciliario y todas las otras vejaciones impuestas por un régimen dictatorial. Gente que mantiene el vigor y el alma por encima de contradicciones y que termina siendo luz para las gentes de su pueblo. Son personas excepcionales, pero algo de ese vigor lo llevamos dentro todos y podemos usarlo.
Un poema:
Le ruego al claro Dios de la mañana
que derrame sus espigas
de luz sobre este día.
Que no me permita mirar
lo mismo en cada cosa.
Que llene el aire de candiles y mis poros
como zarzas los perciban.
Que me diga el nombre verdadero del delirio
y no me prive de la dicha de ser ascua.
Que el agua de las horas
humedezca mi canto y que me impulse.
Que deshaga mis dudas y me asombre
el tacto con bengalas.
Que llene mi camino con guijarros de hogueras.
Que la madeja de palabras con que nombro
sea solo nudo alado
en el que se desorbite la lógica,
y que en él dé cobijo al extravío.
Que no me prive el Dios de la infinita lumbre
esta mañana de sentir la desmesura
del pábilo inquieto
de este día.
Que a este universo fúlgido y hermoso
el júbilo lo sostenga para siempre.
Asunción Escribano
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