Mateo 155
Domingo, 11 de enero de 2009
EL SUEÑO QUE TOCAN NUESTRAS MANOS
Plan de oración con san Mateo
155. Mt 28,1-10
Introducción:
Hay un escritor que dice que cuando su madre le dio a luz, alumbró gemelos: a él y a su miedo. Y es cierto: el miedo brota de la oscuridad más profunda de nuestro primer ser, antes que la cultura, que la religión, que las ideas que, posteriormente, podrán abundar en dicho miedo. Antes que todo eso, ya existe el miedo. De ahí que una de las maneras de decir cuál es el sentido de la vida sería decir que es tratar de superar el miedo o, al menos, de hacerse "buen vecino" del mismo. Cuando se llega a desenmascarar el miedo, a controlarlo, a compartirlo con otros/as, su poder negativo mengua, su fuerza destructora se esfuma. Hacer que las personas abandonen sus miedos es contribuir a su humanización.
El Evangelio, creo que lo hemos dicho alguna vez, contrapone la fe al miedo, no a la increencia. Tener miedo demuestra que todavía hay que trabajar la adhesión a Jesús porque aún muestra fisuras. No nos ha de extrañar que, como lo vemos en el pasaje de esta semana, la comunidad de Mateo entendiera la resurrección de Jesús como una realidad para quitar miedos. Creer el resucitado es, en ese caso, no una idea religiosa, sino un dinamismo capaz de controlar mis miedos, de encajarlos y, en la medida que se pueda, superarlos. De tal modo que uno/a verifica su fe real en la resurrección de Jesús en la medida en que esta certeza me ayuda a trabajar mis miedos, en la medida en que aumenta el nivel de confianza en mí, en los demás, en la vida, hasta en las cosas. Vivir con el miedo controlado es la manera de vivir de quienes creen en la resurrección de Jesús.
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Texto:
28,1Pasado el sábado, al clarear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron al sepulcro. 2De pronto la tierra tembló violentamente, porque el ángel del Señor bajó del cielo y se acercó, corriendo la losa y se sentó encima. 3Tenía aspecto de relámpago y su vestido era blanco como la nieve. 4Los centinelas temblaron de miedo y se quedaron como muertos.
5El ángel habló a las mujeres:
-Vosotras, no tengáis miedo. Ya sé que buscáis Jesús el crucificado; 6no está aquí, ha resucitado, como tenía dicho. Venid a ver el sitio donde yacía, 7y después id aprisa a decir a sus discípulos que ha resucitado de la muerte y que va delante de ellos a Galilea; allí lo verán. Esto es todo.
8Con miedo, pero con mucha alegría, se marcharon a toda prisa del sepulcro y corrieron a anunciárselo a los discípulos. 9De pronto Jesús les salió al encuentro y les saludó diciendo:
-¡Alegraos!
Ellas se acercaron y se postraron abrazándole los pies. 10Jesús les dijo:
-No tengáis miedo; id a avisar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán.
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Desde un acontecimiento:
No corresponde la foto a la noticia, porque no teníamos la foto de Mari, una mujer de 82 años que, según la columna de Rosa Montero (Guerrera, El País 13-1-2009) se acercó con timidez en el invierno de la vida a la puerta de un Instituto para hablar con algún profesor o profesora que pudiera enseñarla a leer. Dice: "la muy guerrera Mari, que en el invierno de su vida decidió lanzarse a la calle una mañana oscura en busca de una escuela en donde la enseñaran. Cuántas veces habrá soñado con poder aprender. Y cuánta fuerza y cuánta inteligencia hay que tener para perseguir ese sueño hasta cumplirlo". Gente sencilla, pero valiente, que ha vencido miedos de años. Gente "resucitada".
Oramos: Gracias, Señor, por quienes no abandonan sus sueños; gracias por quienes tienen fuerzas para vencer viejos miedos; gracias por quien da cara a la vida con humilde valentía.
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Desde la persona de Jesús:
Jesús dice a las mujeres que avisen a los "hermanos" para que vayan a Galilea. Antes de la resurrección eran discípulos; ahora, son "hermanos". ¿Qué es lo que les hace hermanos? La superación del miedo a la muerte de Jesús y a la propia; la superación de todo miedo. Esto es lo que nos convierte en hermanos del resucitado. Porque, ya lo hemos dicho, una persona con miedo es, en esa medida, una contradicción con el creyente y con la misma realidad personal honda. El miedo vencido, asimilado, tratado, controlado, nos conecta con la fuerza del resucitado. Éste despliega todo su empuje para hacer de la nuestra una vida confiada.
Oramos: Te alabamos, Señor, por Jesús, persona que ha controlado sus temores; te alabamos por Jesús porque ha vencido a la muerte al vencer todo temor; te alabamos por Jesús, porque se transforma en ánimo para toda realidad.
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Desde actitudes personales:
Dice el pasaje que en las mujeres se mezclaba el miedo con la alegría. Como en la vida misma, porque ambas realidades suelen ir inseparablemente unidas. Pretender una vida despojada de todo miedo quizá sea una utopía hoy inalcanzable. Pero tratar de que los miedos mengüen y la alegría suba de nivel es una meta alcanzable. Más aún, contribuir a que uno/a mismo/a y en los demás, los días de disfrute superen a los del trabajo y el pesar, es también una aspiración legítima. Así descubrimos el sentido de la existencia que no es otro sino la fiesta y el gozo. La resurrección de Jesús lo confirma.
Oramos: Que la alegría crezca y baje el nivel de miedo en nosotros/as; que la confianza aumente y se disipen nuestras desconfianzas; que el ánimo se multiplique y los desalientos se debiliten.
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Desde la comunidad virtual:
No cabe duda de que las pequeñas experiencias comunitarias que vamos acumulando (reuniones, convivencias, encuentros esporádicos, emails, etc.) tienen el valor de hacer crecer en nosotros/as un sentimiento de alegría. De tal manera que podemos decir que en nuestra "comunidad virtual" no ha entrado el miedo. Ojalá nunca entre. Y la mejor forma de cerrarle la puerta es multiplicar entre nosotros/as el gozo de estar, de encontrarnos, de saber algo de nuestros caminos. Esa alegría "resurreccional" la podemos construir entre todos/as.
Oramos. Que nunca entre el desaliento en nuestra comunidad; que el miedo esté controlado en nuestra comunidad; que la alegría tenga un sitio creciente en nuestra comunidad.
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Poetización:
No pudo la losa del silencio
estrangular la alegría;
no pudo el trallazo de la muerte violenta
ocultar el gozo;
no tuvo el miedo
la última palabra.
Temerosas se acercaron las mujeres
a la tumba solitaria;
alegres volvieron luego
después del abrazo.
Temerosos estaba los discípulos
agazapados en sus miedos,
luego se animarían
a salir para Galilea
convertidos en "hermanos".
¿Cómo se cambió su miedo en gozo,
su temor en valor,
su encogimiento en respiro?
Ellos/as no lo sabían,
pero era la fuerza del Resucitado,
el amor del Resucitado,
la alegría inagotable del Resucitado.
El Padre trasformaba
el triunfo de Jesús
en la más inmediata de las alegrías,
en el gozo recobrado,
en el ánimo puesto en pie.
No lo sabían, pero lo intuían.
Después de aquel abrazo
todo era posible;
si el resucitado tenía brazos y corazón
se podía esperar lo mejor.
Y aquella primera mañana
el temor se alejó a regañadientes
porque había Alguien
que le había ganado la partida.
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