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FIAIZ

¿Qué cuerpos importan en la Biblia?

 

 

 

¿QUÉ CUERPOS IMPORTAN EN LA BIBLIA Y EN EL PERIÓDICO? 

 

Recurriendo a aquella sugerencia atribuida a K. Barth de que es preciso pensar la fe teniendo en una mano la Biblia y en la otra el periódico, y siguiendo el espíritu de Vórtices, queremos hacer una comparativa sobre qué cuerpos importan en la Biblia y en el periódico, o mejor, qué cuerpos no importan.

Quizá sea este un camino más expedito: percatarse de los cuerpos que no importan para denunciar su atropello y para reivindicar su derecho a sentarse en el banquete de la vida.

Las viejas páginas de la Biblia encuentran en las de cada día en el periódico un increíble reflejo. Quizá eso pueda ser una manera de generar espiritualidad social a favor del mundo de los migrantes, personas que tienen un puesto en la Biblia y en la prensa, aunque fuera el puesto de la exclusión que lleva incorporado el grito de la justicia.

 

1. Abel: el cuerpo asesinado

 

            Empecemos por lo más trágico. Todo lo que se diga después será más suave. Las páginas de la Biblia se abren con un asesinato entre hermanos: es el mito de Caín y Abel, el breve. Asesinado por razones económicas: pastores contra agricultores, el eterno problema de la tierra y su explotación. El sistema quiere envolver el asesinato en razones religiosas (“El Señor se fijó en Abel y su ofrenda”: Gen 4,4) cuando lo que de verdad está en juego es el reparto de los recursos de la tierra. Con eso empeora las cosas porque sitúa a uno en el ámbito del bien (Abel) y a otro en el ámbito del mal (Caín), cuando los dos ámbitos tienen derecho a vivir. Por eso, la gran pregunta ante el cuerpo asesinado que se quiere ocultar no es “¿Dónde está tu hermano?” sino ¿por qué, siendo hermanos, no habéis llegado a un entendimiento económico? ¿Por qué tienes que matar para que tu economía prospere y sea la única? Este asesinato es no solo un crimen, sino una destrucción de la relacionalidad económica, de aquello a lo que los humanos están destinados por dignidad: sentarse igualitariamente en el banquete de la vida. De ahí la ineludible sentencia: “La voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde la tierra” (Gen 4,10) no tanto por el crimen, sino por la desigualdad que genera la imposibilidad de entendimiento y, con ella, el crimen. Los cuerpos asesinados apuntan a los sistemas económicos.

 

2. José: el cuerpo vendido

 

            Se veía venir. La historia de José y sus hermanos es una historia de privilegios que desemboca en un drama. Privilegios como el no ir al campo a trabajar como sus hermanos o tener “una túnica con mangas” que, al parecer, los demás hermanos no tenían (Gén 37,3) o de ser soñador ante quien no tiene más sueño que sobrevivir. Por eso, se planea la ruina del “soñador” no como un gesto maldad mitigada, sino también como una reacción a la injusticia sufrida. La venta barata del hermano (“veinte monedas de plata”  Gen 37,8) es la dura respuesta de quien ha acumulado postergación y desigualdad sin cuento. Se vende el cuerpo porque, a la base, hay desigualdad. La desigualdad es la raíz de la venta. Y pretender corregir la venta sin modificar el sistema que genera tal desigualdad es querer curar el síntoma sin hacerlo con el foco de la infección.

 

3. Betsabé: el cuerpo robado

 

            David encarna lo mejor y lo peor del ser humano: la compasión y el orgullo, el perdón y la soberbia, la ternura y la crueldad. Por eso, no extraña que robara el cuerpo hermoso de Betsabé, que se lo robara a Urías el hitita, el hombre íntegro que no quiso ser cómplice de ese robo y ello le acarreó la muerte (2 Sam 11). David es el ladrón del cuerpo hermoso y sin amparo social de Betsabé y el asesino de Urías. Robar cuerpos como quien roba corderos, así se lo dirá el profeta Natán (2 Sam 12,1-4). No quedará impune ese robo de un cuerpo: el hijo fruto de ese robo morirá al nacer, la vida de esta mujer será un continuo sobresalto y, además, nunca llegará del todo a ser mujer de David. La historia la reconocerá siempre como “la mujer de Urías” porque lo que se roba no termina de ser nunca del ladrón que lo afana (Mt 1,6). Los cuerpos robados siguen siendo propiedad de ellos mismos, por mucho que se los robe. Porque se podrá robar el cuerpo, pero no la persona. Cuando se roba cuerpos hay que poner el foco, en primer lugar, sobre el ladrón y luego sobre el cuerpo robado.

 

4. Tobit: el cuerpo desterrado

 

            Tobit era el padre de Tobías, según se cuenta en la novelita bíblica. Era uno que sufrió los avatares de política en el Israel del siglo VIII a.C. Fue deportado a Nínive en Asiria. En su deportación no se resignó a su dura suerte de exiliado, sino que quiso mantener su talante compasivo en una tierra hostil. Un deportado que no pierde sus mecanismos de humanidad. Deportado, pero humano. Por eso, aun a riesgo de incurrir en ilegalidad con el vencedor, se dedicó, dice la novela, a enterrar los cadáveres de los israelitas muertos en la batalla contraviniendo así las humillantes órdenes de insepultura (Tob 1.16-20). El destierro no fue para él un ámbito de muerte, sino un marco de compasión y de humanidad, aunque eso suponga la pérdida de la familia,  la persecución y la pérdida de los bienes (Tob 1,20). Desterrado, pero humano. La humanidad de los desterrados, de los exilados, de los apátridas, queda intacta, queda más de manifiesto por sus obras de humanidad.

 

5. La amada: el cuerpo cantado

 

            El Cantar más hermoso es un poema de amor al cuerpo de una gran delicadeza. No llegamos a creer, como nos dicen, que se cantara por las tabernas de Israel. Nos parece demasiado delicado y bello. En él se canta el cuerpo amado con un vigor y con una ternura que aún hoy asombra: “¡Qué hermosa eres, amada mía…tus ojos de paloma…tus labios cinta escarlata…tus pechos dos crías de gacela…qué hermoso es mi amado, muy dulce su boca, pura delicia” (Cánt 4,1-7; 5,10-16). Por mucho maltrato con que hiramos los cuerpos, por mucho vinagre que echemos a sus heridas, los cuerpos siempre serán atractivos, siempre serán hermosos, siempre serán cantados. Siempre hambreando besos: “¡Que me bese con los besos de su boca! (Cant 1,1). Los cuerpos son el gran valor de quien emigra. El Cantar invita a mirar esos cuerpos por encima del daño, de la apropiación, de la herida, de la violencia, porque la belleza que encierran tales cuerpos habla el lenguaje de la vida.

 

6. La adúltera: el cuerpo prostituido

 

            Porque la mujer sorprendida “en flagrante adulterio” (Jn 8,4) no solamente es adúltera sino mirada y castigada como una prostituta. La condena que viene de quienes tienen la sartén de las leyes patriarcales por el mango es la condena a la prostituta, a la marcada por un cuerpo que se cree en venta, lo que parece que da derecho a todo sobre ese cuerpo, a la vida y a la muerte. Es cierto que Jesús no la condena (8,11), pero también es cierto que no condena a quienes condenan desde su posición de poder. Si el adulterio era flagrante, se sabía quién era el adúltero. No aparece en el relato. La confusión de quienes se retiran “empezando por los más viejos” (Jn 8,9) no es suficiente para condenar a quien se prostituye no desde la desigualdad social, como la mujer, sino desde el poder social. Son dos cuerpos prostituidos: el cuerpo desamparado de la mujer que corre riesgo de ser apedreada y el cuerpo oculto del adúltero que parece no correr ningún riesgo. No sabemos qué es peor, si la condena al cuerpo de la mujer o la impunidad del cuerpo prostituido del hombre que se va de rositas.

 

7. Los endemoniados: el cuerpo violentado

 

            Los evangelios hablan mucho de una realidad que nos resulta culturalmente lejana: los espíritus inmundos, los endemoniados. Son los cuerpos violentados por unas fuerzas psíquicas de las que se ignora todo. La violencia contra los cuerpos se manifiesta en “tirarlo al agua o al fuego” (Mc 9,22) o en la autolesión (Mc 5,5). Es el retrato de los pobres cuerpos de los frágiles sociales. Jesús hace obra de expulsión de demonios, de restauración corporal viniendo a decir que tales cuerpos contienen intacta su dignidad. Por eso, más que de exorcismos, se trata de restauración de la dignidad herida. Jesús ha hecho bandera de esta reorientación de los cuerpos y la ha puesto como la primera señal de su sueño (Mc 3,15). El evangelio está contra toda violencia corporal; quien violenta cuerpos no puede ser seguidor de Jesús.

 

8. Los discípulos en la barca: el cuerpo que se ahoga

 

            En la tierra de Jesús hay un lago, el de Galilea, no muy grande pero que, por lo que se ve, a veces se alborota y se vuelve peligroso. Los discípulos, pescadores en ese lago varios de ellos, lo sabían. Y aún así, les pilló la marejada y su grito fue el de todos los ahogados: “¡Sálvanos, que nos hundimos!” (Mt 8,26). Es el grito de la angustia cuando las aguas van a engullir en su torbellino a quien mira con horror el fondo del mar. Narran los evangelios que Jesús apaciguó el mar, metáfora para indicar que los naufragios solamente se sortean con la solidaridad con los náufragos, solidaridad que pasa por otorgarles su derecho a la justicia y a la igualdad que es el viento loco que desata tempestades sin cuento.

 

 

9. Onésimo: el cuerpo esclavizado

 

            Pablo escribió una breve carta a su amigo Filemón intercediendo por un esclavo, Onésimo, que se le había escapado. Le anima a que lo reciba bien “como hermano muy querido”  (Film 1,16). Incluso Pablo se presta a pagar lo que sea si tal fuga ha supuesto un perjuicio económico para el amo (1,18). Pero el cimiento del asunto queda intacto; ese cimiento es la esclavitud. El cristianismo primitivo no ha sabido deducir del mensaje de Jesús que todo cuerpo esclavizado es una anomalía evangélica, que si, como dirá el mismo Pablo en un rapto de claridad (“Ya no se distinguen judío y griego, esclavo o libre, hombre y mujer, pues sois todos uno”: Gál 3,28) hay que sacar las consecuencias: esclavizar cuerpos es una inhumanidad que denuncia el sentido de la dignidad y que corrobora el evangelio. Quien esclaviza cuerpos no es humano y no es seguidor de Jesús.

 

10. Jesús: el cuerpo abandonado

 

            Los evangelios ponen mucho cuidado, quizá excesivo, en consignar que Jesús muerto fue puesto de un sepulcro (Mt 27,57-60 y par.). Pero sabemos por la historia que, con frecuencia, el tratamiento dado a los crucificados, los parias de la sociedad a los que se les aplicaba el peor de los suplicios, era la insepultura. Dejar insepultos los cadáveres echados al estercolero para pasto de perros y buitres era una forma última de condenar al ya condenado y ejecutado. La insepultura repugna al judaísmo (ver Tob 1). ¿Sufrió el cuerpo de Jesús ese último baldón? Un cuerpo muerto y abandonado, comido por las fieras, que lleva dentro, intacta, su dignidad. Por mucho que quiera herir, destruir, ofender y olvidar a un cuerpo, nadie puede desposeerle de su dignidad. Los cuerpos insepultos la tienen, si cabe, más que cualquiera otro.

 

 

 

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