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Espiritualidad y ecología en Laudato si

Secretariado Social Diocesano

Escuela social

“El cuidado de la casa común”

17 de diciembre de 2015

 

Espiritualidad y ecología en Laudato si

 

Seguramente ninguna otra encíclica papal ha suscitado tanta expectación como Laudato si' (LS). Un año antes de su publicación ya se sabía que Francisco estaba preparándola. Meses antes se conocían los nombres de algunos de los que estaban participando en su redacción. Semanas antes se dio a conocer el título. Cuando el 18 de junio de 2015 se hizo oficialmente pública la encíclica el caldo de cultivo que la precedió venía de lejos. Sorprendentemente, no solo era esperada en ámbitos católicos sino también en ámbitos ecologistas, en principio, ajenos a lo religioso. Sin duda éste es el documento papal de los últimos tiempos que más ha sido esperado por quienes viven al margen de la Iglesia.

Por una parte nos preguntamos qué resonancias encuentra la encíclica en la espiritualidad de los católicos. ¿En qué nos afecta a nuestra espiritualidad y qué llamadas y retos nos supone, tanto en la teología pensada como en la vivida?

Por otra parte, además de ver corroboradas muchas de sus aspiraciones, los ecologistas pueden reconocer  a la luz de LS algunos rasgos de espiritualidad que ya están presentes en sus círculos militantes. Aunque con frecuencia no es fácil sacar a la luz estos rasgos –pues se identifica espiritualidad con religión y ésta con la Iglesia Católica, con todas las connotaciones que conlleva–, no hay duda de que pueden ser reconocidos y formulados.

 

I. El contexto ecológico en los ámbitos espirituales

 

No cabe duda de que la publicación de la encíclica Laudato Si es una nueva oportunidad ofrecida a la vida cristiana para repensar la espiritualidad ecológica y para apuntar a nuevos horizontes. Como el mismo documento lo reseña (nºs 3-9) muchos de los papas modernos e incluso de los patriarcas ortodoxos han hablado del tema. Pero es la primera vez que tenemos una encíclica íntegra sobre el tema. Esto da carta de “eclesialidad” a la ecología.

 

1. Ecoteología

 

La ecología, desde ya varios lustros, ha aparecido en la reflexión teológica, aunque aún no haga parte componente de los programas teológicos. Grandes teólogos, como L. Boff, a quien, por cierto, el papa Francisco ha consultado a la hora de escribir este documento, hicieron toda una reflexión profunda sobre la evidencia de que la teología habría de incluir en modos normales de su pensamiento el tema de la ecología. Para estos autores «la visión eco-teológica de la creación produce una ampliación del campo teológico en tanto que la teología se hace parte de la cultura y, de ese modo, responsable de la misma. La teología es mucho más que un discurso o estudio sobre Dios es, ante todo, en un quehacer socio-cultural e históricamente situado y comprometido con la transformación de la realidad social y espiritual de la época. No desoír este imperativo requiere de la existencia de una apertura intelectual y espiritual a las nuevas formas de ser y de conocer la realidad. Los conceptos de “democracia cósmica” y de “reencantamiento” ocupan, aquí, un lugar importante. Ambos preceden y acompañan el surgimiento de un imperativo ético que impide el dominio y la explotación de la tierra. “Tierra” que, en un sentido no metafórico, sino real, concreto, histórico, representa a la humanidad, a los hombres y mujeres del mundo, a los pobres, a todos aquellos que -de alguna manera- ven amenazada su integridad y dignidad» (J. Navarrete Cano).

Va siendo hora de que la espiritualidad ecológica entre de lleno y como cosa normal en los planes de formación teológica, incluso en los programas catequéticos a nivel de pueblo cristiano. Que esto se entienda como algo baladí es hoy empobrecer de manera notable la experiencia creyente en Jesús. Efectivamente LS 96-100 pone la ecología en conexión íntima con la persona de Jesús. Desechar aquella es empobrecer a esta.

 

2. De la ecología pensada a la ecología vivida

Porque por mor de contagio social, los grupos cristianos han recibido una especie de “barniz ecológico” que lleva a no osar menospreciar en público la espiritualidad ecológica. Incluso no pocos de ellos hablan con sinceridad de la hermosura de una vida sostenible y ecológica. Pero es preciso pasar de esa ecología pensada a una ecología vivida. LS 147-155 se dedica íntegramente a la ecología en la vida cotidiana.

El documento da mucha importancia a los espacios públicos donde se desarrolla la vida de la persona urbanita, porque de su nivel de concepción ecológica depende no solamente el bienestar de la persona, sino su mismo nivel de humanidad. El marco ciudadano define la identidad de la persona. Ambientes asfixiantes generan pobreza humana y espiritual. Por eso hay que pensar en la persona a la hora de diseñar las ciudades. Lo mismo habría que decir del transporte público e, incluso, de la ecología corporal. Todos los ámbitos de lo cotidiano quedan tocados por esta espiritualidad trasversal.

Los grupos cristianos necesitan pasar con decisión a la ecología vivida. Es decir, se precisa un pensamiento más extendido entre las comunidades cristianas y una implicación explícita en comportamientos ecológicos que desvelen esas inquietudes. ¿Cuántas parroquias celebran sus fines de curso con un ágape que se sirve en platos y vasos de plásticos de un solo uso que se desechan una vez terminado el evento? ¿Quién recicla el papel, ampliamente usado en las catequesis? ¿A qué conferenciante se le pone agua en una jarra en lugar de ponerle un botellín de plástico con lo que eso supone de contaminación? La conversión a la ecología, de la que luego hablaremos pasa por estos signos iniciales. Luego, los caminos se adentraran en compromisos de mayor envergadura.

 

3. Ecología como profecía

La profecía ha mantenido vivos el anhelo y la utopía. La profecía se adapta a las situaciones cambiantes de la historia. Hoy la ecología es profecía. La gran profecía viene hoy del lado secular, como la ecología. Por eso, sorprende y anima que un documento pontificio tome las riendas de la profecía ecológica.

Esa profecía tiene en LS 203ss un rostro concreto: apostar por un estilo nuevo de vida. El patrón vigente actual, dice el papa Francisco, es el consumismo obsesivo que, según él, provoca violencia y destrucción (204). Por eso, no queda otra vía para el ciudadano corriente que un cambio de estilos de vida que podrían ejercer una sana presión sobre los que tienen poder político, económico y social (206). Pero es, sobre todo, a nivel personal donde hay que tomar conciencia del “impacto que provoca cada acción y cada decisión personal fuera de uno mismo” (208).

Posiblemente los grupos cristianos estén todavía lejos de llegar a un planteamiento consensuado para alcanzar la firme resolución, más allá de todo consumismo, de alcanzar la sostenibilidad. Son pocos los proyectos específicos desde el lado cristiano para organizarse en modos de consumo responsable y sostenible. La misma Vida Religiosa, que tiene como núcleo de su razón de ser la profecía, no llega a suscitar proyectos de vida fraterna sostenible. Sumida en su propio esquema organizativo, lo que no sirve a tal esquema queda descartado. Hay, pues, una gran tarea por realizar. 

 

4. Conversión ecológica

El tema de la conversión es un topos de la teología y de la espiritualidad. Se recurre a él con mucha frecuencia, pero sus perfiles se diluyen sin que se llegue a concretar en algo o se pueda evaluar posteriormente el comportamiento personal. La conversión a un modo sostenible de vida puede ser una manera óptima y actual de contribuir a una conversión eficaz.

La conversión ecológica es una de las finalidades primordiales de la LS: lograr una mística, unos móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria (216). ¿En qué cimiento se asienta tal mística? El papa Francisco lo tiene muy claro: Una conversión ecológica implica dejar brotar todas las consecuencias del encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que nos rodea (217).

No es una conversión que viene fácilmente dada sino, según el papa Francisco, son necesarios tres requisitos: la gratitud-gratuidad, la amorosa conciencia de no estar desconectados de las demás creaturas y el desarrollo de la creatividad con entusiasmo para resolver los problemas del mundo (220).

Cuando llegan tiempos fuertes como la Cuaresma, la vida cristiana apela a la conversión. Generalmente se sitúa la cosa en niveles moralistas o espiritualistas que quedan en nada. Una propuesta cuaresmal en base a la conversión ecológica podría ser una buena campaña de la Cuaresma del 2016. Habría que comenzar por desmontar el imaginario de que la ecología es asunto para gente desocupada o de un cierto matiz lírico, sino que es algo implicativo del núcleo de la identidad cristiana, además de una exigencia social apremiante. Sería posteriormente necesario ofrecer caminos de conversión ecológica al alcance de la mano. Y, finalmente, habría que unificar esfuerzos comunitarios para que esto tome la fuerza necesaria de un modo de vivir la fe hoy, no de una simple moda al uso.

 

5. Cuenta atrás

Es preciso que todo lo que se haga en materia de vida sostenible y de cuidado del planeta ya llega tarde. El daño ecológico hecho al planeta con la incuria de los depredadores de la tierra y el silencio de quienes no nos movemos en esa dirección será irreparable en muchos casos. Las consecuencias las veremos en los años futuros. No se trata de falso alarmismo, sino de datos irreversibles. Los cambios producidos por el cambio climático afectan a nuestras vida y plantean un fuerte interrogante a la persona de hoy.

¿Puede un cristiano sustraerse a la elemental pregunta de qué mundo vamos a dejar a las generaciones futuras? ¿Es de recibo un estilo de fe que no siente preocupación por el devenir del planeta? El papa denuncia una relación directa entre destrucción del medio ambiente, pobreza y explotación económica y advierte de que no sirve luchar contra uno de estos tres factores si no se atacan a los otros. ¿Vamos los cristianos a creer que esto son palabras al aire, asuntos que no competen a mi experiencia creyente?

El ver que estamos en la cuenta atrás no nos ha de quitar a los cristianos la esperanza de que esto pueda llegar a cambiar, si hay implicación real en la sostenibilidad del planeta. Claramente lo dice una de las frases con las que se cierra el documento del papa: Caminemos cantando. Que nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos quiten el gozo de la esperanza (244).

 

II. El contexto espiritual de los ámbitos ecológicos

 

Superada esa primera distinción entre espiritualidad y religión, hay algunos rasgos de espiritualidad presentes en LS que podemos percibir en los ámbitos ecologistas.

 

1. Conciencia

La conciencia es un rasgo típico de las personas espirituales. Éstas son personas despiertas, conscientes de su realidad, de su verdad. En las religiones orientales se habla de alcanzar la "iluminación" como sinónimo de quien ha llegado al culmen de la vida espiritual. Esta iluminación supone conciencia, que es mucho más que un mero conocimiento intelectual; es un "darse cuenta", "ver", "ser consciente", "despertar".

Francisco repite 31 veces en LS la palabra “conciencia”. Conciencia de que somos criaturas salidas de las manos del Creador, en comunión con todas las criaturas (42, 202), lo cual implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza (67). Conciencia de que con nuestra forma de vida estamos dañando seriamente la Creación Después de un tiempo de confianza irracional en el progreso y en la capacidad humana, una parte de la sociedad está entrando en una etapa de mayor conciencia. Se advierte una creciente sensibilidad con respecto al ambiente y al cuidado de la naturaleza, y crece una sincera y dolorosa preocupación por lo que está ocurriendo con nuestro planeta (19).

Venimos de tiempos de ignorancia. No hemos sido conscientes de que nuestra forma de vida descansa sobre el sufrimiento de muchas criaturas hermanas. Y recordamos las palabras de Pablo en el aerópago: «Dios pasa por alto esos tiempos de ignorancia, pero ahora manda a todos y en todas partes que se conviertan» (Hch 17, 30). O, como dijo en su día José Saramago, “la alternativa al neoliberalismo se llama conciencia”.

Este es uno de los signos de los tiempos más esperanzadores hoy: estamos saliendo de “tiempos de ignorancia” para darnos cuenta de de cómo funciona este sistema económico en el que vivimos y su sustrato cultural y antropológico, ese antropocentrismo desviado que da lugar a un estilo de vida desviado (122). Cada vez son más las personas que se preguntan por las repercusiones de su forma de vida y toman decisiones conscientes que afectan a su estilo de vida. Es admirable la creatividad y la generosidad de personas y grupos que son capaces de revertir los límites del ambiente, modificando los efectos adversos de los condicionamientos y aprendiendo a orientar su vida en medio del desorden y la precariedad (148).

 

2. Integración

La persona espiritual se sabe unida a todo y a todos, empezando por uno mismo. Como es sabido, la palabra "monje" procede de la raíz griega "mono", es decir, uno, unido, integrado. El monje, la monja, es una persona integrada, unificada en primer lugar consigo misma, y a la vez con todo y con todos.

Unos de los ejes transversales que Francisco presenta al principio de LS (16) es el convencimiento de que todo está conectado (16, 91, 117, 138, 240), todo está relacionado (70, 92, 120, 137, 142). Todo está integrado en una unidad dolorosamente rota por el pecado humano.

Son muchos los que participando en ámbitos ecologistas viven «la experiencia de sentir que formas parte de algo que conecta a todo y a todos, esa experiencia te hace ver a todos los seres humanos como hermanos y al planeta como casa común que tenemos que cuidar».

Integración de todas las dimensiones de la persona. Cada vez son más los que, fuera de ámbitos religiosos, practican meditación, yoga, tai chi, chi kung y otras disciplinas que ayudan a integrar el cuerpo, la mente y el afecto.

Integración de todos con todos. Otros encuentran en la experiencia colectiva de construcción grupal un “algo más” que hace transcender a las personas más allá de sí mismas: «El mundo no será más sostenible porque un día todas nuestras tecnologías productivas sean ‘eco’. Conocer el funcionamiento de los procesos grupales, aprender del conflicto, hacer un uso consciente del poder que tenemos, saber gestionar las emociones, mejorar nuestra comunicación, tomar decisiones acordes con la sabiduría grupal... son elementos imprescindibles para una forma de vida sostenible.» Porque el mundo, creado según el modelo divino, es una trama de relaciones. Y la persona humana más crece, más madura y más se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas. (240)

Integración con y en la naturaleza. No son pocos los que se atreven a dejar la ciudad para retornar a una forma de vida rural, incluso formando ecoaldeas, descubriendo la amorosa conciencia de no estar desconectados de las demás criaturas, de formar con los demás seres del universo una preciosa comunión universal (220).

Pero ya no basta hablar sólo de la integridad de los ecosistemas. Hay que atreverse a hablar de la integridad de la vida humana, de la necesidad de alentar y conjugar todos los grandes valores (224). Una vida integrada –con uno mismo, con los demás, con la naturaleza, con Dios– conlleva una vida íntegra, “de una pieza”, honrada y transparente. Es precisamente la reivindicación de los movimientos sociales y de los partidos políticos alternativos. Cada vez es más evidente que sin integridad moral no habrá regeneración política.

 

3. Confianza

La confianza es uno de los rasgos más típicos de las personas espirituales. En los salmos, el tema más repetido es precisamente la confianza en Dios frente a algún peligro, concreto o no. La confianza es lo opuesto al miedo. Los místicos de todas las religiones son personas que en la cumbre de la experiencia espiritual saben que no hay nada que les pueda quitar la paz, ni siquiera la muerte. Personas serenas, que transmiten paz y profundidad. Personas confiables.

Después de presentar un panorama justamente preocupante respecto a la situación de nuestra “casa común”, Francisco confía en que no todo está perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo, también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse, más allá de todos los condicionamientos mentales y sociales que les impongan (205).

Es la misma convicción de tantas personas que desde los movimientos ecologistas se afanan incansablemente por revertir la situación global de deterioro medioambiental. Es la esperanza de millones de corazones que desde el Foro Social Mundial de Porto Alegre de 2001 corean que “otro mundo es posible”. Sí, con nuestro comportamiento inconsciente y “antropológicamente desviado”  hemos configurado el mundo tal y como está. La buena noticia es que con nuestro comportamiento es posible configurar el mundo de otra manera. ¡Otro mundo mejor es posible!

Esta confianza en que otro mundo es posible se refleja en la confianza a priori de unas personas con  otras. Aunque no esté directamente relacionado con los ámbitos ecologistas, es llamativo constatar cómo está surgiendo una nueva economía basada en la confianza. La banca ética o las cooperativas de crédito, donde ahorradores depositan su dinero confiados en que será utilizado de forma ética. Los viajes compartidos, donde se comparte coche con varios desconocidos confiando que se tendrá un viaje agradable. Más aún: las casas compartidas que se prestan unos a otros en la confianza de que los huéspedes se comportarán correctamente (como sucede en la mayoría de los casos).

 

4. Transformación

Francisco deja muy clara la relación entre la preocupación medioambiental y la social. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza (139). Se trata de transformar esta situación de indignidad y sufrimiento en otra de armoniosa integración de todas las criaturas. Se trata de pensar en los pobres y sentir como propio su sufrimiento, pues son aquellos que más sufren las consecuencias del deterioro medioambiental (20, 25, 29, 48)

Precisamente, en los ambientes ecologistas desde hace años se viene proponiendo un “ecologismo social” que integre el cuidado de las personas con el del medio ambiente, proponiendo un cambio de modelo que ajuste las actividades económicas de los seres humanos a los límites biofísicos de los ecosistemas, con criterios de justicia y equidad. Esta voluntad de transformación ecosocial tiene que ver con una espiritualidad auténtica, que se conmueve por el sufrimiento ajeno y moviliza las fuerzas y la creatividad para evitarlo: junto con la importancia de los pequeños gestos cotidianos, el amor social nos mueve a pensar en grandes estrategias que detengan eficazmente la degradación ambiental y alienten una cultura del cuidado que impregne toda la sociedad. Cuando alguien reconoce el llamado de Dios a intervenir junto con los demás en estas dinámicas sociales, debe recordar que eso es parte de su espiritualidad, que es ejercicio de la caridad y que de ese modo madura y se santifica. (231)

Esta “cultura del cuidado” no es algo nuevo; desde algunas corrientes de pensamiento como el ecofeminismo se viene proponiendo desde hace décadas poner en el centro de la sociedad el cuidado de las personas y no el beneficio económico, algo en perfecta sintonía con las propuestas del papa Francisco (Cf. Evangelii Gaudium 55-61).

Esta espiritualidad transformadora integra la aparente dualidad de la conversión personal y la transformación global. Puesto que todo está relacionado, contribuimos a otro mundo mejor posible al mismo tiempo que a nuestra propia realización como personas. El compromiso ecosocial brota así de la alineación de los sueños de las personas con las necesidades de la sociedad y del planeta. El resultado es una actitud liberadora y disfrutadora donde no solo se muestra que es posible vivir sin causar sufrimiento (o causando lo menos posible) sino que es posible ser feliz viviendo voluntariamente de esa manera.

Los miembros de los movimientos sociales y ecologistas seguramente sintonizarán también con las palabras de Francisco al término de su encíclica: Caminemos cantando. Que nuestras luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos quiten el gozo de la esperanza (244).

 

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