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FIAIZ

Volver al Evangelio

VOLVER AL EVANGELIO

 

Introducción 

 

         Cuando a algunos teólogos, como J. A. Pagola, se les pregunta qué opinan del momento actual de la Iglesia, ellos suelen responder: “Este es un momento bueno para volver al Evangelio”.

         ¿Volver al Evangelio? Pero, cómo ¿no estamos en él desde hace mucho tiempo? Hacemos esta pregunta porque pensamos que ser católico y ser seguidor de Jesús es lo mismo, que cumplir con la religión y creer en el Evangelio es lo mismo. Y, aunque tienen relación, no son cosas exactamente iguales.

         Si no, ¿por qué la liturgia nos demanda en el miércoles de ceniza a “convertirnos y creer en el Evangelio”? ¿Por qué, entonces, dice el Papa en EG 172 que  hay que “dejarse conmover por la Palabra y a hacerla carne en su existencia concreta.”? Porque existe el riesgo de que la Palabra no nos conmueva, de que vivamos un Evangelio “sin carne”.

         Muchos otros en la historia de la Iglesia han propugnado la vuelta al Evangelio. Y, a veces, de manera brusca cuando no en franca ruptura cuando se creía que la institución eclesial estaba lejos del mismo. En nosotros eso está a millas. Pero sí  que recogemos algo del fondo: cada época tiene que virar hacia el Evangelio porque la realidad indiscutible es que nos hemos ido muy lejos, que quizá estamos muy lejos, y ello con buena voluntad, no solo por la flaqueza de nuestra fe sino por la evolución de la institución. Hoy, a nivel eclesial, la comunidad cristiana se asienta más sobre el Derecho que sobre el Evangelio. Esto nos parece indiscutible.

         ¿Hacia dónde virar? Hacia una lectura más social del Evangelio. Las lecturas espirituales y morales de la Palabra siguen siendo válidas, en cierta medida. Pero hoy se nos pide mezclar más el Evangelio y el acontecer social. La sociedad es el campo al que está destinada la semilla del Evangelio.

         Por eso, esta vuelta al Evangelio, a lo más elemental de la experiencia de Jesús, la consideramos muy necesaria para ir construyendo un tipo de experiencia creyente que se adecue mejor al tiempo en el que vivimos. Volvamos al Evangelio con la certeza de que puede ser una fuerte instancia de humanización en la sociedad y en el tiempo que nos ha tocado vivir.

 

I

VOLVER AL EVANGELIO ES COMO VOLVER A CASA: SIEMPRE ESTÁ ESPERÁNDONOS, SIEMPRE SOMOS BIENVENIDOS, SIEMPRE HAY CALOR AHÍ

 

         “¿Qué de puede esperar de quien no tiene hogar?”, reza un refrán castellano. Andar si hogar, sin techo, es como andar sin amparo. La comunidad cristiana, la iglesia, no es para la mayoría de los cristianos un hogar, un ámbito de encuentro  cordial. Es un lugar público más que hay en el pueblo, en la ciudad, como los bancos, las tiendas o los colegios. Pero no tanto un hogar donde uno se muestra y vive como es. Es la representante de un sistema religioso que se impone a quien se acerca a ella, sistema que no se puede eludir.

         Por eso mismo a la vivencia de la fe acompaña una cierta frialdad, una lejanía del corazón. “Hace frío en ella”, cantaba aquella vieja canción de Cantalapiedra. Y, sin embargo, la fe de Jesús es algo para calentar el corazón, para que descanse en Jesús, para sentirse en el hogar del Padre, para sentirse reconfortado. ¿Y si tomáramos el Evangelio como la casa de quien experimenta la fe?

         Sería una casa donde siempre se nos espera, por muchos que sean los días alejados de ella. Siempre con las puertas abiertas, donde nadie es excluido, ya que no se precisan certificados de buena conducta, ni avales de ninguna clase. Una casa abierta, eso es el Evangelio, donde caben todos, donde nadie es más que nadie (de no ser los pobres), donde no hay jerarquías ni estructuras organizativas que se impongan de antemano. Casa para la vida. ¿No podemos volver a una casa así? ¿Hemos de renunciar a ese hogar por el peso de las estructuras, por las costumbres consolidadas, por la carga de las leyes frías?

         Sería una casa donde siempre somos bienvenidos porque no se apuntan los días de lejanía, ni se recuerdan los errores, ni se exigen reparaciones a los agravios guardados. El Evangelio da siempre la bienvenida a quien se acerca a él. No anda preguntado por qué te alejaste, por qué incluso negaste. ¿Vuelves hoy? Pues eres bienvenido. Por eso mismo, el Evangelio tampoco contabiliza méritos ni paga más a quien no se fue. Incluso tiene una alegría especial para quien vuelve después de mucho tiempo.

         La vida tiene muchos momentos de intemperie, de frío helador, de rocío que cala los huesos. Por eso los humanos buscamos el calor que reconforta. Quizá la ley y la norma no puedan proporcionar ese calor. ¿Podría darlo el Evangelio? Un Evangelio para animar, para estimular, para encender eso que arde debajo de las cenizas. “¿No ardía nuestro corazón…”?, decían los que iban a la finca de Emaús. Un Evangelio para generar calor en el interior, porque quien tiene calor dentro puede ser instancia de calor y de refugio para quien anda trastabillando en la vida.

 

Un texto: Mc 3,31-35

 

"Vienen después sus hermanos y su madre, y quedándose afuera, enviaron a llamarle. Y la gente que estaba sentada alrededor de él le dijo: Tu madre y tus hermanos están afuera, y te buscan. El les respondió diciendo: ¿Quién es mi madre y mis hermanos? Y mirando a los que estaban sentados alrededor de él, dijo: He aquí mi madre y mis hermanos. Porque todo aquel que cumple el designio  de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre."
 
·       Líos de familia: Los ha tenido, al parecer, Jesús. Quizá porque se metió a predicador, a curandero y a itinerante en épocas tardías de la vida, con toda la vida hecha (entonces la media de edad era muy baja). No era tiempo oportuno para andar con curaciones y predicaciones. Pero, por lo que fuera, Jesús oteó su papel mesiánico tarde. Eso despistó a su familia.
·       Otra familia: Tuvo que hacerse una segunda familia, una familia subrogada. Hay que medir el sufrimiento de Jesús: quería comprensión y acogida como todo el mundo y tuvo que encontrar su casa fuera de su casa natural. Obligado a buscar otra casa.
·       Cumplir el designio: Encontró su casa en el grupo de quienes, aunque fuera con dificultad, querían cumplir el designio del Padre: que nada se pierda, que todo se reconcilie, que la fraternidad se implante, que el reino alboree. Un Jesús que busca casa con otros en el Evangelio. Sus anhelos fueron su casa y la casa de quienes le acompañaron.
Unas consecuencias
 
·       No renunciar al Evangelio y su calor: Porque, llevando, como llevamos, tantos años en la vida cristiana, puede que hayamos tirado ya la toalla: las cosas son como son, dentro y fuera de la iglesia, y no hay quien las cambie. No es fácil, ciertamente. Pero siempre hay márgenes para vivir de otra manera, con otra mentalidad, con otras prácticas. Y ello sin menospreciar a nadie, sin censurar a nadie, sin querer obligar a que los demás piensen como nosotros. Cada uno sabrá lo que tiene que hacer, pero yo puedo intentar vivir con los anhelos del Evangelio. Que esa sea la orientación. Luego, se hará lo que se pueda.
·       No renunciar a que la vida cristiana sea una vida familiar: Porque es verdad que la vida cristiana y sus estructuras se parecen muy poco a una familia en igualdad y aprecio mutuo. Es una realidad más ordenada según un Código. Pero uno puede mantener la utopía de que cuando entra a la fe entra, en realidad, a formar parte de una familia. Y si no hay calor, buena relación, igualdad, si no se superan las castas, los estratos, las jerarquías, es imposible que haya vida familiar. No renunciar al sueño de crear una familia de personas que quieren vivir al estilo que marcó básicamente el Evangelio del Nazareno.
·       No renunciar a una comunidad cristiana de otro estilo: Porque es cierto que muchas cosas hay que dejarlas como están. Pero en pequeños grupos de los que hacemos parte, en ámbitos cercanos, en ciertas maneras creyentes se puede pensar en otros modos de comunidad cristiana: más anclada en la Palabra, más libre, más flexible, más metida en la sociedad, más mezclada a los verdaderos caminos de las personas; menos ideológica, menos legalista, menos estructurada, menos juzgadora. “Utopía, necesaria como el pan de cada día”, cantaba Serrat. Estas utopías nos pueden nutrir.
 
 
II
VOLVER AL EVANGELIO ES PONER DE NUEVO EL ACENTO SOBRE LO IMPORTANTE, RELATIVIZANDO AQUELLO QUE NO LO ES TANTO
 
         El sistema (la rutina, la norma consagrada, lo compacto y rígido que nunca se cambia) pone, con frecuencia, el acento sobe lo no importante (una norma, una ley, una costumbre, una tradición). Y no solamente eso: hace de lo no importante bandera de conflicto, de manera que quien no se acomode a ello sufre sus iras y queda excluido. Esto ha acarreado muchos sufrimientos a los humanos.
         Lo importante, con alguna frecuencia, contradice al sistema porque este se ha alejado tanto de lo central que sus posiciones se han desconectado de lo que era la fuente, la opción primera.
         Así ocurre con el Evangelio; la fuente, la opción primera era el amor, sin más. Pero las posiciones defendidas por el sistema religioso vulneran, con cierta regularidad,  el amor, lo ningunean, lo olvidan y lo contradicen.
         Por eso mismo, volver al Evangelio es volver a poner el acento en lo que es importante, los valores evangélicos: el amor, la dignidad, el perdón, el amparo, la alegría, la trascendencia, la generosidad, etc. Eso es lo esencial. Y si se sitúa uno en otras cosas habrá que tratarlas como accesorias (el rito, las normas consagradas, las costumbres calcificadas, las tradiciones que sirven a unos pocos).
         De ahí que el seguidor/a de Jesús haya de ejercitarse continuamente en la separación de ambas cosas (lo importante, lo relativo) para poder situarse correctamente ante la fe y ante la vida. No ha de temer las iras de quien es desbancado de lo relativo porque su ira es proporcional a su interés, a sus ganancias, del tipo que sean.
         De ahí que no haya que salirse del marco de lo importante para que lo relativo sea bien entendido y empleado. Por eso decimos que la vuelta al Evangelio comporta una continua vuelta a lo importante, a lo esencial que leemos en sus páginas, haciendo de ello el cimiento de nuestra experiencia cristiana y armándonos de paciencia y valor para enfrentarnos a quien absolutiza lo relativo.
         Por otra parte, la relativización de lo que es relativo daría mucha flexibilidad para acoger posiciones diversas y para aunarnos en las cosas importantes, en los valores de fondo del Evangelio.
 
Un texto: Mc 7,1-13
 
Se reúnen junto a él los fariseos, así como algunos escribas venidos de Jerusalén. Y al ver que algunos de sus discípulos comían con manos impuras, es decir no lavadas.
Es que los fariseos y todos los judíos no comen sin haberse lavado las manos hasta el codo, aferrados a la tradición de los antiguos, y al volver de la plaza, si no se lavan, no comen; y hay otras muchas cosas que observan por tradición, como la purificación de copas, jarros y bandejas.
Por ello, los fariseos y los escribas le preguntan: «¿Por qué tus discípulos no viven conforme a la tradición de los antepasados, sino que comen con manos impuras?».
Él les dijo: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito:
Este pueblo me honra con los labios,
pero su corazón está lejos de mí.
En vano me rinden culto,
 ya que enseñan doctrinas que
son preceptos de hombres (Is 29,13).
«Dejando el precepto de Dios, os aferráis a la tradición de los hombres.»
Les decía también: «¡Qué bien violáis el mandamiento de Dios, para conservar vuestra tradición! Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre y: el que maldiga a su padre o a su madre, sea castigado con la muerte. Pero vosotros decís: Si uno dice a su padre o a su madre: `Lo que de mí podrías recibir como ayuda lo declaro Korbán -es decir: ofrenda-', ya no le dejáis hacer nada por su padre y por su madre, anulando así la palabra de Dios por vuestra tradición que os habéis transmitido; y hacéis muchas cosas semejantes a éstas.»
 
·       Valor y contravalor: Eso es lo que ocurría con la llamada “impureza legal” entre los judíos del tiempo de Jesús. Tenía un valor. Querer presentarse puros, justos, ante Dios. Un contravalor: poner esa pureza en ritos lavatorios. Y este segundo aspecto se comió al primero: creían que por refrotarse eran más justos ante Dios. Craso error. Lo relativo reemplazó a lo importante.
·       Vivir conforme a la tradición/vivir conforme a la fe: Esto se presentará como un dilema a toda persona religiosa, la de antes y la de ahora. La respuesta evangélica es clara: hay que vivir, sobre todo, conforme a la fe. Si la tradición se adecua a ella, bien; si no, habrá que pasar por encima de ella.
·       Un corazón lejos de Dios: esa es la cuestión de fondo, el verdadero baremo a tener en cuenta. Si ahí se naufraga, estamos perdidos. La vieja profecía de Isaías, sigue vigente. La tradición cree que nos sitúa más cerca de Dios; pero es falso. Nos sitúa más cerca de nuestros sentimientos, de nuestras valoraciones, de nuestros intereses. Pero el corazón cercano a Dios es el corazón cercano a la persona: para saber si estamos cerca de Dios miremos a qué distancia estamos de las persona.
·       Múltiples Korbanes: Que son los modos de tapar nuestros modos de pensar para ocultar el deseo del Evangelio de ser solidario con el otro. Envolvemos hasta de tradición religiosa nuestros comportamientos, pero en el fondo sabemos que el Evangelio empuja a otra cosa. Verdaderos y múltiples Korbanes. El Evangelio los “desnuda” y los cuestiona.
·       Anular la Palabra de Dios: Eso es lo que pueden hacer las tradiciones, dejar sin fuerza a la Palabra de Dios, desactivar el Mensaje hasta dejarlo sin contenidos. Triunfa lo relativo y se esfuma lo absoluto. Habrá que analizar muchos comportamientos para confrontarlos en directo con el Evangelio. Si superan la prueba, vamos bien; si no la superan, estamos fuera de onda. Ante las tradiciones, la pregunta primera es: ¿qué tiene que ver esta tradición con el Evangelio? De la respuesta depende su importancia.
 
Unas consecuencias
 
·       Libertad ante las tradiciones: Si uno percibe que las tradiciones le atan sin dejarle margen de maniobra, la cosa no va bien. Si la libertad evangélica está coartada por una tradición, hay que liberarse de ella, con la mayor fraternidad y con la mayor firmeza, aunque haya que arrostrar las iras del sistema.
·       ¿Nos duele el Evangelio/nos duelen las tradiciones?: La convivencia ciudadana lleva, a veces, a tener que sufrir alguna conculcación de tradiciones religiosas. Hay a quien le duele esto mucho (ponen el grito en el cielo en la prensa, organizan desagravios, etc.). Pero ¿nos duele cuando se conculcan los valores evangélicos? Estos tendrían que dolernos más que aquellas.
·       Un corazón evangélico: Es el centrado en los valores del Evangelio. Por eso, ese corazón se alberga, a veces, en personas que no pertenecen al mundo religioso y no se percibe en personas altamente piadosas. El corazón evangélico es el corazón mismo de Jesús, con sus valores, con sus vivencias, con su mística.
 
III
VOLVER AL EVANGELIO ES ASENTARSE DE NUEVO EN LA IDENTIDAD CRISTIANA, PORQUE EL RESTO, POR MUCHO QUE SE NOS DIGA, ES DE MENOS VALOR
 
         La identidad cristiana es aquello que nos configura y nos distingue como seguidores de Jesús. ¿Qué es ello? Los valores del Evangelio.
         La identidad cristiana (católica incluso) ha estado asentada sobre componentes religiosos, algunos incluso de segundo nivel: el bautismo, la primera comunión o el matrimonio, la profesión religiosa o el sacerdocio, la aceptación de los dogmas y la autoridad del Papa, la señal de la cruz, la devoción a tal o cual santo, etc.
         Pero el Evangelio la asienta sobre el amor asimétrico como lo ha sido el de Jesús (Jn 13,34-35), el servicio y la entrega (Jn 13,1ss), el querer del Padre que es que nada se pierda (Jn 6,39), la solidaridad con el prójimo frágil (Lc 10,25ss), la reconciliación de todo en Cristo (Ef y Col). Estos son los elementos que configuran la identidad cristiana. Ninguno de ellos de contenido explícitamente religioso.
         Jesús retoma viejos anhelos. En Is 5,1ss se nos ofrece el llamado canto a la viña: Dios ha cuidado a Israel como a una viña y a la hora de la cosecha, uvas amargas en lugar de justicia y derecho. ¿No había respondido Israel al amor de Dios con culto, oraciones, promesas, leyes, etc.? Sí, pero no era la respuesta, la identidad, que Dios quería: él anhelaba justicia y derecho, fraternidad, amparo humano, solidaridad, amor desinteresado. Ahí habría estado la verdadera identidad del Israel creyente. Pero situó su identidad en el ámbito religioso. Y esa fue su frustración.
         ¿Es posible situarse en estos parámetros, asentar ahí la identidad cristiana? Será preciso, primeramente, cambiar el imaginario religioso por otro donde los componentes evangélicos estén más presentes. Y luego, será necesario hacer prácticas de Evangelio, poner el acento en los valores que él quiere proponer.
         Como hemos dicho en temas anteriores, habrá que preguntarse continuamente por la conexión de nuestros comportamientos con el Evangelio. Si esa conexión es débil, por muy grande que sea el peso religioso, la identidad será floja. Si esa conexión con el Evangelio es fuerte, estaremos en onda de la identidad cristiana, aunque el componente religioso no esté muy marcado.
         Entonces, ¿para qué sirve la religión? No como un ámbito de identidad, sino como herramienta valiosa que ayuda a tal identidad. Los elementos religiosos tendrían que llevarnos a una más profunda humanidad, a un amor más generoso, a una entrega con menos condiciones, a una solidaridad limpia, a una reconciliación esforzada.
 

Un texto: Lc 18,9-14

 

A unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros, dijo también esta parábola:

Dos hombres subieron al templo a orar: uno era fariseo, y el otro publicano. El fariseo, puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera:

- Dios, te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano.

Mas el publicano, estando lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo:

- Dios, sé propicio a mí, pecador.

Os digo que éste descendió a su casa justificado antes que el otro; porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla será enaltecido”.

 

  • ¿Dos maneras de orar o dos maneras de ser?: Normalmente se suele decir que esta parábola enseña dos maneras de orar: la orgullosa y prepotente del fariseo y la humilde y sencilla del publicano. Pero puede entenderse también como dos maneras de ser, y entonces nos situamos en el tema de la identidad: el que basa su identidad en sus avales religiosos (moralidad, prácticas ascéticas, limosna) y el que lo hace en su verdad (su fallo, su pequeñez, su dudosa moral).
  • Error de perspectiva: Dice el texto que el fariseo oraba “puesto en pie”, mientras que el publicano oraba “lejos y sin alzar los ojos del suelo”. No solamente son dos actitudes físicas que se contraponen, sino dos perspectivas distintas: la del orgullo del religioso, la de la humildad de quien se sabe qué es. Esta segunda puede comprender la identidad evangélica; aquella primera, está incapacitada para ello. Por eso resulta tan difícil hacer ver en qué consiste la identidad cristiana a quien está situado en la pura religión.
  • El fracaso del fariseo: Que es el fracaso de la religión cuando esta se constituye en centro de sí misma. Por eso no queda justificado, queda sin razón de ser evangélica, se desliga del camino de Jesús. La religión tomada aisladamente puede alejarnos de la fe, de la identidad evangélica. Hay que tener mucho cuidado con ella. Estamos manejando algo peligroso por su fuerte potencial para el bien o para el desastre.

 

 

 

Unas consecuencias

 

  • Mi yo religioso o mi yo justo: Hay que ver en qué lado de estos dos va creciendo y se configura mi identidad evangélica. Si el énfasis está puesto en las prácticas religiosas, la identidad será frágil; si está puesto en la solidaridad y el amor, será fuerte. Por eso, el examen que hay que pasar es el que atañe a la justicia, a la dignidad, al amor, a la entrega.
  • Un valor redescubierto: Quien asienta su identidad en el hecho religioso piensa, con frecuencia, que la mera mecánica religiosa es suficiente: rezar, cumplir, aceptar. Pero hay que decir que la religión, además de estar al servicio de la fe evangélica (es secundaria, aunque valiosa), ha de ser continuamente redescubierta, actualizada, acomodada a los tiempos. No hay nada más destructor para la identidad cristiana que una actitud religiosa a piñón fijo.
  • Apostolado del gusto por la vida: Ese sería un apostolado derivado de la identidad evangélica: creer que esta vida, creada por el amor del Padre, es valiosa y que ha de ser vivida en el máximo nivel de fraternidad posible. Los apostolados religiosos puede que también tengan sentido. Pero si están desligados del amor a la vida o van contra tal amor, poco tienen que ver con los sueños de Jesús.

 

 

IV
         VOLVER AL EVANGELIO ES APRENDER UN POCO MÁS EL ROSTRO DE JESÚS, CONOCER MEJOR SU SONRISA Y SUS ARRUGAS, SUS BRILLOS Y SUS SOMBRAS.
 
         En el rostro confluyen cuarenta y tres músculos. Con esa cantidad podemos expresar alegría, tristeza, preocupación, sorpresa, dolor, pena, amor. En cualquiera de estos estados, los otros músculos del cuerpo no se transforman ni cambian. El rostro es distinto. Por eso, leer el rostro de la persona es acercarse mucho a su personalidad, a sus sentimientos y a sus situaciones interiores.
         Se comprende entonces que “aprender un rostro” es una tarea complicada y trabajosa. Es como aprender lo básico de la persona. Desde pequeñitos estamos tratando de aprender rostros, de acercarnos a la verdad de las personas. Hasta el bebé hace eso con el rostro de su madre que lo amamanta.
         Acostumbrados a la ideología, nos parece poco decir que volver al Evangelio puede entenderse como aprender el rostro de Jesús. No lo tenemos delante, pero tenemos los Evangelios donde su rostro leído por las primeras comunidades cristianas ha ido dejando huella. Volver al Evangelio es, pues, de algún modo aprender el rostro de Jesús para sumergirse en su alma.
         Ese rostro ha tenido sonrisas y luces que miraban con amor (Mc 10,21), cansancios y hasta enfado a causa de la pertinaz incredulidad sobre él (Mc 3,5), brillo en los ojos por el gozo (Mt 11,25) y por la pena de las lágrimas (Jn 11,35) miradas en busca de amparo y acogida (Mc 3,34). Como cualquiera de los rostros de los hijos de la tierra.
         Pero algo tenía el rostro de Jesús de especial: en él desvelaba la gente el rostro invisible del Padre; en su manera de acoger y perdonar deducía la gente el rostro perdonador del Padre; en su manera de consolar y de animar, entendía la gente el acompañamiento que Dios hacía en su vida. Su rostro era, de alguna manera, el rostro del Padre: “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Jn 14,9).
         Por eso, se puede plantear la vuelta al Evangelio como una vuelta al rostro de Jesús. Habríamos de cultivar una mística del rostro de Jesús. Y no solamente al modo clásico, en imágenes o iconos, sino también en esos rostros que muchas veces nos muestran las exposiciones de refugiados, exilados, descartados. En sus lágrimas y en sus sonrisas está incluido el rostro de Jesús.
         Para nosotros el Evangelio es el rostro de Jesús. Lanzarse a él, tratar de aprenderlo cada día más, será una forma hermosa de volver al Evangelio.
 
Un texto: Mt 17,1-9
 

Seis días después se llevó Jesús a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y subió con ellos a un monte alto y apartado. Allí se transfiguró delante de ellos: su rostro brillaba como el sol y sus vestidos se volvieron esplendentes como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.

Intervino Pedro y le dijo a Jesús:

- Señor, viene muy bien que estemos aquí nosotros; si quieres, hago aquí tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra. Y dijo una voz desde la nube:

- Éste es mi Hijo, el amado, en quien he puesto mi favor. Escuchadlo.

Al oírla cayeron los discípulos de bruces, aterrados. Jesús se acercó y los tocó diciéndoles:

- Levantaos, no tengáis miedo.

Alzaron los ojos y no vieron más que al Jesús de antes, solo.        

Mientras bajaban del monte, Jesús les mandó:

- No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de la muerte.

 
·       Normalmente se interpreta este texto como una iluminación desde fuera: Jesús busca luz en el monte y, en diálogo con Moisés y Elías, una luz de fuera le invade. Y “su rostro brilla como el sol”.
·       Puede ser leído también como una iluminación desde dentro: Jesús, en oración, y en diálogo con la Palabra  (Moisés y Elías como representantes) habla sobre “lo que iba a pasar en Jerusalén” (Lc 9,31). Al fin se hace luz dentro y ve que sí, que tiene que ir a Jerusalén.
·       Entonces una luz se abre paso desde dentro y brilla su rostro, se iluminan sus facciones, ha encontrado sentido. Un rostro iluminado por el sentido, por la entrega. Aunque en el huerto se ensombrecerá dicho rostro, aquí tiene luz. Luces y sombras en el rostro de Jesús.
 
Unas consecuencias:
 
·       Rostro duro y hermoso: La imaginería religiosa, en su lado más popular, nos ha trasvasado un rostro de Jesús blandengue y amerengado. Habría que volver a otro tipo de rostro, más hebreo, más de la tierra. Cualquier rostro de palestino nos sirve más que los rostros “germánicos” y tópicos de nuestros cristos. Esto es muy secundario, pero en el imaginario juega su pasada.
·       Poner rostro: La vuelta al Evangelio habría de llevarnos a poner rostro a los sufrientes de la tierra. Rostro e individualidad. Rezar genéricamente por los pobres, exilados o descartados, sin rostro, es una cosa; poner rostro transforma la oración porque viene de otra vivencia. La vuelta al Evangelio habría de llevarnos a poner rostro continuamente, a huir de la oración sin rostro.
·       Sacramentalidad del rostro: Acostumbrados al imaginario religioso, creemos que la presencia de Dios se adensa en los sacramentos religiosos. Y así es. Pero hay sacramentos del rostro como el rostro que perdona. Como dice Gen 33,11 un rostro que perdona es ver el rostro del Dios que perdona. En un rostro que perdona hay más carga de sacramentalidad que en un signo religioso.
        
 
 
 
 
V
VOLVER A JESÚS ES DISPONERSE A GUSTAR DE NUEVO LAS PEQUEÑAS DELICIAS OCULTAS EN EL TEXTO, RUMIARLO, SABOREARLO
 
         Viniendo como venimos de una tradición religiosa poco bíblica, aunque hemos mejorado, no nos tiene que extrañar que conozcamos el Evangelio como por encima, como una serie de episodios históricos más o menos creíbles. No hemos dado el paso a desentrañar el texto, a moldearlo, a hacerlo nuestro. El texto evangélico sigue siendo otro para mí, algo todavía poco personalizado, por más que digamos que nos interesa. La prueba es los pocos modos organizados que hay para aventurarse en el mundo del texto evangélico: se escucha en misa y ya está. Ese es el conocimiento por fuera.
         Hoy ya no es excusa decir que no tenemos buenas traducciones: todas son muy buenas. Por esa parte no hay problema. Pero nos falta mística del libro: tener un nuevo testamento mío, donde voy haciendo anotaciones para que, al cabo de los años, consiga romper la cáscara de los relatos y llegue al contenido. ¿Cuándo nos decidiremos como creyentes adultos que se apoyan en el Evangelio a tener un nuevo testamento (o una Biblia) propia, trabajada durante años, acompañante de nuestro deseo de Evangelio? Si no, hablar de volver al Evangelio es más difícil, porque se puede hacer sin Biblia, sin saber leer incluso, pero en estos tiempos eso está ya superado, o tendría que estarlo. ¿Cómo ayudar a construir una generación de creyentes que lee el Evangelio por su cuenta y que lo disfruta?
         El Evangelio, que no es un libro religioso sino de relaciones, tiene textos deliciosos, hasta literariamente. Disfrutar del texto leído. No solamente cuando me lo leen, sino, sobre todo, cuando lo leo yo. Disfrutar de esas pequeñas delicias, resolver los interrogantes que nos plantea, comunicarnos con otros, preguntar. Un texto vivo que me acompaña en mi camino cristiano.
         Saborear al detalle. Tiene que llegar el momento en el que uno/a lea pasajes del Evangelio (el buen samaritano, por ejemplo) y vaya descubriendo pequeñas cosas que le alimentan, que le sugieren, que ponen su manera de vivir la fe en otro nivel. Tiene que ir haciéndolo uno, porque si no, siempre estará a expensas de la explicación de otro.
         Y luego, rumiar. Leer muchas veces, darle mil vueltas con gusto. No conformarse con saber “la historia”, sino medir y rumiar las frases, las expresiones. Medirlas con la propia sensibilidad, no hace falta ir a libros, como se rumia una carta de alguien que amas y que acabas de recibir.
         Todo hasta experimentar que en todo esto hay una cierta novedad. Si no salta el sentimiento de novedad, aún estamos en los viejos parámetros. Pasar del “de oídas” al “te han visto mis ojos”, como decía Job.
 
Un texto: Jn 12,2-7
 

1“Entonces Jesús, seis días antes de la Pascua, vino a Betania donde estaba Lázaro, al que Jesús había resucitado de entre los muertos. 2Y le hicieron una cena allí, y Marta servía; pero Lázaro era uno de los que estaban a la mesa con El. 3Entonces María, tomando una libra de perfume de nardo puro que costaba mucho, ungió los pies de Jesús, y se los secó con los cabellos, y la casa se llenó con la fragancia del perfume. 4Y Judas Iscariote, uno de sus discípulos, el que le iba a entregar, dijo: 5-¿Por qué no se vendió este perfume por trescientos denarios y se dio a los pobres? 6Pero dijo esto, no porque se preocupara por los pobres, sino porque era un ladrón, y como tenía la bolsa del dinero, sustraía de lo que se echaba en ella. 7Entonces Jesús dijo: -Déjala, para que lo guarde para el día de mi sepultura”.

 
·       A modo de ejemplo: Vamos a tomar un solo verso, el 3, para rumiarlo, saborearlo y gustarlo. Evidentemente, habría que encajarlo luego en la interpretación general del pasaje que es la celebración por anticipado de la vida de Jesús que va a morir: ungimos a uno que está destinado a la vida (anticipación). Pero, como decimos, nosotros vemos solo el v.3 para gustarlo.
·       Nardo puro: Es el perfume de las bodas, del amor: “Mientras el rey estaba en su diván, mi nardo despedía su perfume” (Cant 1,12). El perfume del amor que lo invade todo. Un Jesús perfumado, un Jesús de “palabras perfumadas” (S. Francisco).
·       Se los secó con el cabello: El cabello no seca; debe ser secado. Pero alude al cabello como elemento de amor: “Tus cabellos son como la púrpura (¿pelirroja?) ¡un rey están prendado de esas trenzas!” (Cant 7,6). Jesús prendado en nuestro cabello, porque su amor hacia nosotros es irrefrenable.
·       La casa se llenó de la fragancia del perfume: Del perfumado Jesús. El perfume del perfumado. Otra manera de sentir a Jesús, muy alejada de la dogmática.
 
Unas consecuencias:
 
·       Y lo abrazo y lo huelo…: Decía el cura Benito Ardid: “Y vuelvo a casa por la noche y veo el NT sobre el sillón donde lo dejé la noche anterior. Y lo abrazo, y lo huelo”. Oler el NT es oler a Jesús, es la mística del perfumado, la mística del amor. Esos gestos indican que se está en el Evangelio de manera distinta, vital, honda, existencial.
·       Como un puzzle: Así es el aprendizaje nuevo de los Evangelios: cada día se aprende una fichita del puzzle, se anota, se consigna. Y, poco a poco, se va completando el puzzle de muchísimas piezas que es el NT. Con la paciencia de quien ama algo nuevo.
·       Subrayados, anotaciones: Gustar en el Evangelio de modo nuevo tiene rostro en los subrayados y anotaciones que hacemos en nuestro texto. Un texto sin marcas es algo que seguramente no da el paso al disfrute del detalle textual. Todavía se está en lo general.
·       Animarse a apadrinar un NT: El que será de uso personal e intransferible. El libro que me acompañará muchos años en mi caminar cristiano. El libro con el que podré cerciorarme de que me voy situando en un terreno nuevo en el Evangelio.
 
VI
VOLVER AL EVANGELIO ES RETOMAR LAS VIEJAS UTOPÍAS, OXIDADAS, EMBRUMADAS, CASI PERDIDAS Y DARLES DE NUEVO EL VALOR QUE SIEMPRE TUVIERON
 
         Hay mucha gente agorera que afirma que hoy no es buen tiempo para utopías, que  hay que ser realista. Siempre que alguien propone algo con un poco de idealismo, hay una mano que se levanta para recordarnos que hay que se realista. El realismo es bueno; pero si es sin horizonte, ya no lo es tanto.
         Pero la utopía es, remedando a Hernández como hace Serrat, tan necesaria como el pan de cada día. Sin ella los días se nos vuelven chatos, grises, iguales en su rutina, adormecidos. La utopía es, como decía Galeano, eso que no se atrapa nunca, pero que nos hace caminar.
         Pues bien, volver al Evangelio es recalar en la utopía porque los Evangelios son un libro de utopías, de anhelos, de mística. Ahí están: la gran utopía de la justicia (“buscad primero el reino de Dios y su Justicia”: Mt 6,33); la gran utopía del reino que está ya actuando (“el reino de Dios está dentro de vosotros”: Lc 17,21) y que llegará a su plenitud cuando todo frágil social sea asistido (“tuve hambre y me disteis de comer”: Mt 25,35); la gran utopía de que el sufrimiento de los pobres tendrá fin algún día (“bienaventurados los pobres”: Mt 5,4); la utopía aún no lograda de la igualdad (“todos vosotros sois hermanos”: Mt 23,8); la utopía anuncia de la paz (“mi paz os dejo mi paz os doy”: Jn 14,27); la utopía espiritual de que la nuestra es una vida acompañada (“vendremos a él y nos quedaremos a vivir con él”: Jn 14,23) Y así tantas otras. Si se quita la utopía al Evangelio, no queda nada.
         Estos son los sueños de Jesús. Si no hicieran mella en nosotros se produciría un gran fallo: decimos amar a Jesús, seguirle, basar nuestra fe en él y no nos importan sus sueños. Los sueños de una persona es su mayor valor, su referencia más querida. Menospreciarlos es menospreciar a quien los tiene. Menospreciar los sueños de Jesús es situarse fuera del Evangelio.
         No dejéis morir a los viejos profetas, decía el poeta Ángel Valente. Si dejáramos morir las utopías del Evangelio, éste habría perdido su sentido. Por eso, quien ama el Evangelio mantiene las utopías humanizadoras contra viento y marea.
 

Un texto: Jn 6,37-40

 

                37Todo lo que me da el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí, no lo echaré afuera; 38porque he bajado del cielo, no para hacer mi querer, sino el de quien me ha enviado. 39Éste es el querer del que me ha enviado: que no se pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. 40Este es el querer de mi Padre: que todo el que ve al Hijo y cree en él, tenga vida definitiva, y yo lo resucitaré en el último día.

 

  • Este tipo de lenguaje de los discursos del Evangelio de san Juan puede que no nos digan mucho, si se los lee de pasada. Pero, si nos detenemos, pueden ser interesantes. Hay que tener la paciencia y el amor de detenerse. Aquí se está hablando de la utopía de que nada se pierda.
  • Una primera cosa interesante es que Jesús “no echa fuera” a lo que el padre le entrega, a todas las personas, a toda la creación. Tenemos en Jesús un aliado, nunca un enemigo.
  • Lo más interesante esa saber que Jesús es uno que quiere ayudarnos a cumplir el “querer” de Dios, su voluntad, que no es sino ésta: “que nada se pierda”, que no haya pérdidas por ningún lado, que en el caminar de la historia se vayan reduciendo las pérdidas, que los humanos trabajemos con él para reducir las pérdidas. Cuando no haya más pérdidas, habrá amanecido la utopía del reinado de Dios.
  • Por eso, el éxito de la fe no es tanto la salvación, cuanto que nadie sea excluido, descartado, extraviado, perdido. Este es el gran anhelo de Jesús y del Evangelio. En esto, san Juan supera a los sinópticos, porque allí se viene a decir (en la parábola del sembrado, Mc 4), que es inevitable que haya pérdidas. Juan no se resigna a eso: hay que soñar una sociedad sin pérdidas.
  • Por eso, la “resurrección del último día”, más que una cosa religiosa (el cielo, la vida eterna, etc.) se refiere al inmenso logro de una sociedad sin pérdidas. Esa es la verdadera resurrección de lo creado, la utopía que se toca con las manos.
  • Por eso se habla más de “vida definitiva” que de “vida eterna”. Porque lo importante no es lo que hace referencia al tiempo, que sea terna, sino a la calidad de esa vida, que sea “definitiva” para toda criatura, que nadie quede excluido de esa vida plena. Los trabajos sociales son trabajos que apuntan a esa utopía.

 

Unas consecuencias:

 

  • Abstenerse realistas: Un letrero así debiera estar colgado en la puerta de las comunidades cristianas. Porque, sí, es bueno el realismo con horizonte, pero la utopía es muy escasa. Y cuando la vida cristiana se aleja de la utopía se convierte en una comunidad moralista, normativa, jerarquizada, represora. Por eso es tan necesaria la utopía: para que entre aire limpio en los pulmones de la comunidad de creyentes.
  • Utopías conectadas a la realidad: Porque si están desconectadas se convierten en fantasías. Por ejemplo: la utopía de que el hambre desaparezca de la faz de la tierra ha de estar conectada a la lucha cotidiana para que ninguno del propio entorno tenga carencias alimentarias. Es una utopía posible. Por primera vez en la historia se ha bajado del umbral del 10% en el tema del hambre. Luego es una utopía factible si hay trabajo en esa dirección.
  • Voluntariados utópicos: Son aquellos que hacen suyo el lema evangélico de “que nada se pierda”. Es la utopía del Papa Francisco que clama contra el descarte de personas frágiles, que quiere una sociedad son desperdicios, sin desechos. Los voluntariados colaboran en la medida que pueden a esta utopía. Un voluntariado sin utopía se convierte en un asistencialismo sin alma.

 

VII

VOLVER AL EVANGELIO ES MEZCLARLO AL CAMINO DE LA VIDA. NO ES EL EVANGELIO ALGO APARTE DE LA VIDA

 

         Si preguntas a la gente a qué le suena la palabra “Evangelio” dirá: a misa, a cosas de los curas, a iglesia, a religión, a catequesis. Es que hemos restringido el uso del Evangelio a esos ámbitos. Y aun siendo lugares donde lógicamente debe sonar el Evangelio, hay que decir que su finalidad es anterior a todos esos usos que vinieron cuando los Evangelios llevaban muchos años escritos. Por eso se puede decir que el Evangelio no es un libro religioso en primera instancia.

         ¿Cuál es, pues, la finalidad de los Evangelios? Es una finalidad relacional, social, de utopía social. Lo que Jesús llamaba el reinado de Dios, la nueva sociedad, la comunidad de hermanos, el sueño de una economía igualitaria que Dios tiene sobre la historia. El Evangelio quiere resituar, según el pensamiento de Jesús, las relaciones humanas. Esta es la gran primera fase de las relaciones plenas del reino de Dios que serán en eso que llamaos parusías o vida eterna.

         Por eso hay que decir que el Evangelio tiene una finalidad ética. Si no se llega a modificar las posturas éticas, no se ha llegado todavía a la finalidad primordial. Un Evangelio solamente para leerlo, estudiarlo, orarlo, venerarlo, creerlo, es algo que se queda corto. El Evangelio no busca admiradores sino seguidores/as.

         Lo entendemos fácilmente: una buena semilla, para que germine, necesita encontrarse con una buena tierra. Lo mismo pasa con el Evangelio: es una semilla óptima pero necesita de la tierra, de la vida, para que sea fecunda. Por eso mismo, sacar el Evangelio de los ámbitos normales de la vida es condenarlo a la esterilidad. Evangelio y vida han de ir hermanados.

         Al fin y al cabo, Jesús no fundó una escuela de oración, ni una cátedra de teología, ni ofició culto alguno, ni hizo catequesis al uso. Salió a los caminos donde bulle la vida y ahí ofreció la semilla del reino. Por eso, más que de iglesias, el Evangelio habría de ser una propuesta en los caminos. Cuanto más se saca al Evangelio de los caminos, más irrelevante se le hace.

         La lectura más correcta del Evangelio es aquella que se hace desde la vida para que vuelva con más fuerza a la misma vida. Hay que estar más preocupados por vivir el Evangelio en lo cotidiano, en los problemas sociales, que por el primer anuncio catequético, algo que preocupa mucho a la gente del sistema religioso.

 

Un texto: Jn 10,7-10

 

         7Entonces dijo Jesús.

         - Pues sí, os aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. 8Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos, pero las ovejas no les han hecho caso. 9Yo soy la puerta, el que entre por mí quedará a salvo, podrá entrar y salir y encontrará pastos. 10El ladrón no viene más que para robar, sacrificar y destruir. Yo he venido para que tengan vida y les rebose.

 
·       Ojo con los pastores: Porque si las ovejas pensaran irían a por el pastor que las explota totalmente, se lucra de ellas. Jesús es un pastor que se entrega por las ovejas, les da todo, no les quita nada, no se lucra de ellas. Un pastor extraño, casi un loco.
·       Jesús, una puerta: Es una puerta al misterio de la vida y al misterio de Dios. Para nosotros es la puerta querida, traspasando sus umbrales, conectando con el Evangelio sabemos algo del Dios que perdona, que acoge, que ama. Otros tienen otras “puertas”, otras maneras de acceder al misterio.
·       Para que tengan vida: El Evangelio está orientado a la vida, esa es su finalidad. No es tanto la moral o la religión, sino la vida. Si no percibiéramos que el Evangelio nos da vida de verdad, no estaría cumpliendo su función. Si no nos sirviera el Evangelio para amar más esta vida con sus gozos y con sus sombras, habría perdido su finalidad.
 
Unas consecuencias:
 
·       Colmar el foso: El que hemos cavado entre el Evangelio y la vida. Es cierto que la espiritualidad del posconcilio ha hecho esfuerzos como nunca en este sentido. Pero todavía, en el imaginario religioso de los cristianos, una cosa es lo que se hace en el templo y otra cosa es lo que vivimos fuera, una cosa es lo que oímos en una catequesis y otro el lenguaje que empleamos en los asuntos comunes de la vida. Hay que trabajar aún más para que ese foso disminuya su hondura.
·       Una lectura social del Evangelio: La que mezcla lo que pasa en la vida y la Palabra de Jesús. Normalmente nuestra lectura del Evangelio es espiritual y moral  (a veces espiritualista y moralista). Pero podría hacerse una lectura social. Surgiría “otro Evangelio”, más ceñido a la vida, más inspirador, no menos espiritual.
·       Amar la vida: Es un requisito para unir Evangelio y vida. ¿Cómo vamos a poder ofrecer el Evangelio a una sociedad a la que censuramos, a la que tratamos de increyente, de la que decimos que no tiene valores, de la que solamente vemos su lado negativo? Para mezclar Evangelio y vida hay que amar las dos cosas, el Evangelio y la vida.
 
VIII
VOLVER AL EVANGELIO ES REMOTAR CAMINOS QUE NOS PARECEN TRILLADOS Y DESCUBRIR AHÍ NUEVOS MOTIVOS PARA VIVIR CON ALEGRÍA
 
         Los humanos somos como los bueyes, o las cosechadoras: trillamos. Mediante la maquinaria de la rutina, del ritmo cansino de hacer las cosas, de perder la sorpresa y ya nada nos maravilla, del aburrimiento que nos distrae y nos abre la boca hasta el límite. Lo trillamos todo y nos situamos en el gris sobre gris de una vida anodina.
         ¿Hay posibilidad de revertir esta perspectiva? La hay.
·       Podríamos cambiar la aburrida celebración (religiosa y social) con un mejor tono de colaboración, de participación, mirándola no como meros espectadores que viene a ver qué les dan.
·       Podríamos revertir el camino trillado de la caridad con una sensibilidad mayor por la justicia y con una implicación mayor no solo en nuestras donaciones económicas sino en nuestras donaciones de tiempo, con los voluntariados.
·       Podríamos recuperar el camino trillado de la bondad dulzona y paternalista con una dosis de fe en la dignidad de toda persona. La espiritualidad de la dignidad puede ser revulsiva.
·       Podríamos reconstruir el trillado camino del perdón (sobre todo del perdón religioso) si nos interpelara la bullente realidad del perdón social en todas sus facetas (familiar, matrimonial, social, penal y hasta escolar). Los trabajos de mediación serían los adecuados.
·       Podríamos mejorar el trilladísimo camino del amor con la espiritualidad del cuidado que es algo más que unos actos puntuales, es una actitud que pone al otro y sus preocupaciones en el propio horizonte personal.
El Evangelio podría colaborar a esta nueva mística, podría ser un revulsivo. Si el Evangelio nos deja tan tranquilos, si no se nos sube una pulsación, ¿qué evangelio estamos leyendo? Algunos dicen que el Evangelio es “peligroso”. Si no constituye ningún tipo de peligro, ni para la sociedad, ni para la iglesia, ¿qué evangelio estamos leyendo? ¿No somos hijos de un disidente que fue excluido por sus modos heréticos de entender a Dios y a la persona? ¿Cómo devolver al Evangelio ese punto de provocación, esas aristas que lo hacen molesto para las gentes de orden?
Y aun dicen que el Evangelio es un libro religioso, piadoso, aquietador, amordazador. Habría de ser lo contrario, revolucionario, peligroso, “terrorista” incluso, si por tal se entiende subvertir el orden establecido, no ser su libro de consolidación. ¿Cómo hacer del Evangelio esa “bomba de relojería” que haga pedazos el sistema que bloquea la sociedad igualitaria y fraterna?
 
Un texto: Lc 12,49-53
 

49“He venido a lanzar fuego a la tierra… 51¿Pensáis que he venido a traer paz a la tierra? No he venido a traer paz, he venido a traer división. 52Porque, de ahora en adelante, una familia de cinco estará dividida: tres contra dos y dos contra tres; 53se dividirá padre contra hijo e hijo contra padre, madre contra hija e hija contra madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra”.

 

  • No paz, sino división: Este es un texto de los “difíciles” del Evangelio porque tenemos dificultad de encajarlo en el perfil de Jesús pacífico y bondadoso. Es un texto de después de la primera misión cristiana donde se ha verificado hasta la saciedad la dificultad y la “división” que entraña la aceptación del Evangelio. Este es un revulsivo del hecho social, pero tiene lógicamente su precio.
  • Familia dividida: La división de la familia (en aquellos tiempos del sólido y compacto clan familiar) es prototipo de subversión social. El Evangelio no quiere dividir las familias, sino que anhela una sociedad de hermanos. El sistema, representado en la sólida familia, se resiste y se defiende. El problema está servido. Pero un Evangelio que aquieta familias, sistemas, ¿para qué sirve? Para hacerle el juego a lo establecido.
  • Padre contra hijo: La línea divisoria del conflicto es la de las generaciones viejas frente a la de los jóvenes. Un Evangelio que justifica la mentalidad de la vieja generación, la que representa al sistema no es la que desea el Evangelio. ¿No era algo de esto lo que quería el Papa Francisco cuando decía a los jóvenes “¡Hagan lío!”?

 

Derivaciones

 

  • Una sacudida: Esto habría de ser el Evangelio, algo para sacudir, no para aquietar. El Evangelio habría de ser un peligro social. Si la sociedad los asimila bien, es que lo ha fagocitado, lo ha domesticado. ¿Cómo devolver al Evangelio su vocación subversiva? ¿Es posible esto en una comunidad cristiana tan sistémica como la nuestra?
  • Situarse en la novedad: Algo de lo que decimos será imposible sino nos situamos en la novedad social y eclesial. Si siempre estamos en los márgenes establecidos, si tememos la creatividad, si censuramos a quien canta fuera del coro, si  nos encontramos a gusto en el calorcito de la estufa oficial, hablar de un Evangelio revolucionario es hablar de algo sin fundamento. Es preciso situare justamente en el lado opuesto, en el gusto por la novedad (no por moda, sino por el potencial de vida que encierra), en la sorpresa de lo que está aún por ocurrir.
  • Nueva alegría: Porque necesitamos motivos de alegría para que los días sean vivibles. Ponernos en el lado de la rutina, de lo trillado, de lo ya sabido, difícilmente nos va a traer algo de alegría, ya que está es hermana de la novedad, de la sorpresa, de lo porvenir. Necesitados como estamos de una alegría nueva, por sencilla que sea, quizá la vuelta a un Evangelio sorprendente y revolucionario nos pueda llevar a los terrenos del gozo.

 

IX

VOLVER AL EVANGELIO ES CANTAR CON JESÚS LA MELODÍA QUE PUEDE ESPANTAR NUESTROS MALES Y NUESTRAS ASPEREZAS

 

 

         “Quien canta su mal espanta”, dice el refrán castellano tantas veces citado. Los humanos tenemos necesidad de cantar, no solamente para espantar males, no solamente para expresar la belleza, sino para reconfortar el corazón, para animarse por dentro, para consolarnos, para emocionarnos. El canto es un elemento antropológico de primer orden presente en todas las culturas.

         La vivencia religiosa ha estado muy ligada al canto. Pero, con frecuencia, es un canto poco unido al Evangelio. Y a veces, aunque lo esté, no logra superar un cierto y profundo sentimiento de temor (la bella música gregoriana ha sido definida como “la música del temor”). ¿Cómo abandonar un canto lastimero para cantar con ánimo ante las dificultades y ante los gozos? ¿Cómo enardecer el corazón con un canto animoso?

         Puede parecer que es un tema baladí para la reflexión. Pero los antropólogos no dirían lo mismo porque saben que el canto es un elemento cultural de primer orden. ¿Podría ser la vuelta al Evangelio un camino para potenciar un canto que humanice y que anime a la construcción de la nueva sociedad, del reinado de Dios?

         Los  Evangelios no hablan de que Jesús cantase, al menos no lo dicen explícitamente. El vocablo canto casi no está en los índices de los manuales de antropología del siglo I y tampoco está en las concordancias bíblicas populares (sí en las técnicas) Pero Jesús “cantaba”, aunque no se diga explícitamente que lo hiciera:

  • El canto de la sociedad de los pobres: “Recoged los trozos, que nada sobre” (Jn 6,12).
  • El canto del consuelo: “No llores” (Lc 7,12).
  • El canto de la alegría: “Te doy gracias, Padre, porque has revelado esto…” (Mt 11,25).
  • El canto de la amistad: “Mirad cómo lo quería” (Jn 11,36).
  • El canto del reconocimiento de valores: “No hay fe en Israel como la de éste” (Lc 7,9).

La vuelta al Evangelio nos podría ayudar a cantar en la noche (como diría Brecht), a levantar los hombros, a mirar el porvenir con más esperanza, a arrostrar el peso de los días con mejor ánimo, a entender nuestra participación en la vida como una suerte.

En los otros textos del NT se anima al canto: “Cantad y tocad con toda el alma para el Señor” (Ef 5,19); “Cantad a Dios con agradecimiento” (Col 3,16). Pero tampoco hay grandes testimonios de canto, de lírica, de poesía. Haría falta una relectura del hecho creyente desde la lírica, por inútil que parezca esto a muchos cristianos embrumados por su preocupación por llegar al cielo sin preocuparles el vivir gozosamente nuestro camino por la tierra.

 

Un texto: Mc 10,32

 

“E iban por el camino subiendo a Jerusalén,Jesús iba delante de ellos; y estaban perplejos, y los que le seguían tenían miedo”.

 

  • Los cantos de las subidas: No habla este texto del canto. Pero cuando los judíos subían a Jerusalén entonaban los “cantos de las subidas”, los salmos  121ss: mi auxilio viene del Señor, vamos a la casa del Señor, como un pájaro de la red del cazador, los que confían en el Señor, cuando el Señor cambió la suerte de Sión, si el Señor no construye la casa, etc. Cantos para el ánimo, para reconfortar el corazón. Los iban cantando todos.
  • Cantar para alejar el temor: Probablemente el temor se alejaba, la perplejidad se contenía, la gran pregunta (¿Para qué iban a Jerusalén si aquello era meterse en la boca del lobo?), se hacía menos amenazadora. Un Jesús que reconforta a los suyos cantando salmos de gozo y de confianza.
  • Cantando delante de ellos: Iba delante de ellos, cantando delante de ellos, como quien tira de una cordada de desalentados. Algo de su ánimo pasaría a sus corazones temblorosos. Dar ánimo con cantos de ánimo, una manera honda de ser hermano.

 

Unas consecuencias

 

  • Huir del coro de las lamentaciones: Ya que en nuestros días, épocas de reducción, de abandono de la religiosidad, de escaso afecto a la estructura eclesiástica, tendemos a estar en el coro de las lamentaciones, canto gris tirando a negro, suspirando por los tiempos pasados y maldiciendo los presentes. Salir de ese coro es algo imperioso si se quiere entender la vida como un  disfrute y una suerte.
  • Cerca de quien canta: Porque siempre hay gente de mirar limpio y de vida positiva que canta a la vida. Y no nos referimos a los cantantes estandar, sino a quien interpreta el camina humano como una senda de posibilidades y una oportunidad que no pasa dos veces por nuestra puerta.
  • Cantar en coro: En grupo, en comunidad, en familia humana. Los humanos no cantamos solos, sino en grupo, en coro común, el coro de la humanidad. El disfrute del canto habría de llevarnos a una mayor humanidad, a la certeza de que hemos sido creados para cantar con otros, para descubrir el amor con otros.

 

X

VOLVER AL EVANGELIO ES VOLVER AL CORAZÓN DE LA PERSONA PORQUE EL SUEÑO DE JESÚS ES ENTREVEAR CORAZONES

 
         El camino del corazón es, a veces, inextricable, pero quien no lo anda ha perdido la senda para la que fue creado. Porque la casa del corazón de la persona es otro corazón similar. Es ahí donde uno se encuentra a sí mismo y encuentra al otro.
         Es cierto que la mayor parte de nuestro recorrido vital anda lejano de las sendas del corazón, empujados por la terrible fuerza del propio egoísmo que piensa que solamente es decisivo el bienestar del propio corazón. Pero esas sendas de soledad abocan a un fracaso que nos deja la boca y el alma amargas.
         Por eso, hay que salir al camino del corazón del otro. Y el Evangelio que es un libro interesado en los corazones, puede ser una ayuda muy buena para recorrer la senda de los corazones que se entreveran.
         Decir que el Evangelio está interesado por el camino del corazón que se mezcla a otros corazones puede parecer cosa barata, tan devaluado está el vocablo corazón cuando se lo refiere al amor. Pero aun así, la vuelta al Evangelio puede ayudar a  descubrir o ahondar más en algo vitalmente importante como es el encuentro con el corazón del otro.
         Aquel grito de Jesús en Mt 11,28 “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados” sigue vigente porque el cansancio y el agobio acompañan la vida de los humanos. Es el corazón lleno de pesares el que Jesús reclama porque cree que fundiendo corazones el peso se aligera y la pena compartida se esfuma más rápidamente.
         La liturgia canta un himno hermoso: “Dios tiene corazón”. Y así es. Hemos construido en el imaginario religioso un Dios sin corazón. La vuelta al Evangelio puede ser la vuelta al corazón de Dios, a la relación cálida con Dios, hogareña (como dice en Jn 14,1).
 
Un texto: Mt 15,19
 
“Porque del corazón provienen malos pensamientos, homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y calumnias”.
 
·       Algo a sanear: Porque el riesgo de corrupción, de maldad, es grande. El corazón necesita ser saneado constantemente. El aire limpio del Evangelio puede colaborar a ello.
·       Fuente de bien, fuente de mal: Porque las dos cosas pueden brotar del corazón. El Evangelio quiere potenciar la fuente del bien, hacer que manen sentimientos positivos, valorativos, amables hacia el otro y surja la empatía que fortalece los corazones.
·       Corazón que tiende al otro: Y ahí, en la conexión con el otro, es donde se realiza. La soledad amarga al corazón y lo aleja de su verdadero sentido. La comunicación y en entrecruce es lo que agranda y ahonda el corazón y sus valores.
 
Unas consecuencias:
 
·       No desistir: A veces experimentamos la traición del corazón del otro. No desistir, seguir tratando de conectar por otros caminos, no cortar puentes totalmente, dejar puertas abiertas. Los días pueden llevarnos a una confluencia de corazones por vericuetos inesperados.
·       Una fe cálida, cordial: Porque, al no haber tenido en cuenta este valor del corazón, sino sobre todo la ideología, el resultado ha sido una fe fría y rígida. El Evangelio podría devolver la calidez a la fe, calidez que brota del corazón amable y perdonador de Jesús. Nunca habría que haber abandonado la seda de la cordialidad, senda que al fenómeno religioso no le interesa mucho.
·       Cordialidad para los frágiles: Porque ellos son quienes más necesitados están de un corazón que ampare. Si el Evangelio no los llevara a la miseri-cordia con ellos, estaría frustrado. De mil maneras lo dice el Papa Francisco.
 
Conclusión
 
         La conclusión es clara: los nuestros son tiempos buenos para volver al Evangelio. Hay más posibilidad, más libertad, más empuje, más medios de todo tipo. Quizá haya que hacer un esfuerzo por poner entre paréntesis muchas cosas de la religión aprendidas y que se han esclerotizado y acartonado. Pero si hacemos ese esfuerzo, los frutos pueden ser hermosos. No vamos a ganar en generosidad a la Palabra de Jesús. Ella nos dará mucho más de lo que nosotros le podamos dar.

 

Fidel Aizpurúa Donazar

Logroño 2017

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