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FIAIZ

El Covid-19 y la VR

RUGIÓ LA TORMENTA, PASÓ EL VENDAVAL

Dos reflexiones sobre el Covid-19 y la VR 

 

            En tiempos pasados, los coros conventuales cantaban aquel poema de Sthele titulado “Las ruinas del monasterio”, uno de cuyos versos era: “rugió la tormenta, pasó el vendaval” que podemos aplicar al Covid-19: bien que ha rugido la tormenta y aún se escuchan sus rugidos y creemos que, sobre todo con las vacunas, ha pasado el vendaval, aunque aún soplan vientos recios de contagios.

            Es hora buena para hacer una reflexión sobre lo ocurrido y lo por venir. La reflexión nos ayuda a asimilar lo costoso y da sentido a los pasos titubeantes. Es una suerte poder hacer espacio a la reflexión y poder hacerlo en comunidad, hecho que potencia la fuerza reflexiva.

 

I

LA VR Y LA PANDEMIA

 

            Los que no conocimos la guerra civil, hemos vivido pocas cosas tan desestabilizantes como esta pandemia. Ha sido un tiempo en que todo, planes sociales-comunitarios-individuales han quedado patas arriba. Pocas cosas han logrado mantenerse en pie en el marasmo (la educación en este curso, una de ellas). El virus ha desbaratado todo: economía, relaciones, sanidad, educación, convivencia, etc. Todos lo hemos vivido en nuestras carnes (hasta los inconscientes que montan saraos ilegales burlando a la policía).

            Y dado que el virus no repara ni en edades, ni estamentos, ni títulos, ni creencias, las VR se ha visto tan afectada como todo el mundo: religiosos muertos (cerca de 400), comunidades desaparecidas, muchos hermanos/as contagiados, con secuelas, etc.). Hemos sido golpeados como todos.

            Ahora parece que, gracias a las vacunas, el vendaval amaina y nos sentimos más tranquilos aunque queden flecos y preguntas que aún no tienen respuesta. Como hemos dicho, buen tiempo para la reflexión.

 

  1. 1.      ¿Cómo saldremos de la crisis?

 

Esta es la gran pregunta a la que se responde con división de opiniones: unos dicen que saldremos más humanos, otros que seguiremos igual porque somos duros de pelar y no nos va a cambiar el alma un azote que viene de fuera, sino una convicción que brota de dentro. Y, al parecer, la convicción brota tímidamente.

Tal vez antes de hacerse esa pregunta haya que hacerse una anterior: ¿qué nos ha pasado realmente? ¿Cómo lo nuestro tan bien montado se puede venir abajo? ¿Somos realmente tan fuertes como creemos ser? ¿Cómo han funcionado nuestros recursos humanos? ¿Cómo hemos mantenido los cuidados? ¿Qué acompañamiento hemos desarrollado? ¿Cómo hemos gestionado el desconcierto?

Pasar página pronto, olvidarse de lo malo, no hablar de los sufrimientos encajados, no sopesar las angustias de los muertos en soledad, etc., tendría el peligro de quedarse en los lamentos, pero también el de banalizar algo que ha removido el subsuelo de lo humano. ¿Hemos hablado en comunidad de esto de manera ordenada y reflexiva? ¿Hemos orado sosegadamente en las horas muertas de esta pandemia? ¿Ha sido la celebración de la fe un consuelo y un ánimo?

 

  1. 2.      La ayuda de la fe

 

Quizá la pandemia nos ha sorprendido sin saber bien cómo mezclar lo que nos pasaba y la fe (algunos lo ha mezclado en el terreno de lo religioso: procesiones con santos, bendiciones con la custodia desde el tejado de la iglesia, pedir a Dios que pasase pronto la epidemia como si dependiera de él,  etc.). Quizá fe y vida sigan caminando por sendas paralelas.

Los humanos, agobiados, queremos soluciones para nuestros problemas. La fe no soluciona nada, pero puede iluminar. Al iluminar, nos responsabiliza, pero nos da una ayuda para que nosotros hagamos el camino. Por ejemplo: iluminar la situación desde la compasión y la misericordia de Jesús. Dice Jon Sobrino: «De Jesús impactaba la misericordia y la primariedad que le otorgaba: nada hay más acá ni más allá de ella, y desde ella define la verdad de Dios y del ser humano». Iluminar desde ahí puede ser muy productivo.      

También se puede iluminar desde la “recapitulación de todo en Cristo” (Ef 1,3-10). Esa recapitulación puede entenderse, aproximándose a la física cuántica, como el caos que se autoorganiza. El caos no es una fuerza destructiva, sino un dinamismo organizativo que tiende a una plenitud quizá en modos de cumplimiento, de extinción.

 

  1. 3.      La ayuda fraterna

 

Contar con ella en la pandemia, más allá de sus deficiencias, ha sido una bendición y un poner rostro de verdad a la fraternidad. Sin ella, la amargura de quienes hemos sufrido el contagio habría sido enorme. Globalmente, la fraternidad ha respondido en positivo. Esto muestra que la vida comunitaria funciona en nosotros.

Ha sido muy valioso el acompañamiento en los largos ratos de confinamiento, el diálogo que se ha aumentado forzado quizá por las circunstancias, la celebración de la fe más de grupo. Ciertamente, nos hemos acompañado compartiendo soledad y pequeños cauces de espiritualidad (rezando voy) y de esparcimiento (música, lecturas).

Tras el desconcierto inicial, hemos ideado  planes de formación on line sencillos y los retiros espirituales se han dado de esta forma. Hemos aprendido a vivir la relación en modos de pandemia. Un aprendizaje forzado por las circunstancias. Ante la imposibilidad de juntarnos físicamente, hemos visto que juntarse telemáticamente, aunque no era lo mismo, es un camino abierto, eficaz, barato y rápido. Hemos tenido que aprender a a manejar diversas plataformas porque hemos visto su utilidad.

 

  1. 4.      La gestión del desconcierto

 

Sobre todo al comienzo el desconcierto fue grande. No sabíamos cómo gestionar aquello cuando llamaba a nuestras puertas. A veces nos estremecía lo que oíamos de otras comunidades (sobre todo si había muertos de por medio). El ver que gente cercana, del entorno, con nombres y apellidos, enfermaba y que algunos morían nos dejaba perplejos. Las noticias falsas, los bulos, que llegaban a nuestros móviles nos inducían todavía a un desconcierto mayor.

Tuvimos que aprender a gestionar el desconcierto, a no ponerlo como excusa para todo, a medir hasta dónde había que parar y hasta dónde había que seguir. Tuvimos que aprender a cerrar la “empresa” (la parroquia, el colegio) y abrirnos por otros caminos (llamadas personales, presencia on line). Aún hoy día, hay que combatir la tentación de poner el Covid como excusa para tareas que tenían que estar hechas.

Tuvimos que entender que, aunque limitados y cerrados, había que seguir vivos en las tareas diarias, en los trabajos imprescindibles y en una apertura de la casa que era más que abrir las puertas. Quizá hubiéramos de haber sido más sistemáticos en la apertura, no tan a la buena voluntad de cada cual.

También hemos resistido a las teorías conspiracionistas y negacionistas, aunque las defendiera gente famosa y mediática. Básicamente el corazón humano es bueno. Y esas maldades sin finalidad no entran ni siquiera en los modos a veces depredadores de los humanos. Muchas veces esconden contenidos de descontentos, de lucha y derribo, de famoseo y postureo sin mucho sentido.

Hubo que superar el cansancio de ver que todos los días teníamos en los medios una ración grande de pandemia. Necesitábamos información y lectura de lo que iba ocurriendo. A veces, hasta la poesía y la literatura ayudaba (los cierres de los telediarios de Carlos del Amor eran estupendos).

 

  1. 5.      Apostolados nuevos

 

Surgieron con la pandemia una serie de apostolados nuevos o con nuevo impulso. El apostolado del agradecimiento social. Nos dimos cuenta de que había gente (sanitarios, policías, etc.) que se jugaban la vida por la ciudadanía. El aplauso de las 8, tan cuestionado y ridiculizado por algunos, era solo un signo de agradecimiento ciudadano. Era verdad lo que decían los sanitarios: que lo que hacía falta eran más medios. Pero ¿cómo decirles gracias de manera sencilla y diaria si estábamos encerrados, si solo teníamos los balcones, las ventanas y las terrazas?

También ha venido el apostolado de la ciudadanía, el respeto (de la mayoría) de las normas sanitarias, la ofrenda social de parte de la libertad en los discutidos y penosos perimetrajes de pueblos y ciudades tratando de aislar el virus.

El apostolado de los medios on line sencillos: pequeños cursos, ejercicios, challenges, catequesis online, etc. Pequeñas iniciativas que nos decían que seguíamos ahí y que, a la vez, abrían caminos nuevos a una mayoría que no se había animado todavía a meterse por ahí.

Hemos activado la conversión ecológica en el cultivo de plantas, en los reiterados y obligados paseos por los parques, en el reciclaje más cuidadoso. Muchos hemos aprendido mejor que de la naturaleza nos viene un gran solaz y una alegría sencilla y profunda. Por eso nos hemos negado a mantener la tesis defendida por algunos (Boff entre ellos) que dice que el virus es una respuesta airada de la tierra a nuestro maltrato. No creemos que la hermana tierra responda con este carácter vengativo.

Quizá también nos hemos apuntado más al apostolado del disfrute sencillo,  de la lectura tranquila, del paseo tranquilizador, del descubrimiento de rincones bonitos, del orden y la limpieza más acentuados. Inconscientemente tal vez pero hemos percibido que la vida es una realidad amenazada y que vivir el presente de manera equilibrada es una gran sabiduría.

 

  1. 6.      Salir sin olvidar

 

Muchos plantean salir de la pandemia olvidándola, como una mala pesadilla, como algo sobre lo que echar tierra encima. Pero pensamos que sería más saludable salir sin olvidar. No se trata de mantener abiertas viejas heridas, sino de entrar en otro período pero sabiendo de dónde venimos. Llevar el pasado con elegancia hace que el presente sea más hermoso.

Habría que salir con más humildad esencial.  No se trata de sentirse humillado por un virus que nos ha puesto contra las cuerdas. Se trata de saber lo que somos, de que la limitación es parte de la vida y de que una vida tan amenazada es hermosa en su fragilidad. La humildad esencial debería despertar en nosotros el amor por la vida y hasta el amor social, que es otra variante del amor.

También habría que salir más convencidos de que estamos llamados al cuidado esencial. No se trata solamente de hacer actos puntuales de cuidado, sino de tener una actitud englobante de cuidar las personas y las cosas. A estas alturas de la jugada, cuidarse es nuestra gran tarea humana. Cuidadores que necesitan ser cuidados, algo de eso somos los seres humanos.

Además, habría que salir de esta crisis aprendiendo el disfrute esencial. No es un hedonismo superficial. Se trata de paladear el día a día como un verdadero regalo de la vida y del amor del Padre. Es llenar el día de contenido vital, de silencio habitado, de entrega, de lectura ahondada de la realidad. Los días de pandemia se nos han hecho, a veces, largos. Si se los llena de vida entregada, aunque sea en cosas sencillas, se llega a vivir el día a día como un auténtico disfrute.

 

  1. 7.      Mirar al corazón

 

Hay un número, algo coloquial, en la Fratelli tutti que dice: «Entre las religiones es posible un camino de paz. El punto de partida debe ser la mirada de Dios. Porque «Dios no mira con los ojos, Dios mira con el corazón. Y el amor de Dios es el mismo para cada persona sea de la religión que sea. Y si es ateo es el mismo amor. Cuando llegue el último día y exista la luz suficiente sobre la tierra para poder ver las cosas como son, ¡nos vamos a llevar cada sorpresa!» (281).

Mirar con una mirada que apunta al corazón. Puede parecer algo inconcreto, pero ese sería un buen propósito a sacar de toda esta crisis que estamos viviendo. Apuntar al corazón, a la verdad de la persona, hablar al corazón, como José hablaba a sus hermanos, según Gén 50,21.

Tener en el punto de mira el corazón del hermano puede unir una honda humanidad y una fe cristiana viva. En concretar esto quizá se halle mucho del éxito de nuestra VR en este momento de nuestra vida.

 

 

II

AHONDAMIENTO

 

            Ahondar es profundizar, huir de la superficialidad, el peor enemigo de la persona. Si se quiere no solo entender lo que nos pasa, sino también saber cómo actuar en este momento concreto, la reflexión es imprescindible. Asumir el trabajo de reflexionar es prueba de madurez humana, personal y de grupo. La falta de reflexión nos hace muy vulnerables.

            Construir la interioridad es un gran valor. No se puede afrontar la crisis de la pandemia sin interioridad. Porque el problema no es solamente de conocimiento, también es ético, espiritual. Nunca un problema humano es algo aislado y desconectado de los otros problemas.

Hay que generar espiritualidad en uno mismo para poder ser espirituales para los demás (en la pastoral o en la educación). Uno no educa solamente con lo que sabe, sino también con lo que es. Uno evangeliza sobre todo con lo que es, más que con lo que sabe.

 

  1. 1.      Vivir en tierra in-firme

 

Parece que la persona necesita para vivir tener tierra firme bajo los pies. En tierra firme nos sentimos a salvo, no como estar en el mar. Pero resulta que, con el Covid, la tierra se nos ha vuelto in-firme.  La etimología de la palabra “enfermedad” proviene del latín “infirmitas”, que quiere decir perder la tierra firme. Como en un terremoto, todo entra en danza y se tambalea.

Pues bien, esta pandemia nos enseña que hay que aprender a vivir en tierra in-firme, movediza, enferma. Que por mucho que sea el trabajo científico que nos libra de muchas enfermedades, todavía la fuente de las disfunciones siguen manando con toda intensidad. Hay que aprender a convivir con la enfermedad, sin hundirse más de la cuenta, con el necesario respeto y el coraje para afrontarla cuanto se pueda. Huyamos, pues de histerismos y de reacciones exageradas: ni somos tan fuertes como algunos creen, ni tan débiles que no podamos vivir con un cierto sentido y un cierto gozo.

¿Cómo vivir en tierra infirme? Asentándonos en los valores esenciales y relativizando los menos importantes. Quizá en estos momentos los valores esenciales sean el coraje, la compasión y el espíritu crítico. Coraje para no perder el norte y pensar que todo está perdido. Ni mucho menos; lo esencial sigue vigente. Nada de lo importante se ha modificado. El amor, la entrega, la solidaridad siguen ahí, por encima de olvidos y egoísmos. La necesaria compasión actúa y empuja a muchos caminos de amparo y acogida. Y el espíritu crítico es necesario para sobrenadar las procelosas aguas del bulo, del engaño interesado y de la trampa que solo busca confundir.

Por todo ello es necesario construir una ética para tiempos convulsos. Habrá que ir respondiendo a preguntas como estas: ¿vale todo amparados en el anonimato de internet? ¿La exposición a imágenes de violencia nos hace más violentos? ¿Cómo defender razonablemente de los bulos? ¿Dónde está el límite entre libertad y seguridad? ¿El principio de autoridad es innegociable para la educación? ¿Qué derechos deben garantizarse por ley a los animales? ¿Deben usar los modelos de la democracia occidental como valores universales? ¿Cómo dar ciudadanía además de acogida a los inmigrantes? ¿Cómo recuperar la confianza en las instituciones políticas? ¿Cómo construir la realidad de Europa en momentos difíciles? Multitud de preguntas que, desde un lado o desde otro, nos afectan.

 

  1. 2.      Salir del antropocentrismo

 

Viniendo de donde viene la cultura occidental, es normal que le cueste reelaborar posturas antropocéntricas. Hay quien piensa que el verdadero virus que nos afecta es el antropocentrismo que impide el logro de un nuevo humanismo. Esto ha tenido unas consecuencias catastróficas: «La oposición entre naturaleza y cultura, que es de una violencia radical, es el principal resultado del triunfo del antropocentrismo. En occidente, todo lo que proviene de la naturaleza debe servir al hombre, pues este se presenta como su único propietario. Nada puede escapar a esa violencia, ni los humanos, ni los animales» (P. Llored).

A muchas personas les parece una desproporción extender el tema de la dignidad a los animales o a las otras creaturas, a la tierra en su conjunto. Hay que decir que la dignidad es diversa en sus formas, pero única en su esencia. Y por ello, los humanos tendrán unos derechos, los animales otros, los árboles otros, pero el denominador común es la dignidad. Y ello, simplemente, porque el espacio es común y eso genera unas relaciones de convivencia que no se pueden eludir.

Se impone, pues, un reparto de la dignidad que no se puede obviar y que tampoco puede hacerse por ley, aunque las leyes puedan construirse siempre con ese presupuesto. El reparto de la dignidad supone el control y el reparto del poder, porque la negación de la dignidad común brota del antropocentrismo desviado de una parte que ve como lógico imponer su ley al resto.

Esto lleva a revisar el antropocentrismo como poder de intervención en el mundo y a superar el paradigma moral del sufrimiento de los animales en una ética animal respetuosa y liberadora. Y lo mismo habría que decir de la instauración de una ética de liberación cósmica. Un intervencionismo que considere obvio el enriquecimiento de lo humano saltándose los derechos de animales y cosas es una parte del imaginario occidental que habría de ser superado. Un intervencionismo desde la dignidad abriría caminos de novedad en la relación cósmica con el consiguiente beneficio para todos los intervinientes.

 

  1. 3.      Encajar el caos

 

Ya hemos dicho que, para nosotros, el término “caos” es sinónimo de confusión, catástrofe, ruina. Pero en física cuántica es el dinamismo que se autoorganiza para lograr un resultado impredecible. No es algo negativo. Puede ser entendido como una plenitud acabada no tanto en un modelo de pervivencia, sino de acabamiento.

Esto choca con el imaginario cristiano que entiende el final como resurrección y plenitud. Es otro modelo cultural propio de una época premoderna, precuántica. ¿Cómo ser luchadores activos por el logro de una sociedad destinada a desaparecer? No es igual desaparecer en la derrota que en la victoria. Los esfuerzos humanizadores trabajan por una desaparición en la mayor plenitud posible.

Por extraño que parezca, el cultivo de este imaginario puede aportar sosiego y ánimo en la batalla humana por el logro de la salud y del amor. Un cultivo lúcido que pone el acento en lo que nos ocupa hoy y deja caer con confianza el modo del resultado final.

Es que la lucha en la pandemia tiene sentido en el hoy mismo de la necesidad y cree que lograr hoy una victoria, por modesta que sea,  contribuye a la dicha por más que se inscriba este logro en un modo físico caótico. En ese sentido sería preferible un caos en la dicha que una plenitud en parámetros no históricos. Amueblar el imaginario siempre será un trabajo para personas lucidas.

 

  1. 4.      Medidas bien tomadas

 

Cuando se lucha contra una pandemia se trabaja con las medidas del que se siente vencedor, aunque pase por momentos de dificultad y de pérdida inicial. Pero, tanto para la lucha contra la pandemia, como para entendernos bien, sería bueno tomarnos bien las medidas.

A gran escala: Solos y aislados: Puede ser que nos creamos el centro del Universo. Pero, en realidad, estamos solos y aislados en un pequeño sistema solar como los hay millones, de una galaxia (la vía láctea) que también como ella hay millones (100.000). La estrella más próxima a nuestro sistema solar es Alfa de Centauro que está a 4 millones años luz (la Voyager 2, la nave más rápida, tomaría 70.000 años para llegar hasta ella). Viajando a velocidades increíbles: Puede parecer que la tierra está quieta, que nada se mueve, pero, en realidad, a causa del big bang estamos viajando a velocidades de vértigo: nuestra galaxia y nosotros dentro de ella viaja a razón de dos millones de km por hora. Un universo que se expande. Sabiendo que hay muchos universos: La cifras que maneja la física cuántica le hace suponer que no solamente hay millones de galaxias, de constelaciones, de estrellas, etc. Sino que probablemente hay muchos universos antes del “muro” sin saber lo que hay detrás de ese “muro”. La medida humana no significa casi nada en comparación con esta medida inmedible.

A pequeña escala en la danza de los elementos: Los cuánticos usan el término “danza” porque los elementos  (átomos) y sus partículas (neutrones, protones, neutrinos) y otros componente subatómicos están en una frenética danza que, gracias a la gravedad, compone cuerpos con una enorme vida dentro. La idea de quietud no se corresponde con lo que ocurre en el más allá de lo que ven nuestros ojos. Somos vacío: Más que materia, somos vacío, lo que da una idea de otra realidad. Si se eliminara el vacío volveríamos a medidas de insignificancia. Ese vacío, a gran escala, es lo que llamamos agujeros negros: vacíos de materia desconocida donde se organizan las relaciones de los elementos que danzan atómicamente.

Esto nos empuja a cambiar la espiritualidad: Un Dios dentro: No tanto un Dios, un cielo, una realidad divina externa, sino un Dios en el fondo de lo que existe: “vendremos a él y pondremos nuestra morada en él” (Jn 14,23). La tarea de ahondar en la realidad, en la historia, en el camino cósmico. Nuevas maneras de entender y designar a Dios: Ir dejando las exclusivas maneras teístas para nombra la realidad de Dios de otros modos: fuente del amor, principio de vida, base del ser, origen de la bondad, etc. Ir llenado de “carne” estas expresiones que nos suenan poco.

La tenaz, amplia, militante pregunta que la persona de hoy hace al cosmos es, sin duda, uno de los principales ámbitos de mística social. No solamente se quiere saber qué hay ahí sino qué es la persona en ese inmenso conjunto. Ya no se valora solamente la pequeñez del ser humano en la inmensidad cósmica, sino también la hermosura de hacer parte de ello y la posibilidad de conocer los procesos cósmicos como manera primordial de ser dentro del mundo. Del éxtasis ante el cosmos se pasa a la comprensión del mismo mediante planteamientos de física cuántica que hasta ahora estaban reservados a pocos. La mística cósmica, por la divulgación científica, empieza a ser patrimonio de todos. En este marco general hay que inscribir la batalla de la pandemia.

 

  1. 5.      Victorias limitadas

 

Los humanos han logrado hermosas victorias en el logro de la salud social (erradicación de la viruela, la polio, etc.). No dudamos de que habrá una victoria contra esta pandemia. Son victorias hermosas, pero limitadas porque la vida humana sigue siendo una realidad amenazada diariamente por miles de patógenos. Esta fragilidad no resta hermosura al logro.

Por eso mismo hay que aprender a verles sentido a los trabajos, en todos los campos, por lograr victorias limitadas. Son los lentos caminos para una victoria final que quizá nunca se entienda como algo pleno, sino como algo cumplido hasta el límite que se pueda cumplir.

Esta es la humildad esencial de la que hablábamos antes: saber que trabajas para un éxito limitado y seguir trabajando en ello sin desfallecer. Sentir que se nace con responsabilidades adquiridas (no con pecado adquirido) y que desarrollar esa responsabilidad es el verdadero sentido de nuestra existencia.

Y, desde el punto de vista cristiano, saber que esa responsabilidad atañe, sobre todo, a la situación de las personas frágiles, al sufrimiento del otro. Efectivamente, la respuesta que damos al sufrimiento del otro nos hace sujetos morales y desvela los verdaderos contenidos de nuestra fe.

 

  1. 6.      Aprendizajes sociales

 

La VR se nutre carismáticamente de la Palabra, los sacramentos, la liturgia, el carisma, la oración, etc. Esas son sus fuentes naturales. Pero también se nutre de los aprendizajes sociales. Mucho de lo que somos lo hemos aprendido por la observación y por el contagio social. De tal manera que se puede decir que la vida social es, de algún modo, una fuente de inspiración carismática.

Por eso decimos que esta pandemia puede ser aleccionadora. Nos enseña la debilidad social y el amparo que necesitamos, la lucha de todos y la necesaria colaboración de todos los miembros de la sociedad, la fraternidad en la fragilidad y también en el triunfo, la solidaridad con los  más frágiles sabiendo que no se les puede dejar al margen porque son familia.

Quizá sea esto el aprendizaje más importante: que somos familia, incluso y sobre todo cuando estamos enfermos. De mismo modo que una familia de verdad cierra filas en torno al miembro enfermo, así la sociedad nos ha enseñado a cerrar filas en torno a los más afectados. Y nadie cuestiona esa ayuda necesaria. Frente a todos los egoísmos (frente a los “vacunajetas”, por ejemplo), la pandemia desvela nuestro ineludible ser familia humana.

 

  1. 7.      Saberse acompañado

 

La pandemia ha conllevado la mordedura de la soledad (sobre todo, la gran soledad de quienes han tenido que morir solos o casi). Pero también ha desvelado (y lo hemos palpado personalmente) el calor del amparo familiar y fraterno. Sin él, la cosa habría sido mucho más amarga.

Así es, el acompañamiento ha sido uno de los mejores frutos de esta dura pandemia: saber que había amparo en las instituciones sanitarias, en la sociedad y en la fraternidad ha dado un sosiego grande a lo que, inicialmente sobre todo, fue un enorme desasosiego.

Más aún, como creyentes hemos palpado de cerca la presencia acompañante del Padre. No hemos tenido duda de que la recurrente pregunta ante el silencio de Dios (¿Dónde está Dios?) ha tenido una respuesta certera: sufriendo con nosotros, muriendo con los que han muerto, esperando que amanezca con quien espera la aurora). En las horas largas de nuestro aislamiento, lo hemos sentido con nosotros, aislado con nosotros, dolorido con nuestro doler y aguantando nuestros mismos interrogantes. Jn 16,32 pone en labios de Jesús: “Nunca he estado solo, porque el Padre siempre está conmigo”. Aun entre la niebla, algo de esto hemos visto también nosotros.

 

Conclusión

 

No vamos a decir que este tiempo de pandemia sea un tiempo deseable. Pero tampoco ha sido un tiempo totalmente negativo. En el subsuelo lo humano ha salido potenciado y también lo cristiano,. Hacemos nuestra la conocida expresión del Sal 23,4: “Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo”. Él nos lleva en sus manos.

3 comentarios

Teresa -

“Un Dios dentro… en el fondo de lo que existe” sí podría calar en el mundo de hoy.

“Saber que trabajas para un éxito limitado y seguir trabajando en ello sin desfallecer. Sentir que se nace con responsabilidades adquiridas y que desarrollar esa responsabilidad es el verdadero sentido de nuestra existencia”. Es una bellísima manera de decirlo, de aceptar la realidad tal cual es ahondando en el propio interior. La mejor forma de vivir descentrados de nosotros mismos y plenamente centrados en lo que de verdad merece la pena.

“La pandemia desvela nuestro ineludible ser familia humana”. Es verdad.

Ojalá podamos trasladar a todos esa “respuesta certera” ante la “recurrente pregunta por el silencio de Dios”: él no está lejos, ni mucho menos, porque no resuelva nuestros problemas; está, sin duda, “sufriendo con nosotros, muriendo con los que han muerto, esperando que amanezca con quien espera la aurora…” Porque “nunca hemos estado solos”.

Hermosa conclusión para esta reflexión sobre este tiempo de pandemia: “En el subsuelo lo humano ha salido potenciado y también lo cristiano”. No es que todo sea bueno, pero todo es para bien.

Teresa -

Hermoso camino a recorrer en la VR: “Tener en el punto de mira el corazón del hermano”. Esa sí es VIDA.

“No se puede afrontar la crisis de la pandemia sin interioridad”. Solo que, lamentablemente, no abunda la capacidad de interioridad. Y, aunque no sean factores determinantes, es verdad que nuestra sociedad, nuestra cultura, esta época nuestra, no ayudan. Pero también es cierto que “ni somos tan fuertes como algunos creen, ni tan débiles que no podamos vivir con un cierto sentido y un cierto gozo”.

“La necesaria compasión”: la mejor manera de calificarla.

Buenas preguntas para ir construyendo una “ética para tiempos convulsos”.

“Revisión del antropocentrismo como poder de intervención en el mundo”. Afortunadamente son cada vez más las voces que la piden, y consideran que, de no hacerse, caminamos a la autodestrucción.

Pues sí, seguramente es preferible “un caos en la dicha que una plenitud en parámetros no históricos”. Y puesto que está ahí, habrá que ir aprendiendo a “encajar el caos”.

(Continuará...)





Teresa -

“¿Cómo saldremos de la crisis?” Muy buenas preguntas ante algo que, es cierto, “ha removido el subsuelo de lo humano”.

“¿Ha sido la celebración de la fe un consuelo y un ánimo?”. Y, ¿qué ha supuesto la falta de esa celebración comunitaria durante el confinamiento?

Creo que sí, que “fe y vida siguen caminando por sendas paralelas”. Porque si seguimos orando a Dios para pedir el cese de la pandemia, ¿no continuamos dando una imagen penosa de él, haciendo ver que puede y no quiere?

Muchos cristianos no asumen todavía que “la fe no soluciona nada”.

Buena reflexión sobre el caos y la física cuántica.

Sí, “hemos percibido que la vida es una realidad amenazada y que vivir el presente de manera equilibrada es una gran sabiduría”, porque “una vida tan amenazada es hermosa en su fragilidad”.

Bellísimo aprendizaje el de una “humildad esencial”, un “cuidado esencial” y un “disfrute esencial”.

(Continuará...)