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FIAIZ

Materiales Pascua Juvenil 2016

MATERIALES PARA UNA PASCUA JOVEN

 

PRESENTACIÓN

 

            A nosotros, a los que vivimos tiempo con ÉL, sus discípulos, nos cambió la vida. Éramos como todos. Teníamos los fallos que tienen todos. Pedro amaba a Jesús, pero era muy ambicioso. Lo mismo que Santiago y Juan que querían sentarse uno a la derecha y otro a la izquierda. Y estos dos era violentos, dispuestos a pegar fuego a aquel pueblo que no les recibió. Y luego estaba Mateo, jefe de malos, jefe de corruptos. Y nada digamos de Judas, el que le entregó. O sea, éramos gente común, con cosas buenas y otras no tanto. Pero nos cambió la vida.

            Vosotros podéis pensar que a vosotros no hay quién os cambie, que ya estáis muy hechos y, como dice la gente mayor, “genio y figura hasta la sepultura”. Es verdad que cambiar es difícil. Pero si alguien nos puede cambiar es alguien a quien amamos. Cuando se ama, hay posibilidad de cambio porque el amor es la fuerza más grande para cambiar.

            Por eso, la finalidad de estos día no es tanto celebrar la Semana Santa, sino tener a la mano una oportunidad de amar más a ese Jesús que nos acompaña. Y si logramos amarle más, quizá nuestra vida pueda ser un poco distinta, quizá pueda tener otro sentido.

            Hablar del sentido de la vida parece que es cosa de filósofos. Pero, para nada. Es saber qué gafas queremos poner en nuestros ojos, gafas que nos impidan ver o gafas que nos ayuden a ver. Gafas que dejen pasar la luz o gafas oscuras que no dejan pasar la luz. Es cierto aquello otro de que la vida es “según el color con que se mira”. Eso es el sentido: el color con el que vamos mirando a la  vida y el que nosotros ponemos en ella.

            Acercarse a Jesús en estos días nos puede ayudar a poner dos colores en nuestra mirada: el de la humanidad y el de la espiritualidad. La humanidad es que el corazón sea sensible a los otros corazones; la espiritualidad es ver eso que está debajo de la piel y que no aparece sin más.

            Anímate, lánzate a Jesús, apóyate en tus hermanos y hermanas, en esos que tienen las mismas ganas que tú de vivir a tope con un sentido nuevo.

 

TU VIDA TIENE MÁS SENTIDO SI SIRVES

(Jueves Santo)

 

            Posiblemente vosotros no os lo creáis. Nosotros tampoco le creíamos del todo. Cuando nosotros, sus discípulos, íbamos de camino con él, bajábamos la cabeza y caminábamos en silencio. Él nos machaba: la vida tiene otro valor si se sabe servir; servir no es perder, sino ganar; se puede estar contento sirviendo. Bajábamos la cabeza porque por dentro nos decíamos: si te poner a servir, estás perdido, todo el mundo se aprovechará de ti. Pero Él, erre que erre, machacando en el yunque.

            Tenía Jesús una costumbre que, la verdad, no nos gustaba mucho. En aquellos tiempos íbamos casi siempre descalzos. No había para calzado. Por eso, antes de ponernos a cenar, por la noche, nos lavábamos los pies sucios. A Él le gustaba hacer ese trabajo. Nos ponía malos verle avanzar con el barreño y la toalla. A Pedro, sobre todo, se le revolvían las tripas.

            Por eso, se quedó Pedro helado cuando, mirándole a los ojos, le dijo: “Si no te lavo los pies, no tienes nada que ver conmigo”. Jamás hubiera pensado Pedro que le iba a lanzar aquel misil. Entendió bien Pedro que le estaba diciendo: tienes que aceptar a un Mesías que sirve, yo estoy contento sirviendo, yo te lavo los pies con amor, esto para mí no es una humillación, esto da sentido a mi vida.

            Cuenta una leyenda de aquella época que, años después, Pedro, en Antioquía lavaba también los pies a sus amigos cristianos y que, cuando lo hacía, él que era sensible y llorón, más allá de su rudeza, dejaba escapar las lágrimas que caían al barreño del agua. Se acordaba de Jesús y de lo que le costó a Pedro entender aquello del servicio.

            Esta tarde, vosotros los jóvenes, leeréis otra vez aquel hermoso texto del lavatorio de los pies. Tomadlo como palabras dichas al corazón, no solo como palabras leídas en una celebración. Si las acogéis en el corazón entenderéis mejor su significado. Haréis vuestra la mística del servicio. Esa sí que da otro color, otro sentido, a la vida.

            Piensa, por ejemplo, que si sirves con generosidad, no te empobreces, sino que sales ganando cosas que te hace más feliz (coherencia, gusto de ver crecer al otro, satisfacción por el bien hecho, etc.). Si eres ágil para servir, ganas corazones. Y quien gana un corazón ilumina su vida. Si sirves, rompes el caparazón de la indiferencia que nos envuelve sin que nos demos cuenta.

            Servir solamente puede hacerse mirando al corazón del otro y descubriendo ahí alguien a quien amar. Mira más allá de ti mismo.

 

            Para pensar:

 

  1. 1.      ¿Crees que la vida tendría otro color cuando servimos sencillamente?
  2. 2.      ¿Qué gesto de servicio podrías hacer hoy mismo?

 

 

TU VIDA TIENE MÁS VALOR SI TE ENTREGAS

(Viernes Santo)

 

            Lo sabéis todos. Para nosotros que estuvimos con él, su muerte fue un mazazo. ¡Cuánto nos costó reponernos! ¡Cuantísimo trabajo nos llevó verle sentido a aquello de lo que, el principio, no queríamos ni siquiera hablar. Pero hubo que hacerlo.

            Vosotros nunca habéis visto crucificados. Mejor, ojalá no los veáis nunca. Nosotros los veíamos con cierta frecuencia. Era espantoso el suplicio. Era tan espantosa la desolación de sus familiares y cercanos. Quedaban marcados para siempre. “Casa del crucificado” era la peor ofensa que se podía decir de una familia.

            Por eso, cuando, de lejos, lo vimos en el madero, nos quedamos helados y no sabíamos qué hacer. Fuimos cobardes. Nos escondimos en nuestras madrigueras, solos con nuestro desconcierto. No sabíamos cómo salir de aquel pozo.

            Nos ayudaron muchísimo las mujeres. En aquella época, ellas contaban poco, aunque tenían nuestro aprecio. Fueron ellas las que entre lágrimas comenzaron a decir que lo de Jesús no podía terminar de aquella mala manera. Decían: su entrega no muere, su generosidad sigue con nosotros, su amor aún late, su presencia no se ha apagado.

            Nos reuníamos por la noche, a la luz de una vela. Y, entre silencios, las mujeres nos hablaban de la hermosura de la entrega de Jesús, no solamente de la dureza de su muerte. Nos decían que Jesús no quiso morir en cruz; que eso se lo encontró porque proponía un estilo de vida nuevo, de más humanidad, de más calor en los corazones, de más justicia. Ese fue su gran valor. Lo hermoso de Jesús no es su muerte, decían, sino el camino de entrega que tuvo como final una muerte violenta.

            Por eso las mujeres nos decían: si queréis recordarle de verdad, no lo recordéis sobre todo crucificado, sino totalmente entregado

            Hoy, vosotros, los jóvenes, vais a celebrar su muerte leyendo el relato del Evangelio de san Juan. Leedlo desde la hermosura de su entrega, no desde el desastre de su muerte violenta. Pensad que se narra ahí el triste final de un corazón entregado, la belleza de una fidelidad que no se detiene ante nada.

            Cuando veneréis la cruz de Jesús, pensad que estáis besando no a un muerto en cruz, sino, sobre todo, a uno que ha vivido la entrega del corazón con toda seriedad, a uno que ha acompañado con fidelidad inquebrantable, a uno que jamás ha rechazo a nadie, a uno que se dio sin guardarse para sí nada. Vacío de sí, para llenarnos a nosotros. Eso es lo que besas.

            Y en la paz hermosa de este Viernes Santo, piensa que cuando te entregas a fondo, cuando te entregas con amor, cuando no te pones por delante, estás andando el camino de Jesús. Posiblemente tu vida no acabará tan dramáticamente como la suya, pero la entrega tiene un precio, el precio del desdén, de quien te dice que estás en la luna, de quien hace de la indiferencia su bandera. Paga el precio, entrégate, y una paz honda, la de Jesús, vendrá a los pliegues de tu alma.

 

            Para pensar:

 

  1. 1.      ¿Cómo venerar más al entregado que al crucificado?
  2. 2.      ¿En qué puedes entregarte tú mismo y hoy mismo?

 

OÍR LO QUE NO SE OYE, VER LO QUE NO SE VE

(Desierto del viernes)

 

            El peor enemigo de la persona es la superficialidad. Ser superficial es fácil. Basta con dejarse llevar. “Dónde va Vicente, donde va la gente”. La superficialidad es pensar como todo el mundo, decir lo de todo el mundo, obrar como todo el mundo. Dejarse llevar. Esto nos hace muy frágiles, muy vulnerables, muy manipulables.

            Lo contrario es la profundidad. Ser profundo no es ser raro, de pensamiento oscuro, de vida extraña. No es ser un “filósofo” al que no hay quien le entienda. No es decir cosas incomprensibles, ni andar desarrapado por el mundo. Es mirar, fijar bien, apuntar al corazón, creer que debajo de la piel hay algo, tratar de llenarse de algo, ahondar en los porqué de las cosas.

            Si recuperamos la profundidad, sabremos mucho de nosotros y sabremos del mismo Dios. Quien anda en la superficie ni sabe de él, más que unas pocas cosas, ni sabe mucho de Dios. ¿Cómo recuperar la profundidad?

            Trata de oír lo que no se oye. Para ello, no hay que temer al silencio. El silencio es la caja de resonancia para oír eso que no se oye. A veces habrá que escuchar sonidos físicos que el silencio permite escuchar y el ruido no: ¿Cómo suenan las hojas de los árboles cuando el viento las mueve? ¿Qué música tienen las espigas cuando en el campo se frotan entre sí? ¿Cómo suenan las alas de los pájaros grandes cuando vuelan? Si no oímos esos sonidos raros, no podremos apuntar a la profundidad?

            Y luego están los otros sonidos: los del corazón cuando se rompe, cuando grita, cuando llora, cuando ríe; los de las lágrimas de los pobres cuando caen de sus ojos y llegan al suelo; los de las alegrías de los humildes que cantan aunque nadie les escuche; los de los pasos de quienes son expulsados de su tierra y pisan tierra extraña. Si no oímos cosas así, no recuperaremos la profundidad.

            Y, además, habrá que ver lo que no se ve: Ver lo que no se quiere ver en las calles de tu ciudad; ver lo que no se publicita (la solidaridad, la generosidad, el amor sencillo); ver el corazón de la ciudad en la música de los callejeros; ver el amor en los brazos que sostienen a los ancianos titubeantes.

            Ver también el valor de los pasos extraños de quienes están al margen; ver los caminos de luz de quienes buscan caminos alternativos; ver el imparable trabajo de quienes quieren cambiar la órbita del planeta por el amor; ver a quienes tocan y aman la tierra en su huertos urbanos.

            Es que no podemos aspirar a otra forma de vida, a otro sentido en la vida, si no ahondamos, si no recuperamos la profundidad. Quien sabe de la profundidad sabe también de la persona y sabe de Dios. Es ahí cuando otra forma de vida es posible. Hay que animarse.

 

            Para pensar:

 

  1. 1.      Lee Mc 1,35 donde se dice que Jesús oraba de noche trabajando su profundidad.
  2. 2.      Pregúntate: ¿Qué me impide ser más profundo/a?
  3. 3.      ¿Cómo ayudarnos a recuperar la profundidad?

 

TU VIDA ES MÁS GOZOSA SI TE LANZAS A AMAR

(Sábado Santo)

 

            Nosotros, que estuvimos con él, tuvimos bastante pronto la certeza de que estaba vivo. Lo percibíamos en mil detalles: estaba en nuestra cabeza y en nuestro corazón, empezamos a reunirnos en su nombre, recordábamos sus dichos y sus pasos, hablábamos y hablábamos (hasta altas horas de la noche) de sus andanzas, recordábamos uno a uno sus gestos de cariño con nosotros. Estaba vivo en nosotros.

            Lo leeréis esta noche en el Evangelio de vuestra celebración: Fueron las mujeres las que dijeron que estaba vivo. Nos costó creerles, nos parecía una locura. Pero no lo era porque el amor que le tuvimos desde el principio no se rompió a pesar del hachazo de su dura muerte. Le seguíamos amando de manera distinta pero bien profunda.

            Siempre llegábamos a la misma conclusión: es cuestión de amor. Si no amas, si no te lanzas a amar cada día no entenderás nada de la resurrección de Jesús. No es tanto cuestión de creer, sino de amar.

            Cuando se habla de la resurrección hay que hablar de amor. Si esa palabra no sale por ningún lado es que no estamos situando bien la cosa. Porque la resurrección es la certeza de que el amor de Jesús está a nuestro lado en modos más vivos que cuando sus pies hollaban los caminos de Galilea, su tierra.

            Por eso, vosotros, los jóvenes, que esta noche celebraréis con gozo la resurrección de Jesús lo que realmente tenéis que celebrar es el amor y sus posibilidades, la certeza de que si te lanzas a amar tu vida será más gozosa. La seguridad de que si tienes quien te ame tienes un amparo y que si tú amas te convierte en amparo para otros.

            Leeréis en el Evangelio de esta noche que, tras el anuncio de las mujeres, Pedro “se decidió y echó a correr hacia el sepulcro”. No hay que correr hacia el sepulcro, sino hacia el amor. Ahí está el resucitado latiendo y acompañando nuestra vida.

            Si entiendes esto irán entendiendo mejor cuáles son tus verdaderos centros vitales y les irás dando un contenido de mayor humanidad y de mayor espiritualidad. Más aún, es posible que esos centros vitales se desplacen y busquen lugares de más amor. Si logras que el amor se quede en tu casa, tu persona tendrá otra fuerza. Y no olvidéis: el quid de la cuestión no está tanto en que te amen, sino que en tú ames, en que te des, en abras las puerta del corazón (esa puerta que se abre por dentro) y que lo tuyo esté cada día más a disposición del otro.

 

            Para pensar:

 

  1. 1.      ¿Te parece que vivir desde el amor siempre lleva al gozo?
  2. 2.      ¿En qué parcela del amor crees que tienes que trabajar más?
  3. 3.      ¿En qué puedes amar más hoy mismo?

 

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