Juan 8
CVJ
Domingo, 29 de marzo de 2009
VIDA ACOMPAÑADA
Plan de oración con el Evangelio de Juan
8. Jn 2,13-22
Introducción:
¿Cuidamos bien a nuestro cuerpo? Es una de las preguntas que se hacen muchas personas inquietas por los derroteros humanos en esta sociedad nuestra. Vistas las ingentes sumas que gastamos en dietas, gimnasios, tratamientos de belleza, etc., podría responderse que sí nos cuidamos bien. Pero todo eso con frecuencia es producto de una perspectiva distorsionada de lo físico, del valor de la presencia, de la esclavitud de modas que, a veces, tienen poco de racionales y de humanas. Cuidar bien al cuerpo supone una mirada ajustada sobre la realidad física, sobre la historia, para no creer que lo corporal es lo único; hay debajo otros valores. Supone también una mirada solidaria con las personas para no dispendiar lo que, de algún modo, pertenece a otros/as. Supone también una mirada benigna sobre nuestra realidad limitada, para no endiosarla, para no hacerla centro de lo que no es.
Es que, más allá de la anécdota histórica de la expulsión de los mercaderes del Templo, se esboza aquí una espiritualidad hermosa sobre el cuerpo de Jesús, sobre nuestra realidad corporal. Dice Juan que el cuerpo de Jesús, su corporalidad, su historia toda, es un "santuario", algo donde se revela el amor del Padre volcado a nosotros/as. No es solamente una realidad física, sino una referente del Espíritu. Por eso, como dice un escritor francés, "nunca Occidente estuvo más lejos del Espíritu que cuando abandonó el cuerpo". Abandonar el cuerpo, la historia, es dejar de lado el mejor lugar de encuentro con el Dios de Jesús volcado a ella. Considerar la corporalidad como un mero accidente de lo humano es cerrarse al mejor ámbito de percepción del Dios que nos ama. Una espiritualidad tal es la que habría de llevarnos a ser considerados, amables, justos y benignos con toda realidad corporal, sobre todo con los cuerpos más heridos y sufrientes.
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Texto:
13Estaba cerca la Pascua de los Judíos y Jesús subió a Jerusalén.
14Encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas instalados. 15Haciendo como un azote de cuerdas, a todos los echó del templo, lo mismo a las ovejas que a los bueyes; a los cambistas les desparramó las monedas y les volcó las mesas 16y a los que vendían palomas les dijo:
-Quitad eso de ahí: no convirtáis la casa de mi Padre en una casa de negocios.
17Se acordaron sus discípulos de que estaba escrito: "La pasión por tu casa me consumirá" (Is 69,10).
18Respondieron entonces los dirigentes judíos, diciéndole:
-¿Qué señal nos presentas para hacer estas cosas?
19Les replicó Jesús:
-Suprimid este santuario y en tres días lo levantaré.
20Repusieron los dirigentes:
-Cuarenta y seis años ha costado construir este santuario, y ¿tú vas a levantarlo en tres días?
21Pero él se refería al santuario de su cuerpo.
22Así, cuando se levantó de la muerte se acordaron sus discípulos de que había dicho esto y dieron fe a aquel pasaje y al dicho que había pronunciado Jesús.
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Ventana abierta:
Este es el famoso detalle de los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina que representa el momento de la creación. Es una metáfora de la espiritualidad sobre el cuerpo: dos manos que se apuntan, se indican, se relacionan, pero que no llegan a tocarse. Se quiere decir que la historia, la corporalidad viene del amor creador del Padre, pero Dios no es como nuestro cuerpo. Se mantiene el viejo concepto de trascendencia. El Evangelio va por otro lado: procedemos de Dios, y éste se mezcla a nuestra corporalidad, la abraza, se mezcla a ella, arriesga con ella, se "humaniza" con ella. Algo de eso indica la encarnación de Jesús, su ser revelación del Padre en realización de la persona.
Oramos: Gracias, Señor, por abrazar nuestra historia; gracias por darnos el cuerpo de Jesús, su persona toda; gracias por amar nuestros cuerpos que has creado.
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La mirada de Jesús:
Una mirada posada sobre su propia realidad histórica. Una mirada profunda que le hace ver su cuerpo, su persona, como santuario, como sacramento de encuentro de Dios con lo humano. Una mirada creyente, profunda, benigna, agradecida al Dios que le ha dado la corporeidad. Una mirada compasiva incluso con un cuerpo que ejerce también su "tiranía" sobre él mismo. Una mirada sobre los otros cuerpos, los de las personas más débiles, a quienes se volcará con ahínco, verdaderos santuarios donde Dios se revela.
Oramos: Te alabamos, Señor, por tu mirada profunda y creyente sobre tu corporeidad; te bendecimos por la ternura con que has mirado tu cuerpo sometido a debilidad; te damos gracias por haber mirado con humanidad los cuerpos de los débiles con quienes te topaste.
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Apuntando a lo profundo:
El mercado del templo, más allá de su aspecto de negocio turbio, es una ofensa a la corporeidad de los pobres. Allí, en efecto, solamente podían vender las familias sacerdotales ricas. Los pobres tenían vedado su acceso. Por eso la mirada de Jesús sobre ese mercado injusto y maltratador de los pobres es doliente y airada. Desvela el fondo de lo humano, nuestra capacidad de inhumanidad con los cuerpos de los pobres. Por eso, quien entiende la espiritualidad del cuerpo-santuario que el Evangelio de Juan propone tiene mucho cuidado en no conculcar la suerte de los pobres; vierte una mirada de amparo y de respeto a las corporeidades que velan los valores más profundos de la dignidad humana.
Oramos: Que valoremos la dignidad oculta en los cuerpos de los débiles; que creamos en los valores de fondo de toda persona; que respetemos delicadamente a los cuerpos más desprotegidos.
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Apoyo cotidiano:
El texto dice que los discípulos se acordaron de esta espiritualidad "cuando se levantó de la muerte". Al menos entonces. En esa época estamos nosotros/as. Por eso, todo lo que hagamos por respetar, amar, interesarnos, ayudar a los "cuerpos", a las personas de nuestra comunidad virtual es volver a recordar de manera efectiva la espiritualidad del cuerpo-santuario que Jesús nos ha querido ofrecer. En esta tarea, cualquier detalle es valioso.
Oramos: Que nos ayudemos a valorar nuestros caminos de vida; que nos respetemos en nuestras incoherencias y caminos extraños; que abracemos nuestros cuerpos, nuestra vida, con el abrazo más cálido del amor.
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Para orar:
Tu cuerpo es preciosa lámpara
llagado y resucitado,
tu cuerpo es la luz del mundo,
nuestra casa tu costado.
Tu cuerpo es ramo de abril
y blanca flor del espino,
y el fruto que nadie sabe
tras la flor eres tú mismo.
Tu cuerpo es salud sin fin
sano sin daño de días;
para el que busca vivir
es la raíz de la vida.
Tu cuerpo es lazo de amores,
de Dios y del hombre atadura;
amor que a tu cuerpo acude
como tu cuerpo perdura.
Tu cuerpo es surco de penas,
hoy es de luz y rocío;
que lo vean los que lloran
con ojos enrojecidos.
Tu cuerpo es espiritual,
es la Iglesia congregada,
tan fuerte como tu cruz,
tan bello como tu Pascua.
Rufino Grandez
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¡FELIZ PASCUA DE JESÚS!
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