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Catequesis de Pascua

CATEQUESIS DE PASCUA

 

Presentación

 

            Muchas veces hemos dicho que “la meta es el camino” aludiendo a lo importante que es vivir, disfrutar, compartir el camino de los días con aquellos a quienes queremos y con toda persona. Caminar es lo importante, no tanto la meta. La Semana Santa y la Pascua es el final del camino de Jesús, sus días más importantes. Anímate a vivirlos con Él y con tus amigos y amigas.

            Para Jesús fueron días difíciles. Dice Lc 10 51 que “cuando iba llegando el tiempo de que se lo llevaran a lo alto, también él resolvió ponerse en camino para encararse con Jerusalén”. Puso “mala cara” a Jerusalén (el término dice expresivamente “frunció el ceño de cara a Jerusalén”, como quien se apresta a un ataque). Merece la pena hacer esta etapa dura del camino con Jesús, porque al término del mismo hay luz, hay Pascua.

            Puede pasarte un poco como ocurre en el camino de Santiago: si andas los últimos 100 km te dan “la compostelana”, aunque no hayas hecho todo el camino. Es fácil que, por muchos motivos, no hayas tenido sosiego para hacer todo el camino de la Cuaresma de este año. Puedes andar estos últimos kilómetros que son la Semana Santa y de darán la “compostelana” de la Pascua, la alegría que brota de la luz del Resucitado. Es una oportunidad magnífica que no habrías de desperdiciar.

            Para andar este camino con Jesús se precisa, sobre todo, corazón, amor. No hace falta equipaje especial, ni estar en perfecta forma física, ni tener dinero en la cartera. Es suficiente mirar a Jesús, ahondar en su gesto de amor, vivirlo con buen corazón, compartirlo con los hermanos y celebrar la posibilidad de que hoy Jesús haga su camino para nuestro beneficio. O sea: fundamentalmente es cuestión de amor. Anímate a entrar a fondo y con alegría en este camino hermoso de una Semana Santa que es la puerta de la luz de la Pascua.

 

1.  Jueves Santo

 

Narración:

 

            Yo, Pedro, el apóstol hice muchos caminos con Jesús. Tres años de ir y venir por el país dan para mucho. Íbamos a Jerusalén temerosos. El miedo de Jesús pasaba a nosotros porque todos intuíamos que las cosas podía ir mal en Jerusalén, en la boca del lobo. Nunca imaginamos que fueran a ir tan mal. Íbamos con miedo a celebrar la cena de Pascua. Pensábamos que iba a ser la última, como así fue. Íbamos en silencio; el ruido de las sandalias con las piedras del camino era lo único que, a ratos, se escuchaba. Cada uno con sus pesados pensamientos.

            La cena transcurrió normal, aunque no se disipara la nube gris que teníamos encima. El colmo fue cuando vi que nos iba a lavar los pies. No era la primera vez que lo hacía. A mí se me revolvían las tripas. ¿Qué se podía esperar de un Mesías que lava pies? Nosotros queríamos un Mesías brillante y poderoso, no un esclavo que lava pies. No podía yo con aquello. Él lo notó y por eso se dirigió a mí y me dijo aquella frase que nunca olvidaré: “Si no te dejas lavar los pies, no tienes nada que ver conmigo”. Un mazazo auténtico.

            Ahí entendí que ser de su grupo conllevaba aprender el tema del servicio, que Él quería ser un Mesías servidor, no un jefe que es servido. Y que todo el que quisiera ser de su grupo tenía que encajar ese asunto. Algo se me iluminó y lo entendí. Con el tiempo, cuando me repuse del trauma de la dura muerte de Jesús, vino muchas veces a mi memoria aquella frase suya hasta que entendí que lo nuestro servir. Así de simple.

 

Reflexión:

 

            Los cristianos, por mecanismo religioso, hemos creído que mostrábamos nuestro ser cristiano por signos religiosos: un cruz en el pecho, una cruz en lo alto de una Iglesia, la señal de la cruz que hacemos al rezar, etc. Pero Jesús dice que nuestro signo de identidad es el servicio: “En esto conocerán que sois discípulos míos, si os amáis” (Jn 13,34-35).

            Es decir: eres del grupo de Jesús si sirves, no eres de su grupo si no sirves. Eres cristiano si sirves, no lo eres si no sirves. O como dijo aquel obispo francés: “Una Iglesia que no sirve, no sirve para nada”. Por eso, para saber si eres del grupo de Jesús no tienes que preguntarte ante todo si estás bautizado, si has hecho la comunión, si te has confirmado, si te vas a casa por la Iglesia, si rezas mucho, si lees el Evangelio, etc. Todo eso es valioso, pero la pregunta decisiva es ésta: sirves o sirves. Si no apruebas el examen del servicio, no has aprobado el primer paso.

            Imaginad esto: hoy, Jueves Santo, a la hora de la celebración os encontráis en la puerta del lugar donde vais a celebrar la cena del Señor una especie de piquete: cuatro o cinco personas fornidas y decididas que paran a todo el que quiere entrar y le conminan: “¿Estás por el servicio o no estás? Porque si estás, entra; y si no estás, ya te puedes marchar”.

            No te extrañe esto. Se celebra hoy el tema del servicio. Quien lo entiende, puede andar el camino con Jesús. Quien no lo entiende, andará otros caminos. Él tenía claro que se puede estar contento sirviendo. Lo había experimentado en su vida y lo llevó hasta las últimas consecuencias.

 

Pregúntate:

 

  1. 1.      ¿Estás contento cuando sirves, cuando haces un favor, cuando ayudas a alguien o te cierras en lo tuyo y solamente te interesan tus asuntos?
  2. 2.      ¿Te emociona un Jesús que sirve hasta el final o te deja la cosa frío?
  3. 3.      ¿Cuáles crees que son hoy los principales servicios que debes hacer?

 

2.  Viernes Santo

 

Yo, Malco, como dice el Evangelio, era criado del sumo sacerdote. Me dijeron que fuera con la policía del templo a prender a Jesús. Fuimos de noche, en silencio subiendo la cuesta del monte de los Olivos. Solo el ruido de nuestros pasos, el de las armas y alguna orden dada en voz baja se escuchaban en el serpenteante camino del monte. Yo me decía: vamos camino de la muerte. Porque estaba seguro de que aquel camino conducía a la muerte. Como así fue: un camino de muerte.

Ocurrió aquello que narra el Evangelio: aquel Pedro, en la refriega del arresto, desenvainó un machete (¿de dónde lo habría sacado?) y me cercenó el lóbulo de la oreja derecha. Sangraba mucho. Mientras se lo llevaban preso yo, con un trapo en la oreja para contener la hemorragia, me fui solo a casa para ser curado.

Yo había visto muchas veces que, cuando se consagraba a un nuevo sumo sacerdote, se le hacía una incisión en el lóbulo de la oreja derecha para, mezclando esa sangre a la de los sacrificios, significar un “pacto de sangre” entre Dios y el elegido. Y me decía en el camino: ya no tiene sentido cortar más lóbulos, ya no tiene sentido el viejo sumo sacerdocio. En ese pobre hombre entregado y avasallado está el sacerdocio de verdad, el mediador válido, el acompañante definitivo.

No dicen los Evangelios que luego yo, una vez curado en mi casa, me eché a la calle y le seguí durante todo su duro camino a la cruz. Cuando veía su sangre, decía: es la sangre nueva, la que da sentido por su honda entrega, la que dice que derramar cualquier sangre es un fracaso. Iba en silencio y miraba su sangre.

 

Reflexión:

 

            El Evangelio tiene un planteamiento que da sentido a la muerte de Jesús: las entregas tienen un valor en sí mismas y, por tanto, nunca se pierden. Su valor no depende del premio, del pago, del reconocimiento, del aplauso. Tienen valor en sí mismas. La entrega de Jesús es valiosa, aunque no se la reconozca, aunque uno se burle de ellas. No en vano Jesús se definía a sí mismo como un “entregado” (“El hijo del Hombre va a ser entregado…” Mc 9,31).

            Hoy, por todo el país, habrá muchas procesiones. Muchas personas verán las imágenes de Cristo crucificado y se emocionarán porque tienen un sentimiento religioso. Ven la sangre (aunque se en imagen) y se emocionan. Pero lo importante es emocionarse por la entrega incondicional de este hombre a lo nuestro, por haber intentado dar alguna respuesta los sufrimientos de otros, por haber andado muchos caminos que no eran los suyos.

            Desde ahí podríamos deducir que la fe cristiana apoya las hermosas entregas al otro, sostiene la incertidumbre de quien piensa que si no me pagan o me aplauden no tiene sentido darse al otro, da fuerza para sobreponerse a la falta de agradecimiento cuando me doy y no me lo reconocen.

            El camino cristiano es un camino de entrega, con todos los riesgos que pueda eso tener. Y ello con la convicción de que darse a la realidad del otro, a sus necesidades y demandas, es justamente hacer lo mismo que hizo Jesús. Tal cual.

 

Pregúntate:

 

  1. 1.      ¿Cómo te suena esta espiritualidad de la entrega?
  2. 2.      ¿Merece la pena seguir a un “entregado”?
  3. 3.      ¿Qué entregas de hoy mismo tienes pendientes?

 

 

3. Sábado Santo

 

Narración:

 

            Nos levantamos cuando estaba aún oscuro y nos echamos al camino. Éramos tres sombras en la noche, tres mujeres con el corazón herido: María Magdalena, María la de Santiago, Salomé.  Íbamos en silencio por el camino pero, por dentro, todas teníamos la misma preocupación: la losa, la losa…¿Quién moverá la losa, tan pesada? Nos arriesgábamos a volvernos de vacío si no encontrábamos medio de mover aquella losa tan grande.

            Nuestra sorpresa fue mayúscula: la losa estaba movida. Lo vimos de lejos porque ya amanecía. María Madgalena rompió el silencio: “No deberíamos habernos preocupado tanto por la losa”, dijo. “La losa la teníamos nosotras”, añadió. Aceleramos paso.

            Algo había pasado con el cuerpo de Jesús, no podríamos decir más. Un cuerpo sin el peso de la losa de la limitación y de la muerte, un cuerpo liberado de las trabas a las que está sujeto todo cuerpo. Todo lo que digamos, quizá está de más.

            Volvimos también en silencio. De repente, de nuevo María Magdalena fue la que dijo: “Hay que empezar a quitar las losas. La primera es quitarse esta losa de Jerusalén y su sistema religioso. Tenemos que ir a Galilea, como dijo él. Hay que empezar allí de nuevo, con más brío, con más confianza, con más fe”. Nadie dijo nada. Pero el silencio era elocuente porque nos sabíamos hermanas en ese anhelo. Ahora era cuestión de convencer a sus discípulos y a Pedro, oprimidos por la losa de la pena y del fracaso. Había que decirles que en Galilea había luz, en la vida con el Resucitado había esperanza.

 

Reflexión:

 

            El Sábado Santo es el día de contemplación no tanto del Jesús enterrado, sino sobre todo de la losa removida. En ese signo está oculta la verdad nueva de la resurrección. Ésta dice simplemente: las más pesadas losas, tuyas y de los demás, pueden ser removidas.

            En el relato de la resurrección de Lázaro (Jn 11), se dice que Jesús dio gracias al padre no cuando Lázaro salió de la tumba, sino cuando los que rodeaban su sepulcro quitaron la losa. Quitar losas es vivir ya desde ahora la resurrección. No hay que aguardar al final de los tiempos. Ya desde ahora, en este día, puedes quitar losas de ti y de los demás. Si lo haces, estás viviendo como un “resucitado”.

            Todos sabemos que la vida está llena de losas, pequeñas y grandes, las que nos ponemos nosotros mismos, las que ponemos a los demás. Palabras pesadas y tóxicas, prejuicios inamovibles, segundas intenciones que pesan enormemente. Si haces algo por quitar esa clase de losas, la piedra de tu “sepulcro” está movida, vives en el gozo de la resurrección.

            No se nos puede quedar la celebración de la resurrección en una idea o en una mera celebración, por muy festiva que sea. Tiene que tener incidencia en la vida. Y este asunto de quitar losas, de hacer una vida respirable, de poner una bocanada de aire fresco en nuestro caminar, puede ser una manera buena de vivir como un “resucitado”.

 

Pregúntate:

 

  1. 1.      ¿Cómo poner carne a la celebración de la resurrección?
  2. 2.      ¿Qué losas te pesan y habrías de echar mano a ellas?
  3. 3.      ¿Qué puedes hacer para quitar losas en los demás?

 

4. Desierto del Viernes Santo

 

            A lo largo de este día de DESIERTO vamos a poner de relieve una serie de personajes anónimos del relato de la pasión que leeremos esta tarde. De cada uno de ellos sacaremos un punto de reflexión personal.

 

  1. Uno de la patrulla: Estábamos al servicio del sistema; nos pagaban por actuar sin pensar; muchas veces habíamos detenido a gente inocente. Lo veíamos y teníamos que callar. Aquel fue un caso más. No había que pensar.

 

Hemos de detenernos, reflexionar, para huir de la superficialidad y para no hacer el juego a quien quiere sacar beneficio de todos. Construir una fe saludablemente crítica, sensata y reflexiva.

 

  1. El otro discípulo: Me han identificado con san Juan; cosas de la piedad. Fui uno que buscó el sentido a lo de Jesús; él me apreció. Pero no logró sacarme de mi anonimato. No llegué a unir del todo mi vida personal y mi opción por él.

 

Habría que construir un tipo de vivencia cristiana que, poco a poco, vaya tocando lo que uno es de verdad. No algo añadido a lo que somos. No se trata tanto de ir diciendo a todo el mundo que soy cristiano; pero sí se trata de no funcionar en todo como el mundo. Porque entonces, ¿para qué sirve el Evangelio?

 

  1. Uno de los criados: Lo nuestro era servir a los amos. Y estos eran los jefes del pueblo, los senadores, los sumos sacerdotes. Educados para obedecer sin rechistar. Despojados de criterio y de voz.

 

Recuperar la voz, dar voz a los que no la tienen y relativizar a aquellos que tienen demasiada voz. Hacer una vivencia pública de la fe sabiendo que se está en una sociedad plural. Creer que una voz con humanidad es, a la larga, escuchada y apreciada.

 

  1. Uno de la multitud: Yo grité con todos, contagiado, “a ese no, a Barrabás”. Veía que aquello no era justo, pero grité. No supe mantener el anhelo de justicia cuando este era pisoteado.

 

Una fe que no lleva al anhelo de justicia no es la fe de Jesús. Y esto hay que construirlo cerca y lejos, a un kilómetro de casa y en cuestiones de tipo universal. Aquel que moría, Jesús, era un enamorado de la justicia.

  1. Otro de la multitud: Yo estaba en la multitud que grito “¡Fuera!” cuando Pilato lo presentó a la gente. Aquel guiñapo no era “el hombre”, la idea de persona que yo tenía, lo que yo quería ser. No supe ver dentro.

 

Estrellarse contra el muro de las apariencias es perderse lo mejor de la verdad de la persona. Juzgar por las apariencias es casi siempre equivocarse. Valorar solamente lo que se ve y lo que se toca es arriesgarse a no entender nada.

 

  1. Uno de los jefes: Yo fui de los que dije “No tenemos más rey que al César”. Sé bien que eso no lo dice un judío ni borracho. Pero había que eliminar a aquel sujeto que ponía en riesgo nuestro tren de vida.

 

Habríamos de estar dispuestos a cuestionar nuestro tren de vida. Vivir con menos para que oros puedan simplemente vivir. No cambiaremos la vida si nosotros mismos no cambiamos de vida.

 

  1. Uno de los soldados: Dividimos y nos repartimos su ropa, como era costumbre. Aquel ajusticiado que su pueblo rechazado tenía algo. El jefe afirmaba que tenía algo de “dios”. Pero moría entre los espasmos de la muerte. Era un pobre más.

 

Mirar las pobrezas; mirar con humanidad. Algo tenemos que ver con ellas. Ser sensibles y activos ante los problemas sociales. Ayudar a bajar de la cruz a los crucificados de la historia.

 

  1. Uno de los que pidieron que lo quitase de la cruz: Era como una ofensa, verlos allá crucificados siendo, como era, la Pascua. Había que quitarlos de la cruz. Por eso se lo pedimos a Pilato. Él quería mantenerlos allí para escarnio nuestro.

 

El Papa Francisco habla de cultura de la exclusión, de la indiferencia, de la conciencia aislada que no mira más que a los propios beneficios. Mirar a Jesús crucificado es pensar que los otros tienen un sitio en mi vida, hacerles un sitio.

 

Pregúntate:

 

  1. 1.      ¿Con cuál de estos personajes anónimos te identificas? ¿Por qué?
  2. 2.      ¿Crees que tienes que cambiar algo en tu relación con los empobrecidos (crucificados)?
  3. 3.      ¿Cómo ayudarnos a que los relatos de pasión de Jesús sean algo que vaya más lejos que la simple sensibilidad?

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