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FIAIZ

Retiro de Pascua 2017

EL BRILLO DE LO OSCURO

Una Pascua para personas corrientes

 

En el lenguaje religioso la Pascua suena a algo grande, majestuoso, casi épico. Y, ciertamente, contiene la humilde épica de quien entregó su vida hasta el fin y la certeza de que tal entrega no ha sido en vano. Los mismos textos litúrgicos hablan de ello: la victoria de un rey poderoso…Cristo asciende victorioso del abismo…se une el cielo con la tierra, lo humano con lo divino…, etc.[1].

En esta época secular, ¿quién se ve concernido por el triunfo de la Pascua? Mayoritariamente la gente religiosa. ¿Y la que no lo es tanto? ¿Cómo leer en las vidas humildes, normales, alejadas incluso, la llama de la Pascua que creemos puede ser definida como el fundamento de la persona? ¿Puede pensarse una Pascua para gente corriente?

En su día hizo época aquel librito de M. Quoist, Oraciones para andar por la calle[2]. Muchas personas lo utilizaron, literalmente, andado por la calle. ¿No podría pensarse en una vivencia de la Pascua para andar por la calle, en otro espacio que el sagrado, en ámbitos donde la vida demanda amparo? Incluso más: ¿no nos llevaría eso a entender muchas vidas como vidas “pascuales”?

Para elaborar esta intuición quizá haya que volver la mirada a la gente corriente, a los actores secundarios de la “película” que es esta vida. Los grandes actores tienden a la épica; los actores secundarios pasan desapercibidos pero, sin ellos, el dinamismo de la narración o del drama, no fluiría. En el “gran teatro del mundo”, según la expresión calderoniana, los sencillos tienen un puesto digno de mención.

Incluso a la hora de motivar nuestra reflexión espiritual dirigiremos nuestra atención a los secundarios de los relatos evangélicos de la Pascua, esos que quedan englobados en “los discípulos…las mujeres…los demás…ellos…algunos”, etc. Pasan desapercibidos pero ellos también fueron testigos vivenciales de una certeza que transformó, sin duda, la vida de muchos de ellos.

Quizá haya que habituarse al “brillo de lo oscuro”, a la certidumbre de que la historia, “a pesar de lo oscura que puede parecer y de lo terrible que en el fondo es, está llena de vitalidad, de amor a la vida, de erotismo y de locura"[3]. Se precisa una mirada penetrante y benigna para mirar con piedad y amor a lo oscuro. Solamente desde tales presupuestos se contemplará su brillo.

La celebración de la Pascua es, según se mire, una celebración del brillo que reluce en lo oscuro de una muerte desastrosa. La hemos rodeado de luz, de música, de incienso, de fe y, cómo no, de cariño. Pero su brillo proviene de su oscuridad. Eso es lo que quizá pueda ayudar a conectarla con la vidas “oscuras”, pero hermosas, de la gente corriente.

 

  1. 1.      ¡Gloria a los ignotos! 

 

Queremos comenzar con un texto poético donde el autor, W. Goethe, alaba la generosa bondad de aquellos desconocidos que constituyen la medida de lo humano. Las dos estrofas iniciales suenan de este modo:

 

Honrado sea el hombre

generoso y bueno;

pues sólo eso

lo diferencia

de todos los seres

que conocemos.

 

¡Gloria a los ignotos,

elevados seres

que presentimos!

A ellos se iguala el hombre,

su ejemplo nos enseña

a creer en aquellos[4].

 

  • Honrado sea el hombre generoso y bueno: Merece honor, más allá y sin contar con vanas alabanzas o premios internacionales. La persona generosa y buena, y toda persona puede serlo, merece honra, merece aprecio y estima. Al final de todos los procesos humanos, de la vida misma, la pregunta por la generosidad y la bondad es la gran pregunta. Ser bueno, en el buen sentido de la palabra, como decía A. Machado en su poema “Retrato”. Ser bueno es un ideal divino[5] y ser generoso también[6]. La misma honra que Dios recibe por su bondad, la reciben las personas buenas por la suya. No importa que tal honra no tenga los ribetes de la valoración social. Las personas buenas y generosas hablan el lenguaje de la Pascua, derroche de vida de Dios en Jesús y prueba total de que Dios sigue siendo bueno con sus criaturas. 
  • Pues solo eso le diferencia de todos los seres que conocemos: Porque la bondad y la generosidad brotan de un corazón que quiere entregarse no únicamente por instinto o por imperativos biológicos, sino por “las razones del corazón”, de las que hablaba B. Pascal. Es verdad que, con frecuencia, la animalidad de lo humano deja pequeña la fiereza de los animales. Por eso cantaba R. Carlos que quería ser “civilizado como los animales”. Pero la generosidad y la bondad encumbran a la persona a un nivel superior, el nivel del amor. Por ello, el “encumbrado” en la resurrección, Jesús, lo es por su total generosidad y bondad. Quienes caminan en esa dirección andan las mismas sendas que Jesús. 
  • ¡Gloria a los ignotos, elevados seres!: Ya que son personas que, de una manera u otra, han tenido el convencimiento de la importancia del cultivo de una resistencia íntima que, volcada en actitudes concretas, nos proteja de las ideologías, de las modas y de cualquier inhumanidad. Gente resistente desde sus creencias, sus logros, sus certezas, sus amores nunca traicionados. Personas desconocidas que, al resistir el embate de lo humano, se han “elevado”, aunque los veamos recorrer los mismos caminos que todo el mundo. Elevados seres porque en ellos habita una verdad inapelable: la de que la vida, por humilde que sea, es un don de amor. Ignotos que andan el mismo camino del ignoto Jesús de quien nadie dio cuenta y cuya muerte y resurrección no quedó registrada en ninguna página de la historia[7]. 
  • Su ejemplo nos enseña a creer en aquellos: Por estos ignotos que no asoman en casi ningún registro se mantiene, aún viva, la fe en el valor de la persona. Ellos cambian, por su amor sin esperanza, el rumbo de la historia. En ellos encontramos razones y contrapeso a la infinita y diaria maldad de no pocos humanos. Gente que engendra fe en lo humano, el cimiento de toda fe. Si ellos desaparecieran, el mundo se sentiría perdido. Personas que, como el Resucitado, nos devuelven la fe, siempre en riesgo, de que el corazón de la persona es la casa en la que podemos albergarnos sin temor. 

 

  1. 2.      La Pascua de los ignotos del Evangelios

 

Los relatos evangélicos de la Pascua hablan, de refilón, de personas ignotas, sin nombre, englobadas en modos colectivos de nombrar (los discípulos…las mujeres…ellos…algunos…los demás, etc.). No tienen nombre, pero fueron testigos de la Pascua, partícipes, como los nombrados, del asombro que causó la naciente certeza que brotó cuando alguien, posiblemente una de las mujeres, dijo: “Sigue vivo”[8]. Son personajes en los que no se detienen los exégetas, no acceden al imaginario bíblico porque no tienen rostro ni nombre. Pero su experiencia resurreccional fue tan viva como la de las grandes figuras. El poner delante a estos “secundarios” quizá pueda ayudarnos a entender la Pascua de la gente corriente, a vivirla, nosotros también, como personas sin mayor relevancia social pero interesadas por la experiencia en torno al Resucitado.

 

  1. 1.      “Ellos…se negaron a creer”: La negación como punto de partida (Mc 16,11-14)

 

Nuestro imaginario religioso puede hacernos llegar a creer que el discipulado encajó el hecho resurreccional de manera lisa y llana. Nada más lejos de la realidad. Partían de una catástrofe: la ominosa cruz, el trallazo personal y social de un suplicio de cuyo sufrimiento y vergüenza nosotros no tenemos ni idea. Ellos sí. Venían del destrozo repentino, del hundimiento de sus esperanzas mesiánicas, de la prueba amarga de la peor de las marginaciones sociales. Lo lógico era que no creyeran a María Magdalena. Y eso que en aquella época, más primaria que la nuestra, la creencia en aparecidos era algo relativamente habitual[9]. “Estaban en duelo y llorando” (Mc 16,10a). Un llanto colectivo, tratando de elaborar la ruina que había caído sobre Jesús y sobre ellos. Ese llanto está en el cimiento de su experiencia pascual, de muchas experiencia “pascuales”. Es lo oscuro como marco de raros brillos.

Rotundamente: “Al oírle decir que estaba vivo y que lo había visto se negaron a creer” (Mc 16,10b). Y no solamente por la fragilidad del testimonio de una mujer, sino porque el peso de la derrota era excesivo como para encontrarle una salida. No es que no la creyeran a ella, no se creían a sí mismos, a su propio fondo humillado y herido. Habían dejado de creer en sí mismos en la tremenda derrota de Jesús. ¿Cómo creer que en algo tan oscuro podía haber un pequeño rayo de luz? ¿Cómo leer tal derrota, cualquier derrota, desde una esperanza que la venza? El problema no era el Resucitado; el problema era su desesperanza. Muchas pascuas comienza a iluminarse cuando se logra mirar la derrota desde lados no solamente destructivos, sino posibilitadores. Reconocer que estaba vivo conllevaba verse a sí mismos vivos a pesar de haber gustado de cerca la muerte. Superar la negación como requisito para la resurrección.

Luego “se apareció a los Once cuando estaban a la mesa” (Mc 16,14): Volvían a comer, ¿por qué no podían volver a creer en la vida de quien fue arrancado de la vida? “Les echó en cara su incredulidad y terquedad”. Incrédulos y tercos. Era normal, su manera de defenderse contra la desesperanza. ¿Cómo derrumbar ese muro? Solamente apostando por el brillo que anidaba en lo oscuro del Jesús “del madero”[10]. Habrían debido creer por otro, por “los que lo habían visto resucitado”(Mc 16,14b). Solamente de esa manera habrían superado el punto de partida, la negación, lanzándose así a ese mar sin fondo que era el del amor, el mar del que podía brotar la certeza de que estaba vivo. Al fin y al cabo, todo apuntaba en la dirección del amor. Ahí estaba y está el quid para entender las pascuas de quienes releen desde una perspectiva distinta su lado oscuro.

 

  1. 2.      “Los centinelas temblaron de miedo…y aceptaron el dinero”: La Pascua distorsionada por el miedo y el interés (Mt 28,1-15)

 

Hay un grupo de ignotos en los “sombríos” relatos pascuales del Evangelio de Mateo: los centinelas, su miedo y la patraña a la que se prestan por dinero. Es la Pascua distorsionada por el miedo y por el interés de los poderosos. Custodian el sepulcro y ante el ángel del Señor, ante la presencia de Dios en el Jesús vivo, “temblaron de miedo y se quedaron como muertos” (Mt 28,4). Su oficio de centinela se ve desbordado por la vida que emerge de Jesús. Ellos, agentes del sistema que niega la vida, no pueden tener otra respuesta que el miedo y la pasividad de la muerte. Leer desde ese miedo el vigor de la Pascua resulta absolutamente imposible. Querer entender la vida que late en lo oscuro desde la pertenencia al sistema se hace algo inalcanzable. Primero habría que alejarse y separar del sistema. Porque si algo no hace la Pascua es ser esclava del sistema. Este es antipascual. Leer la vida de los ignotos desde la Pascua demanda alejarse del sistema que los excluye.

Y luego está el dinero, la manera más burda de esclavizar que tiene la Pascua con quien experimenta el miedo. En la leyenda apologética de los guardias sobornados queda bien claro: se les da “una suma considerable…aceptaron el dinero” (Mt 28,12b.15). El dinero y su dura ley para tapar la boca a quien quiere leer lo oscuro desde la luz liberadora que anida en él. Dinero para decir que no hay luz sino sombras y así poder seguir dominando, expoliando, deshumanizando. Los caminos antipascuales de cualquier sistema.

 

  1. 3.      “Delirio…ardor…pan partido”: El estallido de la vida en lo oculto (Lc 23,55-24,35)

 

Los amplios relatos lucanos de la resurrección tienen otro aire. Hay un grupo de ignotas, al menos parcialmente. Porque da el nombre de algunas de ellas (María Magdalena, Juana y María la de Santiago), pero hay un grupo más amplio denominado “las mujeres” o, el aún más genérico, “las demás”. Incluso los dos de Emaús, quizá un hombre y una mujer[11], podrían englobarse en el anonimato de los ignotos[12]. Un conjunto de personas en cuyas vidas estalla la Pascua con toda su fuerza y se verifica la certeza de que lo oscuro de Jesús ha sido envuelto por el brillo del abrazo del Padre.

El grupo de mujeres es tenaz y fiel: “habían llegado desde Galilea y habían acompañado a José para ver el sepulcro” (Lc 23,55). No estalla la resurrección en su vida por azar, sino que ellas hacen un camino resurreccional: el camino del amor que no se separa de quien se amó. Con razón dice Flavio Josefo: “no lo abandonaron los que lo habían amado desde el principio … y se les apareció el tercer día nuevamente vivo”[13]. Ese amor desde el principio es el que posibilita la certeza de la resurrección. Como decíamos antes, hablar de resurrección es, definitiva, hablar de amor, tanto en el caso de Jesús como en el de cualquier ignoto. Y ese amor tiene que ver, en primera instancia con el cuerpo: “para ver el sepulcro y cómo colocaba su cuerpo” (Lc 23,55b). Anhelar leer el fondo de lo oscuro sin amor al cuerpo, a lo más inmediato de la persona es imposible. El amor a la corporalidad es base de la experiencia resurreccional. La negación de la corporalidad y sus avatares despoja a la resurrección de contenido. Porque la corporalidad, eso que hay debajo de la piel, se expande en el hecho resurreccional, aunque el cuerpo físico se pudra en el sepulcro. Por el cuerpo amaron las mujeres a Jesús; por la corporalidad llegarán a la certeza de que eso de fondo de la persona ha logrado expandirse totalmente.

No es de extrañar que quien ha tenido más dificultad para amar la corporalidad de Jesús crea que su expansión es un delirio: “ellos [los discípulos] tomaron sus palabras por un delirio y se negaban a creerlas” (Lc 24,11). Y, en realidad, era un delirio, pero lúcido, proveniente del amor, su fuente. Como es un delirio creer que lo oscuro está habitado por alguna luz. Como resulta un delirio pensar que la humanidad, cuando está al borde del colapso, la salvan los pobres, no los poderosos[14].

Delirio y ardor del corazón “¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino haciéndonos comprender la Escritura? (Lc 24,32). Los dos que van a la finca experimentan un ardor del corazón que solamente puede provenir de quien enseña la Escritura como quien desvela la verdad de sí mismo. Un ardor que se contagia por el cauce del camino compartido. ¿Cómo compartir el brillo de lo oscuro si no se comparten los caminos de quien ha sido obligadamente oscurecido por el sistema? Hablar desde fuera de los ignotos llevará a hablar de ellos como elementos molestos para el sistema, como “descartados”, en expresión del Papa Francisco[15].

Pero es el pan compartido la explosión de la certeza resurreccional: “lo habían reconocido por su manera de repartir el pan” (Lc 24,35)[16]. Y esa manera no podría ser sino la que el mismo Jesús propone en la manera de obrar de Dios: “empezando por los últimos”[17]. En ese modo extraño de repartir el pan, al contrario de los usos sociales que demandan comenzar a repartir por la persona de mayor rango, es como se reconoce al resucitado. El camino resurreccional no es tanto ideológico cuanto relacional: se vive en clave resurreccional en la medida en que se va incorporando el modo compartidor del pensamiento y de la acción de Jesús. Por eso mismo, la clave para desvelar los valores ocultos en lo oscuro es establecer con los ignotos mecanismos del compartir que nos lleven a valorar de otra manera, con otras perspectivas, con una sensibilidad nueva.

 

  1. Del “miedo” a la “alegría” pasando por la “confianza”:Un itinerario pascual para el discípulo (Jn 20,19-21,14)

 

Los textos joánicos de la resurrección desvelan un itinerario que el grupo de “discípulos”, en general, ofrece al lector del Evangelio. Es, como decimos, un grupo de innominados que acompaña a los personajes de más relieve (María Magdalena, Tomás, Pedro, el otro discípulo, etc.). Tal itinerario comienza por el miedo: “atrancadas las puertas del sitio donde estaban los discípulos por miedo a los judíos” (Jn 20,19b). Es la cruda realidad: el miedo que se deriva del hachazo de la muerte violenta, de la cruz, de la oscuridad. Es un miedo que aporta realismo al proceso. Cuando hablamos de leer el brillo en lo oscuro no estamos hablando de lirismos fáciles; es algo muy duro y cuya dureza es preciso encajar como se pueda sin sucumbir a ella.

Es también un discipulado que ignora, después de tanta cercanía, la verdad verdadera de Jesús: “los discípulos no sabían que era Jesús” (Jn 21,4b). No basta convivir, que no es poco; es preciso adentrarse en la realidad del otro, en esos sótanos donde, a veces, la luz es escasa. ¿Cómo se va leer el brillo en lo profundo del otro si no se está dispuesto a acompañarle en las profundidades que, con frecuencia, uno mismo rehúye?

Además, es un discipulado que evita la pregunta: “a ningún discípulo se le ocurría cerciorar preguntándole: ‘¿Quién eres tu?’” (Jn 21,12). Pregunta necesario para entrar en la pascua del otro porque implica la más inicial de las relaciones, aquella que puede llevar a la profundidad. A veces se obvia la pregunta por el peso de la tristeza; otras, como este caso quizá, por la alegría contenida[18].

Por eso dice el texto que “los discípulos sintieron la alegría de ver al Señor” (Jn 20,21b). Al fin, triunfa la alegría, indicio de que se ha leído la derrota de Jesús en modos de vida, de que la certeza de que está vivo comienza a abrirse paso y a cobrar lugar. Es el final del proceso: llegar a sentir alegría al haber encajado la pobreza del derrotado y al haber visto en ese fracaso un rayo de luz que habla de vida y de éxito. Este es el mejor final de quien lee la pascua del oscuro desde una perspectiva de vida.

Este itinerario pasa necesariamente por la confianza: “Echad la red…la echaron” (Jn 21,6). Sin la confianza es muy difícil bajar al sótano de la oscuridad y emerger desde ahí a la alegría. La confianza es el requisito necesario para leer la realidad del oscuro en modos pascuales.

 

  1. 3.      Pascua de gente corriente

 

Desde la perspectiva del Evangelio leído desde los ignotos queremos poner delante, reflexivamente, la situación y vida de algunos caminos humanos marcados por lo oscuro, por la dificultad fuerte, por una indudable marginalidad, pero que encierran un trabajo por hacer luz, un esfuerzopor no sucumbir a la derrota, el utópico anhelo de vivir en gozo creciente. Desde ahí podremos desvelar itinerario pascual de comprensión, acompañamiento y agradecimiento.

 

  • La pascua del cuidador crónico

 

Se trata de personas que están entregando largos años de su vida al cuidado de personas, muchas veces familiares, en graves dificultades de edad, de enfermedad psíquica y física, de hondos deterioros. Las hay muchas y de muchas maneras, personas dejadas al albur de familiares que no tienen preparación técnica y, con grandes dificultades y gran amor, siguen ahí en esa desigual lucha contra el deterioro y la pena. Es una oscuridad densa porque no se vislumbran cambios en el horizonte, porque la cosa puede durar años. Personas que tienen que torear día a día la fiera de la depresión, del desasosiego hondo, del tormento continuado. Gente que logra descubrir en esos abismos del dolor atisbos de una luz, un valor, un amor al que responden con amor por encima de cualquier sufrimiento. Pasiones hondísimas que llegan a descubrir chispas pequeñas de brillo y de gozo. Antes de la reforma psiquiátrica de España, podían recibir amparo de las instituciones. Ahora, con frecuencia, las personas que cuidan están a sus expensas, muy limitadas en formación y en posibilidades económicas. Pero aguantan con una fuerza que solamente puede provenir del amor. Pasión de los cuidados y pasión de los cuidadores; pascua de los que cuidan cuando hay un respiro y pascua de los cuidados cuando el dolor aprieta menos.  Oscuridad que se ha cronificado y brillo humilde que pasa por encima de tal cronificación. Pasión y pascua de Marcos y Juana.

 

  • La pascua del emigrante sin horizonte

 

Llevan años viviendo en España. Aquí trabajaron hasta que el paro les engulló, como a tantos. Una familia numerosa que alimentar y sacar adelante. Oscuridad cuando hay que peregrinar a todas las instancias de servicios sociales y de beneficencia, máxime cuando esas instituciones son católicas y el emigrante musulmán. No aclara nada el horizonte la posibilidad de volver a la tierra. Imposible hacerlo en esa derrota. Aquí mal, allí sería peor. Oscuridad sin perder del todo la sonrisa, sin caer en el pozo de la ruina total. Apoyándose, marido y mujer, de la mejor manera posible. Oscuridad en una coraza que, a veces, aprieta en exceso. Pero brillo cada mañana para agarrarse a lo que se presente, para intentarlo, mes tras mes, año tras año, con la fuerza tenaz de quien se agarra a una roca en medio de la tormenta. Pasión de quien, aunque no sea creyente en Jesús, sufre como él parecido desarraigo. Pascua como la suya en la esperanza de un horizonte mejor que no llega, en las pequeñas manos que ayudan lo poco que puede a que la esperanza no se esfume como la niebla al sol. Pasión y pascua de Ahmed y su mujer Fátima.

 

  • La pascua de la mujer, pobre y extranjera

 

Una pasión redoblada porque ser extranjera y mujer sin recursos es una pasión doble, una frontera impenetrable para la esperanza. Mujeres cuidadoras internas que, cuando mueren a quien cuidan se ven sin trabajo y sin vivienda. Con una hija a quien cuidar y sin dinero. Pasión de oscuridad, de hundirse el mundo, de no tener puertas a quien llamar. Pascua de manos anónimas que lo entienden, se acercan y echan una mano a pesar de todo. Pascua que viene por manos de corazones que, de algún modo, entienden los duros caminos de la pobreza, quizá porque vinieron de ella. Pasión de ver que tu hija pequeña está en el filo de la navaja, al borde del abismo de la exclusión, aunque ella no se percate del asunto. Pascua de algunos servicios sociales que entienden la situación y acompañan con el afán de que madre e hija puedan tirar juntas adelante. Situación oscura y pequeños atisbos de luz. Pasión y pascua de Awa y Lucía.

 

  • La pascua del desamparo que engendra uno mismo

 

Porque él ha sido su propio desamparador, preso de sus neuras, de sus desequilibrios, de su propia locura. Echa las culpas a otras instancias, a otras estructuras. No se ha logrado hacerle ver que el enemigo lo lleva dentro. Quiere exorcizarlo cargando las culpas sobre los demás. Pasión de quien se sabe en el fondo del pozo de la soledad y de la exclusión; pasión porque difícilmente hay hueco para ella; pasión porque, aunque se le haga hueco, no hay estructura personal capaz de aprovecharlo. Pascua porque hay quien, al menos, le escucha, porque existen personas que le hacen propuestas sencillas que no puede asimilar pero se intenta. Pascua porque, escribe, y al escribir exorciza un poco sus demonios. Pasión y Pascua de Atanasio.

 

  • La pascua de quien ha sido víctima

 

Vive con una pasión que le acompaña y por ello nunca llega a una pascua plena. Le resulta muy difícil abandonar su carácter de víctima porque se le ha hecho creer que eso era, en parte, por su propia causa. Arrastra la pasión de las víctimas, de los crucificados como una dura carga imposible de ser erradicada. No solamente ha sido víctima, sino que le se ha configurado como tal. La pascua viene con cuentagotas por vía de la justicia restaurativa, por la comprensión de quien es sensible a su suerte y por el amor de quienes le amparan más que nunca en su dura situación. La pascua viene por los momentos de respiro que ofrece la vida en su día a día, por las pequeñas alegrías que dan los niños, la naturaleza, los animales amigos. Pascuas humildes para quien aún nada en las aguas oscuras del desprecio. Pasión y pascua de Ruth.

 

  • La pascua de quien decide morir solo

 

Dura pasión la de quien encara su profundo sufrimiento encontrando como una salida la de abandonar este mundo. Dura pasión en la que no puede implicar ni a sus seres más cercanos. Por eso, además de elegir morir, tiene que hacerlo solo. Pero en ese abismo brilla, sin duda, la ternura, la comprensión y, en definitiva, el amor a la vida, aunque muchos no lo vean así. Pascua de vida para quien eligió la muerte como una forma de vida. Pascua de vida porque más que derrota hay, en el fondo, una celebración de lo más puro de una existencia limitada. De algún lado le vendrá la fuerza, el consuelo y el acompañamiento. Su dura soledad no lo es tanto; la soledad del Resucitado le ampara. Pasión y pascua de José Antonio.

 

  1. 4.      Itinerario pascual

 

¿Cómo componer un itinerario pascual a la luz de esta reflexión? Dividamos el tiempo de pascua en tres tramos de dos semanas cada una. En esos tres espacios trabajaremos tres actitudes:

a)              Comprensión: se trataría en las dos primeras semanas de Pascua de  acercarse a situaciones personales o sociales de una cierta dureza para tratar de entender sus planteamientos, sus vivencias, sus preguntas sin respuesta. Para ellos utilizar la herramienta de la benignidad crítica, del sentido común compasivo. Ir haciendo un elenco de esas situaciones, actualizarlo cada día.

b)              Acompañamiento: serían las dos semanas centrales de la Pascua. En ellas habría que urdir algún tipo sencillo de acompañamiento a alguna situación de dificultad tratando de desvelar el brillo que hay en esa oscuridad, los valores que están ahí y que nos enriquecen. Ir anotando esos valores que descubrimos.

c)               Agradecimiento:las dos semanas finales. Dar las gracias, de alguna manera, a esas personas en cuya pasión oscura brilla la Pascua de lo humano. Dar gracias a Jesús por tales personas y darles a ellos las gracias de manera cordial y directa.

 

Conclusión:

 

            Al final de este itinerario reflexivo quisiéramos darnos una palabra de ánimo para celebrar la Pascua de este año en modos de una cierta novedad. Desde ahí desvelamos que:

  • El buen lector de la Pascua es quien cada día es más hábil y proclive para leer en situaciones de dureza vital el brillo de lo humano, oculto pero real, capaz de alumbrar caminos de esperanza en tales situaciones.
  • El buen celebrante de la Pascua es el que sabe mezclar su espiritualidad cristiana con esas situaciones de vida que le hablan de la evidencia de bien en situaciones que parecen destilar raudales de mal.
  • El buen orante de la Pascua es aquel que, por encima de ritos y plegarias, conecta con el latido de los más postergados y descubre en ellos una hermosura que agradece ante Dios.
  • El buen animador de la Pascua es quien empuja en la dirección de la solidaridad con toda persona que se debate en lo oscuro y tiende por salir a flote en la luz.

 

 

 

Recuadro 1º

 

Benditos los ignotos,
los que no tienen página
en Internet, perfil
que los retrate en Facebook, 
ni artículo que hable
de ellos en wikipedia. 

Los que no tienen blog. 
Ni siquiera correo
electrónico, todo
les llega, si les llega, 
con un ritmo más lento. 

Tienen pocos amigos. 
No exponen sus instantes. 
No desgastan las cosas ni el lenguaje. Network
para ellos es malla
que detiene la plata de los peces. 

Benditos los que viven
como cuando nacieron
y pasan la mañana oyendo el olmo
que creció junto al río
sin que nadie
lo plantara. 

Benditos los ignotos, 
los que tienen
todavía
intimidad.


Juan Antonio González Iglesias (Salamanca, 1964) 

 

Recuadro 2

 

Tres películas con brillo en su oscuridad.

 

  1. 1.      Locas de alegríade P. Virzi: Más allá de la pintoresca narración de la locura de dos mujeres enfermas mentales lo interesante es descubrir que lo más oscuro de su vida no es su locura sino su dura historia. En ella anida, de alguna forma, el inapagable amor. 
  2. 2.      Incierta gloriade A. Villaronga: La enorme oscuridad que supuso para este país la guerra civil y sus consecuencias en la población no militar, oscuridad de alargada sombra sobre la sociedad española. A pesar de lo oscuro, hay atisbos de luz que indican que la barbarie no podrá sofocar del todo al amor. 
  3. 3.      Últimos días en el desiertode R. García: una película laica sobre la fe que muestra a Jesús como alguien susceptible de ahogarse bajo el imponente silencio de Dios. Y capaz de dialogar con su lado oscuro: quizá el Diablo no sea más que el enemigo imaginario que nos facilita nuestra psique para ser mejores. 

 

Recuadro 3

 

Tres libros con brillo en su oscuridad

 

  1. G. MARTÍN GARZO, La carta cerrada, Ed. Lumen, Madrid 2016: cómo es posible iluminar los fantasmas de una vida conel  símbolo del pacto que nos une a la vida: nadie vive como debe ni como quiere, sino como puede.
  2. J. PEREZ AZAÚSTRE, Corazones en la oscuridad, Ed. Anagrama, Barcelona 2016: un ahondamiento en los espejos rotos de los corazones que andan en soledad para descubrir que tales caminos están sembrados sobre todo de verdades humanas muy hondas y dolientes, sanadas finalmente por el amor.
  3. I. MARTÍNEZ DE PISÓN, Derecho natural, Ed. Seix Barral, Barcelona 2017: el camino de una familia española en el período de la transición con todos sus fantasmas y sus luces, la dificultad para la buena relación que lleva a situaciones de profunda oscuridad y el anhelo nunca olvidado de vivir familiarmente con el otro.

 

Fidel Aizpurúa Donazar

Logroño 2017

 

 



[1] Expresiones tomadas del pregón pascual.

[2] M. QUOIST, Oraciones para andar por la calle, Ed. Sígueme, Salamanca 197134.

[3]J. MARTÍN, “Martín Garzo se plantea el dilema entre el amor y el deber en su nuevo libro”, Agencia Efe 26 enero 2017.

[4] Citado en: V. HERRERO DE MIGUEL, “Sostener casi todo en casi nada. La confianza poética de Juan Antonio González Iglesias”, en: Razón y fe, nº 1421 (2017) 275.

[5] Cf Mc 10,18.

[6] Cf Mt 5,45.

[7]Hay que esperar para tener alguna noticia a Flavio Josefo (93), Tácito (116), Plinio (112) o Suetonio (120).

[8]Cf Lc 24,10.

[9]Aunque la “corporalidad” del resucitado planteaba una dificultad notable.

[10]Como dice la saeta de A. Machado: “No quiero cantar ni puedo/ a ese Jesús del madero/ sino al que anduvo en la mar” (Campos de Castilla 1907-1917).

[11]Si tenemos en cuenta textos como 1 Cor 9,4 o Rom 16,3.7.

[12]De uno de ellos el texto dice su nombre: Cleofás (Lc 24,18). Del otro se han hecho múltiples suposiciones: Simón (Orígenes), Natanael (Epifanio), Amaón (Ambrosio); Lucas (Doroteo, Teofilacto, Nicéforo). ¡Siempre nombres de hombre!

[13]Cf Flavio Josefo, Ant XVIII,63-64.

[14] Cada vez que hemos estado a punto de sucumbir en la historia nos hemos salvado por la parte más desvalida de la humanidad. E. SÁBATO, Antes del fin, Ed. Seix Barral, Barcelona 1999, 109.

[15]La LS’ habla de “la cultura del descarte”: 16, 22, 43.

[16]Traducción que podría soportar la expresión griega “en têklaseitouartou”.

[17]Cf Mt 20,1-6.

[18]Cf Jn 16,5-6.

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