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FIAIZ

Cuando pasar es salvarse

CUANDO PASAR ES SALVARSE

El éxodo, camino de libertad 

 

            La epopeya bíblica tiene su cumbre en Ex 14, el paso del mar Rojo. Los poetas hebreos han cantado y contado muchas veces este hecho fundante (en el mismo Ex 15 tenemos una versión cantada del mismo). Su decisividad se debe a que concentra todas las tensiones anteriores y marca una línea divisoria, un antes y un ahora. Es un relato paradigmático y con un mensaje existencial claro: pasar es salvarse. Eso es lo que celebra la pascua judía y, en parte, también la cristiana. En su redacción final, el relato, por su talante épico, no se ancla en datos históricos sino existenciales: si pasas puedes salvarte.

            En realidad, para aquella comunidad de judíos parias que escapó de la esclavitud no tenía nada de épico. Era una gran prueba, la primera, aquella que significaba la mayor ruptura. Se habrían vuelto a Egipto no solamente por el miedo a pasar, sino porque la esclavitud también se hace costumbre. El pueblo de éxodo o es un pueblo anhelante de libertad, sino un pueblo forzado a la libertad, por paradójico que parezca. Moisés, siempre incomprendido, queda presentado como el gran luchador ante el sistema opresor, el profeta de la posibilidad que crece desde lo débil. Por eso, pone el campamento “mirando al mar” y con el desierto a la espalda (14,4), frente a lo incierto, encarándolo con un peligro en las espaldas. Sin este afrontar lo incierto, pasar será imposible.

            Surge entonces la primera crisis (14,10-14). El miedo hace que los fantasmas se desaten: es un camino de muerte, habría sido mejor morir en Egipto. No hay cosa más dura que morir en tierra extraña. Solamente las fieras mueren en el desierto. Se cuestiona directamente a Moisés a quien se había advertido antes: “déjanos en paz y serviremos a los egipcios” (14,12). Resulta preferible una paz con esclavitud que una libertad con el sobresalto de lo desconocido. El miedo hace que se vea como una pérdida el pasar, aunque lo que se pierden sean las cadenas.

            El teólogo sacerdotal necesitará sacar sus argumentos teológicos como arma contundente: Dios “va a mostrar su gloria” no por merecimiento, sino a causa de la opresión que el pueblo sufre (14,15-18). Se empeña el autor en enseñar una verdad a la que Israel recurrirá con frecuencia: Dios está en la orilla de los oprimidos y, desde ahí, fuerza al opresor a que abandone su inhumana actitud. El pueblo se envuelto en la noche, anda en la noche (14,19-21). La única manera de iluminarla será pasar a la otra orilla. Dios enseña en la noche la hermosa y dura lección del pasar.

            Y no solamente eso, en los modos épicos del relato, Dios combate por Israel porque es una comunidad de pobres (14,22-27). Para el narrador, la imagen de un Dios que guerrea a favor de Israel es la única manera de devolver el resuello a la comunidad desalentada. Lo que se dice en realidad es que Dios apoya todo proceso de liberación humana. Eso es lo que se muestra en el signo épico de pasar un mar embravecido “a pie enjuto” (14,28-31). Se pasó; de aquellas maneras, pero se pasó. Y se demostró lo que se pretendía: que quedarse en la orilla, que volver la mirada a Egipto habría supuesto la muerte.

            Según Ex 15, las mujeres, más emotivas y solidarias, no dudaron en cantar este decisivo primer paso: María y las mujeres, ni cortas ni perezosas, toman los panderos; los corazones y los pies entretejieron la danza. Venían a decir al pueblo: Dios da fuerza (Ex 15,1-3) para que se sepa que los poderes opresores no son tan compactos como ellos dicen serlo (Ex 15,2-4) y no tienen todas las cartas a su favor (Ex 15,6-8); además, Dios no se olvida de ninguno de los caminos humanos porque se ha hecho compañero de viaje (Ex 15,9-13) y hace ver las posibilidades que encierra lo débil (Ex 15,14-18). Posiblemente muchas veces Israel repetiría este canto y esta danza sobre todo en las noches más duras del desierto. El aullido de las hienas no les amedrentaba y la aurora era para ellos una promesa renovada de vida.

            Vierte el texto de Éxodo una luz viva sobre la actitud de quien todavía no se ha aprestado al gran paso de esta vida: pasar al corazón del otro, a la vida del otro, a la orilla de la fraternidad. Pasar es principio de humanidad, de conciencia social y de fe. En los evangelios dice Jesús varias veces a sus discípulos: “Pasemos a la otra orilla” (Mc 4,35). El discipulado se altera y hace enormes esfuerzos para que desista de ello. Todas las travesías del lago de Genesaret son complicadas porque desvelan la tensión del pasar. Cree Jesús que a los de la otra orilla, a los paganos, también hay que hacerles la oferta del reino. En pasar está el éxito de la persona, de la sociedad y del reino. Por eso, el relato paradigmático de Ex 14 sigue siendo elocuente para el lector de hoy.

 

Fidel Aizpurúa Donazar

 

 

1 comentario

Teresa -

“El miedo hace que se vea como una pérdida el pasar, aunque lo que se pierden sean las cadenas” Hasta la sabiduría popular lo refleja: Vale más lo malo conocido que lo bueno por conocer… No está en nuestra naturaleza pasar. Tal vez por eso es Dios quien “enseña en la noche la hermosa y dura lección del pasar” San Juan de la Cruz estaría de acuerdo.

Dios, compañero de viaje, o el “Juntos andemos, Señor” de Santa Teresa

“En pasar está el éxito de la persona, de la sociedad y del reino” Mil gracias por esta reflexión que anima a algo que nuestra sensibilidad rechaza con tanta fuerza. Pero de donde se sigue toda la luz.