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FIAIZ

Romper el círculo vicioso

ROMPER UN CÍRCULO VICIOSO

El trabajo infantil en Ghana

(http://www.ipsnoticias.net/2013/06/suenos-de-educacion-se-esfuman-por-trabajo-infantil-en-ghana/)

 

            El artículo plantea la evidencia de un círculo vicioso que ocurre en Ghana como en otros muchos países empobrecidos o en primera fase de emergencia: la pobreza lleva a los niños a trabajar-las leyes fustigan ese trabajo sin dar soluciones-las familias con conciencia de culpa, sin ella o por mera tradición mandan trabajar a los niños-los niños siguen en el trabajo infantil. Es un círculo vicioso en el que están implicados muchos niveles de derechos que han de ser contemplados.

            El nivel más evidente pero el más cuestionado es el de las grandes declaraciones de principios que vienen de la OIT o de las legislaciones de cada país. Son unánimes. Consideran el trabajo infantil como inaceptable, como una verdadera esclavitud. Hay que apostillar que es fácil legislar al amparo de las instituciones que están dirigidas por países que no tienen en su sociedad el problema del trabajo infantil y que tienen un nivel económico suficiente o elevado. Los organismos que cita el artículo, propios de Ghana, aunque pertenecientes a un país pobre, están en la órbita de los países ricos y bienpensantes.

            Están en juego los derechos de las familias a sobrevivir. Es fácil decir que es una práctica cultural negativa o que es simple “excusa”. El derecho de los niños a la educación hay que articularlo con el derecho del campesinado a una estructura agraria productiva que saque de la agricultura de supervivencia hacia modos económicos más estables. Pretender erradicar el trabajo infantil sin modificar las estructuras agrarias básicas es imposible. El derecho a la educación tiene que ver con el derecho a la soberanía alimentaria y, más al fondo, con el derecho a la tierra.

            A nivel más amplio, el trabajo infantil agrario tiene que ver con las estructuras económicas del Gobierno. No es de recibo clamar contra el trabajo infantil y decir, a la vez, que no hay otro modo de espantar los pájaros de los arrozales que empleando a niños como honderos. La distribución de cañones espantapájaros de bajo coste podría paliar mucho esta actividad infantil. Pero, a la vez, hay que dotar al campesinado de modos de producción estables y suficientes. De lo contrario, con mayor o menos incidencia, emplearán a los niños.

            Resulta fácil proclamar que el trabajo infantil “priva a los niños de su niñez, su potencial y dignidad y que es perjudicial para el desarrollo físico y psicológico”. La cruda realidad es que muchas familias de los países empobrecidos necesitan el trabajo infantil para poner en pie el “derecho a sobrevivir”.

            Por lo tanto habrá que establecer una conjunción de derechos: el de las familias a más que el mero sobrevivir (incluidos los miembros infantiles), el de los estados pobres a su soberanía alimentaria y agraria, el de las empresas agrícolas a lograr producciones rentables, el de los gobiernos a hacer obra de cuidadanía y de promoción. Todos estos derechos han de ser conjugables.

            Por eso mismo, el trabajo infantil tiene que entrar en ese ámbito de los derechos: derecho a una regulación, a una retribución justa, a una conexión con planes escolares posibles, a una promoción paulatina hacia la plena integración escolar. Mirar esta situación desde el lado de la negativización y la simple exclusión del trabajo infantil, además de irreal, resulta imposible. De ahí el desaliento de los mismos gobiernos de estos países empobrecidos que, recurriendo a las costumbres o a las mentiras, vienen a decir que esto no hay quien lo erradique. En la conjunción ordenada y equilibrada de todos los derechos puede haber un atisbo de solución.

            Esta posibilidad viene dada en el mismo artículo. Éste habla del trabajo de los niños, nada dice del de las niñas. Los niños, a pesar de todo, tienen un horario de trabajo, una remuneración por muy baja que sea, un calendario de trabajo en ciertos meses. Es decir, tirando de ahí podría avanzarse hacia un reconocimiento laboral de los niños con un cierto nivel de derechos. Esto no significa defender el trabajo infantil, sino elaborar una realidad social para conjugar todos los factores con un horizonte de dignidad.

            Pero nada se dice en el artículo del trabajo infantil de las niñas. Su trabajo en condiciones de servidumbre está en la sombra de las sociedades empobrecidas y, por lo mismo, en la oscuridad de los países legisladores. Todos los estudios apuntan a situaciones de auténtica esclavitud, sin horarios ni remuneración de ninguna clase, una mercancía en venta con frecuencia. Un submundo dentro del trabajo infantil. Esclarecer esta situación es un paso previo para poder hablar mínimamente de derechos de la infancia y para regular, en la medida de lo posible, el trabajo infantil.

 

 

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