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FIAIZ

Juan 60

CVJ

Domingo, 28 de noviembre de 2010

 

VIDA ACOMPAÑADA

 Plan de oración con el Evangelio de Juan

 

 

60. Jn 9,1-5

 

Introducción:

 

                Puede parecer un asunto muy filosófico, pero una de las cosas que más atormenta al ser humano es el sentimiento de culpa. Es algo con lo que nacemos, previo a la sociedad y a la religión. Éstas, con frecuencia, abundan y aumentan el sentimiento de culpa. Pero hay algo de serie en nosotros/as: nos creemos culpable, no sentimos caídos, nos remuerde la conciencia no solo por el mal hecho, sino por todo lo que no hacemos. A todo esto, añadamos nuestros errores, nuestros fallos, nuestras trampas, etc. Entonces, el sentimiento de culpa se agranda. ¿Podremos vernos libres de tal sentimiento? Se puede intentar y, de alguna manera, se puede ir logrando ese gran pacto, esa hermosa reconciliación con la vida hasta ver que vivir sin sentimientos de culpa es una posibilidad que está en nuestra mano.

                El Evangelio querría contribuir a hacer esa gran obra de liberación que es el poder llegar a tratar de tú a nuestro sentimiento de culpa. Jesús rompe el determinismo popular que creía en su época que si alguien estaba herido (ciego, por ejemplo) era por culpa de su pecado o del de sus padres. Jesús dice que eso no es así, que en la debilidad también está escondida “la gloria de Dios”, una vida con sentido, con gozo. Que se puede ser débil y gozoso, limitado y libre, sencillo y disfrutante. Él, Jesús, había mirado al fondo de la persona, de la suya propia, y parece que llegó a descubrir ahí una fuente de alegría más hermosa y más profunda que sus pobrezas y limitaciones. Quizá el secreto esté en la mirada, en saltar la barrera enorme de la limitación contra la que nos estrellamos. Si se logra, quizá se pueda dominar y hasta superar ese enemigo tenaz de una vida con gozo que es el maldito sentimiento de culpa.

 

***

 

Texto:

 

1Al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento.

2Y sus discípulos le preguntaron:

                -Maestro, ¿quién pecó: éste o sus padres, para que naciera ciego?

                3Jesús contestó:

                -Ni éste pecó ni sus padres, sino para que se manifiesten en él las obras de Dios. 4Mientras es de día tenemos que hacer las obras del que me ha enviado: viene la noche y nadie podrá hacerlas. 5Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo.

 

***

 

Ventana abierta:

 

                Esta foto nos parece sugerente. El sentimiento de culpa es una dura cadena que nos ata y con la que nosotros mismos nos atamos hasta llegar a concluir que ser humano es una penalidad  (“la pena de ser hombre”, que decía el poeta). Hay personas que no solamente no logran romper esa cadena sino que aumentan su peso a lo largo de su vida. Pero, si observamos bien, veremos que esa cadena está cubierta de unas gotas de lluvia. Quizá se esté queriendo decir con ello que las más duras cadenas, que los sometimientos más inhumanos, las culpas más hondas, pueden ser miradas cara a cara y, tal vez, rociadas con la lluvia de la libertad y de la dicha. Nunca nos habríamos de cansar de decirnos que sucumbir a la culpa, además de no llevar a nada, nos empobrece y nos deshumaniza. Por lo tanto, nos conviene rociar con la lluvia benéfica del amor las culpas que guardamos, para que sean menos, para que lleguen a saber que su casa no puede ser nuestro corazón.

                Oramos: Gracias, Señor, por quienes controlan sus sentimientos de culpa; gracias por todos los enamorados/as de la libertad; gracias por quien levanta los hombros y siguen adelante.

 

***

 

Desde la persona de Jesús:

 

                Jesús repite en este texto que es “luz del mundo”. ¿En qué sentido? Es luz diciéndonos insistente y amorosamente que la culpa no puede ser quien nos domine, que somos más que nuestro mal, que nuestros fallos son solo una parte (y no la más importante) de lo que somos, que nuestros errores pueden ser envueltos en nuestro amor, por frágil que sea. No es un mensaje de superficial optimismo. Es el afán por trasvasar a nuestro corazón la certeza de que hemos sido creados para la dicha, para el abrazo, para el disfrute, para la fraternidad. Y que, por lo tanto, hay una manera distinta, nueva, luminosa de leer nuestra vida. Aspirar a ello no es falta de realismo, sino posibilidad a la mano.

                Oramos: Gracias por Jesús, persona luminosa; gracias por Jesús, sembrador de luz; gracias por Jesús, aliado con la dicha.

 

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Ahondamiento personal:

 

                La liberación progresiva de nuestro sentimiento de culpa no es gracia que se da sin conquista. Por eso, como dice el texto evangélico, es preciso hacer “obras de luz”, pequeñas prácticas de vida orientadas en la dirección de la luz, ¿Podemos hacerlas? Sin duda. Cualquier cosa que ilumine va en esa dirección: una sonrisa luminosa, una palabra clara, un acompañamiento que alivia, un cuidado que trasluce amor, una preocupación sincera por la situación del otro, un estar ahí de manera solidaria y acompañante. Son  pequeñas luces, pequeños “fueguitos” (que diría Galeano) que reconfortan el corazón y alejan la culpa.

                Oramos: Gracias, Señor, por quienes dan luz acompañando; gracias por quienes encienden luces siendo amables; gracias por quienes iluminan con palabras benignas.

 

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Desde la comunidad virtual:

 

                La relación que posibilita en nosotros/as la oración, la comunidad virtual, es un pequeño gramo de dicha que contribuye al alejamiento de la culpa. Solamente por eso ya es una cosa positiva. Puede parecer poquita cosa, pero con muchos de esos pocos se pone dique al mar de tristeza que arrastra el sentimiento del culpa. Por eso, valorémoslo, apreciémoslo, tiene su sentido. Seamos lo más generosos posible con quien hace camino orante con nosotros/as.

                Oramos: Que nos ayudemos al descubrimiento de la dicha en la vida diaria; que nos acompañemos para que haya más luz en nuestra vida; que creamos en el valor de los comportamientos sencillos para alejar la tristeza y la culpa de nuestra vida.

 

***

 

Poetización:

 

No se descubrieron en él

atisbos

de la amarga presencia

de la culpa.

Al contrario,

su vida discurría

con la placidez

de los grandes ríos.

Logró poner coto

al dragón de la culpa,

a la tristeza de la debilidad,

a la pena del mal.

¿Cómo lo logró?

Cambió su mirada:

Miró al Padre

como compañero de vida

no como enemigo a la puerta.

Miró a la persona

como gozosa compañera,

como amiga del alma,

como casa cálida.

Mirando con ojos nuevos,

orando con corazón limpio,

caminando sin temor,

abrazando sin reparos,

logró tener a raya

a la culpa invasora,

a la pena destructora.

Por eso, por esa mirada,

la gente se acercaba.

Leían en sus ojos

el gozo

que ellos mismos anhelaban.

Todavía…

 

***

 

Para la semana:

 

                Vive tus días de la semana lo más alegre y sosegado/a que puedas. No te alíes nunca con la culpa.

 

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