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FIAIZ

Marcos 11

CVMc

Domingo, 17 de enero de 2016

 

 

VIDA Y EVANGELIO:

UN MISMO CAMINO

Plan de oración con el Evangelio de Marcos

 

11. 2,1-13

 

Una reflexión inicial:

 

            Una de las necesidades de nuestra sociedad es el perdón social. Para que la convivencias sea posible es necesario perdonar como trabajo de reconstrucción social.

                El perdón social es aquel que los miembros de una sociedad se otorgan para poder convivir en paz. No es algo que se exija por ley, sino que ha de brotar de la evidencia de que sin perdón no solamente se arriesga caer en aquello que nos hirió, sino que la paz social nunca llegará.

                La realidad del perdón implica a toda persona que vive en sociedad; no es cosa solamente de víctimas y victimarios. Implica a todos, porque todos hacemos parte del hecho social que necesita convivir.

                De ahí se derivan una serie de actitudes exigibles a todo ciudadano: tener buenas palabras, justas y humanas, para valorar a cualquier persona; mirar también al sufrimiento de los demás, no únicamente al propio; colaborar en los actos de reparación que se hacen a las víctimas; no instalarse en el odio o el menosprecio, sino buscar la convivencia básica (no tanto la amistad); tener un talante generoso para poder ofrecer lo que el victimario no me dio.

                Esto es más fácil decirlo y hacerlo si se hace “en frío”, mediando la reflexión (la oración si se es creyente). El diálogo respetuoso puede ser también reparador.

 

El texto:

 

                2,1 Entró de nuevo en Cafarnaún y, pasados unos días, se supo que estaba en casa. 2 Se congregaron tantos que no se cabía ni a la puerta, y él les exponía el mensaje. 3 Llegaron llevándole un paralítico transportado entre cuatro. 4 Como no podían acercárselo por causa de la multitud, levantaron el techo del lugar donde él estaba, abrieron un boquete y descolgaron la camilla donde yacía el paralítico.

  

5 Viendo Jesús la fe de ellos, le dice al paralítico: -Hijo, se te perdonan tus pecados. 6 Pero estaban sentados allí algunos de los letrados y empezaron a razonar en su interior: 7 - ¿Cómo habla éste así? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar pecados más que Dios sólo? 8 Jesús, intuyendo cómo razonaban dentro de ellos, les dijo al momento: - ¿Por qué razonáis así en vuestro interior? 9 ¿Qué es más fácil, decirle al paralítico “se te perdonan tus pecados” o decirle “levántate, carga con tu camilla y echa a andar”? 10 Pues para que veáis que el Hijo del hombre tiene autoridad en la tierra para perdonar pecados... [le dice al paralítico] 11 … A ti te digo: levántate, carga con tu camilla y márchate a tu casa. 12 Se levantó, cargó en seguida con la camilla y salió a la vista de todos. Todos se quedaron atónitos y alababan a Dios diciendo: - Nunca hemos visto cosa igual.

  • Jesús está en Cafarnaún, “su casa”. Es un exilado de su pueblo. Ahí, en el exilio, derrama el perdón social, el que hace que un excluido de la sociedad pueda ser autónomo y respetado.
  • El paralítico es uno que va sujeto a su camilla. Cuando se le diga que coja la camilla y la lleve se habrá verificado que toda persona tiene dentro las posibilidades de ser ella misma.
  • En base a ese componente de dignidad, si se lo reconoce, la persona puede llegar a ser perdonada socialmente, a ser integrada a la sociedad que la había excluido. Con ello, también el hecho social que excluye queda cuestionado. De ahí que el endurecimiento para “perdonar pecados” se vuelve acusación contra una sociedad excluyente.
  • Queda mucho camino por recorrer, ya que la gente que dice atónita “Nunca hemos visto cosa igual” lo dice no porque se adhiera al perdón que incluye en la sociedad, sino porque se resiste a aceptar el planteamiento incluyente de Jesús.

 

Para pensar:

  1. 1.       ¿Tienes una mentalidad incluyente?
  2. 2.       ¿Perdonas con facilidad?

 

Un valor: alejarse de la cultura del descarte

 

            Suele hablar mucho de eso el Papa Francisco: es entender que el hecho social produce “desechos”, personas excluidas, marginadas, náufragos del sistema, gentes que pueden ser desechados como piezas inútiles para el sistema.

                Es algo inaceptable porque atenta contra la dignidad inalienable de toda persona. Más aún: justamente en esos “desechos”, gente “improductiva”, hay que ver las posibilidades de humanización que con frecuencia nos brindan.

                Quizá sea cierto aquello que decía Ernesto Sábato de que han sido los débiles quienes nos han salvado cuando lo humano ha estado en peligro. Por eso, cuanto más alejados de la cultura del descarte, mejor, más humanos y más seguidores de Jesús.

                Esta espiritualidad habría que aplicarla incluso a la creación: generar los menos desechos posible, hacer las menos heridas posible, ya que todo ser es digno en sí mismo y valioso por el mismo. Es preciso salir de ese “antropoceno” que hace de la persona poderosa lo único valioso del sistema, como si los seres humildes y las realidades humildes no contaran para nada, no fueran importantes.

                Para alejarse de la cultura del descarte es preciso mirar al corazón de la realidad, a eso que hay más allá de la piel.

Una imagen:

 

 

 

 


 

 

 

 

                Esta es la portada de uno de los últimos números de Vida Nueva del año pasado. Es elocuente. Refleja la gran dificultad del ciudadano medio para pensar que se puede tener algún tipo de relación distinto al del odio, rechazo y condena con quien ha sido victimario en la sociedad. Muchos dicen: “Sí, claro”, como diciendo: ahora venía a pedir misericordia, la que vosotros no tuvisteis. Aunque sea verdad, hay que intentar algún tipo de perdón social para poder convivir.

 

Un poema (parte)

 

Guárdate 
de los cielos sin ojos ni ventanas 
guárdate 
de los mares cubiertos de escafandras 
guárdate 
guárdate 
de las voces sin risas ni esperanzas 
de los hombres de mirada vana 
guárdate 
de los libros sin lecturas ni palabras 
guárdate 
de las viejas historias trituradas. 
                                J.A.Labordeta

 

 

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