La sed saciada
LA SED SACIADA
Un pueblo que espera la consumación de la salvación
Introducción
Se inscribe esta reflexión en el ciclo “La acción salvadora de Dios en el Nuevo Testamento”. Esa “acción salvadora” queda entendida, ya desde ahora, como algo “desde dentro” de la historia, en el subsuelo de la vida, en los fondos de la existencia. Queremos apartarnos desde esta primera línea de una visión teísta de la realidad, aquella que entiende a Dios como “un ser con poderes sobrenaturales, que habita fuera de este mundo y que lo invade periódicamente para realizar su voluntad divina” (J. Shelby, Un cristianismo nuevo, p. 65). Esta aclaración, que en su momento explicaremos con más detalle, es decisiva para orientar una reflexión de componente escatológico.
Más allá de sus planteamientos teológicos, la escatología desvela el tipo de fe de la que estamos hablando. Las preguntas sobre el final y la manera de resolverlas hablan, por paradójico que parezca, de la manera en la que entendemos y vivimos el más acá. Una escatología que pone el acento en el más allá descuida, con frecuencia el más acá; una escatología en que el más allá no resulta luminoso, oscurece muchas veces el camino del más acá. Por eso, toda reflexión sobre la “consumación” puede ser una instancia de ayuda para el más acá del creyente viador.
Por otra parte, y para ser honestos, el pensamiento sobre la consumación ha de ser susceptible de encajar lo mejor posible con el momento histórico en el que vivimos. Este momento está caracterizado por el desarrollo del conocimiento y por la secularidad. Pensar la consumación desde vertientes de siempre que tienen mucha dificultad para encajar con la actual expansión del conocimiento y con la creciente secularidad es arriesgarse a reflexionar sobre el vacío. Es cierto que aún tienen mucho impacto sobre nuestro imaginario religioso los modos del final que ha elaborado la tradición (un más allá de encuentro con Dios y las personas queridas), basta ver la buena prensa con la que ha sido recibida la película de Terrence Malick El árbol de la vida. Pero, a nada que se reflexione en conexión con el hoy, esos paradigmas se quedan estrechos.
¿Cómo pensar nuestra intuición sobre el otro lado del decorado? Y ¿para qué pensarlo si lo que digamos cae de lleno en el mundo de la suposición, de la conjetura, de la sospecha? ¿Qué avales reales puede presentar una doctrina escatológica más allá del nivel intelectual de quien la propone? Quizá estas preguntas encuentran una nueva orientación si se piensa la consumación como un horizonte para la propia existencia actual. Es decir, la reflexión sobre la consumación es, en el fondo, una reflexión sobre el sentido del actual camino histórico. Esa reflexión sobre un horizonte que anima el presente puede sernos de gran utilidad.
Más aún, este discurso tiene como uno de sus anhelos frenar el avance de una cultura meramente técnica que ponga en riesgo la vida del espíritu, los fondos espirituales de la existencia. Por eso resulta tan apremiante la saludable reflexión sobre la consumación. Dice J.B.Metz: “Hacer memoria del ser humano en cuanto tal en la remembranza de su Dios presupone apoyarse en una forma de racionalidad que aquí hemos caracterizado como anamnética…Pues ¿cómo puede una racionalidad discursiva que no se alimenta de las posibilidades semánticas de una cultura anamnética defenderse de la subrepticia auto-totalización de una racionalidad meramente técnica?” (Memoria passionis, p.93). Es decir, una reflexión sobre la consumación es un dique al tsunami de una existencia histórica que no tiene más horizonte que el tránsito de una inexistencia a otra inexistencia, como diría A. Gamoneda. El recuerdo (la anamnesis) que se vierte sobre la Palabra de Dios y sobre los caminos de la experiencia espiritual puede, quizá, ser un cauce de iluminación para un presente que tiende a un futuro.
1. Primera aproximación: Tipología de las respuestas a la espiritualidad de la consumación
Precisamente porque el itinerario humano vivido en profundidad interroga inevitablemente sobre la consumación, vamos a agrupar en tres las muy diversas maneras de responder a tal interrogante:
- La respuesta heredada: que es próxima a una visión teísta de la realidad, que con frecuencia no quiere interrogarse sobre lo recibido, que a veces responde con hostilidad a quien insinúa otro planteamiento, que mira para otro lado ante el duro embate de la realidad y se enroca en lo aprendido, que no se sale de los parámetros que marca el sistema religioso. Es la respuesta que viene marcada en la citada película de Terrence Malick, El árbol de la vida: la visión histórica de hoy nos lleva a seguir creyendo en un lugar de encuentro extrahistórico, donde la dicha del encuentro con Dios y nuestros seres queridos paliará la amargura y la dureza del camino histórico y será el “premio” a nuestro andar peregrino por esta vida. Los beneficios y peligros de un imaginario así los conocemos todos bien.
- El paso de una inexistencia a otra inexistencia: es, en expresión de A. Gamoneda, el dibujo de lo que es la trayectoria humana. Este autor, en su reciente obra Creación errónea, elabora toda una espiritualidad sobre ese gran NO que es la existencia humana (“no existe más que una palabra verdadera: no”, p.21). Desde aquí vivir es “avanzar ciegamente hacia el gran sueño blanco” (p.77) y por eso “la falsedad es el único fruto consentido en esta espesura viviente” (p.82). Esto hace que la tiniebla ocupe el centro del itinerario humano, la “semejanza entre el ser y el no ser” (p.109). De ahí se concluye la evidencia de “haber vivido sin saber para qué y morir sin saber para qué” (p.112). La actitud correcta es “abandonar las preguntas” (p.120) y “que la muerte sea la madre de la vida” (p.127). Pero quien entendiera todo esto como una cerrazón a la esperanza y un profundo desamor con la existencia no entendería bien. En este marco de inexistencia brilla, por paradójico que se quiera, la hermosura del vivir, del amor, de la fraternidad. Para el autor, en este itinerario de desconcierto existe la luz; continuamente recurre a ella, a su deseo y a su indudable verdad: “La luz es el comienzo de la causa invisible” (p.36). El territorio de la vida no es únicamente territorio de pobreza: “Arde la nieve en el territorio dibujado por la pobreza” (p.41), hay vida en el marco de la pobreza histórica. La tumba y su vaciedad tiene una puerta abierta a la pregunta: “En las tumbas vacías flota la ausencia y, en las últimas celdas, un dios incierto hunde sus manos y abre la herida de los límites” (p.46). El mismo autor confiesa esta apertura en la inexistencia: “Canción errónea quizá representa mi última pasión, la indiferencia. Permanecer algún tiempo, sin miedo ni esperanza, en este accidente, este error, esta interrupción del no-hecho natural, que es, lógicamente, la inexistencia. No cierro por ello mi conciencia a los pequeños hechos existenciales accidentales: el sufrimiento, el placer, el amor, la amistad, los crímenes sociales. Están ahí”. ¿Cómo unificar estas experiencias aparentemente contradictorias? La respuesta sería que en la inexistencia hay una semilla de existencia, más allá de cualquier olvido. Y el llegar a percibirlo abre la puerta a un horizonte que no es la mera desaparición sino el tránsito a otra estancia que la mera inexistencia. Por eso, la primera inexistencia y la segunda, aun con serlo, no son iguales. En la segunda anida un anhelo que no contiene la primera porque todo el tránsito histórico ha dado un sentido a un horizonte distinto. El poeta se traiciona deliberadamente cuando dice: “Desprecio la eternidad. He vivido y no sé porqué. Ahora he de amar mi propia muerte y no sé morir. Qué equivoco” (p.29). En ese equívoco hay una puerta abierta al asombro de otro ámbito de experiencia; en el “no saber morir” hay un atisbo de vida.
- El transformismo como esperanza: Quizá haya que recurrir a “profetas” que han habitado el mundo de la ciencia moderna (la profecía y la ciencia no tienen porqué ser incompatibles). Vamos a traer a la memoria un texto de uno de esos profetas científicos que fue Teilhard de Chardin: “Para quien percibe el Universo bajo una forma de subida laboriosa en común hacia la conciencia suprema, la Vida, lejos de parecer ciega, dura y despreciable, se carga de gravedad, de responsabilidad, de nuevas ligazones. Como ha escrito no ha mucho con toda justicia Sir Oliver Lodge: ‘Bien entendida, la doctrina transformista es una escuela de esperanza’, y añadamos, por nuestra parte, una escuela de mayor caridad mutua y mayor esfuerzo. Tanto, que puede sostenerse, en toda línea, sin paradoja la tesis siguiente: el transformismo no abre necesariamente las vías a una invasión del Espíritu por la Materia; más bien atestigua de un triunfo esencial del Espíritu. Lo mismo, si no mejor, que el fijismo, el evolucionismo es capaz de conferir al Universo la magnitud, la profundidad, la unidad, que son la atmósfera natural de la fe cristiana. Y esta última reflexión nos lleva a concluir con la observación general siguiente: Finalmente, por mucho que digamos los cristianos, con respecto al transformismo, o bien con respecto a los otros puntos de vista nuevos que atraen el pensar moderno, jamás demos la impresión de temer nada que pueda renovar y hacer más amplias nuestras ideas sobre el Hombre y el Universo. El mundo jamás será lo bastante vasto, ni la Humanidad lo bastante fuerte como para ser digna de aquel que los ha creado y se ha encarnado en ellos” (Himno al Universo, pp.89-90). Los temores de Teilhard son infundados y, según el Evangelio, el amor del Padre nos capacita y nos hace dignos de Él. Pero el fondo es interesante: la existencia puede ser entendida como una subida hacia la Vida plena, hacia la conciencia suprema. Todo el itinerario humano es una trasformación en esa vida. De ahí surge la esperanza de que tal Vida en plenitud se logrará. No necesitamos imaginarios pueriles para vivir con esta esperanza honda. Y esta esperaza motiva “la caridad”, la justicia y el esfuerzo por la construcción del camino humano.
2. Segunda aproximación: La luz de la Palabra
Podríamos tomar para recabar luz y sentido de la Palabra cualquiera de los textos de componente escatológico que abundan en el NT en general y en los Evangelios en particular cuya mística de tiempo escatológico de crisis en una coyuntura crítica junto con la peregrinación de las naciones y el tema de la realeza de Dios configuran un telón de fondo en la actividad del Jesús histórico (J. Jeremías, TNT I, pp.280-290). Vamos tomar el texto de Jn 4,4-44 que, en primera instancia, nada parece tener que ver con temas de escatología. Mirado más de cerca, quizá podamos situarlo bajo lo que Crossan llama la “escatología ética”. Según este autor, los documentos evangélicos negarían la escatología apocalíptica que se sitúa en parámetros totalmente extrahistóricos y afirman la escatología ética que es “una resistencia divinamente ordenada y no violenta a la normalidad de la discriminación, explotación, opresión y persecución” (J.D.Crossan, El nacimiento del cristianismo, p.317). En ese sentido el diálogo de Jesús con una samaritana podría ser leído como tal resistencia por parte de Jesús ante el fenómeno samaritano.
Pero nosotros, teniendo eso en cuenta, y apoyándonos en el carácter polisémico de los textos y en la teoría literaria de la especularidad narrativa, vamos a hacer una lectura de Jn 4,4-44 como texto iluminador del tema de la consumación.
El diálogo de Jesús con la mujer de Samaría es la otra cara de la medalla de la entrevista nocturna con Nicodemo (Jn 3,1-21). Allí, un notable no puede aceptar la propuesta de reino; aquí, una excluida es vehículo para que los excluidos en general (los samaritanos) acepten la propuesta. Observamos en el relato lo que podríamos llamar un proceso de consumación o, si se quiere, un proceso de sentido.
En una primera parte, la samaritana recaba sentido y pregunta sobre el horizonte de tres grandes supuestos de la actividad humana y religiosa: en primer lugar, se inquiere sobre el sentido de la pertenencia racial: si un judío puede ser más que Jacob. ¿Qué pueblo es el mejor? La respuesta de Jesús habla de “un manantial que salta dando vida definitiva”. Es decir, el sentido no le viene a la historia, a los pueblos, a la persona por su pertenencia social, sino por su honda estructura humana. El trabajo por bajar a la profundidad, como diría P. Tillich, es la gran vocación de la existencia. En segundo lugar se demanda luz sobre el componente religioso en la dialéctica “este monte”-Jerusalén. La respuesta de Jesús es que la adoración básica se hará “en espíritu y lealtad”, es decir, en el espíritu de amor de Jesús y en su lealtad a la causa de la vida. Por lo tanto la existencia se consuma, avanza positivamente, cuando se camina en la dirección de la solidaridad y de la fidelidad al camino humano. Y en tercer lugar se pregunta sobre los grandes anhelos de cambio que siempre anidan en el corazón de las sociedades, el tema de los mesianismos. Jesús responde que el verdadero Mesías es “el que habla contigo”. Un Mesías que habla, un mesianismo en la línea de la más pura humanidad. La conclusión de esta primera parte es clara: la existencia se consuma, adquiere sentido, cuando, aquí y ahora, se construye el hecho humano. La humanización de la vida es la clave de la comprensión de Jesús y del horizonte de consumación: la historia tiende hacia una plenitud humanizadora, fraterna, solidaria, amparadora, abrazante. En ese sentido, “el cristianismo, que prolonga en la historia la presencia de Jesús, no tiene otra finalidad ni otra razón de ser que hacer presente y operativo el proceso de humanización que se inició en la encarnación” (J.M.Castillo, La humanización de Dios, p.348).
En una segunda parte, el relato muestra que este proceso de humanización que tiende hacia su plenitud llega a esta plenitud en la medida de que es un proceso común, amplio, universal, cósmico. Por eso, “el pasaje culmina en una experiencia de fe confesada y confesante. Un modo confesante de vivir la fe no tiene nada que ver con un estilo fanático de entender lo religioso. Confesar la fe es decir, del modo más experiencial posible, la transformación que lo creyente ejerce en la propia historia. Eso, evidentemente, se calcula en medida de humanidad, de historia reconstruida, de apertura creciente a la persona” (F.Aizpurúa, Evangelio de san Juan, p.105). Cuando esto toma la dimensión de “lo popular”, de lo común, de lo universal, el proceso ha llegado a su plenitud, la consumación ha alcanzado su madurez.
Entre estas dos partes, articuladas y conectadas, se incluye una digresión sobre el trabajo apostólico (Jn 4,31-38) que sale al paso de la objeción básica de esta utopía: no resulta posible; la humanización de la historia, la consumación de la plenitud es una utopía inalcanzable. El Evangelio habla de “campos dorados para la siega” y de que “os habéis encontrado con el fruto de una fatiga”. El EvJn se escribe en torno al año 100 cuando ya se tiene experiencia elaborada de la primitiva misión cristiana. En ella se ha comprobado que el Mensaje ofrecido a los paganos no solamente ha sido aceptado, sino que ha producido las comunidades cristianas más vivas. Es decir, en la misión hay una evidencia de que los trabajos de consumación humanizadora de la existencia tienen futuro.
3. Tercera aproximación: Un pueblo espera la consumación de la salvación
El título propuesto para esta reflexión nos da pie para otra aproximación al tema: “Un pueblo espera la consumación de la salvación”.
- La buena perspectiva del tema de la consumación es la perspectiva comunitaria. Es cierto que las grandes opciones de la vida tienen un componente personal ineludible. Pero el sentido brota del marco social porque es desde ahí desde donde la persona se nutre y, consecuentemente, devuelve en moneda de enriquecimiento social el bien que ha recibido del marco social. Esto quiere decir que las elaboraciones de la consumación que hagan los cristianos han de tener el ineludible componente de lo social y de lo comunitario, de lo eclesial. Una espiritualidad de la consumación meramente individualista (yo me salvo, yo me condeno, yo llego a la dicha, yo me plenifico) tienen visos de pérdida y de abocamiento a una situación sin salida. Por el contrario, cuando se pasa del horizonte del uno al horizonte de todos, e incluso al horizonte cósmico es cuando puede surgir el anhelo vivo de la consumación.
- La espera de la consumación es una espera activa. Los Evangelios han hablado de esto con profusión bajo el tema de la “vigilancia”: “Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: manteneos despiertos” (Mc 13,37). Esta vigilancia se ejercita gobernando la casa de la vida con la autoridad de Jesús, con el amor que humaniza (“dio a los siervos su autoridad”: Mc 13,33). Es decir, la posibilidad increíblemente compleja de una historia plenificada no va a venir llovida del cielo, sino que es una obra histórica, algo que es preciso construir paso a paso. El mecanismo religioso que entiende la salvación como consecuencia de un acto religioso (una confesión de pecados antes de morir, por ejemplo) queda fuera de lugar. Es todo el itinerario vital de la persona y de las sociedades el que pesa a la hora del logro de la consumación. Esta “vigilancia” es la que demanda Jesús y la que Dios espera de quienes dicen estar adheridos a su proyecto.
- Una consumación entendida como salvación: si tal comprensión queda ceñida al aspecto meramente religioso (yo me salvo yendo al cielo) la consumación queda disminuida y raquitizada. Es mucho más que eso. La salvación ha de ser ampliada y quizá hasta el mismo vocablo ha quedado sumamente estrecho. Es preciso hablar con otro lenguaje y elaborar propuestas de amor pleno, humanidad lograda, felicidad total, alegría compartida, u otro tipo de expresiones que hablen a la persona de hoy en un lenguaje mezclable a la comprensión tremendamente amplia del cosmos que tienen los ciudadanos y a la profundidad cada día más trabajada por las ciencias antropológicas que está pasando ya al acervo popular. Por eso hablamos de consumación cósmica, universal. Esto es diluir los anhelos personales de logro, sino inscribirlos en marcos más amplios, más verdaderos, más benéficos.
4. Cuarta aproximación: Una lectura no teísta de la consumación
No hay una lectura posteísta elaborada y expresada en formas simples. Todavía somos deudores de nuestra propia época religiosa. Pero la adecuación de la experiencia creyente a nuestro hoy está llevándonos a algunas certezas: la evidencia de que hay que mirar más en dirección a la historia; la certeza de que ésta, la historia, es una realidad acompañada por Dios; la seguridad de que Dios ha empeñado su éxito en el proceso de consumación histórico; la verdad de que este asunto es un negocio colectivo, cósmico; la seguridad de que la salvación ha de ser entendida básicamente como humanización. Son elementos dispersos de un puzzle que aún no está construido.
Para contribuir reflexivamente a esa obra aún por hacer vamos a proponer tres elementos que, de algún modo, habrían de ir entrando en una comprensión no teísta de la consumación y que los autores llevan ya mucho tiempo elaborando:
a) La fe en la materia: El citado Teilhard de Chardin habló de esto en páginas sublimes como su conocido “Himno a la materia”: “Bendita seas, universal Materia, duración sin límites, éter sin orillas, triple abismo de las estrellas, de los átomos y de las generaciones, tú que desbordas y disuelves nuestras estrechas medidas y nos revelas las dimensiones de Dios” (Himno al universo, p.64). Alejarse de una negativización de la materia ya sería un paso para su espiritualización. La nueva consumación demanda un cambio radical respecto a la comprensión de la materia.
b) La fraternidad cósmica: Lo que exigiría, inicialmente, un abandono del insensato antropocentrismo que ha dominado todo el pensamiento humano. Y, en segundo lugar la evidencia de que somos tierra. L.Boff ha escrito profundas reflexiones sobre la evidencia de nuestro ser tierra, una nueva manera de enfocar nuestra pertenencia a la tierra. Él dice que esa nueva manera no podrá surgir sin tener una experiencia eco-espiritual: “Vivir en la globalidad del ser, en el sentimiento que se estremece, en la inteligencia que se ensancha infinitamente, en el corazón que queda inundado de conmoción y ternura: eso es hacer una experiencia eco-espiritual” (Ecología, p.251). No se trata de sentimentalismos superficiales. Esta actitud lleva implícita un gran cambio: “Durante siglos hemos pensado acerca de la Tierra. Nosotros éramos el sujeto de pensamiento y la Tierra su objeto y contenido. Después de todo cuanto hemos aprendido de la nueva cosmología, es importante que pensemos en cuanto Tierra, que sintamos como Tierra y que amemos como Tierra. La Tierra es el gran sujeto vivo que siente, que ama, que piensa y que sabe que piensa, que ama y siente por nosotros y a través de nosotros” (p.252). Esta honda experiencia espiritual es necesaria para avanzar en el camino de fraternidad cósmica.
c) La utopía mantenida del “reinado de Dios”: Que no es otra cosa, en la mente de Jesús, sino la nueva sociedad, la nueva relación, la otra manera de mirar el hecho histórico. Una definición cristiana de la consumación ha de estar alimentada por la posibilidad real, histórica, de esta utopía. Si, dados los embates de la inhumanidad, cede el creyente en tal utopía, el recurso a una idea de la consumación meramente religiosa y personalista se vuelve algo pequeño y triste. Es preciso, como dice José A. Pagola “vivir y morir con la esperanza de Jesús”. Este dinamismo “resurreccional” resulta imprescindible para hablar de consumación.
5. Quinta aproximación: Una evangelización posteísta de la consumación
Nuestra reflexión podría ser calificada, con verdad, de “balbuceos”. Efectivamente, nada está hecho; pero la certeza de que las viejas herramientas se quedan cada vez más obsoletas es la que mueve a intentar otros caminos. ¿Cómo hacer hoy una evangelización de la consumación en esta época secular, posteísta? Damos algunas pinceladas:
1) Más allá de la “malcreencia”: No se puede evangelizar hoy en temas de consumación “limitándonos simplemente a cumplir una función y a emplear un lenguaje que ya no vivimos personalmente” (F. Varone, El dios ausente, p.59). Es la malcreencia. El buen evangelizador tendrá que mezclar un exquisito respeto a las creencias de los demás y, a la vez, un esfuerzo por no proponer como camino aquello en lo que no cree. Quizá para ello habrá de sacudirse el miedo que infunde el sistema y que paraliza el anhelo de caminos nuevos.
2) Consumación intrahistórica: Lo que demanda una comprensión de la historia no solamente positiva y valorativa, sino la comprensión de que la historia es camino necesario y único para el encuentro con Dios. La persistente tentación de gnosticismo debe ser conjurada. Desde ahí se podrá entender que la consumación ha de ser orientada no hacia un “afuera” del hecho histórico sino a esa dimensión de profundidad en donde el Dios ha puesto su morada a perpetuidad (Jn 14,23).
3) Componente ecológico: Donde el “negocio” de la salvación no es solamente individual y antropocéntrico, sino universal y cósmico. El anhelo de la creación del que hablaba Rom 8,22 tiene que ser integrado en la espiritualidad de la consumación.
4) Participación sin disolución: Así podría ser entendido el modo de ser en consumación: una participación en el hecho creacional vivido en profundidad sin que ello conlleve la disolución en una masa informe. No solamente se conjuran así errores teológicos (panteísmo, inmanentismo, etc.), sino que se aguza el imaginario para valorar lo personal y la participación en el proceso histórico.
5) Más desde dinamismos que desde ideologías: Porque la consumación extrahistórica está hecha, en gran parte, desde una ideología, desde una dogmática. La consumación entendida desde la historia demanda el mantenimiento en vida de dinamismos, de “fuerzas” que hagan posible y creíble una vivencia de la consumación en la historia concreta de cada persona. Esos dinamismos son el anhelo, el sueño, la búsqueda, la pregunta, la utopía, etc.
6. Una existencia cristiana que incluye la consumación en su proyecto espiritual
¿Qué actitudes habría de ir cultivando el cristiano/a que quiera ir incluyendo en su proyecto espiritual una vivencia de la consumación desde una perspectiva histórica? Ofrecemos alguna pista de reflexión:
1) Amor a la vida: Porque sin haber hecho y aprobado el “Curso de amor a la vida”, sin haber amado la historia y sus avatares, resulta muy difícil entrar por caminos de novedad en la vivencia de la consumación. Este amor a la vida tendría que llevar a una comprensión del camino histórico cristiano no como un mero humanismo ideológico, sino como una vía realmente abierta a la humanidad profunda. De Jesús se ha dicho que solamente uno tan profundamente humano podría ser Dios: “Su historia personal reveló un modo de ser hombre, una forma de comportarse, de hablar, de relacionarse con Dios y con los otros que rompía los criterios comunes de interpretación religiosa. Su profunda humanidad dejó vislumbrar estructuras antropológicas de una limpidez y transparencia para lo divino que superaban todo lo que hasta entonces había surgido en la historia religiosa de la humanidad. Tan humano como Jesús sólo podía ser Dios mismo” (L. Boff, Jesucristo y la liberación, p.268). Lo mismo habría que decir del creyente.
2) Mentalidad incluyente: No solamente por influencia de irreversible concepto de globalización sino por la certeza de que todo ser creado tiene que ver en el proceso de consumación ya que, al ser llamado existencia, también está llamado a la plenitud. De ahí brota la responsabilidad ante lo creado no como algo derivado de la experiencia religiosa, sino como parte del núcleo de tal experiencia. Porque “la universalidad no es un conjunto de ideas que haya que imponer a todos, sino una responsabilidad hacia el universo y hacia todas las criaturas que en él se encuentran” (R.Mate, La herencia del olvido, p.20). Queda así superado el concepto de mera salvación personal que conlleva una gran dosis de desentendimiento y una gran falta de responsabilidad.
3) Aprecio de la ciencia: En la conciencia de que, generalmente, no es un obstáculo para la experiencia creyente sino un buen aliado que sitúa las cosas en terrenos empíricos con lo que se evitan muchos desenfoques. Aun sabiendo que la ciencia tiene sus límites, el creyente cree que lo científicamente probado en un momento ha de ser tenido en cuenta en la comprensión del proceso de consumación. Del mismo modo que ciencia y filosofía están llamadas a entenderles, igualmente experiencia religiosa y ciencia han de buscar la hermandad saliendo del propio ensimismamiento que las condena al ostracismo. “Hoy se ha perdido el lazo (entre ciencia y filosofía) pero hay que recuperarlo. La pregunta fundamental sigue siendo la filosofía, es decir, cómo es el mundo y cómo es el hombre”, afirma el filósofo Víctor Gómez (I. Landa, Donde rayan ciencia y filosofía, p.34). Lo mismo habría que decir del hecho creyente: necesita de la ciencia no tanto para solucionar sus aporías, sino para situarlas correctamente.
4) Sueños alimentados por una praxis samaritana concreta: Porque al hablar de consumación no hablamos de meros planteamientos ideológicos sino de procesos históricos en línea de humanización. Eso demanda un comportamiento “samaritano”, solidario y compasivo. Este pensamiento ha sentado cátedra en la reflexión cristiana: “El ‘Principio-Misericordia’ es el que debe actuar en la Iglesia de Jesús; y el pathos de la misericordia es lo que debe informarla y configurarla. Esto quiere decir que también la Iglesia, en cuanto Iglesia, debe releer la parábola del buen samaritano con la misma expectativa, con el mismo temor y temblor con que la escucharon los oyentes de Jesús: qué es lo fundamental; en qué se juega todo. Muchas otras cosas deber ser y hacer la Iglesia; pero, si no está transida -por cristiana y por humana- de la misericordia de la parábola, si no es, antes que nada, buena samaritana, todas las demás cosas serán irrelevantes y podrán ser incluso peligrosas si se hacen pasar por su principio fundamental” (J. Sobrino, La Iglesia samaritana, p.3).
5) Mística de futuro: Y de recuperación de la utopía que pasa, entre otras cosas, por el alejamiento de los sistemas que se nutren de la convicción arraigada de que las cosas no pueden ser de otra manera. El creyente ha de mantener la certeza de que los “imperios” no son tan fuertes como ellos creen. “No es ninguna ingenuidad anti-académica pretender que las cosas pueden ser de otra manera. Y no resulta en absoluto utópico pensar en un sistema social en que el mercado y su lógica deje de ser un fin en sí mismo para convertirse en un medio” (I. Zubero, Movimientos sociales, p.95). El sistema se encarga de propalar la idea de que es imbatible, compacto y que su fortaleza está más allá de cualquier ataque. Sin embargo su fragilidad ha quedado palmariamente de mostrada en esta formidable crisis en la que el mismo mercado y sus egoístas leyes nos han metido. Quien quiere vivir su existencia creyente en conexión con la historia de cara a una consumación de plenitud va introduciendo estos elementos sociales en su edificio místico porque una mística sin historia es una fantasía.
Conclusiones
- Al terminar la reflexión, que hemos calificado de balbuceos, no podemos menos de decir que esta clase de anhelos sobre el tipo de consumación que vamos construyendo han de tener cabida cada vez más en la mística cristiana. Ésta, que históricamente ha estado urdida de certezas impuestas, ha de dar acogida a las preguntas hondas.
- El gran dilema (incluso en la teología) es la manera de leer y de integrar el hecho histórico en el edificio humano y, por ello, en la espiritualidad. Cuanto más se parta y se reflexione desde una perspectiva histórica, más posibilidades de lograr una espiritualidad integrada.
- Vivir en la dirección de la consumación intrahistórica se traduce por vivir en la dirección de lo humano en creciente profundidad. El requisito, test y consecuencia de una espiritualidad como la planteada es el crecimiento en humanidad.
- Por otra parte, creemos que Dios, que ha puesto su morada en el fondo de la existencia, acompaña este anhelo y estos desvelos. Lo nuestro no es una empresa prometeica, sino un profundo acto de confianza en el Dios que acompaña, vela y participa en nuestra aventura histórica.
- Creemos que una espiritualidad así puede ser agua que calme la sed de hondura que tienen muchas personas. Será un agua que “saltará hasta la vida eterna”, un agua que saciará la sed honda de toda criatura.
- Y terminamos con un pensamiento de ese gran lírico y pensador que es Leonard Cohen en su último disco Olds ideas: “Vuelvo a casa a paso lento, vuelvo a casa menos mal que antes de ayer, vuelvo a casa sin rencillas, vuelvo a casa de puntillas, vuelvo a casa sin disfraces ni porqués”. En el fondo es el gran anhelo de volver a nuestra casa de la historia, humilde y hermosa, donde del amor del Padre, de la que nunca deberíamos irnos, a la que siempre podemos volver y cuya consumación nos inundará de felicidad plena.
BIBLIOGRAFIA DE REFERENCIA
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- SHELBY SPONG, J., Un cristianismo nuevo para un mundo nuevo. Por qué la fe tradicional está muriendo y cómo una nueva fe está naciendo, Ed. Abya Yala, Quito 2011.
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- ZUBERO, I., Movimientos sociales y alternativas de sociedad, Ed. Hoac, Madrid 1996.
Fidel Aizpurúa Donazar
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