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Retiro en Pascua 2009

Retiro en Pascua 2009

 

 

"LES HABLÓ LLEGÁNDOLES AL CORAZÓN" (Gen 50,21)

La Pascua como tiempo de crecimiento en la comunicación

 

            En el último Congrego de Megalópolis, las más grandes ciudades del globo, se llegó a una conclusión esperada: cuanto más crecen las ciudades, más crece la soledad, fruto de una mayor incomunicación. Es decir, el sempiterno trabajo por comunicarse desde dentro de la persona sigue vigente en formas más o menos nuevas. La persona moderna, a pesar de tantos medios (pensemos solamente que en España hay más de cien millones de teléfonos móviles), tiene siempre por delante el problema y la posibilidad de la comunicación humana.

            Creemos que el viejo cauce de la palabra sigue útil, vigente y necesario. Eso sí, siempre que la palabra contenga algo de la propia verdad personal. Si no, todos lo sabemos, se vuelve palabra vacía, cacharro que suena: las palabras que más suenan son las más vacías, dice un proverbio oriental. ¿Es posible en estos tiempos nuestros tener, ofrecer y construir una palabra que no sea pura vaciedad? Sí que lo es, con tal, como decimos, que la palabra emitida contenga algo de la verdad de la propia persona, algo de su propio corazón. Si no, será un motivo más de frustración. Hay quien dice que estamos saturados/as de palabras. Y es verdad: estamos saturados de palabras vacías. Pero las palabras llenas, con contenido, con experiencias dentro, con vida en sus venas, estremecen el corazón de las personas y atraen como un imán.

            Pues bien, la Pascua es tiempo de palabras vibrantes, llenas de vida, la vida del Resucitado, de todos los resucitados de la historia, de todas aquellas personas que han  pasado de la muerte a la vida, de grandes apuros a sosiegos hermosos. Su palabra vale su peso en oro, en vida. Las palabra de los resucitados son palabras que anuncian la posibilidad de la vida, el horizonte de la dicha, la cosecha del triunfo. ¿Por qué no hacer de la Pascua un tiempo para palabras grávidas de vida, de fraternidad, de amparo, de consuelo?

            Dice Gen 50,21 que aquel José de Egipto, cuando su padre Jacob murió y sus hermanos temían que revocase su perdón en el momento en que el patriarca ya no controlaba el clan, que José mantuvo el perdón dado a sus hermanos aunque el padre ya no estaba. Y que calmó su temor y temblor en sosiego y tranquilidad diciéndoles "palabras que les llegaron al corazón". Esas son las palabras del Resucitado, de todos los resucitados, de quienes quieren vivir, ya desde ahora, en clave resurreccional.

 

1. Como pan vino la palabra

 

            Antes de entrar a la Palabra de Dios, genuina fuente de luz para quienes aprecian a Jesús, vamos a recurrir a la palabra humana, también profunda e iluminadora cuando sale de las entrañas de la vida. Tomamos al ya muchas veces comentado poema "místico y eucarístico" de José Angel Valente que nosotros ahora aplicamos al misterio de la palabra que llega a hacer de la comunicación un misterio de vida:

 

COMO pan vino la palabra,
como fragmento de crujiente pan
fue dada,
igual que pan que alimentase el cuerpo
de materia celeste.

Vino, compartimos su íntima sustancia
en la cena final del sacrificio.

Y nos hicimos hálito, sólo soplo de voz.

Palabra, cuerpo, espíritu.

El don había sido consumado.

 

  • Como pan vino la palabra: La vida relacional se muere por desnutrición sin la palabra, sin las buenas palabras que abren la puerta del corazón y el horizonte de la vida. Las buenas palabras son decisivas hasta para la economía, para las relaciones políticas internacionales. Lo son para que cualquiera no termine perdido/a en el marasmo de los días, en la niebla pertinaz. Sin este pan de la palabra la vida se nos muere.
  • Como fragmento de crujiente pan fue dada: Fragmento a fragmento, trozo a trozo, pieza a pieza. Quizá no podamos darnos toda la palabra, todo su hondo misterio. Pero unas migajas pueden salvar, pueden evitar la inanición. Lo fragmentario, lo pobre de nuestras palabras, no les hace perder su valor. Desde ellas cobran sentido cualquier gesto que trate de comunicar algo humano, algo vivido. Es, además, un pan crujiente, apetitoso, bienoloroso, deseado. Las buenas palabras son dulces en la boca de quien las dice y, más todavía, en el corazón de quien las recibe.
  • Igual que alimentase el cuerpo de materia celeste: Porque la palabra humana, cuado está cargada de humanidad, es, de hecho, una materia celeste. Dios habla con esas palabras. Prestamos a Dios nuestras palabras para que nos hable de amor, de justicia, de sueños, de solidaridad, de amparo. No son solamente las buenas palabras un fenómeno del aparato fonador humano. Hunden sus raíces en la "garganta" de Dios, en su mismo corazón.
  • Vino, compartimos su íntima sustancia: Esa sustancia íntima no es sino el amor. Por eso, una comunidad humana que es pobre en palabras bondadosas es una comunidad débil. Hay un remedio contra esa pobreza elemental: compartir esa sustancia, decirse palabras benignas que acompañen a gestos benignos. La palabra está destinada a ser compartida, porque una palabra para uno sólo es palabra muerta.
  • En la cena final del sacrificio: El sacrificio de la ofrenda personal, de eso que encerramos en el vallado huerto del corazón. La palabra que se ofrece a la comunidad humana es el mejor de los sacrificios, de las entregas, de las ofrendas, porque no es un don el que se ofrece, sino una vida, una entraña, el valor más apreciado que anida en el fondo del alma. Por eso, hablar palabras buenas es como una eucaristía de vida.
  • Y nos hicimos hálito, soplo de su voz: Espíritu, eso interior que nos sostiene y nos mantiene en pie. Cuando falta, el derrumbe, la soledad, la depresión, el hastío campan a sus anchas. Si ese "soplo de voz", ese espíritu de humanidad que anida en la voz se ofrece al otro, la sociedad, la familia, la comunidad, se vuelven espirituales, humanas. Quizá la crisis espiritual de nuestra época tenga algo que ver con la crisis de nuestras palabras, pocas, superficiales, sin hálito dentro.
  • Palabra, cuerpo, espíritu: Verdadera trinidad de vida, mezcla hondísima que nos abre al horizonte humano. Un cuerpo sin palabra es un cuerpo muerto, una palabra sin espíritu es una vaciedad, una palabra sin cuerpo es la sombra de un sueño.
  • El don se había consumado: El don de uno mismo/a, del mundo, se consuma en la palabra buena habitada por el espíritu humano. La entrega que genera vida se palpa en la palabra benigna y compasiva. Asistir a la palabra como quien asiste al ofrecimiento más valioso.

 

2. Las palabras del Resucitado:

 

            Vamos a repasar las palabras del Resucitado Jesús en los cuatro Evangelios. Son bastantes. En el fondo, son las mismas que dicen todos/as los resucitados/as, aquellos que van pasando a ámbitos de vida desde lugares de muerte. Enumerémoslas:

  • Una palabra para contener llantos y hacer brotar la alegría: Así lo vemos en Mt 28,9 (alegraos) y Jn 20,15 (¿por qué lloras?). Un Resucitado es el mejor antídoto contra la tristeza porque desvela el gozo de que hay justicia y amor por encima de cualquier desconsuelo. Una palabra que consuela y alegra es el idioma de todo resucitado.
  • Una palabra para controlar miedos y generar paz: Porque en el Evangelio lo opuesto a la fe no es la increencia, sino el miedo. En Mt 28,10 (no tengáis miedo) se alienta a contener el miedo; en Lc 24,36 se ofrece la paz (paz a vosotros); en Jn 20,16 se pronuncia el nombre con todo amor (María). Quien vuelve de lugares muerte con vigor interno, controla y enseña a controlar miedos y se desprenden de él fácilmente palabras que llevan a la paz. Lenguaje de resucitados/as.
  • Una palabra para "ir a", para creer que el mundo es casa habitable: Ya que las palabras del resucitado son palabras de envío que supone una confianza básica en el hecho humano. Palabra, en Mt 28,10, sobre la posibilidad de recomenzar (id a Galilea), sobre la fe en la persona como capaz de acoger propuestas de dicha humana, como dice Mt 28,9 y Jn 21,19.22 (id y haced discípulos), una palabra, como Jn 20,21, de envío a cualquier lugar sabiendo que tal lugar puede ser casa propia. Los resucitados, quienes vienen del dolor al sosiego, tienen al mundo por casa propia y al corazón humano por amparo cierto.
  • Una palabra que confirma una presencia y suscita promesas: Ya que estas realidades, las promesas y las presencias, son imprescindibles para poder vivir en gozo. Por eso, Mt 28,10 promete una presencia cotidiana (yo estoy con vosotros cada día) y una promesa del Espíritu, espíritu de humanidad, que toda realidad creada recibe, como se dice en Lc 24,49 (voy a enviaros la promesa del Espíritu). Si la palabra no flexibiliza el tema de las presencias, si no da cuerpo a las promesas no puede ser palabra de resucitado, de personas que saben de honduras.
  • Una palabra de honda comprensión: Palabra que ha eliminado el sentido de juicio y de apropiación del otro. Por eso, como en Lc 24,17 el Resucitado pregunta por la conversación del camino, ya que realmente le interesa para acercarse al corazón de quien camina (qué conversación traíais por el camino) y como dice también Lc 24,25 comprende la lentitud para la profecía, para entrever el sentido profundo de las cosas (qué lentos para acoger lo que dijeron los profetas). Una palabra que no comprende el lado débil de la existencia no puede ser la palabra de un resucitado, de quien ha vuelto de los lados oscuros de la existencia.
  • Una palabra que anima a tocar llagas: Para curarlas, para comprenderlas, para implicarse en su debilidad. Así queda claramente dicho en Lc 24,39 y, sobre todo, en Jn 20,27 (mirad mis manos y pies...mete tu dedo...mete tu mano). Las palabras que agrandan las llagas no son las palabras de un resucitado; las palabras curativas son las propias de quien ha gustado las amarguras de cualquier muerte y ha vuelto a la luz del amor y de la vida.
  • Una palabra de total familiaridad: Porque la palabra del Resucitado pretende generar familia entre los humanos y con toda la creación. El mensaje central del Resucitado es, según Jn 20,15ss la certeza de que entre el Padre, Jesús y la persona se ha establecido una alianza de raíces familiares tan fuertes que nadie podrá quebrarla (mi Padre...vuestro Padre/mi Dios...vuestro Dios). Los resucitados, quienes vuelven a la vida desde perspectivas nuevas, engendran familia creacional con sus palabras atinadas.

 

3. Ahondamiento reflexivo:

 

            Antes de tocar los presupuestos para una creciente y fructífera comunicación comunitaria  vamos a tratar de ahondar en el hecho de la comunicación como tal:

•1)      La comunicación, elemento de humanización: Podría decirse que lo que nos hace realmente humanos no es únicamente la fonación (el habla) y la conceptualización (la capacidad de abstracción). Lo que realmente nos humaniza es la comunicación, el hecho de que el interior de la persona queda abierto y de manifiesto ante la mirada del otro. Efectivamente, nos humaniza porque, en contra de lo que pensaba Sastre, la persona no teme la mirada del otro que, por causa de su amor, no la cosifica, sino que la acoge. Esta capacidad de abrirse al otro/a es realmente lo que nos ennoblece y nos humaniza, más incluso que el hecho objetivo de estar dotados de conciencia. Por eso mismo, ser humanos sin comunicación es, prácticamente, una empresa imposible.

•2)      La comunicación, imprescindible para cualquier estructura común: Cualquier estructura común (familia, sociedad, Iglesia, comunidad parroquial o religiosa, grupos sociales) necesita de la comunicación, de la apertura del propio interior ante el otro, para superar el mero estadio organizativo. Quizá sea más fácil para las estructuras comunes funcionar organizativamente, amparadas en las normas. Pero, a la larga y a la corta, termina siendo más empobrecedor. Aducir que las organizaciones comunes no pueden tocar ese horizonte de la comunicación profunda es recortar a priori el sueño de la vida que es, digámoslo así o de otra manera, un sueño de fraternidad.

•3)      La comunicación, imprescindible en una Iglesia de comunión: Hay gente, como H. Küng, que no duda en decir que lo que ha conducido a la crisis en la Iglesia no ha sido el Concilio Vat.II, sino la "traición" a éste. Y personas como Pikaza dicen que en una Iglesia de comunión, pueblo de Dios, la comunicación es imprescindible. Por eso, quien no piensa así (incluso en altos estamentos eclesiásticos) sigue aferrado a la incomunicación, al secreto, a las deliberaciones ocultas, a la denuncia anónima, etc. Con esas herramientas podrá funcionar una Iglesia-sistema, pero no una Iglesia-pueblo de Dios. Quien aspira a esto segundo no se apea de la necesidad y de la hermosura evangélica de una comunicación franca, respetuosa, sin segundas intenciones, alentadora.

•4)      La comunicación, fortaleza/debilidad de la comunidad fraterna: Fortaleza porque una comunidad que se comunica tiene mucho mejor futuro que otra que lo haga débilmente o no lo haga en absoluto. Debilidad porque la carencia de comunicación está indicando que, todavía, no se ha animado uno a recorrer la senda del corazón de sus hermanos/as. Resulta impensable una comunidad ilusionada, con algo que ofrecer, medianamente satisfecha, con un nivel decente de disfrute humano sin que en esa comunidad funcione la comunicación. Muchas de las frustraciones que aquejan a las comunidades brotan, con frecuencia, de una carencia continuada de comunicación, tanto a nivel comunitario como personal.

 

4. Los caminos de la comunicación en la comunidad fraterna

 

            El mundo de la comunicación, al decir de psicólogos y terapeutas, no es fácil, aunque siempre digan que es positivo. Hay que desearlo para la vida fraterna, para la vida familiar. ¿Es la vida comunitaria un espacio propicio para la comunicación? Creemos, sinceramente, que sí. Esbocemos algunos posibles caminos:

•1)      Pasión por la relación: No por las "relaciones públicas" o por enterarse de todos los chismorreos. La pasión por la comunicación es una especie fe, aquella que cree, sin apearse de tal convicción, de que cuando me comunico con otros y cuando ellos se comunican conmigo mi bienestar humano crece y mis días son más disfrutantes, con más sentido. Sin esta convicción, sin esta fe, concretar más los caminos de la comunicación resulta difícil.

•2)      No aferrarse a un pasado de incomunicación: Hoy cuela difícilmente el argumento (en parte verdadero) de que no fuimos educados para la comunicación, que no fue un valor que se nos inculcara desde niños. Es cierto, pero también lo es que desde hace muchos años y desde diversos lados se nos empuja a abrirnos, a relacionarnos, a fomentar la saludable relación. Las que se dicen "personas mayores" no habrían de encontrar aquí una excusa, porque lo cierto es que  tales personas cuando quieren comunicarse con quien tienen interés, lo hacen.

•3)      Imposible sin dedicar tiempos y lugares: La comunicación demanda tiempos y lugares. Lograr una comunicación jugosa en cinco minutos es imposible. Hace falta mucho tiempo hasta que la puerta del corazón se abra por dentro. Y son también necesarios lugares apropiados. Si el runruneo de la TV está siempre de por medio, la comunicación es difícil. Una comunidad que anhele la comunicación tiene que replantearse seriamente el uso adecuado de los medios de comunicación.

•4)      Una vida "reunida": Hay personas que, habiendo hecho una opción de vida comunitaria, por diversas razones, han llegado a "odiar" las reuniones. Si por ellos fuera, no habría ni una, o muy pocas. Quizá han experimentado con mucha agudeza la esterilidad de no pocas de ellas. Pero, ¿por qué son estériles? Porque tal vez se va a ellas sin anhelo, sin preparación, dejando la responsabilidad sobre los hombros de los "responsables". Si la mayoría del grupo va en tal actitud, no es de extrañar que nuestras reuniones resulten inadecuadas para una comunicación jugosa. Y ¿si fuéramos en otra actitud? ¿Si tomáramos en nuestras manos, como cosa nuestra, el fruto de una reunión? ¿Si no nos cansáramos de colaborar? Veríamos que para no pocas comunidades, una reunión con contenido es cauce principal de renovación. Y esto es así porque la comunicación produce cuando se la toma gozosa y responsablemente. Si se la enmarca en la rutina y el hastío, la cosa resulta totalmente ineficaz, incluso contraproducente.

•5)      Sobre la mesa de la comunidad: Sería estupendo despojarse de un cierto "pudor" (tras el que nos escudamos) para poner encima de la mesa de la comunidad y poder compartir esa serie de movimientos interiores que es el lugar donde se juega mucho de lo que somos: nuestros sentimientos ante las cosas y los acontecimientos, nuestras penas que nos acongojan, nuestros disgustos y asperezas, nuestras alegrías. Si todo este mundo interior es siempre de gestión privada, algo no va bien en la dinámica comunitaria. ¿Qué podemos perder si, con corrección y sencillez, eso sale sobre la mesa y se comenta, se valora, se comparte? Y si esto no es compartible ¿qué sentido tiene el habernos reunido en grupo, el haber tomado el camino de la comunidad? Cualquier paso que se diera en esa dirección es en la buena dirección de la comunicación en la que se anda. Naturalmente, esto habría de estar rodeado de una afectuosa discreción: lo que se entrega al corazón de la comunidad es de la comunidad, no del dominio público. Andar de aquí para allá con esas confidencias comunitarias es una siembra de sal sobre la comunicación fraterna.

•6)      Comunicaciones espirituales: Que no son comunicaciones teológicas, o "místicas", sino aquellos valores hondos que van haciendo parte de mí. Por ejemplo: cómo supero los desalientos, cómo me siento en una iglesia que involuciona, qué camino estoy haciendo en la oración, cómo vivo los sacramentos después de tantos años, cómo vivo el futuro incierto de mi grupo religioso, qué lugar creo ocupar en el mundo, qué o quién me hace vibrar y me resulta imprescindible, donde están mis sueños, en quién descanso, etc. Esto es lo que compone el verdadero espíritu de la vida de una persona. ¿No puede ser algo de esto compartible, comunicable? ¿Hay que renunciar al triunfo antes de dar la batalla?

•7)      Comunicarse es alejar miedos: Porque el freno a la comunicación es, para empezar, un miedo atávico al otro como si los demás, en principio, iban a aprovecharse de mis comunicaciones para mi desdicha. ¿Por qué ha de ser así? ¿Por qué no pensar que en la comunicación todos salimos ganando? Y luego, los otros miedos: el miedo a perder prestigio, a que no cuenten conmigo para cargos, a que me etiqueten, a que me vean débil. Pero si esa es mi verdad, ¿no pueden entenderme mis hermanos en mi verdad?  ¿Pues, entonces, en qué consiste realmente la fraternidad?

•8)      Posibles mediaciones: Puede ser que haya quien piense que esto es interesante pero imposible para mi grupo concreto dado el tipo de personas que somos. Quizá se podría intentar con alguna mediación: personas de fuera que nos ayuden durante un tiempo a desbloquear situaciones; pequeñas técnicas de comunicación que, bien usadas, podrían ayudarnos a mirar en la dirección del otro; lecturas comunes que nos puedan animar; días de relax, de excursión, de disfrute, de vacaciones que nos puedan acercar desde lados más humanos; días de "familia", porque por medio de la familia se entra no pocas veces en el corazón de la persona.

•9)      Una ayuda humilde pero eficaz: Es la lectura en común de un libro o documento asequible a la comunidad y de un cierto interés para todos. Al principio puede parecer una cosa fría, teórica (y más entre gente de estudios teológicos). Pero si hay alguien que le da un cierto arraigo antropológico, una cierta humanidad, la cosa puede resultar como buen medio de comunicarse.

•10)  Libertad y silencios: La comunicación fraterna, como el amor, ha de estar presidida por la libertad. Si la comunicación es obligatoria se desfigura y se superficializa; se hace insoportable. Esa libertad es la que hace valorar los silencios de hermanos/as que, por lo que sea, tienen más dificultades. Quien se comunica bien ha de saber distinguir el silencio de quien está en el asunto aunque no hable y el silencio cansado, hastiados, que se duerme. El primero, a su manera, favorece la comunicación; el segundo la bloquea.

 

5. Pascua: tiempo de comunicación

 

            Puede ser tomada la Pascua como un tiempo bueno para la comunicación: Desde la comunicación del Resucitado a la comunidad hasta nuestra diaria comunicación. Se podía marcar un pequeño itinerario. Damos algunas pistas:

  • Primera semana: Escuchar lo que el Resucitado dice a través de los Evangelios. Interiorizar los textos del punto 2. Hacerlos objeto de profundización, de contemplación.
  • Segunda semana: Acentuar el deseo y el esfuerzo de comunicarse con la fraternidad. Acercarse explícitamente a los momentos colectivos de diálogo, de discernimiento. Llegar a ver el poder hablar con los hermanos/as como una suerte de nuestra opción de vida.
  • Tercera Semana: Escuchar y comunicarse de manera explícita con los hermanos/as más débiles, aquellas personas que, por lo que sea, tienen menos facilidad para la comunicación. Comunicarse con ellas, sobre todo dejándoles expresarse de la manera que quieran, incluido el silencio.
  • Cuarta semana: Comunicarse mejor con la sociedad, escuchar con más atención lo que pasa, no conformarse con los titulares del telediario, asistir a algún acto social que trate algún problema de hoy.
  • Quinta semana: Comunicarse con la comunidad eclesial a través de alguna acció o evento de la iglesia local.

 

Conclusión:

 

            La comunicación tiene un precio y abre a múltiples posibilidades. Tiene el precio de salir del estrecho marco vital de uno mismo/a, de pasarse a la orilla del "nosotros". Si no se paga es precio, imposible. Pero tiene múltiples posibilidades porque en la comunicación radica un porcentaje alto de la dicha y del sentido de la vida humana.

 

 

Fidel Aizpurúa Donazar

Logroño

1 comentario

Pilar -

Yo no vivo en comunidad "visible". Pero si sé por experiencia que la verdadera fraternidad se fragua en la comunicación, en el desvelamiento mutuo de nuestra intimidad... Ahí se produce el encuentro y el deseo de volver a encontrarse.
Gracias, Fidel.