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FIAIZ

Un largo verso interminable

“UN LARGO VERSO INTERMINABLE”

Ciencia y fe como caminos de búsqueda de la felicidad

 

 

Para muchas personas, el tema ciencia-religión es algo atascado, sin salida, superado, cansino, etc.[1] No merece la pena volver sobre algo que se ha vivido como realidad insoluble[2]. Pero, a juzgar por las publicaciones que siguen saliendo, el tema está vivo y coleando[3]. Por ello, que un claustro académico proponga este tema para la reflexión (no sabemos de dónde ha brotado la inquietud) es, a nuestro juicio, un síntoma de vigor intelectual y espiritual.

Subrayo lo de espiritual y lo entiendo en sentido amplio, no estrictamente religioso. Un claustro no se nutre únicamente de diseños curriculares y de planificaciones académicas. También se nutre de reflexión porque esa es una de las vías para dar aliento al trabajo educativo, trabajo, por más que se quiera, que apunta al espíritu, al valor de la persona.

En esta clase de signos de verifica la madurez ideológica de un colectivo, la seguridad de que se está construyendo una realidad con alma dentro, y digamos que entendemos el término en modos nuevamente amplios y lejos del vocabulario estrictamente religioso. Preguntarse si un centro educativo tiene alma no es un brindis al sol.

He titulado esta reflexión con un verso de Gerardo Diego[4]. Porque ese es el esfuerzo de la persona, científica o ignorante, creyente o atea: construir ese interminable e interminado verso que es la vida. La enormidad y belleza de la tarea enseña humildad y anima el tesón para contribuir a ese hermoso poema que es la vida desde la perspectiva que cada uno juzgue más honesta y humana.

 

  1. 1.      Logros y humildad

 

Como las aporías de la relación entre ciencia y fe siguen vivas, podemos decir que hay posturas para todos los gustos: científicos que creen en Dios[5], científicos que no creen[6], gentes de fe que aprecian la ciencia, y gentes que abominan de ella. Se cubren todos los matices del espectro. Todas las posturas son respetables pero no quiere decir que sean inteligentes, por muy científicas que se las quiera o por muy espirituales que se precien.

 

a)      Logros y humildad de la ciencia

 

No cabe duda de que la ciencia, en todos sus campos, ha conseguido logros que hace pocos años eran impensables. Por no poner más que un ejemplo en el campo de la biología molecular, el horizonte se abre al infinito en forma de nuevos métodos basados  en la secuenciación de genomas, en la reprogramación celular o en la edición génica, todos los cuales se venden como los nuevos elixires de la felicidad. Esto es indudable.

El anhelo, ingenuo para muchos, pero muy real para todos de que reduciendo la enfermedad se logrará un nivel de felicidad humana desconocido, parece cada vez al alcance de la mano. En ese sentido, estamos de acuerdo con los científicos cuando dicen que “el problema de la sociedad nunca será el conocimiento; el verdadero problema será siempre la ignorancia”[7]. Los conocimientos científicos, en todos los ámbitos, siguen imparables. Su dura lucha contra la ignorancia es algo que nos identifica con lo humano.

Pero por otra parte, por más que haya muchos científicos que entienden la ciencia como pretensión de explicación total del universo y del ser humano, la evidencia de la enormidad de la tarea que la ciencia tiene por delante habría de llevarle a entender su trabajo con una humildad esencial que no la rebaja, sino que la engrandece. Efectivamente, si nos ceñimos al terreno de la biología molecular, nos dicen los mismos científicos que «un solo defecto en los tres mil millones de piezas de nuestro genoma puede causar una enfermedad que cambia el plan de vida de una persona»[8]. Si, además, como ellos mismos nos dicen, «existen más de siete mil enfermedades hereditarias en los seres humanos, y si hojeamos el catálogo que las enumera podremos constatar nuestra propia fragilidad” habrá que celebrar cualquier triunfo de la ciencia por pequeño que sea. Pero, dándonos cuenta de la magnitud de la tarea, se necesita una dosis alta de humildad para no desenfocar la realidad.

Por otra parte, aunque los avances de la ciencia son exponenciales, el que tales avances lleguen a la ciudadanía sigue siendo un camino lento. ¿Cuánto tiempo pasa para que un descubrimiento de laboratorio supere la fase de investigación con animales, con proyectos de ensayo clínico con humanos y pueda estar listo para el uso sanitario humano? Muchos años, demasiados para quien está afectado por una debilidad. En la espera, con frecuencia, se perece[9]. Ello ha de servir para no cejar en la investigación, pero también para medir con cautela los límites humanos.

 

b)      Logros y humildad de las creencias

 

Metemos en el mismo saco las creencias, la espiritualidad, la teología. Todo aquello que se refiere a ese ámbito “inexacto” de lo espiritual. No descubrimos nada si decimos que con frecuencia todo ese mundo ha sido aherrojado del marco reflexivo y mucho más que el científico por su inasibilidad, por su epistemología y por su método. A pesar de ello, muchas instituciones universitarias acogen en sus programas con más frecuencia este elemento trascendente, por más que, en España al menos, la teología solamente tenga un cierto reconocimiento civil a nivel de títulos[10].

Los estudios recientes de biología molecular[11] han demostrado que «la espiritualidad humana, que no debe confundirse con la religiosidad, forma parte de nuestro acervo biológico y cultural, y se asocia frecuentemente a estados de bienestar emocional»[12]. Por ello mismo, mezclar en una reflexión los logros y posibilidades de la ciencia con los de la espiritualidad no es algo a priori rechazable.

Por otra parte, «la psicología humanista, empezando por los dos autores que son sus referentes intelectuales principales, Abraham Maslow y Carl R. Rogers (1980), también se interesaron por el tema de la espiritualidad en una dirección psicologista y secularizada. Maslow se dedicó especialmente al estudio de las llamadas “peak experiences”, momentos cumbres en que las personas autorrealizadas experimentan su florecimiento. Se trata de una versión laica de la experiencia mística, que se daría en las personas geniales de nuestro tiempo»[13]. Un displicente descarte de la espiritualidad sería un empobrecimiento en el ámbito de la ciencia.

Teniendo en cuenta estos antecedentes se puede deducir que la experiencia espiritual ha logrado enriquecer el caminar histórico de las personas con un elemento de alto componente humanizador y social. Efectivamente, la vida de muchas personas se ve beneficiada y más cercana a la experiencia de felicidad cuando integra en ella el elemento espiritual e, incluso, el religioso. La aportación de los místicos, los antiguos y los recientes, a la cultura cae fuera de duda[14].

Otra cuestión es la aportación de la teología con su pretensión de ciencia. Esto es algo más contestado tanto por el ámbito científico como por el popular y mucho se su hacer se inscribiría más en el espacio de la humildad que de los logros. Pretende la teología conseguir «una visión plena del ser radical de las cosas»[15]. Pero no basta con afirmarlo. Hay que demostrarlo. Y ahí, la pretensión científica de la teología flaquea, cuando no naufraga. Los caminos tendrían que ser otros.

Hay que decir que es, precisamente, a causa de los teólogos donde se halla el mayor escollo para la integración de la espiritualidad en el concierto de la cultura y donde habría que poner mayor empeño en la humildad. Efectivamente cuando alguien, incluso creyente, se decide a no comulgar con ruedas de molino, percibe que los teólogos de oficio parecen tener teléfono directo con Dios del que saben qué es, qué manda, qué exige, qué condena y cómo entiende a los humanos. Están en el lado opuesto del apofatismo que nada quiere decir sobre Dios para no errar o del agnosticismo que respeta una posible existencia de Dios pero que se instala en la inseguridad de que tal realidad divina tenga visos de posibilidad. Algunos teólogos de oficio parecen saberlo todo, hacen alarde de su trabajo y creen en sus prerrogativas avaladas por los títulos académicos o por la encomienda de las autoridades eclesiásticas. Habría que apearse de tal actitud si se quiere dialogar con la ciencia[16].

 

  1. 2.      Reflexión compartida desde el arte

 

¿Existe un terreno neutral donde ciencia y fe puedan encontrarse y dialogar? Quizá ese terreno pueda ser el arte. Éste es un terreno amable para científicos y personas religiosas. La ciencia ha cultivado el arte[17] y la religión ha usado el arte como una de sus herramientas teológicas predilectas[18]. Esto muestra que tendiendo puentes integradores puede que haya posibilidad de sacar beneficio mutuo para lo humano.

Vamos a poner sobre la mesa de la reflexión una obra de Oriol Texidor, un arquitecto formado en artes plásticas de manera autodidacta. Tuvo una honda experiencia espiritual (mística salvaje, experiencias cumbre) contemplado la obra Llibre-mur de Tapies y, a partir de ahí, se dedicó al arte. Por eso en el 2007 une su formación a la práctica artística creando el estudio ar+quitectura plàstica especializándose en intervenciones artísticas. Su testimonio ha sido publicado en Espirituals sense religió (Fragmenta, 2015) y La experiencia contemplativa (Kairós, 2017).

Esto reconoce ya de antemano el legado transcultural que encierra el arte donde tienen cabida la filosofía, la ciencia y las experiencias espirituales. Quizá desde esa plataforma común se puede intentar un diálogo compartido.

La obra de Oriol Texidor que proponemos es la que se denomina microcosmos/macrocosmos y ha tenido muchas versiones en las manos del autor. Microcosmos y macrocosmos es un antiguo esquema neoplatónico griego que considera los mismos patrones reproducidos en todos los niveles del cosmos, desde la escala más pequeña (microcosmos o niveles sub-sub-atómicos aun niveles metafísicos) hasta los de escala más grande (macrocosmos o nivel del universo). En el centro del sistema se encuentra el hombre quien resume en cosmos.

            Descripción:

 

  • El cuadro es una tela negra que refleja mejor la negrura y el silencio del universo. Para la contemplación del mismo se demanda situarse en la “negrura” del estudio, de la reflexión, de la oración. La ciencia divulgada es aquella que introduce en esa “negrura” no la que lleva al oropel del escaparate. Esta divulgación es considerada como de “salud democrática”. Pero el peligro de vulgarización la acecha[19]. Ciertamente la tarea de la ciencia y la de la espiritualidad es tratar de leer luminosamente esa negrura en la que están insertos los universos.
  • El cuadro tiene en su fondo pequeñas manchas blanquecinas que aluden a los elementos subatómicos como los leptones, quarks o neutrinos, primeros elementos de la materia. El doble escenario del microcosmos y del macrocosmos es el terreno de la aventura humana. Pero tanto ciencia como fe habría de animarse a esta aventura desde una humildad esencial, aquella que sabe que la tarea es enorme y las posibilidades inimaginables.
  • Se observan también en el fondo puntos luminosos que dibujan algunas constelaciones de nuestra galaxia (Osa mayor, Casiopea, etc.). La interrelación galáctica es una metáfora de la interrelación científica o religiosa. Funcionar en estos terrenos en maneras aisladas o autorreferenciales es poner la tarea humana al borde del abismo.
  • Lo que atrae la mirada del espectador, principalmente, son las manchas de oro que ocupan, visualmente, el centro del cuadro. El oro no está aquí empleado como metal de valor sino como elemento de deslumbre. En la oscuridad del cosmos brilla el oro de la realidad como un valor indiscutible. Ese es el terreno común del científico y del creyente: la realidad que existe. Salirse de ella es empobrecerla; banalizarla y leerla superficialmente, también.
  • Las manchas de oro están muchas de ellas unidas a otras. Es la realidad interrelacionada, la evidencia, científica, medioambiental y espiritual de que “todo está relacionado”[20]. Se hace necesaria una visión holística de la realidad superando la mentalidad de quien se especializa en algo ignorando el resto. Una reflexión científica y otra espiritual si no son “amplias” enmudecen.
  • En el centro se perfila la silueta de un humano: oscuro como el resto del cuadro (él también se integra en una cosmovisión de conjunto) y centro según la idea neoplatónica del cosmos. Esa visión antropocéntrica de la realidad cósmica queda cuestionada por la enormidad de los procesos cósmicos y las distancias hoy por hoy insuperables que se le abren a la persona. No estamos aislados, aunque casi, y no somos el centro. Para que haya una integración saludable, la humildad de la que hemos hablado ha de acompañar los caminos de la ciencia y también los de la espiritualidad[21].

Una obra pictórica como esta puede servirnos para una reflexión conjunta y para reflexionar sobre la posibilidad que se abren conjuntamente a la ciencia y a la fe, envueltas ambas en la vorágine cósmica que hace parte de la expansión del universo. 

  1. 3.      Tres desafíos de la ciencia a la espiritualidad

 

Todo el mundo ve que la ciencia es imparable. El afán por desentrañar la realidad es una comezón que anida en los pliegues del alma. Imparable. Por eso, es la ciencia la que reta a la espiritualidad (aunque podría ser al revés). De ahí que hayamos de aprender a encajar las preguntas que van levantando los múltiples trabajos de la ciencia. Consideremos, a modo de ejemplo, los desafíos que vienen de tres grandes campos científicos: la física cuántica, la biología molecular y la robótica.

1)      El desafío de intuir un cosmos en danza: Es algo que proviene de una nueva visión de la física, la de la física cuántica. Educados en la analógica, la cuántica nos resulta ciencia ficción, por más que esté presente en nuestras vidas diariamente. Esta física nos dice, globalmente hablando, que no hay una sola verdad, que todas las posibilidades coexisten al mismo tiempo. Por eso, la verdad es siempre provisional y que es relativo. La manera de imaginar a Dios y de derivar hacia la fe desde la postura que hemos heredado está totalmente vigente. Pero tal manera se halla desnuda ante la nueva física: ¿cómo entender la historia de la salvación cuando todo acontece a la vez? ¿Cómo entender la plenitud del mundo cuando el cosmos se expande hacia el caos? ¿Cómo entender la creación cuando todo depende de un big bang? ¿Cómo entender la centralidad de nuestra historia (y la de Jesús, para los creyentes) cuando se nos dice que hay millones de galaxias como la nuestra (la vía láctea) que contiene más de cien mil millones de estrellas muchas de ellas infinitamente más grandes y potentes que nuestro sol y nada digamos de nuestro planetilla? ¿Cómo imaginar un más allá fuera del cosmos y su imperturbable más acá? ¿Cómo entender la danza de las partículas en una idea de sociedad y de Iglesia estable? Hay un desafío profundo en la idea que nos hacemos de la realidad, en el marco en el que hemos de incluir la espiritualidad[22].  

2)      El desafío de bajar al sótano de la realidad molecular: Porque este es otro marco de referencia paradigmática: lo molecular es un lenguaje que habrá que incorporar. La revolución cósmica tiene su paralelo en la revolución molecular, lo grande y lo superminúsculo están siendo reelaborados. Efectivamente, la gran tarea de descifrar el código genético se completó hacia 1965 y fue en 1991 el progreso tecnológico permitió descifrar el primer gran lenguaje biológico, el lenguaje genómico (A,C,G,T). Desde entonces hemos ido aprendiendo cosas sorprendentes: que es mi genoma el que está generando proteínas que me permiten pensar, sentir, ser; que miles y miles de reacciones químicas orquestadas hacen posible cada instante de mi vida; que la naturaleza no tiene propósitos en términos científicos y que puede tantas y tan diversas maravillas porque tiene todo el tiempo posible para hacerlo y todas las oportunidades para cometer errores; que la vida humana se construye a partir  de una larga tira molecular de dos metros de material genético que están cuidadosamente empaquetados en cada una de nuestras células y repartidos en 23 pares de cromosomas; que todos, absolutamente todos los seres vivos venimos de una humilde bacteria que hace 3800 millones de años tuvo un sueño: crear otra bacteria igual a sí misma; que una vida surge de otra sin necesidad de invocar ningún fenómeno sobrenatural para explicar un proceso tan natural; que, como dice García Márquez, «debieron transcurrir 380 millones de años para que una mariposa aprendiera a volar, otros 180 millones de años para fabricar una rosa sin otro compromiso que el de ser hermosa, y cuatro eras geológicas para que los seres humanos fueran capaces de cantar mejor que los pájaros y morirse de amor». Pues bien, ¿cómo insertar en este panorama la realidad de Dios, cómo mezclarlo a ella? ¿Con qué modelo de Dios: un Dios que desde fuera actúa sobre lo que ha creado o un Dios que se mezcla a lo creado desde dentro? ¿Un Dios que es distinto de lo creado o un Dios que, por amor, se identifica con lo creado? ¿Un Dios que teme al panteísmo y al inmanentismo o un Dios que abre los brazos a la realidad y la “procrea” por amor? ¿Un Dios frente a lo creado o integrado en lo creado por un misterio inalcanzable de bondad y de entrega? 

3)      La inteligencia artificial que toma el poder: La inteligencia artificial es una de las tecnologías más prometedoras a pesar de sus enormes interrogantes (el reconocimiento facial o el tema laboral, por ejemplo: de cada diez jóvenes españoles aún eligen estudios relacionados con puestos de trabajo que están en riesgo de desaparecer por la automatización del empleo). La IA está revolucionando nuestra forma de vivir y trabajar y, a priori, ofrece enormes ventajas para la economía. Pero plantea el reto  del respeto a la legalidad, a la privacidad y, en definitiva, a la prioridad de la persona. ¿Una época así es la ruina de la espiritualidad o es, precisamente, una puerta abierta para un impulso nuevo de revalorización y profundización? ¿Es la época de los robots la época de la muerte de la espiritualidad o la de entender que precisamente la espiritualidad puede ser el faro que ilumine las actuaciones más humanas en un tiempo amenazado de deshumanización?[23]

 

  1. 4.      El camino a seguir

 

¿Cuál es el camino a seguir en la relación entre ciencia y fe o entre ciencia y religión? Lo más claro es que el camino de la confrontación, el menosprecio y el afán por anular a una de ellas no es el más adecuado. Un cientismo altivo y ridiculizador es algo negativo para la misma ciencia. Una posición religiosa rígida y fanática debilita y niega el fondo mismo de la creencia. Los tiempos del desprecio deberían estar superados por ambas partes en razón de la plural verdad de las personas.

Por eso mismo, el camino a seguir es, lógicamente, el de la integración. Eso supone el alejamiento de la pretensión, a priori, de la superioridad de una de ellas sobre la otra. No se trata de saber cuál de las dos es superior, sino si hay posibilidad de entendimiento.

Demanda, a nuestro juicio, la conexión de la fe al camino de la ciencia. No se trata de supeditación, sino de ver que en el camino histórico, la ciencia tiene un plus de primariedad ya que, aunque se equivoque, trabaja con datos tocables, mientras que la espiritualidad trabaja con datos “intocables”, por más reales que se les quiera. Esta primariedad lo es en el plano hermenéutico, no tanto en el plano de la verdad.

De ahí el papel orientador de la ciencia como camino primero. La espiritualidad ha de poder encajar eso, aunque en ciertos momentos pueda cuestionar a la ciencia no tanto desde los descubrimientos científicos sino desde la ética o la experiencia interior.

Todo esto demanda de la ciencia el construir una verdad humilde, los trabajos de quien bucea en el universo para encontrar sus mecanismos y facilitar el sentido. Esto no resta un ápice a la necesaria osadía de la ciencia porque sin tal osadía los avances científicos se pararían, se enquistarían, no serían valiosos.

A la espiritualidad, a la religión, se le demandaría la búsqueda deseosa y profunda de los estratos del corazón humano y los trabajos por situarse en el pulso de lo que no entra en los experimentos científicos pero anida en el fondo de lo humano.

Tiene I. Newton una frase iluminadora: «La ciencia puede purificar a la religión del error y la superstición; la religión puede purificar a la ciencia de idolatría y falsos absolutos. Cada una puede atraer a la otra hacia un mundo más amplio en el que ambas puedan florecer»[24]

 

  1. 5.      En búsqueda de la felicidad

 

Este podría ser el anhelo en el que confluirían tanto la ciencia como la espiritualidad. La ciencia cree, y cree bien, que disminuyendo el número y nivel de las enfermedades, nos acercamos a la dicha. Y así es, aunque la dicha dependa también de factores epigenómicos y metagenómicos. Incluso más, posiblemente depende, genéticamente hablando, del mundo de las relaciones. «La felicidad de la mayoría de los seres humanos depende en buena medida de la felicidad de aquellos con quienes se conectan, ya sean sus familiares, sus amigos o los miembros de la comunidad en la que viven»[25]. No solamente el logro, sino el mero acercamiento a la dicha es una tarea ingente y compleja.

También el fenómeno espiritual tendría a la dicha y a veces por caminos comunes. La práctica de la meditación, el altruismo y hasta la contemplación de la naturaleza tienen en su substrato este anhelo de mejorar el estado de supervivencia y felicidad de los seres humanos. Otra cosa son los anhelos religiosos que se ven más mezclados con intereses que, con frecuencia, no tienen que ver con el logro de la dicha sino con la consecución del poder y del dominio ideológico. Pero una vivencia saludable de la religión también habría de apuntar a la dicha.

Si el terreno del arte puede ser plataforma común de encuentro entre ciencia y fe, quizá haya que decir que este trabajo por construir la dicha humana puede ser, así mismo, casa de encuentro para los anhelos de la ciencia y de la fe.

 

  1. 6.      Bajando al llano

 

Creemos que es valioso que un centro docente franciscano se plantee este tema básico para cualquier centro educativo. Aunque aquí no se haga la gran investigación se ofrecen multitud de conocimientos científicos y se requiere un talante cultivador de la verdad de la ciencia, en el terreno que sea. Abandonar el deseo de verdad científica sería demoledor para un centro de formación por más que su ideario apunte a realidades más concretas.

Pero también, al estar en la órbita de lo humano y de lo franciscano, el tema de la espiritualidad le tiene que ser atrayente. Sería una gran pérdida dejarlo por improductivo, por desfasado o por inútil. La vida no es solo lo que se toca. También es lo que subyace a la piel. Y muchos de los éxitos educativos hacen relación a ese nivel de profundidad.

Tiene san Francisco un texto breve llamado Carta a Antonio (a san Antonio de Padua). En ella le dice que ha de huir del endiosamiento de la ciencia, de que la actividad escolar ha de ser una fuente de humanidad y de crecimiento social y la espiritualidad que conecta con lo vivo resulta insustituible. Puede ser una buena orientación para un centro como este de León.

 

 

Fidel Aizpurúa

Febrero de 2020

 



[1] Desde los tiempos de Draper y White a finales del siglo XIX.

[2] Por eso muchos han tomado la postura de “dominios separados”.

[3] Véase el amplio catálogo de la editorial Sal Terrae en el apartado “Fe-ciencia” que sigue produciendo títulos actuales.

[4] La cita «La vida es un largo verso interminable» pertenece al poema «Ángelus», escrito por Gerardo Diego en 1920 y dedicado a Antonio Machado.

[5] Como Einstein, Maxwell, Planck o Schrödinger.

[6] Como Dawkins y muchos otros.

[7] C. LÓPEZ-OTIN, La vida en cuatro letras. Claves para entender la diversidad, la enfermedad y la felicidad,  Ed. Paidós, Barcelona 2019, 90.

[8] Ibid., 85-86.

[9] El descubrimiento y desarrollo de nuevos fármacos es un proceso largo, normalmente transcurren entre diez y quince años desde la investigación inicial hasta el lanzamiento de un medicamento al mercado, incluidos los entre seis y ocho años que transcurren entre los ensayos clínicos de Fase I y el lanzamiento al mercado.

[10] Personalmente nos cabe el honor de haber logrado el primer doctorado en teología de Facultad de teología del Norte de España de Vitoria con homologación civil automática. Estamos hablando de 2015.

[11] Sobre todo los de DEAN HAMER, The God gene, Random House, New York 2005 donde se ve que este autor «llegó a la conclusión de que la variante  A33050C presente en el gen VMAT2 predispone para la espiritualidad», C. LÓPEZ OTIN, op.cit.,  p.124.

[12] Ibid., p.124.

[13] M. F. ECHEVARRÍA, «Espiritualidad y psicología», en: http://dia.austral.edu.ar/Espiritualidad_y_psicolog%C3%ADa.

[14] «La mística tiene una posición en el nervio de las cosas, en el núcleo, es decir, en la vida interior del hombre. Y el hombre interior es el único que puede seguir creyendo en la posibilidad de hacer utopías, es lo que Robert Musil llamaba el sentido de la posibilidad. Los místicos pueden poner de lado todo aquello que molesta, que distorsiona y así disponer de la libertad de hacer posible lo que no es posible, de abrir la puerta a la utopía. La mística es la filosofía de la libertad»: A. Haas en:  J. MARTÍ FONT, «La mística es la filosofía de la libertad», en: https://elpais.com/cultura/2009/12/03/actualidad/1259794803_850215.html (29-1-2020). ver así mismo: A. HAAS, Viento de lo absoluto ¿Existe una sabiduría mística de la posmodernidad?, Siruela, Madrid 2009.

[15] A. AMUNARRIZ URRUTIA, La teología en camino. Una guía,  Verbo Divino, Estella 2019, p.32.

[16] «Los teólogos no deberían poner las cosas fáciles a los científicos introduciendo en su discurso el argumento de autoridad –que, desde la Ilustración, como muy tarde, ha sido desenmascarado como no científico- y replegándose a la supuesta infalibilidad de la Biblia, del papa o de incuestionables declaraciones conciliares»: H. KÜNG, El principio de todas las cosas. Ciencia y religión, Trotta, Madrid 2007, p. 50.

[17] Samuel Morse (retratista), Brian May (músico), Albert Einstein (músico), Goethe (literato), Leonardo de Vinci (pintor).

[18] Piénsese en el derroche artístico de la capilla Sixtina, por ejemplo.

[19] “No creo en la falsa promesa de la invulnerabilidad humana”: C. LÓPEZ OTÍN, Op.cit., 86.

[20] LS’ 138.

[21] La espiritualidad cristiana siempre afirma que el centro de todo es el hombre: GS 63; LS’ 127.

[22] Cf D. O’MURCHU, Teología cuántica. Implicaciones espirituales de la nueva física, Abya Yala, Quito 2014.

[23] Cf J. A. GONZÁLEZ, «La inteligencia artificial toma el poder» y «Gobiernos y empresas buscan una ética propia para la IA», en: La Rioja (innova +), 29.01.2020, p.4.

[24] L. SEQUEIROS, «¿Es posible el diálogo entre Ciencia y Religión?», en: https://www.google.es/search?bih=604&biw=1347&hl=es&ei=5bk6XtOKF4PHgQawzYMo&q=t%C2%BF+es+posible+el+dialogo+entre+ciencia+y+religi%C3%B3n%3F&oq=t%C2%BF+es+posible+el+dialogo+entre+ciencia+y+religi%C3%B3n%3F&gs_l=psy-ab.3..33i160.6569.16424..16812...0.0..0.105.4354.47j4......0....1..gws-wiz.......0i22i30j0j0i30j38j0i22i10i30j33i22i29i30j33i21.6Wj0UMJiVOI&ved=0ahUKEwiTkbG4ubrnAhWDY8AKHbDmAAUQ4dUDCAs&uact=5 (12-2-2020).

[25] C. LÓPEZ OTÍN, Op.cit.,  p.144.

2 comentarios

Teresa -

Yo, la verdad, me quedo con un Dios “que se mezcla a lo creado desde dentro, que se identifica con lo creado, que abre los brazos a la realidad y la “procrea” por amor, un Dios integrado en lo creado por un misterio inalcanzable de bondad y entrega”. Porque merece la pena creer y esperar en un Dios así, amar a un Dios así. Y porque este Dios es el que experimento en mi vida.

Brillante búsqueda del equilibrio entre ciencia y religión, de la armonización entre ambas hasta la atracción de las dos hacia “un mundo más amplio en el que ambas puedan florecer”

Sería interesante discernir hasta qué punto nuestra vivencia de la religión es “saludable” y si, de verdad, apunta a la dicha. Aunque temo que este sea un trabajo solitario que hay que llevar a cabo con demasiado lastre a cuestas.

Mil gracias por profundizar así, con rigor y de forma inteligible, en las relaciones ciencia-fe, de tal forma que los profanos en todo esto lo encontremos apasionante y digno de tener en cuenta.





Teresa -

“Un largo verso interminable. Porque ese es el esfuerzo de la persona, científica o ignorante, creyente o atea: construir ese interminable e interminado verso que es la vida. La enormidad y belleza de la tarea enseña humildad…” Ahí ando yo…

“… la evidencia de la enormidad de la tarea que la ciencia tiene por delante habría de llevarle a entender su trabajo con una humildad esencial… para no desenfocar la realidad” Humildad en el sentido teresiano más puro de andar en verdad.

“La espiritualidad humana, que no debe confundirse con la religiosidad, forma parte de nuestro acervo biológico y cultural” Entonces, cultivar una religiosidad en detrimento de la espiritualidad ¿no atenta contra lo más nuclear de lo humano?

“La aportación de los místicos, los antiguos y los recientes, a la cultura cae fuera de duda” ¡Bravo! Sobre todo lo que se refiere a “enriquecer el caminar histórico de las personas con un elemento de alto componente humanizador y social”

“Teléfono directo con Dios” o lo opuesto y contrario a la experiencia mística, de antes y de ahora. El místico de todos los tiempos sabe, por su experiencia inefable e inenarrable, que no se puede llegar a una inteligencia radical de Dios y mucho menos controlarlo ni manipularlo a voluntad. San Juan de la Cruz afirma que no se consigue nada de Dios si no es por amor. Entramos en un terreno ajeno a la razón.

“Funcionar en estos terrenos (ciencia y religión) en maneras aisladas o autorreferenciales es poner la tarea humana al borde del abismo” Ojalá todos, en uno y otro lado, podamos abrir los ojos y ver nuevos horizontes de entendimiento y comprensión mutuos. En pro de esa tarea humana para aceptar “la realidad que existe” como un “valor indiscutible”.

(Continuará…)