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FIAIZ

Juan 58

CVJ

Domingo, 14 de noviembre de 2010

 

VIDA ACOMPAÑADA

 Plan de oración con el Evangelio de Juan

 

 

58. Jn 8,48-53

Introducción:

 

                La muerte no suele hacer parte de nuestras conversaciones y, casi siempre, en modos dramáticos, cuando no histéricos. Pasan los años, cambiamos de siglo y seguimos en el mismo punto de comprensión. ¿No puede haber otra manera de entender el tema? ¿No puede ser, el morir, una parte tragable de una existencia normal? ¿Hay que huir de este asunto como de la peste? ¿No se puede mirar el hecho de morir con mirada benigna, sin histeria? ¿No puede esto hacer parte de una conversación normal, de un camino de vida corriente? ¿Hay que hacerlo bajo el peso y el pesimismo de quien cree tener delante algo gris, oscuro, ciego? ¿Puede esto ser objeto de oración? Y si oramos con referencia a cosas mucho más sencillas y menos decisivas en la vida, ¿no vamos a poder orar ante el misterio hondo de nuestro morir?

                El texto evangélico de esta semana pone este asunto sobre la mesa. Y sostiene que trabajar con el mensaje, orar con la Palabra, puede hacer de contrapeso a la amargura de la muerte y desvelar el gozo de vivir sin entender el acabarse como una desgracia total. Orar con el Mensaje podría ayudarnos a entender esto desde una perspectiva nueva que daría otro jugo a nuestra vida. ¿Es esto mera filosofía, pajas mentales? Creemos que no y que de ello depende una buena parte del gusto por la vida. Nuestros horizontes vitales cobrarían más luz si vertiéramos aquí un poco de novedad. Son cosas que nos ayudan a madurar por dentro.

 

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Texto:

 

                        48Repusieron los dirigentes:

                -¿No tenemos razón en decir que eres un samaritano y que estás endemoniado?

                        49Replicó Jesús:

                -Yo no estoy loco, sino que honro a mi Padre; en cambio, vosotros queréis quitarme la honra a mí; 50aunque yo no busco mi gloria; hay quien se encarga de eso y es juez en el asunto.

                        51Os aseguro: quien guarda mi palabra no sabrá lo que es morir para siempre.

                        52Le dijeron los judíos:

                -Ahora vemos claro que estás endemoniado; Abrahán murió, los profetas también, ¿y tú dices "quien guarda mi palabra no conocerá lo que es morir para siempre"? 53¿Eres tú más que nuestro padre Abrahán, que murió? También los profetas murieron, ¿por quién te tienes?

 

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Ventana abierta:

 

 

                Hay personas que mueren de manera envidiable. Francisco de Asís llamó “hermana muerte” a su muerte y dicen que la recibió cantando. ¿Es posible? Sí, hay gente que tiene otra visión de la jugada. Hace poco falleció en Logroño Jesús Santamaría, un cura atípico, un profeta, un hombre espiritual que supo mezclar mística y política, vida espiritual y compromiso social. Su “testamento” es hermoso. Concluye así: “Al final ya sólo aspiro a ser uno con la vida y con Dios. Eso es la salvación... Cuando habléis de mí, o de cualquier otro, y nos recordéis, no habléis como de alguien que murió, sino de quien sigue vivo en el Señor”. Hubiéramos querido poner una foto suya. No la hemos encontrado. Hemos puesto esas espigas: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere…”.

                Oramos: Que entendamos la vida desde dentro; que creamos en la vida más allá de las apariencias dura del morir; que amemos la vida con todo, incluso con paz y sosiego.

 

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Desde la persona de Jesús:

 

                Dice Jesús, nada menos, que quien cumple su mensaje “no probará nunca la muerte”. ¿Quiere decir eso que no va un seguidor/a a morir? Sí, como todo el mundo. Pero la persona evangélica puede verse libre de la acidez de la muerte, de su desasosiego, de su herida. ¿Es esto posible? El Evangelio dice que sí. Pero habrá que comenzar desde ahora. Porque eso no es magia, algo que sucede al final porque sí. Cumplir el mensaje, andar poco a poco la senda de la Palabra, ir pegando la vida a la de Jesús y sus criterios quita a la muerte la acidez que nos la hace tan amarga (no el dolor ni el sufrimiento que conlleva, eso tiene que quitarlo la medicina)

                Oramos: Que vivamos cercanos a Jesús para que nos envuelva su sosegado amor; que incorporemos la Palabra a nuestra vida para que la luz no nos abandone; que amemos los criterios de Jesús para encontrar sentido a lo que vivimos.

 

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Ahondamiento personal:

 

                Esta nueva mística en torno a la muerte sosegada y con sentido, tendría que llevarnos a trabajar contra toda muerte, a poner algo de luz en las duras muertes que nos envuelven y que nos tocan. Quien colabora a humanizar la muerte de alguien, sus limitaciones, está haciendo lo que hizo Jesús. Es una hermosa tarea colaborar a que la amargura de la muerte, su soledad, su ruptura, la pruebe lo menos posible las personas. Ya lo decimos, es hacer lo que hizo Jesús.

                Oramos. Que ayudemos a que alguien pruebe menos la amargura de la muerte; que rodeemos de ternura a quien se adentra en lo oscuro de su muerte; que abracemos a quien va muriendo poco a poco en esta vida con un abrazo cálido y reconfortante.

 

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Desde la comunidad virtual:

 

                El mejor camino para enseñarnos la buena senda de la muerte sosegada es ayudarnos a vivir el camino de una vida hermosa. Por eso, en la comunidad virtual, en la medida en que nos alegramos en una vida gozosa y con sentido nos alejamos de las tinieblas de una muerte áspera. Que nos demos la vida para que nos demos sentido a nuestro humano morir. Quizá sin darnos cuenta nos hacemos un gran favor.

                Oramos: Que nos ayudemos a vivir amando la vida; que nos iluminemos con la cercanía y el amparo; que nos soseguemos con  una fe compartida.

 

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Poetización:

 

Su vida fue dura

y  más lo fue su muerte.

Sin embargo,

creyó que morir

era parte de la vida

y que vivir en la onda del Padre

era una ayuda decisiva

para no probar

el acíbar de la muerte.

Entendió la muerte

porque entendió la vida;

murió con fe

porque vivió con fe.

Para muchos

su muerte fue ominosa;

pero, en el fondo,

en esa muerte

había vida,

porque en sus caminos,

en sus abrazos,

en sus palabras,

en sus silencios,

en sus miradas

Había derrochado vida.

Ese derroche de amor

hizo que,

aunque su muerte violenta

fuera inadmisible,

tuviera para él

algún rayo de luz

tenue y escondido,

pero reconfortante.

La muerte no le venció,

no probó la amargura de su sinsentido.

Un misterio de vida,

no un raro milagro.

Por eso,

para animar a morir bien

animó a vivir bien,

con gozo y dicha,

con calidez y amplitud.

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Para la semana:

 

                Un gesto de aprecio con alguien acosado por la dura enfermedad.

 

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