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Una fraternidad servidora...

 

 

 

UNA FRATERNIDAD QUE SIRVE A LA SOCIEDAD

 

            Sigue siendo válido el recurrido axioma de J. Gaillot: "Una iglesia que no sirve, no sirve para nada". Quizá un tanto tajante, pero válido. Una comunidad fraterna que no sirve a sus hermanos, a los jóvenes, a la sociedad, queda cuestionada en su sentido, en su opción. De ahí que la interpelación a la comunidad sobre su concreto servicio ha de acompañar siempre el camino de la VR.

            Es indudable que una comunidad dedicada a la enseñanza, en la medida en que se entrega esta labor con tesón, está ya ejerciendo un gran servicio a la sociedad. Pero quizá haya que plantearse si puede ser servidora la comunidad no solamente desde la plataforma de un colegio, sino también desde la plataforma de ella misma, de su concreto y sencillo estilo de vida. Desde ahí queremos enfocar ahora el servicio de la comunidad a la sociedad.

            En ese sentido, todos los hermanos están a priori implicados, no únicamente quienes ejercen una labor docente. La vida fraterna es obra de todos; su servicio a la sociedad ha de ser obra de todos. Generar implicación, lo diremos, es una de las mayores tareas de animación a la comunidad en materia de servicio.

            No ha de ser obstáculo el creer que se puede aportar poco, aunque esto sea cierto. La pregunta a la que hay que responder no es qué podemos hacer, sino qué estamos realmente dispuestos a hacer. Lo decisivo no es la cantidad, sino la disposición, la ilusión, el interés. Lo malo de nuestras comunidades no es que puedan poco (por sus limitaciones), sino su débil ilusión. Ahí está el problema y la posibilidad.

            Incluso más: en algún momento habría que pensar no solamente en qué puede servir la fraternidad a la sociedad, sino también en qué puede ser servida la comunidad (de hecho lo es) por la sociedad. A la postre, quizá ella nos sirva más nosotros que nosotros a ella.

 

1. La comunidad, servidora de la sociedad

 

            Vamos a poner sobre la mesa algunos ámbitos donde la vida fraterna puede hacer un servicio a la sociedad de hoy. Es posible que no lo veamos claro, también puede suceder que no escuchemos directamente la demanda de esta clase de servicios o que nos cueste encontrar el modo de darlos, pero a nada que nos acerquemos al latido de nuestros paisanos, al alma de las ciudades, escucharemos con fuerza estas peticiones y la exigencia de respuesta por parte de quienes hemos abrazado una espiritualidad de humanismo, de amor y de solidaridad.

 

1) Para empezar: la luz de la Palabra: Jn 13,6-9

 

            Aun a riesgo de contribuir a hacer de este texto joánico tan hermoso un texto "sobado" por la rutina, lo volvemos a recordar en el diálogo con Pedro. Jesús le dice que si no entiende la mecánica del servicio "no tienes nada que ver conmigo". Es decir: no entrar en el dinamismo del servicio hace que los caminos de Jesús y del creyente se diversifiquen, Jesús por un lado y la persona por otro. O sea, el mayor cauce de alejamiento de Jesús es el alejamiento del servicio. Uno entiende de la fe de Jesús en la medida que sirve. No estar ilusionado por el servicio y estarlo por el Evangelio (o por la religión, o por los votos) es una contradicción. Es preciso sobrecogerse ante este dilema tan claro.

 

2) El servicio del decrecimiento

 

            Un servicio que la vida fraterna (que tiene como uno de sus elementos la espiritualidad de la pobreza) puede prestar a la sociedad. Ese servicio vendría a decir (siempre con estilos de vida) que se puede vivir mejor cuando se vive con menos. No se trata, en primera instancia, de austeridad, ni de pobreza tal como se ha entendido. Se trata de vivir bien, mejor, más felices, más disfrutantes, más coherentes, más estables, más sosegados, más con la propia vida en las manos. Se piensa y se practica que para ello vivir con menos es un cauce muy saludable. La comunidad ha de frenar y transformar el impulso social del consumo que nos empuja siempre a vivir con más (pero nos hace más infelices, más individualistas) por un estilo de vida en que, viviendo con menos, se es, de hecho, más feliz. Vivir con menos (siempre que sea algo aceptado) es lo que nos hace volver la mirada al corazón de las personas. Eso es lo que nos hace más felices.

 

3) El servicio de la utopía

 

            Del sueño, del anhelo. Muchos lo desprecian porque piensan que lo que no se "toca" no tiene carta de naturaleza. Pero lo cierto es que sin utopía es muy difícil mantenerse en una sociedad de tensiones, de limitaciones, de heridas. ¿Para qué sirve la utopía? Ya lo dijo Galeano, para andar: "La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar". El "realismo" nos devora, nos hace romos, pegados siempre a la tierra. Pero sin anhelos es imposible que la persona "levante el vuelo". Las comunidades habrían de ser un "atajo de idealistas y profetas". Quizá esté esperando algo de eso la sociedad, no solamente la mesura, la discreción, el tiento. ¿Por qué si se le arrebata a la vida fraterna su componente profético, qué es lo que queda en el fondo?

 

4) El servicio de la amistad cívica

 

            Que es otra manera de decir que los humanos pueden vivir en fraternidad. Dado que en la sociedad las "dentelladas" abundan en todos los terrenos (político, económico, religioso incluso), porque grande es el poder de "medre" de los humanos, los modos de vida fraternos habría de decir que, al menos, la amistad cívica es posible. Adela Cortina dice que "la amistad cívica sería más bien la de los ciudadanos de un Estado que, por pertenecer a él, saben que han de perseguir metas comunes y por eso existe ya un vínculo que les une y les lleva a intentar alcanzar esos objetivos, siempre que se respeten las diferencias legítimas y no haya agravios comparativos". La vida fraterna, con su estilo de vida donde se asume con paz, gozo y como una posibilidad lo diverso podría ser una referencia. Ahora bien, si eso no es posible en nuestros grupos, lo que hagamos en otras plataformas queda muy cuestionado.

 

5) El servicio de la centralidad de la justicia y de la dignidad

 

            Porque la vida comunitaria habría de insistir en ello siempre, sencillamente porque es en lo que hay que insistir. Esto demanda a los grupos religiosos que se interesen real y explícitamente por estos valores. Tengamos en cuenta de que nuestra espiritualidad tradicional no ha incorporado estos valores. No venimos de esa sensibilidad. Pero si no los asumimos con decisión, ¿cómo vamos a servir a una sociedad que los demanda en sus lados más débiles, más heridos, más excluidos? A veces estos sectores sociales miran a la VR únicamente por razones de socorro inmediato, de caridad, de amparo puntual. No es poco. Pero no la miran con esperanza de justicia, de reivindicación de la común dignidad. Algo nos falta aún, algo importante. Hacer del tema de las "causas" un tema de espiritualidad y de lucha.

 

6) El servicio de ofrecer espiritualidad

 

            Que, aunque lo ponemos al final, no es menor servicio. Hablamos de ofrecer espiritualidad, no tanto prácticas religiosas. La espiritualidad es un valor de toda persona; no es, por tanto, privativo de quien piensa-vive en religioso. La espiritualidad es ese fondo de vibración interior que nos hace más humanos, fraternos y solidarios; ese fondo que nos abre al otro y al Otro; ese fondo que constituye las raíces de nuestras actuaciones, la zona de profundidad donde encontramos al corazón de la persona y al corazón del mismo Dios. Si algo de esto es la espiritualidad y queremos ofrecerla, hemos de huir de la superficialidad, recuperar la dimensión perdida de la profundidad, contactar con todas las espiritualidades (religiosas o laicas) que apuntan en esa dirección. La inquietud por la espiritualidad (por la mística incluso) es síntoma de vigor en nuestras comunidades. Su ausencia nos sume en la ramplonería, en la no significatividad y en el desaliento.

 

      Dos preguntas:

 

•1.      ¿Te parece realmente que la sociedad demanda estos "servicios"?

•2.      ¿Cómo nuestras comunidades pueden aportar algo en ellos? Concretar todo lo posible.

 

 

2. La animación de la comunidad al servicio de la sociedad

 

            ¿Cómo un responsable de comunidad puede animar a su grupo a prestar esta clase de "servicios sociales" a las personas? Hacerse la pregunta con paz y con deseo ya es un buen paso.

 

1) Para empezar: la luz de la Palabra: Lc 4,24.27

 

            El texto revela un interior de Jesús en zozobra. De ahí su dureza. Viene a decir a los de su pueblo: sois peores que los paganos porque algunos de ellos al menos (pone dos ejemplos: una viuda de Sarepta, un sirio) aceptaron la profecía; pero aquí, nadie la acepta. El sistema religioso, tan compacto, ha impedido ver en la sociedad, en el paganismo, en la secularidad, una predisposición a la espiritualidad, a los valores de fondo. No creer que la sociedad es capaz de ser espiritual es una desconfianza tremenda, una desconfianza que llega a salpicar al creador de estas personas, al mismo Dios porque si Él no ha sido capaz de hacer personas de valores hondos, ha fracasado. Pensar en "servir" a la sociedad sin confiar en ella, sin apreciarla, sin abrazarla, sin amarla, resulta imposible. La negativización del hecho social es una siembra de sal en este deseo de poner en pie una espiritualidad de servicio a la sociedad.

 

2) Desde una sensibilidad personal

 

            El responsable de comunidad, si quiere hacer algo en este terreno, habría de estar animado él mismo. Desde el desaliento, todo esto suena a nada. Para ello, habría de fomentar la sensibilidad social como un "deber pastoral" (ser superior incluye en el paquete esos deberes). Esta sensibilidad se fomenta, leyendo, asistiendo a cursos o conferencias sobre el tema, participando personalmente en alguna actividad de tipo social (el cargo deja tiempo normalmente para hacer algo, aunque sea testimonial). Desde la insensibilidad del responsable, todo esto se diluye como la niebla. La sensibilidad, unida a una cierta tenacidad profética y pacífica, puede hacer el milagro de transformar "en milagro el barro", como dice S. Rodríguez.

 

3) Un doble beneficio

 

            Esta espiritualidad produce un doble beneficio: por un lado, nos descubre la Palabra desde lados nuevos (porque desde los de siempre nos la sabemos y, con frecuencia, nos cansa o no nos aporta nada). Y, además, nos abre una ventana sobre la realidad ayudándonos a poner los pies en el suelo, dado que las "burbujas religiosas" tienden a hacer que andemos un tanto por las nubes. Por eso, quien va entrando por estos parámetros une mística y acción. Y eso es un obús. Por eso, el animado de la comunidad habría de proponer el servicio de la fraternidad a la sociedad (en cualquiera de sus facetas) no como una carga, trabajo o imposición, sino como una suerte, un enriquecimiento un valor indudable.

 

4) Visibilizar los problemas sociales

 

            He ahí otra tarea de animación. Los problemas sociales están ahí pero no pocos hermanos no los "ven", no se enteran, no caen en la cuenta de su trascendencia, no los valoran en sus justas dimensiones. He ahí otra tarea del responsable de comunidad: hacer visibles, cercanas, asequibles, las situaciones sociales hasta llegar a hacer creer a los hermanos que tienen que ver con ellas y que algo se puede aportar, sobre todo en situaciones de dolor ajeno (el dolor ajeno nos hace sujetos morales, nos dice qué tipo de personas somos). Para ello: poner delante las situaciones sociales (ponerlas en el "corcho", en la oración, en la conversación), llevarlas a la discusión de la mesa fraterna para ver si se puede hacer algo (hacer un espacio en la reunión comunitaria a los problemas sociales acuciantes), hacer el correcto seguimiento de lo que se decida no solamente para ser eficaces sino también para "catequizarnos"; celebrarlos en la acción de gracias cuando se consigue algo.

 

5) Trabajos en las raíces

 

            Esos trabajos son los que se hacen en "lo oscuro", que parece que no sirven para nada, pero contribuyen a formar el humus de la sensibilidad del que luego puede brotar una pequeña decisión común. Concretamente: formación, ejercicios, lecturas, oración. Animar a la formación no únicamente religiosa, sino también de componente social; animar y pedir algunos ejercicios de temática social o de justicia y paz; creer en el valor de las buenas lecturas y hacer de mediador con los hermanos interesados; no cansarse de orar de forma lo más implicativa posible. Puede parecer que estos trabajos no rentan nada. El superior habría de ser tenaz para creer en su valor humilde contra toda desilusión o jarros de agua fría que echen encima de esto los hermanos "realistas" que, con frecuencia coinciden con los hermanos inamovibles.

 

6) Animar a "poner el pie"

 

            Los hermanos, cómo no, hablamos con alguna frecuencia sobre problemas sociales de diversa índole. Con frecuencia lo hacemos con tino, pero también, es preciso reconocerlo, sin "poner el pie" en ellos. Esto, evidentemente, debilita nuestros planteamientos. Pues bien, el animador de comunidad habría de empujar a que, en la medida en que se pueda, se ponga el pie en los problemas, se acerque uno, experimente algo las situaciones, contacte con las personas afectadas, valore desde las posiciones de quienes sufren las condiciones duras de la vida y no desde planteamientos meramente ideológicos o morales. Si se logra "poner el pie", la manera de apreciar, de vivir, de servir (de colaborar) en el asunto será distinta. Por eso, una tarea de animación de vida comunitaria es animar a "salir" de la comunidad, de los ámbitos exclusivamente nuestros, de nuestros castillos y burbujas.

 

7) El resultado: fraternidades vivas, ilusionadas y servidoras

 

            Porque lo malo de nuestras comunidades no es solamente que cada vez estén más envejecidas sino, sobre todo, que estén apagadas, desilusionadas. Desde ahí todo se hace mucho más difícil y el servicio a la sociedad prácticamente imposible. Pero desde la ilusión, el estar despiertos y desde la certeza de que algo se puede aportar, la comunidad cobra un vigor nuevo por encima de sus muchas limitaciones. Si el animador ama a su comunidad y quiere para ella lo mejor, no solamente ha de procurar que esté bien materialmente, sino que anide en ella la luz del anhelo, de lo vivo, de lo vibrante. Esto es posible si, tenaz y calladamente, se da uno a la tarea.

 

Dos preguntas:

 

•1.      ¿Crees, como superior, que puedes trabajar alguno de estos puntos? Señala cuál.

•2.      ¿Cómo podemos ayudarnos los superiores, unos a otros, para generar más ilusión en nuestras comunidades y, con ello, más capacidad de servicio?

 

 Conclusión

 

            El servicio a la sociedad no ha de ser entendido únicamente como una consecuencia de nuestra opción creyente, sino como parte de su núcleo y, por ello, de su sentido. La cosa cobra así mucha más densidad.

            Por ello, el trabajo pastoral de un superior de comunidad de animar a esta clase de servicios es inherente a su cargo. Hacer dejación de él, además de un empobrecimiento, sería una injusticia para con sus hermanos. El primer animado tiene que ser el superior.

            Las comunidades más servidoras son las más vivas. El servicio a la sociedad, en cualquiera de sus formas, revitaliza el hecho comunitario. Por eso, es preciso hacer ver a las comunidades que, sirviendo y dejándose servir por la sociedad, su vigor creyente y religioso se adensa.

 

 

Fidel Aizpurúa Donazar (Madrid)

 

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