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FIAIZ

Juan 71

CVJ

Domingo, 6 de marzo de 2011

 

VIDA ACOMPAÑADA

 Plan de oración con el Evangelio de Juan

 

 

71. Jn 10,11-18

 

Introducción:

 

                Si las ovejas fueran animales pensantes y se dijeran: quién es el que nos explota, quién es nuestro mayor enemigo. La respuesta sería clara: el mayor enemigo del rebaño es el pastor. El lobo roba las que puede, el ladrón arrambla con algunas, pero el pastor termina acabando con todas. Se lucra del rebaño: las cuida sí, pero les quita la leche, la carne, la lana, las crías, todo. Por eso, hay que tener mucho cuidado con los “pastores” de toda índole: religiosos, sociales, políticos, etc. Si se lucran del pueblo, ojo con ellos. Los buenos “pastores” son aquellos que encuentran placer en darse al pueblo, a la comunidad, sin pasar factura siempre, entregándose. Los hay. Con esos hay que colaborar; con los otros, cuidado.

                Jesús, lo dice el texto, es de los pastores auténticos que entregan la vida por las personas. Jesús no se lucra de nosotros, nos da todo, no nos quita nada. No busca su éxito; nuestro éxito es el suyo. No es el jefe de la orquesta y del coro que se lleva los aplausos del respetables, sino que es un humilde cantor que colabora con el conjunto para que el conjunto logre el éxito. Por mecanismos religiosos hemos endiosado al pastor (y con ello a los “pastores delegados”). Pero Jesús no quiere endosiamientos, quiere felicidad para las personas. Su alegría no es que se le reconozca como pastor y que se le venere como tal, sino que el conjunto de la historia llegue a la plenitud y a la dicha. Por eso, la imagen del pastor es equívoca: es un pastor distinto, auténtico, loco incluso porque hace “locuras de amor”, cosas raras y arriesgadas porque nos ama, porque se entrega sin pasar factura, porque se solidariza por haber andado nuestro mismo camino.

 

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Texto:

 

11Yo soy el auténtico pastor. El pastor auténtico da la vida por las ovejas; 12el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye; y el lobo hace estrago y las dispersa; 13y es que a un asalariado no le importan las ovejas.

                14Yo soy el auténtico pastor, que conozco a las mías, y las mías me conocen.

15Igual que el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; yo doy mi vida por mis ovejas.

16Tengo, además, otras ovejas que no son de este redil; también a ésas las tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño, un solo pastor.

                17Por eso el Padre me demuestra su amor, porque yo entrego mi vida y así la recobro. 18Nadie me la quita, yo la entrego por decisión propia. Está en mi mano entregarla  y está en mi mano recobrarla. Éste es el mandamiento que recibí de mi Padre.

 

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Ventana abierta:

 

 

 

                Dos modelos de “pastores”. A la izquierda el obispo dimisionario de Sucumbíos, en la selva ecuatoriana. Un hombre con carisma que ha acompañado a las comunidades cristianas durante 40 años dando mucha cancha los laicos y a las comunidades de base. A la derecha el nuevo obispo, Ramón Ibarguren, de los heraldos del Evangelio, con su media sotana, sus botas, su cruz de Calatrava dispuesto a la reconquista de la diócesis para la religión. Es difícil entender estas cosas, pero el Evangelio seguirá siendo elocuente: entregar la vida es la cualidad del pastor creyente, no mantener la ortodoxia.

                Oramos: Gracias, Señor, por quienes se entregan a fondo; gracias, por quienes sirven a los débiles; gracias por quienes abrazan al pueblo.

 

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Desde la persona de Jesús:

 

                Dice Jesús que conoce a sus ovejas. No es nada excluyente: conoce a todas las ovejas, conoce a todas las personas, las mira mil veces, acompaña todos sus caminos (muchas veces errados), siente como suyas sus lágrimas y sus alegrías, participa como uno más de todas sus luchas, sostiene con ella todas las preguntas sin respuesta. Sí, es un extraño pastor, tanto que hasta el calificativo de “pastor” le va mal (tan mal como el de señor, Dios, salvador o cosas así). Él es simplemente un hermano entregado a fondo, un modelo de solidaridad total. Por eso puede conocer los vericuetos del corazón humano y sus extrañas andanzas.

                Oramos: Tú, Señor, nos amas y nos conoces; tú acompañas sin desfallecer nuestros caminos peculiares; tú amas en maneras totalmente desinteresadas. Te alabamos por todo.

 

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Ahondamiento personal:

 

                La figura del asalariado nos habla del interés con que las personas hacemos las cosas, siendo capaces, a veces, de esquilmar al otro, de aprovecharnos del que es más débil. El Evangelio contesta radicalmente una actitud así y la censura alentando justamente al camino contrario: no valorar las cosas por el salario (siempre debido) sino, sobre todo por la generosidad. No medir el éxito de nuestras obras por el aplauso, sino por el socorro que dan al débil. No alegrarse sobre todo del premio otorgado, sino de la certeza de ver crecer al otro.

                Oramos: Que valoremos la generosidad aunque sea una virtud callada; que practiquemos el socorro al débil, aunque nadie aplauda; que nos alegre ver crecer al otro y que eso sea nuestro premio más deseado.

 

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Desde la comunidad virtual:

 

                El texto evangélico habla de unas “ovejas que no son de este recinto”. Si algo está reñido con la entrega del corazón es el particularismo, el darme solamente a los míos, a los de mi familia, grupo o país. Por eso, la comunidad virtual ha de estar siempre abierta a quien quiera venir a ella, a quien le pueda interesar por la razón que fuera. Nos hace bien esa gimnasia de acoger, de vez en cuando, a personas que simplemente se acercan. Ya estamos haciendo con ellas un “único rebaño”, aunque no vengan a rezar. Es la comunidad de lo humano, la más valiosa.

                Oramos: Que tengamos siempre una mentalidad abierta; que acojamos sin preguntar demasiado; que nos alegremos de ensanchar los límites de nuestras tiendas.

 

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Poetización:

 

Quería que lo entendieran.

Para ello tomó la vieja imagen

del pastor entregado.

Con gusto la habría abandonado

porque en sus pocos años de vida

vio muchas veces

que los pastores se ceban a sí mismo.

En lugar del buen pastor

les habría hablado

(y les habló)

del buen servidor,

del buen acompañante,

del dispuesto siempre a consolar,

del que comprende fácilmente,

del solidario total,

del entregado a fondo,

de quien no pasa factura.

Pero les habló del pastor,

no solo porque le entendieran,

sino porque quería poner

un toque de afecto.

Porque es cierto que el pastor

se lucra del rebaño,

pero conoce a sus ovejas,

las distingue una a una,

las mira mil veces

y no es raro que las quiera.

Él se entregó por amor,

quiso a las personas,

experimentó los gozos del corazón.

Su misión sin afecto

habría sido un témpano,

su entrega sin calor

habría sido hiriente.

Cuando decía que era buen pastor

ponía el acento en la bondad

más que en el pastoreo.

Fue bueno,

eso es todo.

 

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Para la semana:

 

                Haz las tareas de cada día con entrega y sin esperar siempre un premio. Hazlo simplemente por amor y basta

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