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FIAIZ

La comunidad del discípulo a quien Jesús quería

LA COMUNIDAD DEL DISCÍPULO A QUIEN JESÚS QUERÍA

Para una eclesiología del Evangelio de Juan

 

            En el marco apasionante de los estudios neotestamentarios, muchos estudiosos han trabajado sobre la eclesiología del cuarto Evangelio. Su época, el final del siglo I, la irrupción de muchas corrientes ideológicas como un vendaval (el gnosticismo, por ejemplo), el desmembramiento consumado del cristianismo del tocón común del judaísmo, el ambiente convulso del imperio romano, la evolución de las primeras comunidades paulinas, etc., son elementos más que suficientes para que la tenaz aportación de los especialistas haya tomado la páginas de san Juan como campo de análisis.

            Sin embargo nosotros no vamos volver sobre esos magníficos estudios, siempre recomendables, sino que vamos a releer el texto joánico desde una actitud algo más experiencial: ¿cómo suscitar en el lector de hoy una vivencia más anhelante de una comunidad evangélica mirándonos en el reflejo de aquella comunidad de primera hora que fue la del cuarto Evangelio? Releeremos una serie de textos desde esa perspectiva.

 

1. Un amor desde el principio (1,19-28): Así fue el amor de los primeros seguidores, al decir del pagano Flavio Josefo. Efectivamente, en las páginas iniciales tenemos este pasaje en donde se dice que el Bautista “no es quién para desatarle la correa de la sandalia”. La expresión no significa humildad; alude a la Ley del Levirato (amparar a la mujer sola) en donde se censuraba a quien no la cumplía con ese gesto atávico.  A Jesús nadie le ha soltado la sandalia porque ha sido un buen levir,  se ha llevado a la mujer sola, ha amparado al pueblo. La comunidad de Jesús es, desde el principio, una comunidad amparada por el abrazo benigno y reconfortante de su “esposo” que siempre la amará.

2. Una comunidad de difíciles inicios (2,1-11): Porque María y sus discípulos representan en la escena de Caná al Israel fiel a quien le cuesta dar el paso de la adhesión. Pesan mucho las viejas ideas religiosas. Se le considera con el poder de un nuevo José (“Haced lo que él os diga” viene en la historia de José: Gen 41,55). Por eso empiezan de cero: “sus discípulos comenzaron a darle su adhesión”). El camino será largo.

3. Una comunidad inicialmente abierta (4,4-44): Ya que ese ha sido el gran caballo de batalla del primitivo cristianismo: el universalismo. Esta comunidad cree que también los samaritanos, gente tenida en menos, son sujetos del reino, mientras que la cerrada comunidad judía queda fuera (“Se quedó con ellos dos días…ahora creemos y sabemos”). Sin apertura, la comunidad se ahoga y el Mensaje perece.

4. Una comunidad de necesaria libertad (5,1-9a): La comunidad joánica experimenta esa certeza de que la salud de Jesús llega cuando ya casi no hay remedio (treinta y ocho años, cuarenta menos dos, toda la vida). En ese resquicio llega la libertad de Jesús, la de poder “llevar la camilla”, toda suerte de pesos legales, religiosos o personales. Una comunidad que no ensancha su corazón desde la liberación del Evangelio, no sería la comunidad de Jesús.

5. Una comunidad en conflicto religioso (7-8): Todo la novedad del Evangelio no ha sido suficiente para que esta comunidad tratara su mayor herida, la separación del judaísmo, con humanidad. Estos dos capítulos de Juan los más convulsos de todo el NT (junto con Gálatas). No han tenido recursos para un  diálogo constructivo o una amistosa separación. El maltrato, el insulto incluso, ha estado a flor de piel. Es uno de los “pecados” de la comunidad que habrá que sanar.

6. Una comunidad que busca incansable la luz (9,1-12): Porque el relato del ciego de nacimiento alude a la realidad personal y a la comunitaria. Juan está cierto de que “Dios es luz” (1 Jn 1,5) y que su amor quiere iluminar los niveles más oscuros de la existencia, milagro semejante como devolver la vista a un ciego de nacimiento. Ser comunidad de luz implica expandir la luminosidad en las zonas de tiniebla que envuelven el hecho histórico.

7. Una comunidad que “quita losas” (11,1-17): El gran signo del Jn 11 no es tanto la resurrección de Lázaro, cuanto que aquellos que están en torno a su tumba echen mano de la losa fiados en Jesús que dice, contra toda evidencia, que bajo la losa hay vida. Cuando quitan la losa, Jesús da gracias al Padre (el muerto sigue en la tumba). Quitar losas es el gran milagro resurreccional que la comunidad puede vivir ya desde ahora, no es necesario esperar al “último día”.

8. Una comunidad que mira de recelo al “grano caído” (12,12-36): Ya que no dice el texto evangélico cómo se marcharon de decepcionados aquellos “griegos” que habían venido a ver al mesías judío cuando les dijo que él era “un grano caído en la tierra”. Pero la misma decepción habría de tener la comunidad porque la voz del cielo tiene que venir en ayuda de Jesús, voz que es “por vosotros”. Tendrían aún que aquilatar mucho su vida y su fe para entender la espiritualidad de la entrega.

9. Una comunidad que sirve (Jn 13,1-12): Porque el servicio es la ley que constituye la comunidad. No es por razones religiosas por las que se es seguidor de Jesús, sino por razones “sociales”: si sirves crees, si no sirves no crees. Un planteamiento que el autor del cuarto Evangelio subraya con el diálogo de Pedro: “si no te dejas lavar, no tienes nada que ver conmigo”. Es que el servicio entendido y, sobre todo practicado, dice quién es quien en la comunidad de Jesús.

10. Una comunidad que sabe que Dios y Jesús están en el fondo de la vida (14,23): este es el texto culminante de la mística joánica: la comunidad sabe que la suya es una vida siempre acompañada, porque el padre y Jesús han venido a quedarse para siempre en el fondo de la existencia. Mientras esta certeza anide en lo pliegues del alma, la comunidad conservará el deseo de Jesús.

11. Una comunidad que brota de la verdad misma de Jesús (Jn 19,31-37): No otra cosa quiere decir Juan cuando narra que del costado de Cristo salió “sangre y agua”. La sangre es la entrega total (porque la sangre vertida ya no se puede recuperar). El agua es la vida que se da en el Espíritu de donde la comunidad renace: “nacer de agua y de Espíritu”. Es decir, la comunidad tiene como elementos integrantes la espiritualidad y la justicia, la entrega y la mística, ambas cosas mezcladas.

12. Una comunidad que reconoce al resucitado tocando llagas (20,24-29): Ya que cuando Tomás en invitado a “meter la mano” en el costado se le empuja a tocar con decisión no solamente las llagas del muerto en la cruz, sino las de toda persona. Este es camino seguro para reconocer al resucitado porque para el cuarto Evangelio la resurrección no es tanto una creencia cuanto una norma de acción, un camino para el bien.

 

¿Se puede construir una auténtica eclesiología joánica con estos elementos? Creemos qí, si por eclesiología entendemos una manera de ser creyente en medio del mundo. Así es, la fe que propone Juan no es tanto un conjunto de normas, cuanto un camino de vida, de experiencia. Su famoso “venid y lo veréis”  (Jn 1,39) se aplica aquí con todo rigor: quien experimenta este camino de comunidad termina por ser seguidor de Jesús en modos de vida y gozo.

 

Fidel Aizpurúa Donazar

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