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¿Como formar en la vida religiosa hoy?

¿CÓMO FORMAR EN LA VIDA RELIGIOSA HOY?

 

            El trabajo de la formación en la VR ha sido siempre una tarea apasionante y enriquecedora. Más allá de sus innegables dificultades, se evidencia a lo largo de los años, tanto en los formadores como en los formandos, que el tiempo de la formación fueron decisivos, hermosos y productivos. El tiempo de formación, verdaderamente, un auténtico kairós para todos, incluida la comunidad formadora. Es preciso, pues, aprovechar ese viento a favor.

            Los formadores saben bien que formar es influir. Pretender una formación aséptica, sin que se note la influencia del formador es negar la realidad. Para formar hay que elaborar, ofrecer y, en algunos casos, forzar perspectivas, propuestas, caminos. Dejar que sea el tiempo en su devenir el que marque los caminos del formando es una ficción peligrosa. Hay que influir en el deseo de que la propuesta formativa vaya siendo incorporada al proceso del formando.

            Por eso mismo, por mera sinceridad con la comunidad formadora y con el formando, resulta necesario mostrar las cartas, hacer visibles las tendencias, proponer con claridad los caminos que se quiere que quien está en formación vaya andando. No se trata de imponer caminos a priori, sino de hacer juntos, formador-comunidad-formando/a, el trecho decisivo de la época de formación. Proponemos algunas de esas orientaciones formativas que nos parecen prioritarias en estos momentos. 

 

1. Formación para la vida en grupo

 

            Este es el cimiento de la formación. Antes que cualquier otro valor (incluidos los religiosos) es preciso “medir” la capacidad del formando para la vida en grupo o su trabajo para el logro de tal valor.

            La vida en grupo en el gozo de la VR y su cruz. Es su campo de trabajo. Dar por obvio este elemento es arriesgarse a situar a una persona en el lugar que no le corresponde y es, para la comunidad, cargar con un problema que, en determinados momentos se le haga insoportable.

            La capacidad para vivir en grupo se puede medir de muchas maneras confluyentes: con herramientas técnicas (ayuda terapéutica) o por simple trabajo observacional. Han de quedar lo más claras posibles la aptitudes del formando para la colaboración común, para el gozo compartido, para la agilidad a la hora de sumarse al proyecto comunitario, para mostrar empatía con sus compañeros y con los miembros de la comunidad formadora.

            De manera que el formador habrá de ser ágil para captar comportamientos relacionales que desvelen el interior de la persona. Y no ha de temer trabajar con seriedad y constancia el proceso de valoración e incardinación en el ámbito común. Dejar pasar esto es correr un gran riesgo.

            Así se preparará al formando para insertarse en un tipo de vida que tiene como orientación primaria generar comunión, fraternidad, buena relación ad intra y también en el ad extra de la sociedad: “Sólo en comunión con aquellos que tienen la misma vocación, tanto en el marco de la orden o congregación concretas como en otro tipo de relaciones interpersonales, podemos apropiarnos e interiorizar la llamada a vivir en la relación trinitaria. En ese contexto es como gradualmente nos daremos cuenta de que el Dios trinitario no lo encontraremos en otro mundo sino en el Nuevo Reino que está en el corazón de este mundo, proclamado e inaugurado (desde el punto de vista cristiano) en la vida y misión de Jesús”[1].

 

2. Formar para una espiritualidad redescubierta

 

            En estos tiempos en los que las religiones ocupan un lugar importante en el concierto de la ciudadanía, más allá del inevitable secularismo, los candidatos a la VR vienen con una gran carga religiosa y se identifican con ella. Se sienten cómodos en las formas exteriores y cultivan prácticas religiosas que creíamos arrumbadas. El ambiente religioso les reconforta.

            Siendo esto así y queriendo trabajar con los formandos tal como vienen y tal como son, creemos que es preciso decir que los procesos formativos han de estar imbuidos por una espiritualidad redescubierta, no meramente imitativa en intenciones y formas antiguas.

            Por eso, la Palabra ha de ser redescubierta para desvelar el rostro de Jesús y para que no se convierta en una “terrible siembra de ateísmo” en el corazón del candidato[2]. De ahí que haya de huirse del fundamentalismo y del historicismo que convierte la Palabra en un sermón sabido e inaguantable.

            Ha de ser camino la “vuelta a las fuentes” carismáticas en modos de fidelidad creativa, no en mera arqueología. Por supuesto, en los tramos finales del proceso formativo, el candidato ha de aprender a elaborar espiritualidad a través de sus fuentes carismáticas. No puede contentarse con ser un mero lector y, menos todavía, un repetidor papagayesco de frases de los escritos del fundador/a.

            Habrá que redescubrir, así mismo, la nueva producción teológica que afecta al imaginario hondo de la experiencia creyente. No se puede estar con el imaginario que se aprendió de niño en la escuela o en la catequesis parroquial. Es preciso incorporar en el proceso formativo los nuevos caminos de la teología o, al menos, las sugerencias que nos va dando la Iglesia. Por su componente profético, la VR habría de cultivar una espiritualidad compasiva y comprometida. Y dada la primacía numérica de vocaciones religiosas femeninas, éstas han de incorporar con decisión a los procesos formativos la espiritualidad feminista[3].

            Y como la liturgia es muy atractiva para los actuales formandos, será preciso ir cultivando una liturgia más social, más mezclada a la realidad histórica, menos descolgada de los avatares de la persona moderna. ¿Cómo inocular en los formandos una experiencia litúrgica para el cultivo de la interioridad y, a la vez, para el anhelo de la justicia? He ahí un buen reto[4].

            Habría también una hermosa tarea de redescubrimiento en el trabajo por reorientar los tópicos sociales que afectan a la VR: el tópico aun vigente del ámbito separado del mundo; el tópico de la vida conventual como una vida santa y pacífica; el tópico de que el religioso/a está mas cerca de Dios; el tópico del asexuamiento de los religiosos; el tópico del desinterés por el poder. Contienen una cierta verdad, pero es preciso hacer ver que la VR es más compleja que cualquiera de tales tópicos.

            Si estos trabajos por redescubrir una nueva espiritualidad no se hacen en el tiempo del proceso formativo, posiblemente serán casi irrealizables en el itinerario existencial posterior del religioso/a.

 

3. Formar para una Iglesia en salida

 

            La dificultad para ser hoy seguidor de Jesús en cualquier parte del globo afecta también la VR: no resulta fácil vivir el seguimiento en comunidad en estilos proféticos. Por eso, la VR, como la misma Iglesia, siente la tentación de replegarse a sus cuarteles de invierno y cerrarse en la burbuja religiosa donde no se le contradice ni se le zarandea.

            El Papa Francisco habla ampliamente en EG 20-24 sobre “la Iglesia en salida”. Quiere el Papa que hoy la Iglesia salga de los ámbitos religiosos que le son familiares y se lance al frío de la secularidad para aportar el aliento del Evangelio: “Salir y atreverse a llegar a las periferias que necesitan la luz del Evangelio”[5].

            A la comunidad cristiana le cuesta escuchar este llamado y a la VR también. Por eso mismo, en el proceso formativo habrá que cultivar explícitamente esta espiritualidad de una fe en éxodo. Eso habría de traducirse en participación explícita en los movimientos no solamente parroquiales, cristianos, sino sociales. Todo formando habría de cultivar, de acuerdo con el formador, un ámbito social donde se haga presente y donde aporte, aunque sea con su presencia sencilla, la luz del Evangelio de Jesús.

            Habrá que acompañar esas actividades para que no sucumban a los embates de la secularidad. Pero si para ahorrarse quebraderos de cabeza, el formador desecha ese camino y mantiene a sus formando en el calor reconfortante de la estufa religiosa, los hace menos resistentes con el ambiente social en el que, más tarde, habrán de situar su compromiso creyente.

            Por eso mismo, de no ser en etapas de la formación muy específicas, como la del noviciado, el resto de etapas habrían de estar idealmente asentadas en comunidades abiertas en las que el formando aprenda a “salir” para ir generando el tipo de Iglesia que el Papa demanda a los creyentes de hoy[6].

 

4. Formar para los aprendizajes sociales humanizadores

 

            La VR puede llegar a creer que nutre su espiritualidad únicamente de los aprendizajes carismáticos (liturgia, Palabra, sacramentos, carisma, etc.). Pero, en realidad, hay un maestro más potente que este: es el de los aprendizajes sociales. Efectivamente, gran parte de lo que el religioso sabe de la familia, la política, la economía, la sexualidad, la relación social, el uso de los bienes, los modernos métodos de comunicación, etc., lo aprende por contagio social.

            A. Bandura difundió esta teoría de los aprendizajes sociales que el trabajo social y la misma criminología aún emplea[7]. Él viene a decir que, por aprendizaje observacional, el ambiente social modifica la conducta de la persona. Esto afecta profundamente a la VR en maneras concretas de pensar respecto a los temas señalados, en las mismas estructuras de VR, en asuntos de libertad, obediencia dialogada, economía transparente, preferencia por los empobrecidos, etc.

            Por eso, ya desde los procesos formativos iniciales hay que tratar de incorporar los aprendizajes sociales humanizadores (la parte más positiva de lo que es la sociedad) a los trabajos de discernimiento vocacional. En realidad, es ahí donde se refleja mucho de la verdad del formando, más que en sus ideas o en sus prácticas religiosas. Para ello habrá que enseñarle a tener una visión benigna y crítica de la sociedad alejándose de censuras tópicas del lenguaje clerical y siendo persona que profundiza en lo que ocurre en el hecho social. De ello depende mucho el futuro de la vida religiosa concreta del formando[8].

            El formador ha de trabajar el angelismo con el que, a veces, viven la vida los formandos. Por su peculiar modo de situar en la VR creen que las cosas “llueven del cielo”, sin contexto económico y cultural. Es preciso resituarlos en tales contextos y enseñarles el camino del discernimiento social que les puede ayudar a construir una VR utópica y realista a la vez.

 

5. Formar para la profecía, más que para la institución

 

            El formador sabe muy bien, porque pertenece a la teología de la VR más clásica, que la aportación de ésta al concierto de la Iglesia es la profecía. Es cierto que resulta necesaria la institución para dar cuerpo y rostro a la intuición. Pero si se sacrifica la profecía para hacer fuerte la institución, en el caso de la VR, se la hace más débil.

            Ya hace muchos años el teólogo J. B. Metz hacía una serie de agudas preguntas a la VR aún no respondidas: “¿Quién hace hoy frente en la Iglesia al peligro de una insidiosa adaptación pasiva a la mentalidad del bienestar? ¿Quién despierta a nuestra Iglesia de aquel sopor espiritual con que intenta hacer frente a las exigencias de nuestro tiempo?”[9]. Pues bien, es a la VR a quien corresponde intentar despejar tales interrogantes.

            De ahí que en el proceso formativo haya que hacer hincapié en el valor de la profecía, en el trabajo que es preciso hacer para darle cuerpo, que en corporativismo de la institución. Lo decisivo no es el buen nombre del Instituto, algo muy querido y cuidado por la VR, sino el vigor de la profecía, la misión que el Espíritu ha confiado a la VR.

            La formación para la profecía ha de estar amasada en Espíritu y en libertad. El primero para situarse en los márgenes, en las fronteras, ya que el componente liminar es inherente a la espiritualidad evangélica. Y luego, la libertad engastada en el proyecto común, libertad para hacer siempre el bien en el marco del seguimiento común.

 

6. Formar para una nueva visión ecológica

 

            El Papa Francisco da mucha importancia a este punto que todavía no tiene espacio propio en los planes formativos de la VR: “Espero también que en nuestros seminarios y casas religiosas de formación se eduque para una austeridad responsable, para la contemplación agradecida del mundo, para el cuidado de la fragilidad de los pobres y del ambiente”[10]. De manera que la ecoalfabetización ha de comenzar a implantarse en las casas de formación de la VR.

Va siendo hora de que la espiritualidad ecológica entre de lleno y como cosa normal en los planes de formación teológica, incluso en los programas catequéticos a nivel de pueblo cristiano. Que esto se entienda como algo baladí es hoy empobrecer de manera notable la experiencia creyente en Jesús. Efectivamente LS 96-100 pone la ecología en conexión íntima con la persona de Jesús. Desechar aquella es empobrecer a esta. Por esta razón “cristológica” habrá que comenzar a pensar planes de formación adecuados a este anhelo.

Habría que comenzar por generar una espiritualidad que contemple los ejes en los que se mueve la ecología cristiana hoy y que vienen descritos con bastante precisión en LS’ 16: “La íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida. Estos temas no se cierran ni abandonan, sino que son constantemente replanteados y enriquecidos”.

Y luego habría que ir generando pequeñas prácticas de conversión ecológica que animen al formando a incorporar, de manera sencilla y normal, la ecología a su concepción espiritual de la vida y a sus caminos cotidianos. Menospreciar este ámbito de formación sería cerrarse a muchas posibilidades y desoír la voz de la iglesia que nos empuja en esa dirección.

 

6. Formar para el amor

 

            Porque esa es, en definitiva, la meta a la que tiende todo ser humano: una vida dichosa dentro de las posibilidades de la historia. Y esa dicha no se podrá lograr nunca si no se cultiva el amor. Por eso, a la larga, el camino profético del seguimiento de Cristo vivido en común apunta al amor.

            Ya ha aprendido la VR que, desde la formación, hay que trabajar por conocer e integrar los procesos afectivos personales. Pero es preciso dar al tema una amplitud mayor. Hay que formar para un amor creacional, ya que todas las criaturas, que tienen un valor en sí mismas, siendo antes su ser que su ser útiles, solamente se entienden y se valoran bien desde un amor creacional que las respete, las cuide y, en suma, las ame.

            Habrá de incluir todo proceso formativo un amor social ya que situarse como enfrentados a la propia sociedad, más allá de sus fallos, es algo suicida. Como hemos indicado, habrá que poner a funcionar el principio de la benignidad crítica que puede abrir las puertas a un discernido amor social, muy útil para una correcta comprensión del papel de la VR en la sociedad.

            Un amor especial que sería preciso ir incluyendo en el proceso formativo es el amor a las pobrezas, más que a los pobres. La certeza de que ese es el lugar donde el seguidor quiere echar su suerte. Por eso, en el proceso formativo se ha de percibir si el mundo de las pobrezas conecta cada más con el formando o, por el contrario, le cuesta encajar de manera sencilla y real esa parte de la sociedad que es lugar propio de la opción de seguimiento en la VR[11].

            También será necesario trabajar un amor eclesial que va más allá de un corporativismo religioso que nos predispone a la defensa de nuestra Iglesia ante el ataque de fuerzas contrarias a ella. El amor eclesial es aquel que brota de la certeza de que es en esta comunidad histórica de fe conde se va gestando el reino y donde uno ha sido llamado a desarrollar su adhesión inicial a Jesús.

            El amor a la Congregación ha de ser, como hemos indicado, algo más que el mero aprecio a la Institución a la que el religioso pertenece. Ha de tener el contenido cierto de que el programa común de seguimiento es bueno para mí. Y por ello, el proyecto comunitario ha de ser susceptible de convertirse en proyecto propio. De ahí brotará un amor distinto a la propia comunidad de seguimiento, un amor que va más allá del aprecio al grupo religioso y a su historia.

 

Conclusión

 

            Ya hemos dicho desde el principio que el trabajo de formación es hermoso, pero difícil. Quien detenta esta hermosa tarea en los Institutos de VR ha de ser persona fuerte para encajar el trabajo y persona positiva para disfrutar de los beneficios.

            Quizá sea una tarea que desborda a la persona individual y haya que insistir en que la comunidad formativa la componen los formadores, la comunidad en donde están los formandos y, por supuesto, éstos. Es una tarea coral. Por eso hay que apelar a la colaboración y a la responsabilidad de todos.

            Y en lo que atañe al formador que está al frente, quizá le venga bien recordar aquel dicho de san Pablo: “Aunque tengáis diez mil ayos en Cristo, no tendréis muchos padres; que en Cristo Jesús yo os engendré por el Evangelio"[12] . De modo que al formador le ha tocado en suerte la de engendrar a la VR, expresión cualificada de fe y de seguimiento de Jesús, a sus formandos.

 

Fidel Aizpurúa Donazar

Logroño (España)

 

 

BIBLIOGRAFÍA:

 

AIZPURÚA, F., Discernimiento del compromiso ante las pobrezas, Ed. Fontera Hegian, Vitoria 2010.

 

BOFF, L., “Papa Francisco: Iglesia en salida. ¿De dónde y hacia dónde?”, en http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=715.

 

CASTILLO, J. M., El futuro de la vida religiosa,  Ed. Trotta, Madrid 2004.

 

CHITTISTER, J., Tal como éramos,  Ed. Publicaciones Claretianas, Madrid  2006.

 

GEBARA, I., El rostro oculto del mal. Una teología desde la experiencia de las mujeres, Ed. Trotta, Madrid 2002.

 

METZ, J. B., Las órdenes religiosas. Su misión en un futuro próximo como testimonio vivo del seguimiento de Cristo,  Ed. Herder, Barcelona 1988.

 

O’MURCHU, D., Rehacer la vida religiosa. Una mirada abierta al futuro, Ed. Publicaciones claretianas, Madrid 2001.

 

TORRES QUEIRUGA, A., Por el Dios del mundo en el mundo de Dios. Sobre la esencia de la vida religiosa,  Ed. Sal Terrae, Santander 2000.

 



[1] D. O’MURCHU, Rehacer la vida religiosa. Una mirada abierta al futuro, Ed. Publicaciones claretianas, Madrid 2001, p.76.

[2] A. TORRES QUEIRUGA, Por el Dios del mundo en el mundo de Dios. Sobre la esencia de la vida religiosa,  ed. Sal Terrae, Santander 2000, p.98.

[3] Cf I. GEBARA, El rostro oculto del mal. Una teología desde la experiencia de las mujeres, Ed. Trotta, Madrid 2002.

[4] Cf J. CHITTISTER, Tal como éramos,  Ed. Publicaciones Claretianas, Madrid  2006, pp.255-267.

[5] EG 20.

[6] Véase el interesante elenco de propuestas de salida que propone L. BOFF, “Papa Francisco: Iglesia en salida. ¿De dónde y hacia dónde?”, en http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=715.

[7] A. BANDURA, Teoría del aprendizaje social,  Ed. Espasa Calpe, Madrid 1982.

[8] J. M. CASTILLO, El futuro de la vida religiosa,  Ed. Trotta, Madrid 2004.

[9] J. B. METZ, Las órdenes religiosas. Su misión en un futuro próximo como testimonio vivo del seguimiento de Cristo,  Ed. Herder, Barcelona 1988, p.18.

[10] LS’ 214.

[11] Cf. F. AIZPURÚA, Discernimiento del compromiso ante las pobrezas, Ed. Fontera Hegian, Vitoria 2010.

[12] 1 Cor 4,14-15.

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