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Un cristianismo nuevo: tarea y ánimo

UN CRISTIANISMO NUEVO:

TAREA Y ÁNIMO

 

         Puede resultar pretencioso, a estas alturas, hablar de “cristianismo nuevo” cuando el sentimiento de envejecimiento, de desfase social, de alejamiento de la vida nos inunda a oleadas. Pero hay que tener en cuenta que los procesos humanos en el interior de lo que somos siempre se hacen lentamente. Quizá la propuesta de Jesús ha de tener en tiempos futuros un brillo que se le ha negado en los siglos precedentes. Por eso, pretender un cristianismo nuevo es un anhelo razonable en nuestro hoy.

         Diremos desde el comienzo que esto no se nos va a dar gratis, mecánicamente, por generosidad del sistema. Es una tarea personal y grupal, un proceso, un camino, que habrá que recorrer en todos sus tramos. Habría que sacudir desganas, rutinas, intereses si los hubiera, para plantarse en la meta de salida del Evangelio con el menor número de prejuicios, estereotipos, resquemores. El camino se andará mejor canto menor sea esta clase de equipaje.

         Y necesitaremos colaborar en una oferta de ánimo que nos contagie hasta llevar al exilio a las sombras del desánimo. Cualquier pequeña contribución al ánimo será bienvenida.

 

 

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VOLVER AL EVANGELIO:

UNA TAREA PARA CRISTIANOS DE HOY

 

         Que un grupo numeroso de cristianos quiera “encontrarse para ser” es algo hermoso. Generalmente nos encontramos para celebrar, para reflexionar, para debatir. Pero encontrarse para “ser” es encontrarse para atizar los fuegos de entro, para meter ánimo en el corazón, para espolearse con el buen aguijón del amor y para animarse a mantenerse en pie, como los “viejos árboles” que decía Labordeta.

         Y se quiere hacer eso con la herramienta de volver al Evangelio. Estos tiempos nuestros, aunque no lo creamos, no son malos tiempos para volver al Evangelio, para entrar más adentro en la entraña de la propuesta de Jesús. Somos muy miopes y no vemos más que lo que tenemos delante. Y decimos: dos mil años de Evangelio y todo sigue igual o peor. Es poco tiempo para cambiar estructuras internas, para modificar la persona ancestral que llevamos dentro.

         Por eso mismo, hoy es un tiempo óptimo para seguir andando el camino evangélico que, por secular, se mezcla estupendamente a los planteamientos de esta sociedad moderna de la que hacemos parte. Si esta jornada ayuda este empeño, la daríamos por buena.

 

1. Hay que reconocer que nos hemos ido

 

         Para volver, es necesario haberse ido. Por eso, cuando hablamos de “volver” implícitamente decimos algo tremendo: nos hemos ido lejos del Evangelio. Y así ha sido. Nos han alejado del Evangelio las propias debilidades que nos llevan a vivir días y días en presupuestos distintos a los de Jesús. Nos alejado del Evangelio una sociedad en la que quiere imperar el pensamiento único de un neoliberalismo atroz. Nos han alejado del Evangelio nuestros sistemas religiosos que ha generado derivados de derivados del Evangelio, llegando a poner el acento en cosas que nada tienen que ver con el estilo de vida de Jesús y que a veces entran en contradicción con él.

         No es que nos hayamos alejado. Es que nos hemos ido a otro terreno, a otro ámbito, a otro paradigma. Es cierto que nuestras rupturas no son totales. Pero por continuados, consagrados, impuestos, nuestros caminos lejos del Evangelio no solamente han velado la hermosura sencilla que anida en él, sino que la han deformado, malinterpretado, secuestrado, reprimido.

         El viejo profeta Ezequiel, malhumorado pero lleno de verdad, decía a sus paisanos: “Por vuestra culpa maldicen las naciones el nombre de Dios” (Ez 36,20). Por nuestra culpa el Evangelio no ha brillado con fuerza, por nuestra terquedad ideológica o por nuestra apatía y conformismo, por nuestro adormilamiento, no hemos construido el edificio de la espiritualidad cristiana sobre la gracia y lo hemos hecho (lo seguimos haciendo) sobre el pecado.

         Así, el Evangelio se ha convertido en una ley, ha sido más “yugo” que llevadero. Y como decía Bernanos “es una locura que, con el programa que contiene el Evangelio, el cristianismo se haya terminado convirtiendo en la bestia negra de los hombres libres”. Por eso mismo la vuelta al Evangelio, se hace más perentoria que nunca.

 

2. Una vuelta personal y estructural

 

         ¿Nadie ha cumplido el Evangelio? Es obvio que no. La historia de la fe cristiana, en sus modos plurales, nos ha presentado a lo largo de la historia cristianos que no han apartado los ojos y sus pies del camino de Jesús. Posiblemente gracias a ellos estamos  hoy aquí. Más que la reflexión, ellos son quienes, con su voz muchas veces sofocada por el ruido, nos recuerdan que el camino está ahí, siempre nuevo, siempre por estrenar.

         Por eso, queda fuera de duda que necesitamos una vuelta personal, en primer lugar, ineludible porque las decisiones de la vida tienen siempre un componente personal que cada uno debe asumir.

         Pero hay también una vuelta estructural, que más que vuelta es camino nuevo para descubrirlo por vez primera. Estructuralmente la comunidad cristiana quizá nunca ha transitado de manera limpia los caminos del Evangelio, ni siquiera en los primeros años de la fe si hemos de dar crédito a libros como los Hechos de los Apóstoles.

         Nos percatamos cuando vemos los derroteros de esta Iglesia de hoy que cuando se esfuerza por acercarse a la senda evangélica, siempre termina volviendo al paradigma del sistema, alejándose de la simplicidad evangélica. El Vat.II fue una primavera, globalmente hablando. Pero vueltas las aguas a sus cauces, el reformismo se convirtió en involucionismo. Y ahora, cuando el papa Francisco parece querer traer otros aires a la Iglesia, en el seno mismo de ella, en bastantes de sus dirigentes, en movimientos notables, emerge una resistencia que se convierte en crítica más o menos velada. Son hermanos cristianos quienes hacen esto. Pero piensan que salirse de lo sistémico es destruir la fe (y quizá lo sea) pero no entrevén la hermosura de un camino evangélico nuevo.

 

3. Creer al Evangelio

 

         Creer al Evangelio no es exactamente igual que tener fe en Dios. Esto es más un asunto religioso; aquello es dar fe a lo mecanismos que subyacen a la vida y actitudes de Jesús. Quien tiene fe, por definición, acepta una serie de dogmas religiosos. Quien creer en el Evangelio acepta sus “dogmas”. ¿Cómo cuáles? Por ejemplo: hay más fuerza en los débiles que en los fuertes; las entregas no se pierden; se puede vivir contento sirviendo; a la hora del reino todos estamos al mismo nivel; en los márgenes hay vida; etc.

         Por eso mismo, puede darse el caso de que uno crea con total facilidad en los dogmas religiosos, pero ponga muchas pegas a los “dogmas” evangélicos. De ahí que el Papa Francisco hable de algo de esto cuando dice: “Creamos en el Evangelio que dice que el Reino de Dios ya está presente en el mundo, y está desarrollándose aquí y allá, de diversas maneras: como la semilla pequeña que puede llegar a convertirse en un gran árbol (cf. Mt 13,31-32), como el puñado de levadura, que fermenta una gran masa (cf. Mt 13,33), y como la buena semilla que crece en medio de la cizaña (cf. Mt 13,24-30), y siempre puede sorprendernos gratamente. Ahí está, viene otra vez, lucha por florecer de nuevo” (EG 278). 

         Hablar de volver a Jesús sin estar dispuesto a dar fe al Evangelio resulta imposible. Y hay que tener en cuenta que el Evangelio no es propiamente un libro religioso, sino una propuesta de nueva relación, la relación de la fraternidad con los demás, con la creación, con Dios mismo. Por eso, la fe en el Evangelio pasa necesariamente por el tamiz de la relación. Ahí se decanta y demuestra su verdad.

 

4. Una espiritualidad con arraigo antropológico y social 

 

         Es la que se hace imprescindible para volver al Evangelio. La espiritualidad tiende a situarse en lugares sin arraigo, en las nubes, en lo teórico, en lo admitido por todos pero en lo que implica a muy poco. La espiritualidad tiene el riesgo de ser algo sin carne, un fantasma. Este peligro ha acompañado la historia del caminar cristiano (recuérdese la problemática de 1 Jn).

         El Evangelio no se alía con este tipo de espiritualidad, sino que se apunta a una espiritualidad con carne. Esa carne no es otra que la entrega al otro, el servicio efectivo, la toma de posturas nuevas en cuestiones de economía, de trabajo, de amparo humano. Es una espiritualidad que ilumina los interiores de la persona, que cuestiona sus caminos y que pretende un cambio en las estructuras básicas de la persona.

         Llegando tarde el Evangelio a nuestra vida, hay quien cree que esto no es realmente posible, que “genio y figura hasta la sepultura”. Pero la vida nos enseña de muchas maneras que los cambios, en cierta medida, son posible. Por eso, el Evangelio es una propuesta antropológica posible. No se nos habría ofrecido si no lo fuera. Pero es una propuesta de cambio humano básico.

         Hay cristianos a quienes esto no les cuadra. Piensan que esto es una espiritualidad muy “de tejas abajo”. Y así es. Pero es que el Evangelio no es para los ángeles, sino para quienes vivimos de tejas abajo. No creamos que esto es la destrucción de la espiritualidad. No, al estar arraigada en el subsuelo de lo humano, la espiritualidad evangélica es iluminadora, amparadora, animadora y discernidora de nuestros pasos en la historia.

 

4. Decálogo para volver al Evangelio

 

         ¿Cómo dibujar, de alguna manera, el itinerario de quien se plantee una creciente y verdadera vuelta al Evangelio? Hagámoslo en forma de decálogo:

 

1) Volver al Evangelio es como volver a casa: siempre está esperándonos, siempre somos bienvenidos.

 

         Puede ser que los días alejados del Evangelio en nuestra vida sean muchos; puede ser que solamente hayamos puesto tímidamente el pie en el camino evangélico; puede ser que miremos con desconfianza a esa casa evangélica que nos desinstala y nos cuestiona. No importa. Esa casa siempre está abierta, siempre hay calor en ella, nunca se recrimina a quien quiere entrar aunque venga de lejos, aunque lleve encima los costurones de la vida.

 

         2) Volver al Evangelio es poner de nuevo el acento en lo importante, relativizando aquello que no es tanto.

 

         Porque los mecanismos religiosos (y aun sociales) nos llevan con frecuencia a poner el acento y a hacer de ello bandera de lucha en cosas que no son importantes, que están alejadas de los núcleos de la vida. Esto nos causa disgustos, lejanías, divisiones incluso. El Evangelio nos empuja a por el acento en lo realmente importante, en los llamados valores primordiales: el amor, el perdón, la paz, la trascendencia, la generosidad, la confianza, etc. Esto es lo importante para el Evangelio. Y en eso coincidimos con muchos que, cristianos o no, también “creen” en tales valores. No nos importe que nos diferenciemos de ellos (los mecanismos religiosos siempre buscando la diferencia); alegrémonos de que el mundo del bien sea amplio.

 

         3) Volver al Evangelio es asentarse de nuevo en lo que garantiza el valor de la fe, porque el resto, por mucho que nos digan lo contrario, es de menos valor.

 

         El Evangelio es la roca firme a la que uno puede agarrarse. Si no hubiera sido por el Evangelio, la fe se habría ido a pique hace tiempo. Cuando uno se agarra al Evangelio, no hay vendaval que pueda con él, ni el viento destructor de las estructuras inhumanas, ni los anhelos de poder disfrazados de autoridad (incluso religiosa), ni los sistemas ideológicos de pensamiento único que quieren arrasar con todo. El Evangelio es la roca del profeta, de aquella persona que sigue viva a pesar de todo, de quien no ha sucumbido ni quiere sucumbir a la desesperanza.

 

         4) Volver al Evangelio es aprender un poco más el rostro de Jesús, conocer mejor su sonrisa y sus arrugas, sus brillos y sus sombras. Conocer ese rostro para amarle más.

 

         Un rostro no se aprende en cuatro días. Para que se grabe en el corazón hay mirarlo muchas veces, desde lados muy diversos, de tal manera que uno lo aprenda casi de memoria. El rostro verdadero de Jesús está en los Evangelios. Es preciso volver a ellos incansablemente y con amor, con embelesamiento, como quien no se cansa de mirar el rostro de la persona que ama. Haciéndolo así veremos su luz y sus sombras, que también las tiene, conoceremos sus días luminosos y sus jornadas sombrías. El rostro deseado que queremos que se grabe en nuestras entrañas, como decían los místicos.

 

         5) Volver al Evangelio es disponerse a gustar de nuevo las pequeñas delicias ocultas en el texto, rumiarlo, saborearlo, leerlo en modos adultos

 

         Es preciso leer el texto evangélico como adultos: a favor, porque alimenta nuestra mística cristiana; “en contra” cuando sus textos han sido superados por los tiempos, la cultura o la evolución espiritual; ampliándolos hasta hacerlos llegar a nuestra propia intimidad; buscando en ellos la luz que necesitamos; escudriñando hasta dar con las semillas ocultas que hay en su fondo. Si no huimos de los modos trillados de entenderlo, terminará resultándonos soso y sin sabor. Si nos lanzamos a los detalles interesantes, el texto cobrará una luz inusitada.

 

         6) Volver al Evangelio es retomar las viejas utopías, oxidadas, embrumadas, perdidas, y darles de nuevo el valor que siempre tuvieron.

 

         Porque, digan lo que digan, la utopía sigue siendo necesaria como el pan de cada día. Ya lo dijo Serrat. Y es grande el coro de voces que auguran, hace ya mucho, que el tiempo de las utopías ha caducado. El Evangelio dice que no es así y mantiene sobre todo una de ellas: que tiene que llegar un día en el que los sufrimientos de los pobres acabarán. Y mucha gente, creyente o no, se ha lanzado y ha vivido tras ese sueño. Y por el Evangelio nosotros sabemos que eso no es una quimera, sino un sueño que mueve la vida.

 

         7) Volver al Evangelio es aprender otra vez la melodía de una vida que se mezcla con el resto de la vida. No es el Evangelio algo aparte de la vida.

 

         Ya que volver al Evangelio conlleva el afán de des-secuestrarlo, porque ha sido secuestrado por las liturgias, los exégetas, el sistema religioso. Y hay que intentar poner el Evangelio donde siempre debería haber estado: en la simple y pura calle, en los lugares donde vive la gente, en las calles más comunes. Porque Jesús no fue un hombre de iglesias, sino de caminos; no fue un teólogo, sino un amante y un acompañante de la vida.

 

         8) Volver al Evangelio es descubrir en caminos trillados esos leves motivos que nos llevan a vivir con alegría.

 

         Porque el Evangelio ha sido trillado y retrillado. Su estar a nuestro servicio le hace asimilar con paciencia nuestras maneras superficiales, interesadas, de leerlo y de entenderlo. Lo hemos convertido en un erial. Pero quien lee con amor, no se cansa de descubrir en él esos pequeños tesoros ocultos que hacen que la vida sea más llevadera. No es el Evangelio algo que dé respuesta a las grandes cuestiones, sino que es, más bien, el pequeño aliento para tirar un día más, para no apearse de los sueños, para seguir insistiendo en lo que hay que insistir.

 

         9) Volver al Evangelio es cantar con Jesús la melodía que puede espantar nuestros males y nuestras asperezas.

 

         Porque sí, habrá canto en la noche, como decía Brecht. Porque el sufrimiento tiene derecho a ocupar su sitio y ni un milímetro más. Porque la alegría sencilla de vivir ha de ocupar su espacio creciente. Porque se le pueden dar vuelta a las situaciones y hallar esos destellos de gozo que conviertan esto que hemos llamado valle de lágrimas en fiesta de paz y de alegría. Porque la alegría que nadie puede arrebatar es una promesa firme del Jesús del Evangelio.

 

         10) Volver al Evangelio es volver al corazón de la persona, porque el sueño de Jesús es el de la fraternidad más elemental.

 

         Un sueño que pasa por una constante reconciliación, por la certeza de que, por ser humanos, somos familia. Y que, por ello, no solamente hemos de aprender a respetarnos en amistad cívica, sino que hemos de intentar amarnos, hasta comprender que la casa de la persona es la persona. Y por muy lejano que esté aún este día de la gran fraternidad, quien vuelve al Evangelio saborea cada pequeño paso que nos aproxima a esa meta.

 

5. Posibilidades reales

 

         Siempre que nos acercamos a la luz del Evangelio, a la vez, percibimos con más nitidez las inevitables oscuridades del caminar humano. De ahí que, intentando contagiar ánimo, asome la cabeza el desaliento: yo me conozco y sé que ese camino hermoso no es para mí.

         Hay que superar tal sentimiento. Lo hemos dicho, el Evangelio ha sido ofrecido a humanos, no a ángeles. La propuesta de Jesús se hace a personas normales, marcadas, incluso, por fuerte limitaciones (ambición, naturaleza violenta, corrupción, traición incluso). Jesús hace su propuesta no en base a la calidad moral de la persona (si la tiene, mejor), sino en base a la dignidad de la persona. Y como él considera digna a toda persona, a toda persona hace la propuesta

         Por todo ello las posibilidades de ir volviendo al Evangelio en un itinerario prolongado, en un proceso, son muchas, está a nuestro alcance. Quizá haya que unirse, porque las cosas hermosas pero difíciles, se vuelven más sencillas cuando se las vive en grupo. Quizá haya sonado el tiempo de dejar de lado controversias que no llevan a nada. Tal vez sea interesante entender que una fe vivida en los márgenes del sistema no nos margina del Evangelio sino que nos empuja a su centro. Tal vez haya llegado el tiempo en que entendamos que volver al Evangelio no es salirse de la ida en espacios estancos, sino adentrarse en ese misterio del vivir en el que estamos metidos.

 

Conclusión:

 

         Esta primera reflexión tenía la pretensión de ofrecer una sencilla mística de vuelta al Evangelio creyendo que es un paso necesario para sacar otro tipo de conclusiones. ¿Cómo vamos a pretender dar razón de nuestra esperanza si antes no bulle dentro el amor por el Evangelio, que es lo mismo que el amor por aquel Jesús que lo motivó? Repartamos ese ánimo entre nosotros.

 

 

2

RETOS Y DESAFÍOS EN LA SOCIEDAD ACTUAL

 

         Mucho se ha escrito sobre esto. Hay que echarle a la cosa una fuerte dosis de realismo: qué nos pide la sociedad que estemos en condiciones de aportar. Se trata de no crear frustraciones.

 

  1. 1.    Un aprendizaje social

 

La teoría de los aprendizajes sociales, larga de un siglo, popularizada por A. Bandura, no enseña que la sociedad es maestra inevitable en los aprendizajes vitales. Nos moldea la familia, la escuela, pero, sobre todo, la sociedad. De ella aprendemos nuestras posiciones políticas y económicas, nuestros saberes relacionales, nuestros modos de convivencia diaria, nuestro uso de las herramientas de convivencia, etc. Aprendemos de la sociedad. Como decía Juan XXIII, es instrumento del Espíritu. El mayor quizá.

Por eso, al preguntarse por lo que se pide hoy al cristianismo y qué es lo que se puede aportar es preciso, primeramente, des-negativizar el hecho social, cosa frecuente en los medios creyentes, más aún en los sistémicos. Es preciso desvelar el rostro de esa otra sociedad que nos hermana y que contiene indudable valores humanos y espirituales. No se trata de un buenismo indiscernido, sino de una lectura benigna y crítica del hecho social. Sin esto, hablar de respuestas a los desafíos sociales es hablar de música celestial.

Desde ahí podremos, en pasos ulteriores, hablar de hacer una lectura creyente de la realidad. Dice el papa Francisco: “Dios vive entre los ciudadanos promoviendo la solidaridad, la fraternidad, el deseo del bien, de verdad, de justicia” (EG 73).

 

  1. 2.    Lo que nos pide la sociedad

 

Creo que más que acciones concretas, lo que la sociedad demanda a los cristianos es una cierta sintonía que hoy parece no darse. La sociedad sigue su camino imparable; el cristianismo se asienta en sus principios; la distancia entre ambos aumenta. Una creciente sintonía, esa es la demanda general que desglosamos en diez:

 

1)   La sociedad nos demanda que caminemos más a su lado

 

Porque nuestros caminos creyentes están, a veces, fuera del gran camino de la sociedad. Es cierto que los caminos de esta son a veces tortuosos, extraños, e, incluso, a nuestro juicio extraviados. Pero la sociedad quiere que caminemos con ella, que no la abandonemos, que acojamos de salida sus itinerarios, por extraños que nos parezcan, que hagamos nuestras sus preguntas, que compartamos sus inquietudes y dejemos en un segundo plano las específicamente religiosas. Si no la acompañamos ella seguirá sola en sus caminos.

 

2)   La sociedad nos demanda que creamos en su bondad

 

Porque, ciertamente, la vida no es el paraíso precisamente. Pero la sociedad nos pide que nosotros que nos referimos a uno que pasó haciendo el bien, creamos en la bondad social, en la certeza de que hay mucha gente buena que sueña con un futuro de humanidad y de fraternidad. Nos pide que, aunque la bondad no tenga componente religioso pensemos que bondad no hay más que una y que todos, desde diversos lados podemos contribuir a ella.

 

3)   La sociedad quiere que se reconozca su componente espiritual

 

No tanto religioso, sino espiritual. Quiere que la espiritualidad abarque más que la espiritualidad religiosa. Nos demanda que leamos muchos de sus caminos, incluso el de quienes propugnan el abandono de lo religioso, como sendas espirituales pertenecientes a un “alma” común. Nos pide que comprendamos que ella no quiere abandonar el marco social para ser espiritual. Nos demanda que veamos muchos de sus interrogantes como inquietudes espirituales.

 

4)   La sociedad nos demanda que no caigamos en el engaño de la superioridad moral

Porque es, ciertamente, un engaño creer que por ser persona religiosa, solo por eso, se está en un nivel moral superior. El Evangelio dice que “por sus obras los conoceréis” y los signos de Jesús son signos en favor de la persona. Ese amor desbordado al otro es lo que le otorga una excelencia moral. El rango social por religioso no conlleva, sin más, ningún tipo de superioridad. Estar al mismo nivel moral no es ningún desdoro, sino una puerta para el respeto, el diálogo y la interrelación.

 

5)   La sociedad nos demanda que empujemos en la dirección de lo común

 

Porque las religiones tienden a trabajar pro domo sua, para su casa, para sus obras, para sus intereses, para el sostenimiento de sus instituciones, etc. La sociedad nos demanda que nos unamos a lo común, con la certeza de que si lo común prospera, el conjunto, también los cristianos, iremos a mejor. El anhelo de lo común late en las venas del Evangelio y en las de la sociedad.

 

6)   La sociedad nos demanda que apoyemos sus intuiciones más arriesgadas

 

Ya que ante estas intuiciones (en materia de bioética, de manipulación de la vida, de ingeniería genética, etc.) la religión tiende a enrocarse en sus posiciones tradicionales. Es verdad que son asuntos delicados que es preciso discernir de la mejor manera posible. Pero la sociedad pide estar abierto a las preguntas que suscitan estos planteamientos y apoyarlos en la medida en que desembocan en un estilo de vida más humano, más adulto, más libre de las constricciones que acompañan el caminar humano desde sus albores.

 

7)   La sociedad nos demanda no hacer exaltaciones religiosas en contra del hecho social

 

Nos referimos a ese tipo de exaltaciones que tienen el peligro de manipulación (canonizaciones martiriales, apoyos a colectivos de víctimas politizados, demandas educativas que encierran posiciones de poder, etc.). La sociedad nos demanda intentar buscar caminos de reconciliación donde todo el colectivo social pueda caber ya que, al fin y al cabo, todos los que hacemos parte de la sociedad tenemos que convivir. Las exaltaciones religiosas pueden llevar a caminos de profundo desencuentro.

 

8)   La sociedad nos demanda que nos unamos a las respuestas coordinadas en el mundo de las pobrezas

 

Nos pide que, cada vez más, no hagamos la guerra contra las pobrezas por nuestra cuenta, sino que establezcamos sinergias con todo el hecho social, no solamente para ser más eficaces, sino, sobre todo, para ser más hermanos, socialmente hablando. Esta renuncia a poner la firma en lo que hacemos puede constituir una generosa ofrenda por parte de los colectivos cristianos.

 

9)   La sociedad nos demanda que aceptemos entrar en una política que favorezca a la paz

 

Sin angelismos y también si mirar atravesadamente a los grupos políticos que tienen en sus ideales la construcción real de la paz. Demanda, así mismo, el alejamiento de esos otros grupos que, lobos con piel de cordero, hablan de paz mientras por debajo venden armas sin control. Una implicación en la parte de la sociedad que anhela en modos reales la paz es una demanda que los grupos cristianos habrían de aceptar. De ahí que los temas relativos a la justicia y a la paz habrían de tener más eco en la experiencia cristiana.

 

10)                     La sociedad nos demanda que nos empeñemos con ella en tareas de mediación

 

Porque esas tareas tienen mucho futuro en el camino de la vida. Los trabajos de mediación social que la sociedad intenta (a nivel político, penitenciario, ciudadano, familiar, escolar, etc.) habrían de tener un apoyo en aquellos que, según dice el Evangelio son bienaventurados porque construyen la paz. El logro de la paz social es, con frecuencia, complicado. Pero ahí habría de encontrar la sociedad un aliado en el cristianismo.

 

Conclusión:

 

El reto global, el desafío general es a caminar juntos, sociedad y creyentes, no solamente respeto cívico, sino en profunda unión en base a la dignidad humana. La sociedad saldrá beneficiada y también se aquilatará la experiencia cristiana.

 

 

 

 

 

 

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